Hace pocos días, la USI ha resuelto la creación de la cátedra extracurricular de estudios sociales y culturales que lleva el nombre de Adrián Beccar Varela. Con este motivo, el Dr. Oscar De Masi, biógrafo del patrono de la cátedra, ha sido invitado a sumarse a este esfuerzo y se le ha solicitado un texto que sintetice los valores de ABV como ciudadano, lider comunitario, dirigente deportivo, historiador, jurista y funcionario público.
Ofrecemos a los lectores de nuestro blog el texto completo, cuyo título es Adrián Beccar Varela: constructor de identidad, constructor de comunidad.
En breve habrá novedades acerca de la actividad de la cátedra, prevista para el segundo semestre del año.
Foto Museo, Biblioteca y Archivo Histórico Municipal
de San Isidro "Dr. Horacio Beccar Varela".
CONSTRUCTOR DE IDENTIDAD,
CONSTRUCTOR DE COMUNIDAD
Por Oscar Andrés De Masi*
17-V-2020
Respondiendo a la honrosa invitación que
me ha formulado el señor Rector de la Universidad de San Isidro, me congratulo
en asociarme a la creación de la "cátedra extracurricular de estudios
sociales y culturales Dr. Adrián Beccar Varela". Un nombre elegido con
acierto, tratándose de un espacio que aspira a recuperar saberes, recuerdos y
experiencias acerca del patrimonio identitario, el entramado de vínculos
históricos y los valores sociales que cimentan la construcción de una comunidad
en acto continuo.
Adrián Beccar Varela fue un constructor
de identidad y de comunidad.
Y la efemérides que la USI ha indicado
para la presentación oficial de esta cátedra extracurricular -este 17 de mayo-
coincide con un episodio deslumbrante que compendia el élan de Adrián
Beccar Varela y que quisiera relatarles a modo de prólogo.
Aquel 17 de mayo de 1929, comenzaba a
sesionar en Barcelona el Congreso Mundial de la FIFA, presidido por el mítico
Jules Rimet. Iba a debatirse cuál sería la sede del primer campeonato mundial de
fútbol y un argentino sanisidrense se disponía a proponer y a fundamentar una
moción audaz: que la copa se jugara en Sudamérica, más precisamente, en el
Uruguay. Ese delegado dispuesto a postular las excelencias del fútbol
rioplatense se llamaba Adrián Beccar Varela. Su palabra mesurada pero
categóricamente convencida, hizo revivir en los presentes el dramatismo de la
final de las Olimpíadas de Amsterdam, un año antes, cuando la Argentina se
enfrentó al Uruguay en un encuentro que la prensa etiquetó como "el match
del siglo". Al finalizar su discurso, obtuvo el voto favorable del
Congreso, con el apoyo de Italia y de España. Aquella memorable asamblea
deportiva fue su último acto público. De regreso a Madrid, una súbita
enfermedad acabó con su vida en pocos días. Sin saberlo, sin imaginarlo, al
sostener la palabra henchida de identidad americana ante el foro mundial del
fútbol, Beccar Varela aureolaba su biografía con el nimbo póstumo de un logro
internacional. Pero los orígenes permanecían, todavía, allá lejos y hacía
tiempo, en el paisaje de un río y unas barrancas sobre las cuales nació ese
poblado de San Isidro que fue su cuna y su escuela, su atrio y su fuego,
su comunidad de pertenencia.
Adrián Beccar Varela, por las
circunstancias de su ambiente familiar y social, por los rasgos ejecutivos e
inquietos de su personalidad, y por una marcada vocación de servicio a la
comunidad, fue uno de aquellos líderes sociales de comienzos del siglo XX para
quienes la utopía era posible, en el contexto de esa Argentina que debía su
ingente riqueza, todavía, a los ganados y las mieses, pero que debía
distribuirla, ahora, en favor del conjunto social, comenzando por la mejora del
habitar urbano.
Aquel San Isidro, patriarcal aún y de
perfiles veraniegos, encontró, en él, al visionario, al intérprete y al
promotor de una modernidad fermentada en su pensamiento desde tiempo atrás, y
que persistirá en iniciativas posteriores a su intendencia. Era el momento
histórico para traducir en infraestructura, en equipamiento y en servicios, las
demandas de una nueva escala comunitaria y de una nueva identidad, ya urbana,
aunque puesta previsiblemente en tensión por los reflejos refractarios al
cambio.
En un primer nivel de análisis
retrospectivo, podemos afirmar que Adrián Beccar Varela "pensó" a San
Isidro en términos de un planeamiento urbano que reflejaba, inevitablemente,
los indicadores buscados y logrados por la Capital: sanidad e higiene públicas,
abasto, pavimentación y transporte, estética edilicia, ordenamiento fiscal, radicación
de industrias, cultura, recreación y deportes, ornato, equipamiento,
forestación e iluminación del espacio público, dispositivos monumentales y
conmemorativos… Su visión abarcó todos estos rubros de una agenda municipal á
la páge, que suenan tan modernos, y, de hecho, lo son.
