viernes, 16 de diciembre de 2022
lunes, 12 de diciembre de 2022
BUSCANDO A SALAMONE. RENÉ LONGONI Y EL “CORAL SALAMONIANO”
Por Oscar Andrés De Masi
Ya desde la imagen de la tapa y la
tipografía de un título conciso y exploratorio, este libro convoca a la
lectura. No es poco para un pórtico. Pero hay todavía otros atrios que
atravesar, para adentrarse en el texto y en las circunstancias de la experticia
salamoniana de su autor.
La primera detención es, como en los atria
romanos, un momento genealógico: se trata del prólogo escrito por los hijos de
René Longoni (Ana, Matías, Juan y Andrés, compiladores del volumen), que da
cuenta del origen disperso, reticular y divulgativo de estos textos, y de la
intención afectiva de su traslado a los tórculos, para infinito gozo de quienes
seguimos apegados a la galaxia Gutemberg, o sea, al hábito inextirpable de la
lectura de la palabra impresa en papel.
Sigue el testimonio del fotógrafo Alfredo
Fushimi, quien accedió a la obra de Salamone por vía de la narración
iconográfica primero (la imago, quizá aurática para él desde el
comienzo), y que halló, después, en el discurso de Longoni un instrumento de
precisión nivelador de los posibles extremos exegéticos (hoy, que abundan
sospechosamente y de repente los intérpretes de Salamone).
Finalmente, el prefacio ad hoc
preparado por Juan Carlos Molteni -compañero de facultad de René en los años de
formación platense y colega en más de un proyecto de investigación- explica el
punto de encuentro suyo con el autor, y de ambos, en clave de producción
binaria, con Salamone. Y ofrece una síntesis de los temas que aborda el libro.
Y, más todavía, propone, al modo de una guía, un itinerario posible de lectura,
no necesariamente lineal ni exclusivamente centrado en el personaje principal.
Con esto quiero significar que, en el
ensamble polifónico de los tres textos prologales, se cifra, como en las
ceremonias antiguas, la ritualidad preliminar de este libro, una suerte de proteleia
sin nupcias, pero que no podría pasarse por alto. A continuación viene
Longoni.
Estamos ante un libro que, por su propio
génesis, desafía el canon académico, pero
sin renunciar ni al ejercicio crítico de la buena academia (porque hay
mala academia también…), ni a las reglas de una amena escritura que no desdeña
los guiños coloquiales, si casus ferat.
Pretendo decir que esta obra podrá
satisfacer al lector no especializado pero ávido de conocimiento (aquel ente
hilemórfico a quien Aristóteles atribuía el deseo natural del saber), tanto
como al especialista que aún puede aprender algo más acerca de Salamone, de sus
contornos epocales y de sus epígonos. Porque, como aquel “espejo que huye” que
imaginó Giovanni Papini, cuanto más se habla de Salamone en nuestros días,
tanto más parece alejarse de nosotros el ser humano real, reemplazado, en las
narrativas “cholulas” (advierto que existe este argentinismo) por
construcciones fantasiosas que lo sitúan en el lugar de un demiurgo
providencial, solitario como un águila in excelsis, único, irrepetible,
iluminado y hasta diabólico. Son las ocurrencias de los seudo historiadores y
de los analistas casquivanos, dispuestos a inventar una leyenda mitológica allí
donde la confluencia de los procesos estéticos y las condiciones políticas
epocales basta para dar una explicación suficiente.
Salamone se ha convertido, pues, en un commodity
para los charlatanes inoperantes de la
gestión pública, para los periodistas frívolos, para los guías de turismo sin
escrúpulos científicos y, en general, para todos los recién llegados al mundo
del Patrimonio que intentan sacar tajada del festín monumental salamoniano.
Frente a este fenómeno, y ya desde antes,
se alza la mirada rigurosa del investigador formado y serio, pero a la vez,
capaz de pronunciar juicios filosos cuando la ocasión lo reclama, que es
Longoni; y que nos invita a asomarnos al universo de una figura notable y
poliédrica, que ha sido objeto de estudio y reflexión para él, por décadas y
que lo ha movido a insuflar, como docente cabal, entusiasmos salamónicos a
tantos colegas más jóvenes. Sólo por esa razón deberíamos escuchar lo que tenga
para decirnos.
