La mirada y la interpretación de Oscar Andrés De Masi, arqueógrafo

lunes, 9 de octubre de 2023

LA OBRA MÁS RECIENTE DEL EDITOR DE NUESTRO BLOG COMPLETA UN VACÍO EN LA BIBLIOGRAFÍA ESPECIALIZADA


UNA CRÓNICA PORMENORIZADA DE LA HISTORIA DEL TEMPLO ALEMÁN

UNA INTERPRETACIÓN ERUDITA DE SU ESTÉTICA...

EN EL AÑO DEL JUBILEO DEL 180.º ANIVERSARIO DE LA CEABA Y BAJO LOS AUSPICIOS DE LA CONGREGACIÓN, ¡YA ESTÁ AL ALCANCE DEL PÚBLICO!




lunes, 2 de octubre de 2023

DEMNÄCHST... COMING SOON... MUY PRONTO...

 



Extracto de la introducción de Oscar Andrés De Masi a su obra:


La producción historiográfica relativa a este singular edificio porteño (en rigor, deberíamos nombrarlo como conjunto de edificios, tal como ha llegado hasta nuestros días la suma del templo, más los menos visibles salones parroquiales y las dependencias residenciales) registra principalmente a tres autores que han escrito y publicado con una rigurosa base documental nutrida en fuentes primarias, en este orden cronológico: el pastor Hermann Schmidt, el arquitecto e historiador Alberto S. J. de Paula y el historiador del arte medieval Francisco Corti. 


Por su progresión, estos tres trabajos deben tenerse por complementarios, ya que aquello que falta en uno de ellos, el otro viene a completarlo, en lo tocante a la arquitectura. Por nuestra parte, aspiramos a que la presente monografía (concretada en gran medida gracias al acceso a una amplia documentación que la CEABA nos ha facilitado y a las reiteradas visitas al lugar) llene los vacíos anteriores, con nuevos hallazgos heurísticos, nuevas interpretaciones y nuevas comprobaciones organolépticas. Se trata de construir conocimiento por andamiaje, apoyándonos sobre la base de los aportes de aquellos autores fiables que nos precedieron, pero sumando nuestra propia mirada crítica del edificio y nuestra propia lectura de las fuentes de archivo. 


El libro del pastor Hermann Schmidt fue publicado originalmente en 1943 con el título de Geschichte der deutschen evangelischen Gemeinde Buenos Aires 1843-1943, como homenaje a los cien años de vida oficial de la Congregación. Aunque aún aguarda su merecida traducción al español (fue reeditado en alemán en 1991), es una fuente indispensable y, por momentos, inagotable, producida por un cronista riguroso, legitimado por la propia institución y conocedor de sus entrañas, ya que era párroco de la iglesia de la calle Esmeralda desde 1937, y pudo acceder sin cortapisas a los archivos parroquiales.


Su síntesis acerca de los comienzos del rito evangélico alemán en nuestro medio, sus pioneros, los momentos iniciales de esa sede porteña y otros cientos de detalles, es admirable. Lo mismo, el acierto de haber dado a conocer planos, croquis y grabados del templo y sus dependencias, hasta ese momento inéditos.


El trabajo de Alberto S.J. de Paula, generoso amigo y fecundo historiador de la arquitectura argentina, es por demás breve, pero adquiere un valor que llamaríamos “sinóptico”, al integrarse a una serie de tres artículos científicos publicados en la revista Anales del Instituto de Arte Americano de la Facultad de Arquitectura de la Universidad de Buenos Aires, durante los años 1962, 1963 y 1964. Estos aportes tuvieron un carácter pionero, porque nunca antes se había emprendido la tarea de estudiar en su conjunto a los principales ejemplos de la arquitectura eclesiástica no católica romana en Buenos Aires, en sus alrededores y en Montevideo, poniendo la cuestión en el contexto de los revivals del siglo XIX. Pese a su concisión, el texto ofrece, además, junto al resumen histórico, unos juicios críticos de interés, fruto de la agudeza del autor como observador.


El artículo del historiador del arte Francisco Corti, publicado en 2002 por el Instituto de Teoría e Historia del Arte “Julio E. Payró” de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, forma parte, también, de un plan sistemático de estudio de la arquitectura neogótica protestante de Buenos Aires y sus alrededores (Iglesias reformadas neogóticas). Es el más extenso y detallado en su objeto formal, si bien la parte histórica relativa al templo alemán la abreva, mayormente, en la obra de Schmidt, y no soslaya los hallazgos de De Paula. A mi juicio, donde se robustece como aporte original, es en el pormenorizado análisis de la estética arquitectónica del edificio, sus vidrieras y su recepción como novedad en la escena urbana local. Por otra parte, la aproximación teórica que trae el capítulo primero de la antología Iglesias reformadas neogóticas, y su capítulo segundo, relativo al neogótico eclesiástico en Buenos Aires, conforman un documento erudito, de lectura obligada y provechosa.


