viernes, 3 de diciembre de 2021
lunes, 15 de noviembre de 2021
LA VIDA, LAS OBRAS Y EL EJEMPLO DE UN GRAN ARTISTA ITALIANO RADICADO EN LA ARGENTINA
Por Oscar Andrés De Masi
La figura del escultor italiano radicado en
la Argentina, Luigi Trinchero, ofrece el contraste de una carrera brillante y
de una producción artística tan excelente como abrumadora, versus una
fama actual muy inferior a sus méritos. No es extraño ni es el único caso en
nuestro medio. De ahí que este libro que comentamos (Luigi Trinchero, el
escultor del Teatro Colón, Maizal ediciones, 2021), cuyos autores son María
del Carmen y Gustavo Trinchero, nietos del escultor, viene a llenar un vacío en
la bibliografía y a reparar un hueco en la memoria histórica de las artes
plásticas en nuestro país. Era, pues, un libro necesario.
Trinchero había nacido en el Piamonte en
1862, y tras haber fraguado su vocación y acrisolado su idoneidad en la
Academia Albertina de Turín (cuyo plan de estudios había sido reajustado por el
maestro Odoardo Tabacchi), y luego de sus primeras experiencias creativas en
Niza, en Faenza y en Florencia, llegó a Buenos Aires el 29 de octubre de 1888,
con la cabal maestría del oficio. Por entonces, las obras públicas y privadas,
tanto en la Capital como en La Plata, demandaban arquitectos, ingenieros,
artistas plásticos, técnicos y operarios, mayormente italianos, que
concurrieron al embellecimiento de la edilicia en ambas ciudades.
Vinculado desde el comienzo a colegas
establecidos entre nosotros (como Victor de Pol) y a otros “oriundi” que
ya no retornarían a su patria, su inserción laboral fue rápida (pese a la
crisis de 1890 que dió término a la presidencia de Miguel Juárez Celman) y su
arraigo fue definitivo. Aquí formó una familia, aquí trabajó y aquí murió en
1944. Como tantos compatriotas, se había asociado al Círculo Italiano en 1908.
De sus obras llama la atención no sólo la
ostensible calidad (aquella matriz académica italiana no hubiera fallado en
materia de escultura), sino también la inspiración por momentos fantasiosa de
sus temas, la riqueza expresiva y el pathos de su modelado y el volumen
cuantitativo de su producción. Tal vez las esculturas más conocidas (aunque
para el observador no resulte tan reconocible su autor), o al menos las más
visibles (aunque pocos reparen en ellas), sean aquellas que decoran el Teatro
Colón (la totalidad del programa estatuario y decorativo le pertenece), el
relieve en el tímpano de la basílica de La Piedad, la puerta de bronce en el
edificio del Centro Naval, el relieve en el mausoleo de Roverano y las
esculturas en la bóveda Bettinelli en el cementerio de la Chacarita, los bustos
en la fachada de Unione e Benevolenza, las decoraciones en el Salón Dorado
del diario La Prensa, el monumento a Martín Rodriguez o la imagen de Stella
Maris en Mar del Plata.
Es digno de anotarse que apenas quince años
de arraigo en un país lanzado al anchuroso horizonte de la grandeza (y capaz de
asimilar a los extranjeros dispuestos a cimentar con su trabajo esa grandeza)
le permitieron artista italiano que llegó al Río de la Plata sin hablar nuestro
idioma, obtener la encomienda más relevante de su larga carrera: ornamentar con
una miríada de esculturas y relieves el teatro lírico par excelente de
la República Argentina. Un logro que tantísimos otros escultores hubieran
deseado concretar.
Pero la vastedad de su catálogo excede en
mucho a una prieta enumeración y se extiende a los grupos de figuras en el
coronamiento de numerosos edificios, estatuas en residencias particulares (como
en el “castillo” de Naveira), bustos de próceres y de celebridades y alegorías
ornamentales. De no menor cuantía y valía es su obra perdida, ya sea en
edificios demolidos o a causa de la imposibilidad de establecer el paradero
actual de tal o cual pieza. Asimismo, entre una variedad de proyectos no
ejecutados, se destacan, entre otros, los monumentos a Leandro N. Alem o a
Garibaldi, y unas fuentes ornamentales que propuso para la ciudad de Buenos
Aires, sin éxito.
