Por
Imafronte
Para
Viaje a las Estatuas
El
domingo 10 de octubre fue conmemorado el 120.º aniversario de la inauguración y
la consagración del edificio de la Iglesia Ortodoxa Rusa de Buenos Aires,
situada frente al Parque Lezama desde octubre de 1901.
Por
la mañana se celebró una solemne liturgia según el rito ortodoxo y, por la
tarde, se realizó un acto cultural. En la primera parte, cumplida en el recinto
del templo, el Coro Likui, proveniente de Río Negro y dirigido por la maestra
Olga Liudkova, ofreció piezas de su repertorio en idioma ruso. La calidad de
esta agrupación merece los más calurosos elogios.
Previamente,
el arcipreste Alejandro Iwazsewicz pronunció un discurso evocativo en ruso y en
español.
Luego
se pasó al salón parroquial, donde el embajador de la Federación Rusa presidió
el brindis y pudieron degustarse diversos bocadillos de tradición gastronómica
rusa, mientras se disfrutaba de la muestra de fotografías y de objetos
litúrgicos que se expusieron para esa ocasión.
Para
el cierre, el Dr. Oscar De Masi fue invitado pronunciar unas palabras de
contenido histórico a modo de síntesis de su obra acerca de La Iglesia
Ortodoxa Rusa de Buenos Aires, editado por Ágape Libros con el auspicio de
la comunidad San Sergio. A su turno, el autor cedió el micrófono al arquitecto
Julio Cacciatore, prologuista de la obra, quien se refirió a la arquitectura
rusa.
Seguidamente
ofrecemos una breve entrevista que realizamos al editor de nuestro blog.
¿Qué sentido tuvo la conmemoración del pasado 10 de
octubre?
OADM:
En octubre de 1901 se inauguró el edificio de la Iglesia Ortodoxa Rusa frente
al Parque Lezama. La piedra fundamental había sido colocada el 18 de diciembre
de 1898, en la fiesta de San Nicolás Taumaturgo y onomástico del zar Nicolás
IIº .
De
este modo, finalmente, lograba hacerse visible la comunidad de los ortodoxos de
Buenos Aires.
¿En qué momento de la historia de la diversidad religiosa
llegan los ortodoxos?
OADM:
La llegada de los ortodoxos es un fenómeno de la segunda mitad del siglo XIX,
ya dictada la Constitución Nacional y su fomento de la inmigración, con los
flujos aluvionales, cosmopolitas y exóticos, que vienen a completar el cuadro
de los contingentes anteriores de ingleses, alemanes, suizos, italianos,
españoles y franceses. Ahora llegan familias e individuos de Rusia, del Imperio
Otomano, de Siria, de Polonia, de Serbia y Montenegro, de Bulgaria y de la
Dalmacia, de Grecia, etcétera. Y con esos grupos llegan la Ortodoxia y el
Judaísmo, para completar el panorama de la diversidad religiosa en el país.
La
nota constante es que cada comunidad trae consigo una identidad lingüística,
cultural y religiosa. Por esto último, cada una de ellas levanta su templo. Y
esos edificios que al comienzo eran un patrimonio exclusivo e introvertido de
las colectividades, hoy se han convertido en patrimonio común de los
argentinos.
¿Cómo se organizó la primera comunidad de ortodoxos?
OADM:
ERA una comunidad de varias naciones. Mayormente eran griegos, serbios, montenegrinos,
búlgaros, dálmatas y migrantes de lengua árabe (sirios, libaneses, antioquenos)
que vivían en La Boca o en Barracas y se dedicaban en gran medida a la
marinería. Eran pocos los rusos. Deseosos de practicar su rito de modo
apropiado, formaron una asociación en 1887 y peticionan al zar la creación de
una iglesia y el envío de un sacerdote. Y lo logran: en 1888 el zar Alejandro
IIIº decreta la creación de la Iglesia Ortodoxa Rusa adscripta a la Legación
rusa en Buenos Aires.
Fueron comienzos muy modestos, en una pequeñina capilla improvisada en dos locales
alquilados en la calle Talcahuano. Para atender ese servicio llega el P.
Ivanoff a finales de 1888. Y el 13 de enero de 1889 se celebra la primera misa
ortodoxa en la Argentina. Se aprovechó esa liturgia para bautizar a niños y
niñas.
De
este modo se va perfilando esa minoría multinacional, pero donde los rusos van
tomando el papel más activo, al amparo de un Imperio poderoso y protector de la
fe ortodoxa aún fuera de las fronteras de Rusia.
¿Cuándo y cómo aparece en escena el P. Constantino
Izrastzoff?