Las páginas de “Buscando a Salamone”
no pretenden componer una Summa Salamónica al estilo de Santo Tomás de
Aquino, porque la summa, en tanto compendio escolástico, contiene la
totalidad de un área del saber. Más bien diría que, pasando del latín al
griego, se trata de un epítome, que retiene solamente lo principal.
Así, podría afirmarse que este libro
contiene unas notas sucintas como apuntes de a bordo, que identifican y sitúan
no sólo a Salamone -su vida, su obra, su ascenso, su caída-, sino a su ambiente
y sus vínculos políticos, a sus figuras colaterales y a su legado patrimonial.
Y todo ello atraído por el vórtice del período 1936-1940, una especie de annus
mirabilis de la historia bonaerense, multiplicado por cuatro.
Desde el punto de vista metodológico, es
de resaltar cómo Longoni toma ventaja de los “informantes” amistosos (como
solía hacerlo, mucho antes, Enrique Udaondo), esos hombres y mujeres
desplegados en la vasta geografía de ciudades y pueblos donde aún queda mucho
por descubrir.
Ellos son los sensores remotos del
monitor salamoniano que tiene su base de análisis en Mar del Plata. Y son
observadores bien sensibles a este tipo de apreciación identitaria que hunde
sus raíces afectivas en la frecuentación cotidiana de los paisajes locales,
urbanos y rurales. Los informantes cultivan así ese hábito que nos enseñó
Panofsky, el hábito de observar e interpretar; y remiten, luego, al amigo
erudito, sus hallazgos, para que la criba crítica del experto sea el
dispositivo de falsación (como diría Popper) o de verificación finales.
Este modus operandi implica, sin
duda, que existe generosidad intelectual de ambas partes, que nada queda oculto
en el puño, porque las sinergias de una observación o una foto compartida, de
un hallazgo noticiado, de una conclusión plausible socializada, beneficia a esa
comunidad que forman los hombres y las mujeres que aman el estudio. He allí,
también, una marca que define una ética, tanto en el modo de construir
conocimiento, como en la manera de conquistar esa verdad relativa a Salamone y
su obra, donde lo empírico y lo científico van progresando a la par.
“Buscando a Salamone” es, entonces, el
enunciado de un programa, es la etiqueta de una travesía personal, es el rótulo
de la hoja de ruta de una aventura que parece no tener fin. Porque, consistente
con este titulo programático, entre los varios interrogantes que sobrevuelan
las 122 páginas de este libro-bijou (por el fondo y por la forma), hay
uno, persistente como una llovizna: ¿dónde está Salamone? O mejor
dicho,¿Salamone está realmente detrás de todo edificio ejecutado a la maniera
salamoniana? Porque el aire de familia de tantas arquitecturas de la vanguardia
pampeana o cordobesa no implica forzosamente una paternidad común. Pero de
pronto, como la moda es siempre un reguero irrefrenable, los neófitos en la
cartografía del patrimonio edificado, descubren al son de crótalos y panderos
la supuesta huella ubicua de Salamone, con la misma omnipresencia con que, por
ejemplo, suele atribuirse a Charles Thays cuanto jardín exista en la
arquitectura residencial de élite en la Argentina. Mientras el afán
aspiracional provoca estas exageraciones, el discurso acrítico provoca otras
inconsistencias.
Pero el maestro sabe distinguir para no
equivocarse, y no se cuelan en su celemín las “sartas de patrañas y
embustes” (Longoni dixit y dice bien) que, tratándose de Salamone,
en su mayoría ya sabemos dónde (o más bien en quien) tienen su origen.