Ciertamente no fueron los grandes monumentos,
sino otros trabajos de indudable calidad los que, en su momento, le dieron
dieron fama y posición, aunque paradójicamente, tal vez el carácter
"decorativo" de aquellas obras, iba a advenir como la coartada de una
miope y reductiva mirada crítica que, décadas después, dejaría rezagado
injustamente su nombre (casi hasta el olvido) en el elenco de los grandes
escultores del país. En cualquier caso, la mengua de sus encomiendas
artísticas, que no disminuyó su prestigio en vida, debe relacionarse con la
moda de esa vanguardia racionalista que comenzó a despojar a las fachadas, los
remates, los cielorrasos, las cornisas y las enjutas, de adornos escultóricos.
El cierre de su taller en la calle Sarandí fue no sólo el final de un ciclo
para él, sino la metáfora del ocaso de una época dorada del decorativismo en la
arquitectura porteña. Lamentablemente no formó escuela ni prolongó su
magisterio en ningún discípulo, aunque un nieto suyo que lleva su mismo nombre
de pila se ha destacado como ceramista. Pero él no alcanzó a saberlo.
La vida de Luigi Trinchero, aún con las notas
singulares e intransferibles de su biografía personal, calca la aventura de
tantísimos inmigrantes italianos que arribaron a estas tierras, y que fueron
portadores no sólo de sueños de éxito y progreso material, sino también, tanto
de las finezas espirituales de esa gran nación que era su patria de origen,
como de las destrezas técnicas y el empeño laborioso para concretar a destajo sus
utopías.
En ese sentido, y aunque parezca un cliché
(que no por muy repetido deja de ser verdadero), los hombres y mujeres como
Trinchero siguen siendo un ejemplo iluminador para esta neo Argentina desconcertante,
que se muestra pródiga en el dispendio de subsidios a favor de quienes no
trabajan, a contrapelo de aquellos valores que debió enarbolar como una
oriflama existencial el escultor piamontés: que el salario se gana con el sudor
del propio esfuerzo. Y, de paso, que la belleza se conquista con el largo
estudio y la disciplina del oficio.
domingo, 24 de octubre de 2021
Dr. Jorge E. Berardi. Presidente del Círculo Italiano. IN MEMORIAM
Consternado aún por la noticia del fallecimiento del Dr. Jorge Berardi, poco podría expresar, puesto que toda palabra se exhibe indigente ante la medida del dolor, y todo comentario sería, por mucho, inferior en hondura al motivo que lo provoca. Cuesta aceptar que Jorge sea, desde ahora, un habitante del territorio del recuerdo.
Pero aún en la tristeza de este momento, la figura humana de nuestro común amigo (sin entrar a evocar aquí la largueza de sus logros profesionales) se impone con una extraña marca vital, como si aún pudiera ocurrir ese reiterado encuentro, asaz casual, en alguna vereda o en algún café de la Recoleta. Encuentros proclives a la brevedad, pero nutridos de conceptos ponderados. Y hago notar que, consistente con la raíz latina de la palabra "ponderar", su primera acepción en español significa "pesar". Porque así era el modo discursivo de Jorge, que pesaba muy bien cada palabra, con un particular ritmo y el dejo de una entonación sentenciosa. Sus frases eran, ciertamente, "ponderadas", en el platillo de la balanza de su vasta experiencia, de su rigurosa inteligencia y su don de gentes.
Era, sin duda, un caballero cabal que convocaba una inmediata simpatía y que despertaba en sus interlocutores una escucha atenta, basada en ese respeto intelectual que las personas honestas tributan con naturalidad a quienes se han ganado, por la fuerza moral de su conducta y por la fuerza lógica de sus ideas, un sitio de autoridad ante sus semejantes. Una autoridad, en su caso, alejada de solemnidades rígidas, e interlineada con el tono constante de se carácter afable y sus formas cumplidas y ceremonieras.
Jorge Berardi era una de esas figuras de referencia, y su voz atenuada, equilibrada y amable, contrastaba con perfiles nítidos y propios, en el contexto de una sociedad argentina que parece autocomplacida en la construcción de una nueva subjetividad poblada de frivolidades, de enunciados casquivanos y de griteríos sin sustancia.
Era, a su modo, el arquetipo de esa especie virtualmente en vías de extinción, que es el porteño de vieja cepa y buenos modales. Y es una coincidencia notable, que haya partido de este mundo justo un 12 de octubre, que antes se llamaba "día de la raza"; justamente él, que supo sintetizar los valores de una "raza espiritual" antes que etnográfica, cifrada en la cultura y la civilización que nos legó Europa y hundió sus raíces en nuestra tierra durante décadas.
