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Bs.As., 14/setiembre/2016
Las imágenes testimonian la desmaterialización del muro
antiguo sobre la avenida Elcano, y la situación irreversible en su punto de
encuentro con los pórticos monumentales laterales. Un componente histórico
arrancado y una lectura arquitectónica actual alterada en sus valores de integridad
y autenticidad patrimonial (Fotos DM, setiembre 2016).
Con la rapidez fulminante y destructiva de una blitzkrieg, desde hace unos días el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires viene realizando demoliciones en un sector histórico del perímetro del cementerio de la Chacarita; más precisamente, en el muro perimetral sobre la avenida Elcano. La desmaterialización de galerías antiguas de nichos (o "nicheras monumentales" al modo de las columbaria romanas) y del mismo muro antiguo, causa estupor al observador. Unas "plazas de juegos" o espacio público o cosa similar han aparecido, ahora, insinuados en los sectores cuya arquitectura se ha suprimido… junto con su sello identitario.
El proyecto en cuestión (propiciado por
la Dirección General de Espacios Verdes de la Ciudad) no ha sido
suficientemente difundido (y mucho menos, discutido) en el seno de la
comunidad, hasta donde yo tengo información. He consultado a diversos colegas
patrimonialistas y tampoco disponen de mayores precisiones. Lo cual es
alarmante.
Sin tener a la vista una memoria técnica
del proyecto (e imposibilitado, por lo mismo, de conocer sus fundamentos
urbanísticos), únicamente puede conjeturarse su alcance de un modo empírico,
según salta a la vista con sólo caminar por la vereda. El "espacio público
de recreación", por así llamarlo, ganado con la eliminación del muro y la
galería de nichos, se introduce en el enterratorio (cuya cota se ha desplazado,
ahora, a una segunda galería) y permite visuales hacia los nichos. Las mismas
visuales se abren desde la vereda peatonal, desde la avenida vehicular y desde
la vía del ferrocarril. Una visión por cierto inaudita y hasta chocante, para
este tipo de enterratorio de diseño decimonónico, emplazado en un barrio de la
ciudad.
No voy a relatarles aquí la historia de
la Chacarita, por demás sabida. No voy a recalcar aquí los valores
patrimoniales de este "enterratorio general de Buenos Aires". Ni voy
a abundar en consideraciones acerca de sus proyecciones de memoria identitaria.
Simplemente, voy a expresar dos reflexiones que, espero, causen algún efecto de
reconsideración en las autoridades de la CABA y, a la vez, sirvan de argumento
para aquellos que deseen alzar una voz de queja ante este atropello a un bien
histórico porteño pero que adquiere implicancias en la construcción e
interpretación de los procesos sociales del país entero, reflejados en la
centralidad portuaria de su Capital. En ese aspecto, lo que ocurre en el
cementerio de la Chacarita debería motivar el interés y la preocupación de todos
los argentinos.
Primera reflexión: el muro como
deslinde físico y simbólico de la "ciudad de los muertos"
El "tipo" de cementerio
post-revolución francesa ha irradiado su paradigma a los países de América. Ya
no se trata, entre nosotros, del "camposanto" a la manera española,
contiguo al templo, ni de la profusión de losas sepulcrales en los pavimentos
de las mismas iglesias.
Tampoco se trata de las necrópolis (del
griego, nekros = los muertos, y polis = la ciudad… la ciudad
de los muertos) que el antiguo derecho romano mandaba establecer extra
pomerium, es decir, fuera del ejido urbano (no sea que los muertos
contaminen a los vivos, como decía Cicerón), tal como lo intentó, también,
Carlos IIIº con las Ordenanzas de 1787, resistidas en España e incumplidas en
América. Y aunque en su origen, nuestros actuales cementerios porteños se
asentaran en áreas alejadas, hoy se hallan insertos en la ciudad.