Ocurre que Longoni no puede despojarse de
un cierto ethos militante, porque la política ha calado sus huesos,
incluso al costo de un exilio. Quizá por eso hay también en estos artículos un
manojo de justificadas denuncias morales ante los atropellos y los abandonos
que vienen sufriendo tantas obras de Salamone (“ruinas y arruines” dice
él… y yo agregaría que, en ambos casos, los resultados y los discursos
cosméticos subsiguientes son siempre ruines…). Vale decir, una detonante
combinación de inacción gubernamental y de mala praxis patrimonial.
En este punto es indispensable
interrogarnos acerca de ¿para qué declaramos, oportunamente, el corpus
sustancial de la producción de Salamone en el marco normativo nacional que
provee la ley 12.665? ¿Para qué nos tomamos el trabajo de fundamentar, redactar
y tramitar el Decreto del PEN nº 1138/2014? Y utilizo la primera persona del
plural (“declaramos” y “nos tomamos”), sin jactancia pero con
plena deliberación y conciencia de mi rol en el asunto. Porque varios de nosotros
nos tomamos muy en serio el caso Salamone.
¿Para qué concretamos aquella norma,
larga como un papiro alejandrino, que llena varias fojas, firmada por la
Presidenta Cristina Fernández de Kirchner? Entre otras cosas, para lo mismo que
se declara cualquier otro bien patrimonial: para sumar a la Nación en el logro
de una protección integral y sostenida, que no exime en modo alguno a la
Provincia y a los Municipios de esta responsabilidad concurrente, según los
términos de la ley vigente.
Este propósito no ha sido logrado en
plenitud hasta ahora, como Longoni bien lo sabe y lo ha señalado. Los edificios
del programa salamoniano han quedado librados al interés aleatorio de las
gestiones municipales en cuya jurisdicción se ubiquen. Lo cual no es poco
mérito para aquellas comunas que, efectivamente, han ejecutado intervenciones
concretas y correctas. En algún tiempo pasado hubo también alguna aportación
provincial, maguer su alcance acotado (el Programa Bicentenario y Obra Pública
Patrimonial fue un antecedente).
Pero el “conjunto” declarado, por esa
misma condición sistémica, reclama un plan integral y una coordinación de
planeamientos que, con la supervisión de la Comisión Nacional de Monumentos,
debería articular la Provincia de Buenos Aires, que fue, en definitiva, el
sujeto histórico creador de ese programa de arquitectura oficial y es el
territorio dónde se ubican mayormente estos edificios. Admitamos que, de alguna
manera, ocho años después de la declaratoria, es hoy el gobierno nacional,
desde el MOP, quien ha asumido la iniciativa de solventar las intervenciones a
través de un plan ambicioso. Habrá que ver los resultados.
Al mismo tiempo es curioso y luce, casi,
como un ejemplo de “procastinación” llevada a la agenda gubernamental, el hecho
de que la Provincia haya anunciado para 2023 una “muestra itinerante” acerca de
Salamone… mientras nos preguntamos si ha avanzado en la imperiosa
implementación tuitiva de su propia Ley 12.854, con la consiguiente
identificación e inscripción de bienes.
No quisiera concluir estas reflexiones
sin señalar que hay en este libro otro mérito que, aunque parezca colateral, se
halla implícito en la misma construcción del corpus de saberes
salamonianos que ha logrado adquirir el autor. Se trata del rescate de los ya
mencionados “contornos” de Salamone, de los satélites de ese sistema orbital de
la obra pública bonaerense que tuvo a Salamone como núcleo heliocéntrico. Me
estoy refiriendo a los personajes epocales que pronunciaron un lenguaje
estético parecido, casi igual al de Salamone, o que actuaron profesionalmente
implicados en sus proyectos o en concreciones paralelas.
Emergen de tal guisa los nombres de
Bocazzi, Arenas, Varangot, Migone, López Mendez, Lo Celso, Bogani, Marseillán,
Calvetti, Costantini, Sempere, Sirio, Medina Allende, Bagué, Logiácomo o
Chiérico.