Para Jorge, como amigo, como docente y como líder de equipos profesionales, valen las palabras que Dante Alighieri sintetizó el ethos de Virgilio, su mentor espiritual: Tu duda, tu signore, tu maestro...
Decir que lo vamos a extrañar, como si el verbo conjugado en tiempo futuro fuera a distanciar el instante de la pena, sería una obviedad imperdonable. Porque desde ahora mismo que su patria es el infinito reino de la memoria, comenzamos a extrañarlo.
Oscar Andrés De Masi
12-X-2021
martes, 12 de octubre de 2021
120 AÑOS EDIFICIO DE LA IGLESIA ORTODOXA RUSA: UN LIBRO DEL EDITOR DE NUESTRO BLOG SE SUMA A LA CONMEMORACIÓN
Por Imafronte
Para Viaje a las Estatuas
El domingo 10 de octubre fue conmemorado el 120.º aniversario de la inauguración y la consagración del edificio de la Iglesia Ortodoxa Rusa de Buenos Aires, situada frente al Parque Lezama desde octubre de 1901.
Por la mañana se celebró una solemne liturgia según el rito ortodoxo y, por la tarde, se realizó un acto cultural. En la primera parte, cumplida en el recinto del templo, el Coro Likui, proveniente de Río Negro y dirigido por la maestra Olga Liudkova, ofreció piezas de su repertorio en idioma ruso. La calidad de esta agrupación merece los más calurosos elogios.
Previamente, el arcipreste Alejandro Iwazsewicz pronunció un discurso evocativo en ruso y en español.
Luego se pasó al salón parroquial, donde el embajador de la Federación Rusa presidió el brindis y pudieron degustarse diversos bocadillos de tradición gastronómica rusa, mientras se disfrutaba de la muestra de fotografías y de objetos litúrgicos que se expusieron para esa ocasión.
Para el cierre, el Dr. Oscar De Masi fue invitado pronunciar unas palabras de contenido histórico a modo de síntesis de su obra acerca de La Iglesia Ortodoxa Rusa de Buenos Aires, editado por Ágape Libros con el auspicio de la comunidad San Sergio. A su turno, el autor cedió el micrófono al arquitecto Julio Cacciatore, prologuista de la obra, quien se refirió a la arquitectura rusa.
Seguidamente ofrecemos una breve entrevista que realizamos al editor de nuestro blog.
¿Qué sentido tuvo la conmemoración del pasado 10 de octubre?
OADM: En octubre de 1901 se inauguró el edificio de la Iglesia Ortodoxa Rusa frente al Parque Lezama. La piedra fundamental había sido colocada el 18 de diciembre de 1898, en la fiesta de San Nicolás Taumaturgo y onomástico del zar Nicolás IIº .
De
este modo, finalmente, lograba hacerse visible la comunidad de los ortodoxos de
Buenos Aires.
¿En qué momento de la historia de la diversidad religiosa llegan los ortodoxos?
OADM: La llegada de los ortodoxos es un fenómeno de la segunda mitad del siglo XIX, ya dictada la Constitución Nacional y su fomento de la inmigración, con los flujos aluvionales, cosmopolitas y exóticos, que vienen a completar el cuadro de los contingentes anteriores de ingleses, alemanes, suizos, italianos, españoles y franceses. Ahora llegan familias e individuos de Rusia, del Imperio Otomano, de Siria, de Polonia, de Serbia y Montenegro, de Bulgaria y de la Dalmacia, de Grecia, etcétera. Y con esos grupos llegan la Ortodoxia y el Judaísmo, para completar el panorama de la diversidad religiosa en el país.
La
nota constante es que cada comunidad trae consigo una identidad lingüística,
cultural y religiosa. Por esto último, cada una de ellas levanta su templo. Y
esos edificios que al comienzo eran un patrimonio exclusivo e introvertido de
las colectividades, hoy se han convertido en patrimonio común de los
argentinos.
¿Cómo se organizó la primera comunidad de ortodoxos?