Estamos ante otro modelo de
dispositivo simbólico, arquitectónico e higiénico a la vez. Y este modelo
concreto, para nuestra praxis funeraria, requiere un claro deslinde entre el
enterratorio como "recinto-de-memoria-ritualizada" y el resto
de la ciudad. Y esa ritualización específica ocurre, precisamente, intramuros,
dentro de unos confines de intimidad señalados por los muros. El muro, the
wall, separa la ciudad de los vivos (ruidosa, agitada, ocupada en las
funciones dinámicas de la vida), de la ciudad de los muertos (silenciosa,
quieta, serena y estabilizada en el recuerdo). Los rituales de la ciudad de los
vivos difieren de los rituales de la ciudad de los muertos. Éstos últimos se
cumplen en el interior del cementerio y reclaman un cierto "pudor"
(derivado de la condición fenoménica y del pathos propio de la muerte):
el "muro" provee, precisamente, aquella silente intimidad, y aquel
pudor que la visita a las tumbas y el tributo a los difuntos reclaman.
La eliminación del muro, y peor todavía,
su suplantación con espacios de recreo, desnaturaliza doblemente este aspecto
de una gravitas necesaria del ritual funerario urbano. La visión
irrestricta de los sepulcros y de sus visitantes, desde el exterior, causa una
sensación chocante e incómoda, en ambos sectores de ese espacio: porque
si perturba a quien mira desde afuera, también perturbará al deudo que visita
un sepulcro, la visión y la audición del tráfico de peatones, de automóviles,
de motos y de trenes, que se impone, ahora, desde la avenida Elcano… y que
antes eran favorablemente obstruidas por el muro y las galerías adosadas
antiguas.
Cito, complementariamente, un trabajo
inédito (Chacarita, enterratorio general de Buenos Aires) de
Beatriz Patti-Sara Poltarak-Adriana Pruzan y mi querido amigo Julio
Cacciatore: El borde [del enterratorio] constituido en su
mayor parte por galerías de nichos, aísla al cementerio de la ciudad. En
relación a lo visual, lo hace a través del contorno edilicio que emerge por
encima del cerco; y en lo auditivo, mediante el ruido del tránsito vehicular
que aportan las avenidas contiguas.
Desde el punto de vista de esta primera
reflexión, la destrucción realizada por la autoridad comunal no encuentra
explicación ni justificación plausible. Es no sólo un agravio a la materialidad
histórica y artística del sitio funerario, sino también a la inmaterialidad de
sus componentes memoriales y rituales.
Segunda reflexión: la pérdida de
componentes históricos del cementerio
Voy a referirme ahora a lo que
significaba ese muro, ya no como dispositivo de deslinde simbólico y ritual,
sino como parte de un conjunto histórico de indudable valor patrimonial. Porque
tenemos que dejar de pensar, frívolamente, que la suma de nuestro patrimonio
funerario se halla únicamente en la Recoleta, cuyos méritos son indiscutibles.
También la Chacarita, también el cementerio de Flores, y también los
cementerios Alemán y Británico, desde otros lenguajes e imaginarios quizás,
desde otra diversidad social, económica e incluso religiosa, desde otros
horizontes inmigratorios, tienen mucho que expresar en el aspecto de una memoria
identitaria porteña y argentina. No lo dudemos ni por un instante. De ahí que
el cementerio de la Chacarita merezca un tratamiento patrimonial respetuoso. De
ahí que, desde hace ya unos años, la Comisión Nacional de Monumentos haya
resuelto la declaratoria nacional de diversos sectores y sepulcros de aquellos
cementerios (y me honro en haber tomado parte en esa decisión plasmada,
principalmente, en los Decretos P.E.N nº 1839/06, 654/08, 1289/07 y
525/2010).
Para referirme al muro, debo apelar a la
imagen de la Chacarita previa al muro… Y viene en mi ayuda un texto bastante
olvidado de Adrián Beccar Varela, alusivo a la gestión de Torcuato de
Alvear como Intendente capitalino, que me fue facilitado por el Museo,
Biblioteca y Archivo Histórico Municipal de San Isidro con sede en la Quinta
Los Ombúes (Torcuato de Alvear, primer intendente municipal de la ciudad
de Buenos Aires, su acción edilicia. Publicación oficial, Kraft, Bs.As.,
1926).
Decía ABV: Si deficiente era el
estado del cementerio del Norte, ¡qué decir del de la Chacarita! Un potrero sin
cercos y donde no se enterraban los cadáveres, sino que se tiraban éstos casi a
flor de tierra… (p.442).
