Con el telón de fondo de Puerto Madero, en la bruma de una madrugada in blue,
Colón es desalojado de la plaza que lleva su nombre.
Colón es desalojado de la plaza que lleva su nombre.
Foto gentileza Graciela Fernández
Por Oscar Andrés De Masi
Para http://viajealasestatuas.blogspot.com.ar
Marzo 2017
Episodio 2: EL SOCIO DEL SILENCIO
¿Cómo no recordar aquella inquietante
película canadiense del año 1978, protagonizada por Elliott Gould, Christopher
Plummer y Susannah York? ¿Se acuerdan? El "socio del silencio" era,
precisamente, quien aprovechaba la coyuntura de una acción reprochable, para
obtener un provecho de dudosa moralidad.
Y pensando en el Monumento al Gran
Almirante Cristóbal Colón, desmontado por decisión oficial sin ninguna
justificación técnica ni artística ni urbanística, más de una vez me he
preguntado quien pudo, como un "socio del silencio", haber sacado
provecho de esta catástrofe patrimonial. Y la respuesta señala,
inevitablemente, al escultor que, en reemplazo de la obra magistral de Arnaldo
Zocchi, haya aceptado colocar una obra suya en el mismo sitio.
Por supuesto que no estoy atribuyendo al
autor del conjunto de Doña Juana Azurduy y su mini-ejército verde... (y
me refiero al color y a la dualidad de escalas de las figuras que integran este
monumento: colosal para doña Juana y…liliputiense para el resto…) ninguna
intención ni acción delictiva ni cosa semejante. Simplemente me pregunto si
existe una "ética de los artistas", una "deontología
del oficio", o alguna clase de elemental pudor, que suene como
una alarma, cuando se trata de ubicar una obra propia, pero a costa del
desalojo compulsivo de una obra ajena (hace poco asistimos a un hecho similar
en un mural platense, perpetrado por un conocido decorador-de-ambientaciones-infantiles-que-ignora-entre-otras-cosas-la-perspectiva-y-la-proyección-de-sombras-como-recurso-pictórico-expresivo-y-simbolico)…
Y si esa advertencia, que podríamos, provisoriamente, llamar "moral", no se hace todavía
más intensa, cuando la obra desalojada ostenta una cualidad superior y
pertenece a un artista de reconocida maestría… Y si esa misma alarma no debería
sonar más fuerte aún, cuando la operación de retiro del monumento expulsado
podría poner en peligro a la pieza… Y si, en fin, no debería ya sonar como una
fanfarria, cuando todo ello ocurre en medio de un escándalo nacional…
Al parecer, ninguno de estos argumentos
fue óbice para que el artista aceptara la encomienda y la ubicación de la obra.
¿Cometió algún delito? Sin duda que no. Pero ¿su conducta nos parece apropiada
y ejemplar a la luz de otras perspectivas que no sean estrictamente normativas?
Cada cual evaluará su respuesta.
Curiosamente, el autor del monumento de
reemplazo ha obtenido una notoriedad bastante extraña: pese a que su obra ha
logrado un scenario di potere simbolico, un emplazamiento privilegiado
que una miríada de artistas de más renombre jamás consiguieron en nuestra
ciudad (pienso, rápidamente, en Rodin, en Bourdelle, en Yrurtia, en Lagos o en
Dresco), su nombre difícilmente es retenido. Yo mismo, en este preciso
instante, no lo recuerdo. Una especie de amnesia selectiva se reitera como una
maldición que, quizás, desde las eternidades de ultratumba, haya lanzado el
mismo Colón… (No está demás recordar que, en Génova, es creencia de vieja data
que existe un conjuro maldito asociado a Colón).
En cualquier caso, como un "socio
del silencio", y seguramente sin proponérselo, el escultor de esta
polémica Juana Azurduy y su extraño ejército en miniatura, ha sacado
provecho (material e inmaterial) de la reprochable y escandalosa operación que
finalizó con el retiro de Colón. Como ocurría con aquel inocente Eliot Gould,
en la película que presta su nombre a este post.
Juana Azurduy y su ejército en miniatura aguardan el momento de su inauguración.
Foto gentileza Graciela Fernández
Nota: En el momento en
que escribo este post, se hace evidente y va tomando conocimiento
público el estado de defectuosa construcción y débil pátina de la estatua de
doña Juana Azurduy, que he señalado en más de una ocasión durante mis
conferencias. Se han encomendado informes técnicos al respecto, pero basta con
observar el monumento para obtener una percepción empírica bastante clara del
problema. Y mi reflexión me lleva (por vía de contraste y salvando las
diferencias obvias), al mundo griego y a una de las siete maravillas del mundo
antiguo que enlistó Filón de Bizancio en De Septem Obis Spectaculis: la
estatua de Zeus en su templo de Olimpia. Dado que la pieza (obra de Fidias)
estaba hecha de crisoelefantino, (es
decir, marfil y láminas de oro), debía asegurarse este revestimiento a un
bastidor de madera. Para evitar que la humedad del ambiente (que era alta en
ese sitio) provocara alteraciones en el soporte (hinchazón y contracción), la
madera se mantenía permanentemente aceitada. Incluso se dijo que esta tarea la
realizaron durante mucho tiempo los descendientes de Fidias, para preservar la
integridad del prestigio artístico de su ancestro. ¡Qué lejos están los
estándares locales de semejante esmero aplicado a la preservación de la
excelencia de una obra artística!
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