OADM: ERA una comunidad de varias naciones. Mayormente eran griegos, serbios, montenegrinos, búlgaros, dálmatas y migrantes de lengua árabe (sirios, libaneses, antioquenos) que vivían en La Boca o en Barracas y se dedicaban en gran medida a la marinería. Eran pocos los rusos. Deseosos de practicar su rito de modo apropiado, formaron una asociación en 1887 y peticionan al zar la creación de una iglesia y el envío de un sacerdote. Y lo logran: en 1888 el zar Alejandro IIIº decreta la creación de la Iglesia Ortodoxa Rusa adscripta a la Legación rusa en Buenos Aires.
Fueron comienzos muy modestos, en una pequeñina capilla improvisada en dos locales alquilados en la calle Talcahuano. Para atender ese servicio llega el P. Ivanoff a finales de 1888. Y el 13 de enero de 1889 se celebra la primera misa ortodoxa en la Argentina. Se aprovechó esa liturgia para bautizar a niños y niñas.
De este modo se va perfilando esa minoría multinacional, pero donde los rusos van tomando el papel más activo, al amparo de un Imperio poderoso y protector de la fe ortodoxa aún fuera de las fronteras de Rusia.
¿Cuándo y cómo aparece en escena el P. Constantino
Izrastzoff?
OADM: Lamentablemente el P. Ivanoff debió regresar a Rusia y la comunidad quedó sin pastor, incluso acumulando deudas por el alquiler del local de la capilla. Entonces aparece en escena el P. Constantino Izrastzoff. Es ruso, había nacido en 1865 en Zadore, se formó con notas sobresalientes en la Academia de San Petersburgo y se hará casado con Elena Bouhade. Llega a Buenos Aires en 1891, o sea que tenía apenas 26 años.
Pero se caracteriza por tres rasgos de su personalidad: una profunda espiritualidad, un carácter ejecutivo y dinámico, y una vasta cultura y tono diplomático. Él se sabe portador de una misión, y por eso confía en la Providencia como hombre de fe, pero también confía en las ayudas humanas. Se ha propuesto levantar un templo digno de la Ortodoxia ancestral, pero los efectos de la crisis del 90 en nuestro país le impiden obtener recursos del crédito local. En 1897 lo encontramos en Rusia, predicando y solicitando ayudas de la familia imperial y del pueblo ruso. Las consigue y con esos recursos, más aportes locales, se levanta el templo. Y ya desde ese momento el P. Izrastzoff se va perfilando como una figura de referencia para los ortodoxos y en especial para la colectividad rusa. Por eso será condecorado por la corte imperial con la Orden de Santa Ana. Y tendrá un papel relevante luego de la revolución bolchevique en la salvaguarda de la integridad de la Iglesia Rusa en la Argentina y en Sudamérica, y en el rescate de muchos compatriotas en el exilio. A su muerte, en 1953, el general Perón autorizó expresamente que fuera sepultado a la entrada el templo.
¿Cómo se proyectó el edificio?
El estilo podría definirse como “moscovita”, que recibe la influencia de un “revival” de la arquitectura histórica rusa en el siglo XIX. Llama la atención el remate con las cúpulas del tipo “bulbosas" que popularmente se llaman “cebollas” Sin duda es una marca exótica en el paisaje urbano del barrio.
¿Cuál fue el rol del arquitecto Christophersen?
OADM: Si bien no fue el proyectista, el papel de Alejandro Christophersen fue relevante porque aceptó no sólo dirigir la obra y donó sus honorarios, sino porque debió hacer un ajuste de la planta del edificio in situ. Ocurre que el proyecto enviado desde Rusia desarrollaba el templo en el sentido longitudinal del lote, orientando el altar hacia el centro de la manzana. Pero según los preceptos de la liturgia oriental, el iconostasio debe estar orientado hacia el este (o sea, en este caso, hacia el río), por lo cual Christophersen debió “girar” la planta del edificio. Por su rol en este proceso merece que su firma esté en la fachada del templo, como de hecho está, pero quizá un acto de justicia intelectual reclame que también figure el nombre de Prebraszensky.
¿Cuál es el aporte de este libro acerca de la Iglesia Ortodoxa Rusa de Buenos Aires?
OADM: Más allá de los folletos que en su momento publicó el P. Izrastzoff y un artículo del historiador Alberto de Paula, no existía en nuestra bibliografía un trabajo que abordara en forma completa la historia de la comunidad ortodoxa, y la historia de este templo y sus aspectos estéticos. En ese sentido, el libro viene a llenar un vacío.