OADM:
Lamentablemente el P. Ivanoff debió regresar a Rusia y la comunidad quedó sin
pastor, incluso acumulando deudas por el alquiler del local de la capilla.
Entonces aparece en escena el P. Constantino Izrastzoff. Es ruso, había nacido
en 1865 en Zadore, se formó con notas sobresalientes en la Academia de San
Petersburgo y se hará casado con Elena Bouhade. Llega a Buenos Aires en 1891, o
sea que tenía apenas 26 años.
Pero
se caracteriza por tres rasgos de su personalidad: una profunda espiritualidad,
un carácter ejecutivo y dinámico, y una vasta cultura y tono diplomático. Él se
sabe portador de una misión, y por eso confía en la Providencia como hombre de
fe, pero también confía en las ayudas humanas. Se ha propuesto levantar un
templo digno de la Ortodoxia ancestral, pero los efectos de la crisis del 90 en
nuestro país le impiden obtener recursos del crédito local. En 1897 lo
encontramos en Rusia, predicando y solicitando ayudas de la familia imperial y
del pueblo ruso. Las consigue y con esos recursos, más aportes locales, se
levanta el templo. Y ya desde ese momento el P. Izrastzoff se va perfilando
como una figura de referencia para los ortodoxos y en especial para la
colectividad rusa. Por eso será condecorado por la corte imperial con la Orden
de Santa Ana. Y tendrá un papel relevante luego de la revolución bolchevique en
la salvaguarda de la integridad de la Iglesia Rusa en la Argentina y en
Sudamérica, y en el rescate de muchos compatriotas en el exilio. A su muerte,
en 1953, el general Perón autorizó expresamente que fuera sepultado a la
entrada el templo.
¿Cómo se proyectó el edificio?
OADM:
En cuanto al edificio del templo, se sitúa en un lugar privilegiado que ya
existía como tal y estaba de moda en 1901: frente al parque Lezama, un núcleo
conectivo de La Boca, Barracas y San Telmo. Hubo varios proyectos previos pero
finalmente se encargó el diseño al arquitecto de la corte imperial y del Santo
Sínodo de la Iglesia Ortodoxa, Timofeievich Preobranszensky, con sede den San
Petersburgo. Era un arquitecto de enorme prestigio en Rusia y con una vasta
experiencia de formación y de trabajo en París y en Italia.
El
estilo podría definirse como “moscovita”, que recibe la influencia de un
“revival” de la arquitectura histórica rusa en el siglo XIX. Llama la atención
el remate con las cúpulas del tipo “bulbosas" que popularmente se llaman
“cebollas” Sin duda es una marca exótica en el paisaje urbano del barrio.
¿Cuál fue el rol del arquitecto Christophersen?
OADM:
Si bien no fue el proyectista, el papel de Alejandro Christophersen fue
relevante porque aceptó no sólo dirigir la obra y donó sus honorarios, sino
porque debió hacer un ajuste de la planta del edificio in situ. Ocurre que el
proyecto enviado desde Rusia desarrollaba el templo en el sentido longitudinal
del lote, orientando el altar hacia el centro de la manzana. Pero según los
preceptos de la liturgia oriental, el iconostasio debe estar orientado hacia el
este (o sea, en este caso, hacia el río), por lo cual Christophersen debió
“girar” la planta del edificio. Por su rol en este proceso merece que su firma
esté en la fachada del templo, como de hecho está, pero quizá un acto de
justicia intelectual reclame que también figure el nombre de Prebraszensky.
¿Cuál es el aporte de este libro acerca de la Iglesia
Ortodoxa Rusa de
Buenos Aires?
OADM:
Más allá de los folletos que en su momento publicó el P. Izrastzoff y un
artículo del historiador Alberto de Paula, no existía en nuestra bibliografía
un trabajo que abordara en forma completa la historia de la comunidad ortodoxa,
y la historia de este templo y sus aspectos estéticos. En ese sentido, el libro
viene a llenar un vacío.
Como
todo libro de historia, este libro nos provee un relato histórico. Pero el
relato nunca es un fin en si mismo, sino un medio para activar la memoria de
una comunidad y evitar que el olvido haga su obra destructora. La historia de
esta Iglesia nos habla de la épica de la inmigración, del valor de la fe, y de
la fortaleza identitaria de las minorías. He allí el verdadero tesoro que se
conserva dentro de la materialidad magnífica del templo. Es una síntesis y una
metáfora de la función que desempeña el patrimonio en una sociedad: preservar y
resignificar a través de lo material, una memoria y una identidad inmateriales
y valiosas.