Son, sin duda, astros de menor notoriedad
en ese firmamento donde sus trayectorias se cruzan con el fulgor deslumbrante
de Salamone. Pero no por ello son de menguada valía, tanto en el campo de la
arquitectura, como de la construcción o de la escultura. Y nuestro autor los
salva del olvido, los rescata y los “sitúa” en un sistema de producción y
ornamentación de edificios públicos cuya concepción y ejecución no podía
depender de un solo ingenio o de una sola voluntad de labor.
Un más complejo “coral salamoniano”
comienza a visibilizarse, detrás del velo que viene descorriendo René Longoni
desde hace muchos años, cuando Francisco Salamone era todavía el nombre de una
incógnita y sus obras estaban bien lejos de ser estimadas como patrimonio
argentino.
VOLKSTRAUERTAG 2022 EN EL CEMENTERIO ALEMÁN
lunes, 14 de noviembre de 2022
UNA PROPUESTA DE PRESERVACIÓN PATRIMONIAL DEL INTERBLOQUE "FRENTE DE TODOS Y FRENTE RENOVADOR", PARA EL CASCO HISTÓRICO DE SAN ISIDRO
Por Oscar Andrés De Masi
El 4 de octubre de este año ha sido
presentado en el HCD de San Isidro un proyecto de ordenanza disponiendo la
"peatonalización" del Casco Histórico de esa ciudad (APP año 1976),
verdadero tesoro de memoria reflejada en sus marcas materiales. La iniciativa
es, ostensiblemente, virtuosa (porque es necesaria, conveniente y oportuna) y
se alinea con las tendencias que se verifican en diversos lugares del planeta
Tierra que respetan su pasado, para este tipo de áreas históricas, consolidadas
o no.
El texto es suficientemente explicativo de la
intención de la norma propuesta y de sus fundamentos, que hunden sus razones
epistémicas en conceptos interdisciplinarios como la movilidad accesible y el
resguardo inclusivo de las personas con movilidad reducida, la calidad de vida
y ambiente, los espacios públicos saludables, la preservación de los valores
del patrimonio arquitectónico y urbano del sector, la integridad de la unidad
de paisaje, la promoción del turismo de cercanía y sus impactos socioeconómicos
etcétera.
En suma, como dice el documento, se trata de
un modo, también, de construcción de comunidad.
Una vez más (y lo decimos hasta el cansancio
desde la cátedra, desde nuestras monografías y desde este blog), esa
historia que invade nuestro presente bajo la forma visible del Patrimonio (y
así ocurre en el Casco Histórico de San Isidro) nos explica de dónde provenimos
y quienes somos. Por eso merece el mayor de los respetos. Y si a ello se
añaden los argumentos de calidad de vida vecinal y ambiente, entonces ya nada
podría argüirse en contra de una iniciativa así de justificada y plasmada en un
proyecto con tan claro abordaje conceptual y tan apropiada redacción. Y ¿qué
mejor oportunidad que la próxima reapertura de la Plaza Mitre, para esta
impostergable mejora de la gestión de su entorno como área protegida?
Al presentar este proyecto, la porción
justicialista de la oposición en el Concejo Deliberante de San Isidro ha hecho
su tarea con evidente acierto y responsabilidad ante el interés público. Ojalá
que el oficialismo, como mayoría, responda con simétrica lucidez y compromiso.
Y podamos disfrutar hoy de un Casco Histórico peatonalizado y accesible, pero a
la vez garantizando para el mañana la preservación de la integridad de sus
valores patrimoniales y ambientales como unidad de paisaje. Porque, como
decía Johan Ruskin, los bienes patrimoniales no nos pertenecen: pertenecen a
las generaciones futuras.
sábado, 5 de noviembre de 2022
CORSI E RICORSI: FUNDADA PREOCUPACIÓN POR EL PATRIMONIO MONUMENTAL DE LOMAS DE ZAMORA
Por Oscar A. De Masi
Decía Santo Tomás de Aquino que la virtud
de la Esperanza consiste en la alegría anticipada por un bien futuro.
Ahora que soplan, por fin, nuevos aires
en la Comisión Nacional de Monumentos, Lugares y Bienes Históricos por
reemplazo de sus autoridades, germina la esperanza de una renovada mirada
integral de nuestro patrimonio monumental. Esa expectativa es, por tanto,
motivo de alegría para quienes respetan el pasado encarnado en los monumentos.