Como
todo libro de historia, este libro nos provee un relato histórico. Pero el
relato nunca es un fin en si mismo, sino un medio para activar la memoria de
una comunidad y evitar que el olvido haga su obra destructora. La historia de
esta Iglesia nos habla de la épica de la inmigración, del valor de la fe, y de
la fortaleza identitaria de las minorías. He allí el verdadero tesoro que se
conserva dentro de la materialidad magnífica del templo. Es una síntesis y una
metáfora de la función que desempeña el patrimonio en una sociedad: preservar y
resignificar a través de lo material, una memoria y una identidad inmateriales
y valiosas.
miércoles, 15 de septiembre de 2021
martes, 14 de septiembre de 2021
domingo, 9 de mayo de 2021
LA EXITOSA GESTIÓN DEL EDITOR DE NUESTRO BLOG PERMITIRÁ RESTAURAR LAS CAPILLAS DE LOS CEMENTERIOS ALEMÁN Y BRITÁNICO
La foto es elocuente: muestra el momento
de la descarga de los andamios frente a la capilla de responsos del Cementerio
Alemán, el martes 4 de mayo de 2021.
Tras casi siete años de intensas
gestiones iniciadas y lideradas por el Dr. Oscar De Masi ante el Ministerio de
Obras Públicas de la Nación (de las cuales hemos informado en este blog),
finalmente comienzan las obras de restauración de ambos monumentos nacionales
(cuya declaratoria nacional también fue iniciativa de nuestro editor, en el año
2010, cuando se desempeñaba en el directorio de la Comisión Nacional de
Monumentos).
La licitación pública ha dado como
resultado la adjudicación a la empresa Consulper, que acredita experiencia en
intervención de edificios patrimoniales.
Este logro, fruto del sostenido empeño, el expertise y la paciencia de un profesional que ha dedicado ya tres décadas al Patrimonio Cultural argentino, contó con el apoyo de ambas instituciones de colectividad: la comisión de cementerios del Cementerio Alemán y el “board“ del Cementerio Británico. Matías Storni, Peter Becker, Guillermo Janecki, Andrew Gibson, Tim Lough y Fernanda Selva mantuvieron (pese a numerosos escollos burocráticos) su confianza inalterable en la capacidad de De Masi para llevar a buen puerto este proyecto, concebido junto al especialista en obras patrimoniales, arquitecto Rubén Otero, quien (secundado por la arquitecta Marcela Fugardo), tendrá un importante rol de asesoramiento en representación de ambos cementerios.
Otro pilar de esta gestión fue el arquitecto Guillermo Frontera, quien no sólo coordinó el equipo de proyecto de la entonces DNA (integrado por las arquitectas Silvia Moscardi, Diana Meyer y Blanca Rinaldi), sino que acompañó permanentemente la tramitación, aún en momentos en que la esperanza parecía alejarse del horizonte.
Una mención corresponde al arquitecto
Eduardo de Bianchetti, profesional de planta permanente del Área Técnica de la
Comisión Nacional de Monumentos, quien tuvo a su cargo el Informe de rigor
relativo al PET elaborado por la Dirección Nacional de Arquitectura.
También, prestó su colaboración el ingeniero Octavio Frigerio, que amistosamente se interesó por este proyecto que, lamentablemente, la inoperancia de la gestión del PRO no pudo, no supo o no quiso concretar.
Y también el agradecimiento al “chairman” del ABCC, Jimmy Bindon, por su constante interés en el proyecto.
Consultado De Masi, expresó su
satisfacción y su reconocimiento a quienes confiaron en su gestión. Nos dijo,
escuetamente: -Mi principal capital es mi palabra, la cual había empeñado
ante ambas instituciones, hace ya varios años. Hoy puedo decir que, una vez más
en mi vida, he cumplido con mi palabra… Sólo me resta agradecer a quienes
confiaron en mi y acompañaron esta gestión exitosa-
La intervención comprende ambas capillas
de responsos, la cripta del cementerio Británico y el pórtico del cementerio
Alemán.
martes, 13 de abril de 2021
EL EDITOR DE NUESTRO BLOG EN LA CEREMONIA DE “REINSTALACIÓN” DE LA ANTIGUA CRUZ DE LA IGLESIA DE LA PIEDAD
El viernes 2 de marzo (Viernes Santo en
el calendario católico romano) fue reinstalada en el interior de la Basílica de
Nuestra Señora de La Piedad, la antigua cruz de hierro forjado, perteneciente
al templo colonial demolido a finales del siglo XIX.