En efecto, encuentro en mi archivo este
texto de la Memoria de la Municipalidad de la ciudad de Buenos Aires, del
año 1872 (p.95): Lo único que lamenta esta Sección [la Comisión
de Higiene integrada por Justo Meza y Juan Argerich] es que todavía no se
haya cercado de pilares con sus rejas correspondientes, pues da una triste
idea que aún esté cercado con palos y alambre…
El Informe del Administrador del
cementerio del año 1877 (que tengo a la vista en su impreso original) menciona la
refacción hecha en el alambrado que circuye este cementerio… Al parecer,
las tropas de ganado que ingresaban al enterratorio eran el principal problema.
Por eso agregaba que una pared simple no importaría gravamen…
el cercado, cualquiera que sea, no siendo el alambrado, evitaría
a más las raterías y profanaciones que cada día se suceden… .(p.364)
Continúo con el relato de ABV: en el
mensaje dirigido por Alvear al Concejo Deliberante el 27 de diciembre de 1880,
hacía constar ese "estado deplorable". El cerco de alambre había sido
destruido (facilitando las profanaciones) y debía reponerse. Pero Alvear
sostuvo, con acierto y sentido común, que el sitio requería algo más que
alambrados para resguardar de las profanaciones a los 40 mil cadáveres allí
sepultados. Para ello, propuso licitar un muro de materiales como cerco
perimetral. He allí el origen del componente "muro", que el
Concejo autorizó.
En la Memoria de la Intendencia
Municipal correspondiente a 1887 (también tengo a la vista su impreso
original) se consigna que se dio principio a la construcción del muro de
cerco en la parte de terreno de propiedad particular (p.290).
Y la Memoria del año 1888, que
también tengo a la vista, informa que púdose terminar el muro de
circunvalación, el cual se hizo después de demoler al que se había construido
con el objeto de aislar la parte antes referida [alude a la adquisición del
terreno cercado anteriormente]. Y concluye diciendo que el cementerio estaba cercado
ya de muro (p.351). Cumplíase así el propósito de Torcuato de Alvear.
Según ABV, el muro original venía
coronado por una cornisa "almenada", con pilares dispuestos cada tres
metros y medio, y cuyos capiteles remataban en formas piramidales. Era la
impronta formal que podía apreciarse, todavía, hasta hace pocos días.
Dice ABV que se instalaron tres portones de hierro asegurados en pilares de
material, rematados en cruces de mármol (éstas últimas ya habían sido retiradas
hace tiempo).
El gesto "liberty" que aún se
aprecia en los restos de ornamentación vegetal que permanecen junto a los
pilares supérstites indicaría, quizás, algún retoque posterior, a favor del
gusto art nouveau, aunque, de momento, no podría fundamentarlo.
En cuanto a las galerías de nichos
eliminadas, fueron las primeras construidas circa 1900 para aquellos fallecidos
cuyos restos recibían esta modalidad de sepultura (ya que aquí no podríamos
hablar, propiamente, ni de "entierro" ni de "inhumación").
Ofrecían una visión de "contorno" o "cierre" de ese sector
del cementerio, muy arquitectural y monumental, con templetes y columnatas
trabajados en lenguaje clásico grecista (la segunda galería, supérstite ahora,
presenta rasgos más bien italianizantes). Disponían de gran cantidad de
"nichos" cerrados con lápidas, siguiendo el esquema tipológico de los
columbaria (= palomares) romanos. Tal era su pregnancia iconográfica,
que hasta se emitieron tarjetas postales que se enviaban, desde nuestro país, a
otros países, haciendo viajar su imagen como un logro artístico de una
Argentina que no escatimaba recursos estéticos y constructivos ni si quiera
para sus muertos.
Desde el punto de vista de esta segunda
reflexión, tampoco puede ponderarse como virtuosa la desmaterialización del
muro y las galerías de nichos practicada por la autoridad comunal, sino más
bien todo lo contrario. Se ha privado al complejo funerario de unos componentes
valiosos de su arquitectura histórica y de su kunstwollen, su voluntad
de forma artística. Para colono, hasta donde disponemos de información, tales
sectores no presentaban ruina, sino los deterioros normales del paso del
tiempo, la intemperie y la falta de mantenimientos; situaciones que podían remediarse
mediante las debidas operaciones de restauración y puesta en valor. Su
demolición, como partes históricas de un todo, no puede hallar justificación
suficiente en la creación de unas "plazas" o "espacio de
recreo", a expensas de la integridad del conjunto patrimonial.