Por especial encomienda de la actual
Presidenta del organismo (la Lic. Mónica Capano, una figura de referencia en la
disciplina y, especialmente, en las vertientes del Patrimonio Inmaterial), días
atrás y en mi carácter de asesor honorario de la institución, he realizado una
visita al casco fundacional de Lomas de Zamora a efectos de realizar un relevamiento
organoléptico en ese sector de alta densidad monumental.
Ha de recordarse que las declaratorias
nacionales de bienes en esa área de la ciudad fue lograda en los tiempos en que
el Arquitecto Alberto S. J. de Paula presidía la Comisión Nacional de
Monumentos. Con él trabajamos en estas declaratorias tanto yo como Juan Martín
Repetto y Pablo Willemsen. Todo atropello a las cualidades patrimoniales de
esos bienes configura, también, un agravio a la memoria del principal cronista
de la historia lomense, que fue nuestro querido amigo Alberto.
La reciente comprobación de situaciones
que colisionan con las buenas prácticas en la disciplina ha sido consignada en
los respectivos Informes elevados ante el organismo nacional y que,
seguidamente, sintetizo:
A- Plaza “Victorio Grigera” (LHN)
1- Dado que el citado paseo ostenta el
carácter de Lugar Histórico Nacional, queda por ello sometido a la
superintendencia concurrente de la Comisión Nacional; por lo mismo, y toda vez
que los trabajos los viene ejecutando el Municipio local desde hace ya varios
meses, corresponde verificar en el organismo si existen informes, avisos
u otro tipo de actuación administrativa a este respecto, producida por asesores
o subdelegados locales, durante el mandato de la gestión directiva que culminó
en julio de este año.
2- La Plaza se encuentra cercada
actualmente por una malla perimetral que dificulta la toma de fotografías. Sin
perjuicio de ello, se han obtenido algunas imágenes desde fuera del cerco, para
mejor ilustración del caso.
3- Las obras que se observan consisten en
la remoción de los muretes de ladrillos-vista de los canteros en el perímetro
del paseo, para su reemplazo por otro tipo de contorno formado por módulos de
hormigón. También se realizan reemplazos en las veredas perimetrales y en los
senderos interiores. No se han observado, a la fecha, trabajos en el monumento
sanmartiniano (BIAN), aunque sí se advierte movimiento de tierra y recortes en
árboles.
4- Queda en evidencia que los aspectos
perceptuales de la Plaza están siendo sensiblemente modificados por el
reemplazo de morfologías, volúmenes y materiales tradicionales, que, aunque no
podrían estimarse como originales, se hallaban ya consolidados en el imaginario
vecinal tras el paso de varias décadas (como los muretes de los canteros,
construidos con aparejo de ladrillos vista y de elegantes aristas curvas, que
formaban las borduras del polígono), por otros elementos ortogonales de cemento
y de baja altura.
5- Claramente, la imagen que ofrecerá la
Plaza, una vez concluidas las obras, será diferente del registro que ofrecía
al momento de su declaratoria como LHN, cuando junto a De Paula realizamos
los relajamientos de rigor. Si estas suplantaciones responden a motivos
funcionales o a un mero ejercicio de nuevas estéticas, es un tema que deberá
dilucidarse a partir de una Memoria Técnica de los trabajos, la cual no se ha
tenido a la vista.
6- En cuanto al trazado de los senderos
interiores, no podría emitirse ahora opinión por no disponer de un plano que
documente la propuesta.
7- En suma, la intervención no luce
ajustada a un programa de recuperación de historicidad ninguna del paseo, ni
sometida a un corte epocal determinado, sino más bien, como se ha dicho,
parecería una operación de remozamiento ajena a los criterios patrimoniales
y más bien alineada con ciertas nuevas tendencias estéticas para los espacios
públicos que podrían encontrar su referencia modélica en las reformas más o
menos recientes de las plazas de la Ciudad de Buenos Aires. Porque, más allá
del color político, pareciera que es nota “aspiracional” de los municipios del
conurbano, el querer parecerse a la Capital, aún a costa de despojarse de los
rasgos identitarios tradicionales de sus espacios públicos.