Para quienes deseen mayor información,
pueden leer este tema en la obra del editor de nuestro blog La Iglesia de
Nuestra Señora de la Piedad del Monte Calvario: apuntes históricos y artísticos
e interpretación patrimonial. Ed. Agape, 2020, pp. 169 a 172.
Foto:Rubén Ravera Foto: Rubén Ravera Foto: Rubén Ravera
domingo, 14 de febrero de 2021
ALEJANDRO SICCARDI. IN MEMORIAM
De todos los imaginarios posibles, el
que nunca imaginé es aquel que vino a habitar las horas de este sábado triste
de febrero.
De todos los textos que alguna vez
conjeturé que iba a escribir, éste es el más inimaginable.
¿Qué puede ofrecer la palabra indigente
ante el hecho absurdo de esta muerte inexplicable?
¿Cómo era Alejandro Siccardi, a quien me
resisto a pensar, ahora, como si fuera un recuerdo?
"Cumplido y ceremoniero". Así
definió el historiador José Torre Revello, al virrey Sobremonte. Del mismo
modo, mi primera y dolorosa evocación de mi amigo y doblemente colega, me
conduce a aquellas dos prietas notas de su carácter: "cumplido y
ceremoniero". Llegué a decírselas y a desgranar su sentido, hace tiempo,
en un almuerzo en Recoleta. Se mostró conforme.
"Cumplido", porque tomaba con
absoluta seriedad y responsabilidad los asuntos de su incumbencia profesional.
La "gravitas" de los antiguos
romanos también conviene a este modo de encarar las cosas serias entre manos.
"Ceremoniero", porque revestía
de formas pulidas como un cristal sus maneras ceremoniosas y sus expresiones,
ya fueran éstas últimas pronunciadas en una clase, vertidas en un escrito
jurídico o grabadas en un mensaje de Wapp.
Marcaba la modulación rítmica de sus
frases verbales a través de períodos cortos, como separados con puntos
seguidos. Como quien recita un ritual y ahorra la respiración hasta el final.
Aunque, a veces, insinuaba una
conclusión con puntos suspensivos, cuando prefería no emitir un juicio y, en
particular, si el juicio recaía en un colega del trabajo. Tal era su recato.
Cumplido y ceremoniero, además, por su
observancia de la práctica de la respuesta
a las consultas y a los llamados telefónicos, una señal de cortesía que delataba su buena
crianza y su don de gentes.
Había en él algo cercano al hábito de
una "consagración" sui generis. Parecía vivir una vida consagrada a
su función de asesor legal de la UNAB, a su rol como docente y a sus deberes
como hijo único de padres muy ancianos.
¿Pudo esta excesiva y, de a ratos,
obsesiva diligencia, lastimar a tal punto su salud? No lo descartaría.
No tenía la fibra belicosa del guerrero,
ni la voluntad de poder del político. Ni siquiera tuvo la charlatanería vacua
del abogado picapleitos. Pero sabía pelear sus contiendas burocráticas con el
herramental dialéctico de la lógica jurídica.
De haber nacido en el Egipto antiguo,
hubiera encarnado a aquel "escriba sentado" que plasmó un imaginero
para toda la posteridad.
En Roma, lo imagino, o bien togado y
erguido en la rostra, alegando razones forenses, o bien despachando documentos
en la Curia Ostilia.
Si hubiera nacido en la Edad Media,
habría sido un clérigo versado en ambos derechos, el romano y el canónico,
prestando su consejo a alguna corte europea.
Y en la España cervantina, habría
vestido en sus mocedades el atavío talar del "bachiller".
Pero le tocó nacer en el siglo XX y
eligió como carrera la abogacía, y como vocación la función pública, con una
marcada inclinación por el derecho administrativo y su aplicación en las
instituciones de enseñanza superior.
Y, como en los tantos casos de hombres
de leyes que actuaron en la Argentina del siglo XIX (López y Planes, Varela,
Alberdi, Avellaneda, Saldías y otros), detrás del jurista latía el corazón de
un humanista, un espíritu sensible a quien seguían conmoviendo los atardeceres
porteños, y a quien no resultaba ajena la belleza, ya fuera de una pintura, una
escultura, un edificio, un objeto añejado por el tiempo, o una partitura
musical (a propósito de lo último, su tío abuelo o tío bisabuelo fue el gran
compositor lomense Honorio Siccardi, autor de "La quena", entre otras
composiciones nativistas. Habíamos pensado en escribir, juntos una biografía de
aquel ancestro).