Un segundo nivel de análisis revela que
la mirada política de Adrián Beccar Varela no agotaba su horizonte en las
mejoras materiales ni en los agendas tecnocráticas ni en la mera estadística
que satisface una memoria de gestión. Para él, la comunidad de
vecinos era comunidad de familias arraigadas en un territorio concreto, unidas
en ese continuum que atraviesa el tiempo y que atesora la memoria, bajo
la forma de relatos y saberes, de costumbres y de prácticas, de mitos y de
ritos: ¿cómo pensar a la comunidad despojada de identidad? ¿cómo dar el
salto hacia el futuro sin el trampolín de la historia? ¿cómo recorrer el
sendero sin pisar las huellas de los "padres fundadores"?. Por eso,
se propuso también resignificar desde el imaginario histórico, a aquel San
Isidro que sentía tan suyo, pero en el relato mayor del pasado argentino. Y a
través de sus ensayos históricos y de sus propuestas monumentales, consiguió
ambas cosas. La comunidad de los vivientes se solidarizaba, así, en perfecta
circularidad de sentidos, con el legado de los ancestros, ilustres o modestos,
célebres o anónimos. No en vano, una de sus iniciativas más perentorias fue la
renovación del pórtico del Cementerio Central, en clave monumental. Allí
estaba, intramuros de la ciudad de los muertos, el anclaje colectivo en un
pasado irrenunciable y con un mandato de ejemplaridades solariegas y raigales.
El discurso que pronunció en aquella ceremonia inaugural hace explícita esta
semántica de continuidades identitarias.
Su intendencia fue breve pero
llamativamente creativa y fecunda. Prueba del alineamiento de todo el conjunto
de los operadores municipales y del consenso vecinal que debió acompañarlo y, a
la vez, de su capacidad para "ver" por anticipado un futuro que debía
instalarse sin excusa en San Isidro, y que en nada se contradecía con ese
"tradicionalismo" tan arraigado en su pueblo natal. Extendió su
acción, más allá de San Isidro, también a la Mar del Plata de la Belle
Époque y a la Capital, en roles diferentes, pero en momentos de transición
a una modernidad irrefrenable.
Más de un siglo después de su gestión
como intendente, y casi un siglo después de sus actuaciones, marplatense y
porteña, el paradigma de planificar ciudades en términos de "calidad"
(ciudades inteligentes, bellas, higiénicas, ambientales, conectadas,
productivas, inclusivas e integradoras), bien puede reconocer en él a un
pionero.
Pero, más aún, la utopía de construir
comunidad (esa deuda pendiente de los argentinos) no podría prescindir, en
su inventario y en su búsqueda de modelos iluminadores, de la figura de Adrián
Beccar Varela
Su maduración profesional fue el fruto de
una progresiva y rigurosa experiencia, y el reflejo de la gravitas con
que encaró el estudio y la resolución de las cuestiones sometidas a su
intervención. No fue improvisado ni fue frívolo, y su ética fue irreprochable. Tres notas que
bastan para calificarlo como dirigente político, social y hasta deportivo.
Adrián Beccar Varela vivió en una
Argentina de intensas transiciones políticas, económicas y sociales: del
"mitrismo" al "roquismo", del "régimen" a la
"causa", del "personalísmo" yrigoyenista al
"alvearismo"; del menoscabo al inmigrante, a su definitiva
integración ciudadana; de la ausencia de legislación social, a la instalación
de la cuestión obrera en la agenda parlamentaria; del modelo de país pastoril,
a una incipiente industrialización; del suburbio aldeano y patriarcal, al
suburbio moderno y urbano. A modo de metáfora, conoció, en el lapso de su
existencia, la iluminación a velas, a kerosene, a gas y a electricidad…
Todas estas transiciones ocurrieron en el
arco de sus cuarenta y nueve años de vida. Fue testigo de las tensiones y los
conflictos inherentes a estos procesos de cambio social. Y fue, también,
gestor, en la medida de sus incumbencias profesionales y de sus inquietudes
vecinales, de los ajustes que estos procesos imponían en las diferentes escalas
territoriales: en la Capital del país, en la villa veraniega marplatense y
en San Isidro.
Nació y creció en un ambiente plagado de
"doctores" en derecho vinculados con los círculos de poder, que
frecuentaron la función pública y en ella consolidaron su prestigio: su padre,
su suegro, su hermano Horacio, muchos de sus amigos. Su desempeño profesional fue
casi un mandato que lo orientó fuertemente al derecho administrativo municipal
y al derecho electoral, dos segmentos del universo jurídico público tan
sensibles a la construcción de ciudadanía. No fue poeta ni fue literato, porque
su foco se centraba en los temas concretos de la vida comunitaria y de la
crónica histórica, antes que en la vibración lírica o en la imaginación de
ficciones narrativas. Sin perjuicio de ello, supo transformar la memoria de
ciertos hitos referenciales de su pueblo, en "relatos" dotados de un
sentido identitario que excedía los confines del Pago de la Costa. Así, la
chacra de Pueyrredon y su añoso algarrobo, concebidos como escenario de la
germinación del plan continental sanmartiniano, ingresaron al imaginario
colectivo por obra de su pluma. A partir de su relato, aquel sitio sanisidrense
revestido de aristocracia lugareña, se volvió un "semióforo" para
tofos los argentinos.