La continuidad del muro antiguo sobre la avenida Elcano…
¡demolido! Cuesta entender esta decisión que afecta un componente histórico,
funcional y simbólico del enterratorio
(Foto OADM, 2011).
Una de las galerías-nicheras monumentales levantadas sobre
el lateral de la avenida Elcano. ¡Hasta se emitieron tarjetas postales con su
imagen! Un componente patrimonial singular, de fuerte pregnancia iconográfica
funeraria… (Foto OADM, 2006).
Una calle interior del cementerio de la Chacarita. Al fondo,
en el punto focal de la imagen, se distingue la galería cerrada sobre la calle
Jorge Newbery, también en riesgo de desmaterialización… (Foto OADM, 2006).
Algunos interrogantes para el futuro inmediato
1.Un primer interrogante que cabe
formularse ante la demolición es: ¿no estaban esos sectores legalmente
protegidos por su antigüedad mayor a 50 años? ¿Actuó en este caso el Concejo de
Asesoramiento Patrimonial? ¿Qué recomendó? Sería interesante saberlo.
2.Lo mismo cabe preguntarse acerca de la
Dirección de Patrimonio de la Ciudad: ¿tuvo alguna intervención? ¿emitió
opinión? ¿convalidó tácitamente la destrucción o procuró evitarla mediante
algún dictamen?
3.Adicionalmente, tratándose de las
"nicheras" antiguas pero con ocupación mortuoria: ¿se trató con el
debido respeto a los restos humanos de allí removidos?
4.Éstos interrogantes aluden a lo
irreversible del hecho ya cumplido: la demolición. Pero persisten
interrogantes que atañen al futuro inmediato de esta obra pública que parece
extenderse por la avenida Elcano. ¿Afectará los muros de los cementerios Alemán
y Británico? En este caso, además del planteo simbólico, histórico y artístico,
deberá ponerse en discusión el aspecto jurídico, ya que esos dos
enterratorios son de propiedad privada.
5.Más todavía, en el caso del "muro
histórico" del cementerio Británico, existen adosadas a él, una
significativa cantidad de lápidas antiguas traídas desde el cementerio de
disidentes de la calle Victoria, y que
conforman una reserva de memoria genealógica, de arte y de epigrafía
lapidaria, cuya pérdida sería una catástrofe para el arte funerario y la
diversidad patrimonial argentina.
6.¿Qué ocurrirá con las galerías de
nichos establecidas sobre la calle Jorge Newbery (cuyos intercolumnios fueron
posteriormente cerrados con muros de ladrillos, para evitar la visión directa
de los nichos)? Son de muy buena arquitectura y construcción y, además,
retienen su función de privacidad del recinto funerario.
7.Y una duda final: ¿comprometen estas
obras la integridad del Crematorio, cuyo edificio data de 1903 y goza
del status de monumento histórico nacional merced al Decreto
P.E.N nº 1289/ 07? En ese caso, deberá tomar previa intervención la Comisión
Nacional de Monumentos.
En síntesis: si lo ocurrido es
irreversible, al menos intentemos evitar nuevas degradaciones del cementerio de
la Chacarita, paradójicamente, ejecutadas por las autoridades locales… Al fin y
al cabo debería quedar definitivamente claro que el patrimonio es un activo
social que concierne a todos los ciudadanos, quienes deberían ser
consultados, a la par de los especialistas, a la hora de alterar de un modo tan
drástico, por vía de la obra pública, un bien histórico de semejante peso
identitario. Que yo sepa, en este caso, no hubo consulta ninguna.
La incomprensible y chocante situación originada en la
demolición del muro perimetral antiguo sobre la avenida Elcano (reemplazado por
una verja corrida): un espacio abierto a modo de plaza que “se cuela” en el
recinto funerario… Visión impúdica de las nicheras tipo columbario romano) desde la vereda y la calle… (Foto NEO, setiembre
2016).
Foto OADM, 2016
Foto OADM, 2016
Foto OADM, 2016
Foto OADM, 2016
Foto OADM, 2016
Foto OADM, 2016
Foto OADM, 2016
Foto OADM, 2016
Foto OADM, 2016