8- Adicionalmente, corresponde hacer
notar que la Municipalidad de Lomas de Zamora no ha atendido, hasta ahora, el
reiterado pedido de la Comisión Nacional de Monumentos en el sentido de recuperar
la paleta monocromática de la fachada del Palacio Municipal (MHN) llamado
antaño el “Palacio Blanco” e incorrectamente pintada a rayas verticales
desde hace varios años; y, del mismo modo, no ha dado señales de avance
respecto de la reglamentación del “área de amortiguación visual” en el entorno
de la Plaza “Victorio Grigera”, creada por decreto del PEN n.º 216/2007.
B- Conjunto monumental de la Catedral y el
antiguo colegio parroquial (MHN)
Se han observado las siguientes
situaciones que afectan al templo y a su local anexo, ambos declarados en la
categoría de Monumentos Históricos Nacionales merced al decreto PEN 1020/2004.
1-En el presbiterio del templo
catedralicio continúa instalado un dispositivo de metal a modo de pasarela, de
ningún mérito estético e inconsistente con el lenguaje neorrenacentista del
edificio, colocado por delante del retablo mayor, cuya intención es facilitar
el acceso a la imagen devocional antigua de Nuestra Señora de la Paz y permitir
que los fieles y promesantes, situados en tal altura y cercanía respecto de la
hornacina que contiene el simulacrum, satisfagan los impulsos táctiles
de su devoción mediante el tocamiento de la talla.
1.2- Ya nos ocupamos de este tema en este
mismo blog, en mayo y en julio de 2017. En aquellas ocasiones
reflexionábamos acerca de esa especie de anapiesma, que nos hacía
acordar de la trampa por donde subían o bajaban los personajes en el teatro
griego… o su parecido con el pescante o tramoya de la escena española.
Ninguna de estas analogías favorece al artefacto en ese sitio.
1.3- Demás está decir que, con
independencia del obstáculo visual que este cuerpo de tipo industrial plantea,
y su impacto en los valores de amortiguación del retablo, el eventual contacto
físico con la imagen (tocamiento devocional) conspira contra su adecuada
conservación. Debe anotarse que durante el plan de puesta en valor y
restauración aprobado por la CNMMyLH en el año 2006 y que motivó el convenio
entre la autoridad diocesana y el Ministerio de Planificación Federal del 28 de
diciembre de ese año, el Estado Nacional invirtió recursos presupuestarios en
la recuperación de esa imagen, entre otros trabajos.
2- El mencionado plan de intervenciones
aprobado en 2006 también incluyó trabajos de puesta en valor de la llamada
Sede Parroquial (antes colegio parroquial). Entre ellos, una recuperación
de su patio histórico, donde se preservó un mástil y se plantaron naranjos a
modo de recreación de los plantíos de frutales a que el solar estaba destinada
en su origen remoto.
Una vista del patio del viejo colegio parroquial, antes de su intervención en 2007. Obsérvese el mástil de la bandera como testimonio de época (Foto OADM, 2006).
2.1- Con sorpresa (casi diría que con
estupor), como las imágenes lo atestiguan, se pudo observar que el patio, como
tal, ha desaparecido (lo mismo que los naranjos plantados por indicación del
Master Plan y solicitados con insistencia por Alberto de Paula, reemplazados… por
un cactus!) como espacio histórico vinculado al edificio del viejo colegio, al
haberse construido en su polígono un “cinerario” cuya estética resulta poco
menos que inexplicable, en el contexto de la arquitectura academicista,
tanto del edificio del antiguo colegio como del lateral este de la catedral.
2.2- La condición de Monumento Histórico
Nacional de este edificio anexo al templo impone al propietario la obligación
previa de someter ante la Comisión Nacional todo proyecto de intervención
material, a sus efectos vinculantes y conforme la preceptiva de la ley 12665.