Con un sorprendente despliegue de
dinamismo ejecutivo, actuó en forma simultánea en organismos públicos
estatales, en la profesión liberal como abogado y también en instituciones de interés social, tales
como comisiones especiales y asociaciones civiles.
Fue un temprano y lúcido dirigente
deportivo argentino, que advirtió, especialmente en el fútbol, un potencial de
cohesión, salud y disciplina social. Para Beccar Varela, el deporte no era un
mero pasatiempo, sino un componente de la agenda social en un país
necesitado de integración. Su actuación, en los albores de la
institucionalización de este deporte, permitió superar el ciclo del llamado
"cisma" futbolístico de las ligas, en nuestro país. Trajo a la
Capital el fútbol del interior y viceversa. Y llevó el fútbol argentino fuera
de nuestras fronteras, con la alta divisa de la moral deportiva y la calidad
del juego.
Su aporte a la consolidación de una
comunidad futbolística sudamericana es uno de sus méritos, coronado con la
obtención del acuerdo para que Uruguay fuera la sede del primer campeonato
mundial de fútbol. Al defender aquella postulación que hoy recordamos, Beccar
Varela desplegó no sólo argumentos deportivos (que Uruguay había triunfado ya
dos veces en los Juegos Olímpicos y que el fútbol sudamericano exhibía un
desarrollo ostensible), sino, a la vez, razones de memoria histórica: en 1930 iba
a cumplirse el Centenario de la jura de la Constitución uruguaya. Nuevamente,
la narrativa de Adrián Beccar Varela aunaba presente y pasado, y ponía en
balance lo tangible y lo intangible, como suma de valores identitarios, en este
caso, llevando la idea de comunidad a la escala de lo que hoy llamaríamos el
MERCOSUR. Ello explica por qué una calle lateral al estadio
"Centenario" de Montevideo se bautizó, en 1930, con el nombre de
Adrián Beccar Varela.
La Iglesia Católica lo contó entre sus
adherentes, tanto en la faz devocional, como en las vertientes sociales que, a
partir de la encíclica Rerum Novarum, se desplegaron en los países
católicos y que, en el caso de la Argentina, tuvo concreción en la prédica y en
la acción de Monseñor De Andrea y en los programas de la Unión Popular
Católica, entre otras instituciones. Participó, como profesor, en la temprana
Universidad Católica establecida en Buenos Aires. Fue liberal y católico, a la
manera de Frías o de Gallardo. Sus descendientes suelen mencionar que era uno
de los pocos varones que concurría al templo de San Isidro llevando el misal en
la mano. A diferencia de otros caballeros de su generación, no lo inhibían
falsos pudores, a la hora de visibilizar sus creencias religiosas.
Siempre me he preguntado: ¿a qué otros
logros lo hubiera conducido el destino, de haber vivido más largamente? No
podríamos saberlo. Basten los cuarenta y nueve años que van de 1880 a 1929,
para dar cuenta suficiente de quien fue y qué hizo Adrián Beccar Varela,
un ciudadano que supo encarnar aquel timbre excelente que Max Weber atribuyó a
la pléyade de servidores estatales, del Kaiser primero y de Weimar después: el
honor de ser funcionario público. Un "honor" en singular que,
lejos de infatuarse en los "honores"
y privilegios que suelen decorar los cargos públicos, fue el motor y el
nervio de un compromiso permanente con esa utopía-posible (maguer la aparente
contradicción en los términos), que a falta de mejor nombre, seguimos llamando
la comunidad.
Al adherirme a la creación de la cátedra
extracurricular bautizada con el nombre de Adrián Beccar Varela, ofrezco a la
USI mi colaboración en el esfuerzo de investigar, socializar y debatir, desde
este espacio académico, aquellos contenidos inherentes a la historia, a la
cultura y al patrimonio identitario de esa comarca que antaño se llamó el Pago
de la Costa, y que hoy integran las comunas de San Isidro, Vicente López, San
Fernando y Tigre.
*Abogado, historiador e intérprete del
patrimonio monumental y artístico.
Biógrafo de Adrián Beccar Varela.
Autor del libro Adrián Beccar Varela:
la tradición como identidad, el progreso como mandato (Maizal ediciones,
San Isidro, 2018) y realizador del cortometraje digital Adrián Beccar
Varela: la utopía posible.
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