De ahí su interés por las artes
plásticas, la música y las antigüedades, que eran el tema de su charla privada,
una vez despojado del oficio leguleyo,
cuando regresábamos de Adrogué compartiendo un Uber o la
"combi". Era rápido el trayecto para tanta charla que, alguna vez, se
alargó en un café de la avenida de Mayo.
Fue, además, un profesor sobresaliente,
que aunque no siempre desplegara los recursos de una retórica
"flamboyant" o de un histrionismo conmovedor, tenía sus momentos
iluminados.
Sus clases lucían prolijamente construidas,
acertadas en su concisión didáctica, y sólidas en la complexión de sus
contenidos. No podía, sino, despertar el atento interés de los alumnos y
alumnas, y la admiración de los colegas. Me reconozco como uno de aquellos admiradores.
Fue, a mi juicio, un modelo de docente,
muy especialmente para los cursos iniciales de la Universidad browniense.
Porque, a la par de los mentados
contenidos y el acierto bibliográfico, el profesor Siccardi enseñaba -sin
querer, pero con éxito- una metodología para la exposición cartesiana de ideas
claras y distintas, con la necesaria "sincatábasis" que reclamaba su
auditorio primerizo.
Pero vuelvo a su sentido de la
responsabilidad y a su contracción al trabajo (que no hace falta ilustrar con
ejemplos, porque eran evidentes y de ello fuimos testigos): quizá no hubieran
bastado para atravesar la génesis, escarpada como un peñasco, de la UNAB, de no
haber poseído una virtud que Tucídides puso en los labios de Pericles y a la
cual llamó con una palabra griega, lejana y bella: "eutrepelia", que viene a
significar una "grácil flexibilidad".
Y en esta virtud iban implicadas
cualidades tales como la lucidez del pensamiento, la propiedad en el uso del
lenguaje, la soltura ante el prejuicio o la rigidez de opinión, la apertura
mental y la amabilidad en los modales.
Todas ellas las poseyó Alejandro.
Era, pues, la eutrepelia ateniense una
virtud juvenil. De ahí que el Divino Platón haya observado que, cuando los
viejos intentan adaptarse a los jóvenes, los imitaban en su eutrepelia.
Pero Alejandro Siccardi no conoció la
vejez. Por eso, su eutrepelia, su capacidad de adaptación fue en él un impulso
auténtico, espontáneo y honesto.
Y aún cuando los vientos institucionales
cambiaran su rumbo y trajeran nuevos empoderamientos, pudo capear los
temporales manteniendo su conducta invariable, sin ánimo conspirador. Porque su
mejor legitimación era su correcto desempeño y su alta discreción.
"Concordia discordantium" fue la
fórmula y el programa del jurista Graciano, que mi amigo conocía muy bien. El
acuerdo entre las discordancias.
En el caso de Siccardi, no sólo se
empeñó en la concordancia normativa de una universidad en gestación (y ello es
un mérito, en alguna medida suyo y del equipo con el cual supo trabajar, que va
a nimbar para siempre su memoria en la organización), sino que trabajó también,
hasta donde le fue posible y sin estridencias, en favor de la concordia entre
personas. Y lo hizo con la convicción del dictum de Guillermo de Auvernia que
le hubiera encantado al tío Honorio: que el universo es un hermoso cántico y
las criaturas, aún en su variedad, cuando suenan al unísono, logran un acorde
de suprema armonía...
Hoy, a estas mismas horas, mi amigo y mi
colega Alejandro Siccardi ha alcanzado, en algún lugar del infinito que ya es
su patria y su morada, la certeza arquetípica y el "convivio" pleno y
perfecto con esa Belleza inmutable, que él buscó con tanto ahínco en la
inmanencia efímera de los catálogos de arte o en los acordes de una ópera
italiana.
Y para nosotros, en la hondura de una
pena impronunciable, nos consolará quizá mañana (pero, ciertamente, no hoy) el
recuerdo de sus valiosas cualidades y el aporte que, desde su expertise profesional,
hizo en favor de la educación en la tierra donde nació y donde cumplió su,
acaso, tan breve destino.
Oscar Andrés De Masi