¿Se cumplió con este procedimiento o la modificación del sector del monumento
ha acaecido en infracción a la norma?
3- Bonus Track para lectores
exigentes: en relación con el origen del viejo colegio parroquial que
integra el conjunto monumental declarado en el marco normativo nacional,
transcribimos el siguiente párrafo:
“En 1925 se produjo un cambio importante
en el entorno del templo y en la volumetría del conjunto, al construir en la
esquina de la calles Sáenz y el antiguo Camino Real (hoy avenida Hipólito
Yrigoyen) el colegio parroquial “Pbro. Dr. Antonio Sáenz”, obra del ingeniero
Pedro Recalt”.
Cfr. DE PAULA, Alberto S.J. y DE MASI,
Oscar Andrés, La Catedral de Lomas de Zamora. Historia y memoria de un
templo bonaerense. CNMMyLH, 2008, p. 58.
jueves, 13 de octubre de 2022
EL RELATO DE LOS HERMANOS STOESSEL: UNA TRAVESÍA EN AUTOMÓVIL A TRAVÉS DE AMÉRICA
Por Oscar Andrés De Masi
“32.000 kilómetros de
aventuras” es
el título que resume la distancia y los avatares de una travesía en automóvil,
desde Buenos Aires hasta Nueva York, durante los años 1928 y 1929. El ideal de
confraternidad americanista, según los autores, podía fortalecerse con una
política de vialidad capaz de vincular a los países limítrofes del continente.
He allí el motivo, casi idealista, de esta curiosa aventura que, de paso, venía
a probar, también, la calidad de los automóviles Chevrolet, en una época de puja comercial entre las distintas
fábricas automotrices que aspiraban a conquistar los mercados del sur
continental.
El relato fue
publicado en 1930 por los protagonistas principales, los hermanos Adán y Andrés
Stoessel, bonaerenses, hijos y nietos de alemanes. El abuelo había llegado en
1878 para establecerse en tierras de colonización en Hinojo (Olavarría). Don Miguel
Stoessel, fundó la colonia “San Miguel”, cuyo nombre vino a recordarlo, junto
con un paseo y un museo locales, de más reciente apertura.
Uno de sus hijos,
Andrés, llegado a la edad de 18 años, decidió instalarse por cuenta propia en
1880, y en 1897 se radicó en Coronel Suarez, donde organizó la estancia La Curumulán. En 1919 entregó la
administración a sus hijos .
Los hermanos Stoessel
se propusieron demostrar empíricamente la viabilidad de una carretera
literalmente “panamericana”, en un tiempo en que se hablaba de ella con una
mezcla de promesa y de utopía. Utilizaron un Chevrolet “de serie” y pusieron rumbo al norte, junto al mecánico
Humberto Tontini y al acompañante Carlos Díaz.
A tenor de su
narración, sus peripecias fueron incontables y pudieron superarlas con ingenio,
con la cooperación de las poblaciones nativas y sus fuerzas vivas en muchos
casos, y con la ventaja de hallar en el camino las filiales del Automóvil Club
Argentino. Y, por supuesto, gracias a la resistencia del vehículo elegido. El
último capítulo del libro es, virtualmente, un panegírico de la empresa General
Motors y sus procesos industriales. Antes de llegar a Nueva York, los viajeros
pasaron por Detroit, “la cuna del
Chevrolet”, donde fueron recibidos por los más altos ejecutivos de la
compañía, y pudieron visitar la planta industrial y sus laboratorios de
pruebas, lo mismo que el campo de ensayos de Milford. Antes que ellos, no
muchos argentinos (quizá ninguno) habrían sido huéspedes agasajados en una
visita semejante.
Soportaron caminos
inhóspitos en las selvas peruanas o en los páramos colombianos, debieron
sortear ríos y arroyos, padecieron inclemencias en las alturas cordilleranas y
lluvias torrenciales, fueron presa de mosquitos, eludieron por poco a los
caimanes del Magdalena y a los bandoleros nicaragüenses (bandas residuales de
la diáspora del “sandinismo”, pero sin Sandino) y, tras llegar al destino
pretendido, regresaron a la Argentina, mientras el Chevrolet permaneció como un recuerdo glorioso en el Museo de la
General Motors en Detroit.
