Por Oscar Andrés De Masi
Especial para
http://viajealasestatuas.blogspot.com.ar
Agosto 2016
Voy a relatarles una historia bien
singular que ocurrió en la Buenos Aires colonial (y habrá esparcido su
resonancia por entonces) y que tiene como protagonista a uno de los primeros
escultores-imagineros que hubo en esta ciudad. La consignó Lafuente Machain
en su conocida obra Buenos Aires en el siglo XVII, que publicó Emecé
allá por 1944*. La rareza del caso estriba en su protagonista y en haber
sido uno de las escasas condenas que decretó el Tribunal del Santo Oficio de la
Inquisición sobre un vecino de Buenos Aires.
La cosa fue así: Manuel de Coyto
era un portugués, nacido en 1637 en San Miguel de Barreros, cerca de Oporto. No
sabemos en qué circunstancias llegó a Buenos Aires, pero por aquella época
venían de Portugal numerosos artesanos, principalmente imagineros, plateros y
herreros. Al parecer, su nombre se hizo conocido por haber ejecutado la imagen
del Cristo de Buenos Aires que el gobernador Martínez de Salazar
donó, en 1671, a la Catedral reconstruida, para una capilla anexa a cargo de la
Hermandad del Santo Cristo que allí estableció. Se atribuyó a esta imagen (que
fue varias veces restaurada, que todavía existe en la Catedral metropolitana y
que Ribera y Schenone calificaron como obra de mérito subido)**
el milagro de haber detenido una
inundación a finales del siglo XVIII. También se menciona como obra de nuestro
escultor, una imagen de San Miguel (de bulto y tamaño natural) que había estado
en el Fuerte, sobre la portada principal. Debió haber realizado otras imágenes,
pero poco o nada sabemos de ellas.
¿Cómo se originó su proceso ante la
Inquisición? Como ocurrió en otros casos y ante otros tribunales porteños, fue
por la denuncia de una mestiza del servicio de su casa (lo cual nos recuerda el
juicio tajante del ex gobernador Rodriguez de Valdez y La Vanda en
cuanto a que, si los criollos eran poco confiables para los españoles, los
"mulatos" no lo eran en absoluto…). Al parecer, la mestiza era
manceba del escultor; y vaya a saber qué
desaires de alcoba habrán motivado la delación. El acusado fue apresado,
presumiblemente engrillado, y su proceso,
que comenzó el 30 de junio de 1672, se prolongó por cinco años, durante los
cuales el reo padeció cárcel y tormento. El tormento era entonces un medio
procesal admitido para obtener una confesión del acusado.
¿De qué se lo acusaba? De haber
blasfemado contra Dios durante una enfermedad… ¿Quizás la fiebre o el
padecimiento de su dolencia pudo haberle
arrancado alguna blasfemia? No lo sabemos, aunque ése fue el principal y
previsible argumento (y tal vez el único disponible) de su defensa: dijo que, desesperado por los
terribles dolores que le causaba la enfermedad, no recordaba muy bien lo que
había dicho, y que aquellos sufrimientos le hicieron perder la noción de sus
palabras…
Lo cierto es que el reo, aún puesto en
tormento, negó su culpabilidad, con la salvedad de su estado febril, y siempre
sostuvo ser "cristiano viejo de padre y madre".
El escultor fue finalmente condenado a
presentarse en acto público en la capilla del Tribunal, para oír misa y
escuchar la lectura de su sentencia: debía abjurar de sus faltas y recibir 200
azotes por las calles de la ciudad, y padecer destierro por el término de
cuatro años en el presidio de Valdivia. Bastante severa, pues, la condena.
El pobre Manuel de Coyto habrá
marchado rumbo a su prisión. ¿Regresó alguna vez a Buenos Aires? No lo sabemos
y sospechamos que no. Tampoco sabemos qué obras realizó luego, ni donde pasó el
resto de su vida, hasta su muerte.
El rigor del Santo Oficio porteño, en
este caso, parece excesivo. Especialmente, tratándose de uno de los pocos
imagineros competentes que residiría en aquella Buenos Aires tan escasa de
artistas. ¿Hubo, tal vez, envidias contra él que hayan derivado en su juicio y
su sentencia? No deberíamos descartarlo. Las rivalidades entre artesanos de
aquella época, y la parcialidad que en ellas podían asumir las autoridades
eclesiásticas o los magistrados reales, es un capítulo de nuestra temprana
historia del arte, que está, todavía, por escribirse. También ha de ponerse en
la balanza la hostilidad que, con frecuencia, existía hacia los portugueses y
la sospecha persistente de ser "cristianos nuevos". En cualquier
caso, suprimido Manuel de Coyto del medio porteño por los varios años
que duró su proceso y su remota condena, otros artistas llenarían la vacante, al ser favorecidos con
encomiendas de imaginería…
Cuando en tu viaje a las estatuas
visites, en la Catedral metropolitana, el Santo Cristo de Buenos Aires,
te vas a acordar de la suerte que corrió su autor.
Notas de mi fichero de "antigüedades coloniales
porteñas":
*También
puede leerse en José Toribio Medina, El Tribunal del Santo Oficio de
la Inquisición en las provincias del Plata, Buenos Aires, 1945.
Curiosamente, nada dicen de este proceso Ribera y Schenone en El Arte de la
imaginería en el Río de la Plata.
**Ribera
A.L. y Schenone H: El Arte de la imaginería en el Río de la Plata, Bs.As.IAA,
1948, p.81
Para
más datos, ver José Torre Revello, La Catedral, ANBA, Buenos
Aires, 1947; y Ernesto Luis Olivier,
El Cristo de Buenos Aires, en revista Archivum de la JHEA, 1944.