Por Oscar Andrés De Masi
Para Viaje a las estatuas
Abril de 2018
Foto oadm 2017
¿Qué está ocurriendo con algunos
edificios declarados como "monumentos históricos nacionales" y
sometidos a curiosas intervenciones en su materialidad visible?
Ya nos hemos referido al caso de la
Iglesia de Nuestra Señora de Fátima en Martínez, cuya fachada aparece
desfigurada por el agregado de una estructura de metal a modo de pórtico
virtual. Si bien la estructura es conmemorativa y provisoria (y la Comisión
Nacional de Monumentos ha relajado su
directiva de retiro de la estructura, autorizado su permanencia hasta octubre),
no hay duda de que las características visuales de la fachada han sido
modificadas durante estos meses, apartándose de la neta simpleza de su
concepción original. En suma, la "autenticidad" del edificio aparece
comprometida, y la impronta creativa de sus proyectistas se ha modificado. Vale
decir, una obra de arte ha sido modificada con elementos de dudosa pertinencia
formal, traicionando la estética original y sus más sinceros elementos
gramaticales.
El caso persistente del Palacio Municipal
de Lomas de Zamora (monumento histórico nacional y proyecto de Alberto
Bogani ejecutado por Pío Ricagno) es ya un clásico "de manual": unas
rayas verticales de tono gris vienen a traicionar la voluntad de forma
proyectual y la preceptiva monocromática de su lenguaje racionalista que le
valiera en su tiempo el mote de "Palacio Blanco"… Sumado a ello, el
ridículo "bonete" que forma el parapeto sobre la torre-reloj…
Ahora toca el turno al "Palais de
Glace" en el barrio de la Recoleta, en Buenos Aires, que también goza de la categoría de monumento
histórico nacional merced al Decreto del PEN Nº 570/ 2004.
Se trata de un edificio construido allá
por los años del Centenario como pista de patinaje sobre hielo (muy a la moda
entre la burguesía porteña) y, luego, transformado en salón de ejecución y
baile de tangos, donde se lucieron conocidas orquestas.
En 1931, el edificio pasó a propiedad de
la Nación, como sede de la Dirección de Bellas Artes. En 1932 se realizó allí
el primer Salón Nacional de Bellas Artes.
Para satisfacer esta nueva función, se
encargó al arquitecto Alejandro Bustillo una intensa reforma, entre los años
1932 y 1935. Vale decir, que el aspecto exterior es eminentemente
"bustillano".
Y he aquí el interrogante que cabe
formularse, más allá de la simpatía o el rechazo que pueda motivar este
reciente gesto decorativo, consistente en la aplicación de pintura mediante
bandas diagonales (¿ de tipo "camouflage" o "animal print"
geométrico?…) y tubos de neón (insertados mediante tarugos en el muro): si el
edificio se despojó en los años 30 de su eclecticismo "Beaux Arts" de
origen, para adoptar en canje la severidad propia del neoclasicismo de
Bustillo (y recalco la palabra "severidad", que los romanos
llamaban severitas y también gravitas) ¿no traiciona esta
intervención "frívola" la kunstwollen de Bustillo? ¿no
desfigura de un modo ridículo la "marca de autor"? Cada uno de
ustedes formulará su respuesta.
En cualquier caso, son preguntas que es
válido formularse y que debería responder la Comisión Nacional de Monumentos en
el marco de las facultades de superintendencia que le confiere la Ley 12665.
¿Las ha ejercido? ¿Autorizó la Comisión esta intervención ridiculizante, que
traiciona el quid del canon bustillano? ¿Qué opinaría el autor del
célebre ensayo "La belleza primero" -una apología, quizá
anacrónica, pero apología al fin, del lenguaje clásico en la arquitectura- de
esta especie de piel-tricolor-de-cebra-pop-glam? ¿Alguien preguntó qué opinamos
los vecinos del barrio?
En cualquier caso, se impone otra
pregunta que concierne a la cuestión bio-medioambiental (o al simple sentido
común y al respeto inter-especies en un mismo medio urbano): ¿era necesario,
también, pintar el nido del hornero?…
Repitámoslo una vez más, loud &
clear, con el énfasis de la Escuela Lombarda del patrimonio y la convicción
de los abordajes histórico-científico-filológicos: la
"ridiculización" de un edificio monumental impone un límite
crítico y ético a toda intervención y reclama, a su vez, acciones de
liberación material de los elementos "ridiculizantes". Tal fue la
lógica que permitió, por ejemplo, retirar del Panteón de Agripa las
torres-campanarios colocadas por Bernini, en razón del apodo burlesco que el
pueblo romano les endilgó, llamándolas "orejas de asno". ¿Qué decir,
pues, de las estructuras metálicas y las rayas de color que están apareciendo
en algunos monumentos argentinos?