Por otra parte, el
viaje sirvió como comprobación del prestigio que el nombre de Buenos Aires,
como gran capital de timbre europeo, concitaba en el resto de Latinoamérica .
miércoles, 28 de septiembre de 2022
ARQ. CARLOS HILGER (1950-2022). IN MEMORIAM
A Carlos Hilger no lo veía desde tiempo atrás, y lo reencontré hace unos cinco años, por intermedio de Julio Cacciatore. Los temas de conversación no habían variado, aunque la maduración era diferente: la arquitectura, los seudo patrimonialistas vernáculos, el edificio Barolo y Palanti, la masonería, la Divina Comedia, Napoleón Bonaparte, Perón y el peronismo, Dante y sus cenizas, las mañas de los ambientes académicos, y, de nuevo, Dante, Palanti, Perón y Barolo…e ntre otras cosas.
Carlos poseía una inteligencia aguda y
mordaz, nimbada por ese ineludible pesimismo que encierra todo sarcasmo. Pero
no era un ser amargo: al contrario, su talante lo inclinaba al humor verbal y
al juego de palabras. Su convicción política era explícita y coherente con su
itinerario personal. No era proclive a las concesiones pasteleras para con los
mediocres, los camaleones ideológicos o los impostores intelectuales y morales.
Cultivaba también cierta atracción por el
recóndito universo de las rariora, arcana y aenigmática, aunque siempre
hallaba una salida profana. Su conocimiento de la arquitectura moderna era tan
sorprendente y connatural como su versación dantesca. Lo recuerdo, recitando de
corrido largos párrafos del Infierno, en los cuales acentuaba la
pronunciación italiana.
La tertulia con Hilger y Cacciatore ocurría,
frecuentemente, en un lugar impensable para el convivio sapiencial: en
la pizzería La Torre, de Retiro. De ese punto de encuentro sin pretensiones de
elegancia, hicimos, por costumbre, un ámbito de causerie con ínfulas
eruditas, que se prolongaba por no menos de tres o cuatro horas.
La preocupación por el patrimonio identitario
argentino (su destrucción, su degradación, su falseamiento) era últimamente un
punto de convergencia en nuestra agenda. Paralelo a “su” personal obsesión por
aclarar en vano ante los medios de prensa, que no eran suyas muchas de las
teorías esotéricas que erróneamente se le atribuían, a propósito del Palacio
Barolo, cuyo “guión turístico” era también, para él, era una especie de cruzada
personal.
Recuerdo ese homenaje que tributamos en el
cementerio de la Recoleta al egregio lingüista Matías Calandrelli: los únicos
asistentes fuimos Cacciatore (que escuchaba respetuosamente), Hilger (que
filmaba respetuosamente) y yo (que leía el discurso). Fue algo cercano al
bizarro, pero muy conmovedor.
Firmamos juntos (Carlos y yo) una nota para
la revista Habitat el 12-X-2021, en la cual le pusimos nombre propio a
la estulticia “cholula” y oportunista de encontrar valores patrimoniales
relevantes y ejemplares en un chalet edificado en una azotea, frente al
Obelisco, en flagrante infracción municipal epocal. Como dije antes, Hilger no
hacía concesiones a la frivolidad. Yo tampoco y tampoco Cacciatore. Quizá por
eso, mayormente, nuestra afinidad era instintiva.
Nos vimos por última vez hace unos meses, de
visita, también junto a Julio, en el local anticuario de Enrique Espina Rawson,
donde la charla versó acerca de las cosas porteñas de antes.
Et in Arcadia, ego… la muerte nos privó
del brillo de su presencia y las ironías de su ingenio, pero no logra
arrebatarnos el privilegio amical de recordarlo, mientras Carlos habite (desde
el viernes pasado), por distancia y por vastedad, en los piélagos de la
memoria.