Tanto De Paula como Corti detienen su análisis en las reformas ocurridas en 1923 (aunque Corti menciona el vitral colocado en el ábside en 1933), sin llegar a la intervención de Andrés Kálnay, que ofrecemos, ilustrada, en este volumen. Tampoco se ocuparon de los locales parroquiales creados en el marco de aquel programa constructivo. Y, por razones de calendario, ninguno de ellos, fallecidos hace varios años, pudo conocer las tareas de puesta en valor emprendidas durante 2022-2023 y las comprobaciones que de ellas se derivan.


Como dije antes, la generosa predisposición de las autoridades de la CEABA ha permitido concretar esta publicación, que no sólo toma ventaja de las fuentes bibliográficas ya editadas, sino de la consulta directa de otros documentos inéditos que custodia la Congregación (entre ellos, los planos originales en papel “ferroprusiato” de las fachadas de 1923, hasta ahora nunca analizados) y de las comprobaciones empíricas y discusiones técnicas ocurridas durante las mencionadas tareas de recuperación material.


El templo de la calle Esmeralda es el signo edificado y visible, luego de 170 años de erigido, de la presencia en la Argentina de una comunidad migrante identificada desde el comienzo con el espíritu y el idioma alemán (Volkgeist und Muttersprache) y con la cultura (Kultur) que ese idioma pronuncia, todos ellos componentes del Deutschtum; pero, además, con los principios de la Reforma luterana y sus epigonismos unificados evangélicos. De alguna manera, se trataba de conceptos “conjugados” epocalmente, inseparables el uno del otro e inconcebibles el uno sin el otro, del mismo modo en que se conjuga lo cóncavo con lo convexo.


Es, también, el testimonio de una misión y un servicio inspirados en los valores cristianos, que deben continuar. Sin perder la identidad religiosa protestante que pervive en la CEABA, los herederos de aquella generación fundadora fueron, poco a poco, relajando los mandatos de aquel modelo de “germanidad” y abriéndose a nuevas formas de integración con la República que dispensó hospitalidad a sus ancestros. Ni sus iglesias, ni sus escuelas, ni sus clubes, ni su hospital, ni sus cementerios son ya espacios estrictamente étnicos, porque se han hecho plenamente argentinos, aunque la huella del tono alemán los caracterice, sin duda. 


Ciertamente, nada hemos hecho nosotros, los argentinos del presente, sin distinción de credo religioso, para merecer este tesoro, material e inmaterial, que nos fue legado y que está allí, al alcance apropiador de las miradas. 


Porque aquellos antepasados del siglo XIX creyeron en este país y pensaron en el futuro, hoy, este bien cultural y cultual enriquece el patrimonio de nuestro presente y permanece como testimonio tangible de la misión ininterrumpida de la Congregación que lo erigió. Pero nos fue dado gratis, sin mérito de nuestra parte. No lo olvidemos.


En suma, las páginas que siguen ofrecen al lector una historia del templo alemán, su equipamiento y sus locales anexos, en sus diversas etapas, lo más completa que nos ha sido posible compilar en base a las fuentes primarias y secundarias disponibles. 


Y ofrecen, además, un compendio de su estética, cuyo lenguaje expresivo fue una excepcionalidad en 1853, que sufrió reajustes arquitectónicos en 1923, y añadidos decorativos en 1933, todo ello de mano e ingenio de diferentes actores artísticos.


El inventario de nombres de fundadores, promotores y partícipes pretéritos de este logro (y recalco lo de “pretérito”, casi con nostalgia, porque los protagonistas de estas fechas terminales entre 1853 y 1933 ya no viven), marca el perímetro de humanidad concreta que identifica a la obra, y da cuenta de la fe religiosa que la inspiró y la sostiene.


Las certezas que ya enunciaron otros autores las hemos corroborado. Si hubo algún yerro, hemos intentado rectificarlo, con el debido respeto a quienes antes abordaron el tema. Los vacíos hemos procurado completarlos con nuevas pruebas documentales, hasta donde fue posible.


Hoy, sin duda, sabemos más que antes acerca de este bien arquitectónico de altísima calidad patrimonial e identitaria. Pero no lo sabemos todo, porque existe una cantidad de autorías que seguimos ignorando: ¿quién fue el contratista de la construcción?, ¿quiénes fueron sus albañiles?, ¿quién forjó las rejas, las antiguas y las más nuevas?, ¿quién fabricó la vidriera del gran ventanal de la fachada?, ¿dónde se fabricó?, ¿quién modeló los adornos de los pináculos y las torres?¿quién ejecutó las carpinterías originales?,¿quién diseñó las piezas de cerrajería ornamentada?, ¿quién esculpió los relieves de los ángeles coronados?, ¿quién fabricó las luminarias?, ¿y el altar? Y, como una cuestión recurrente, seguimos preguntándonos acerca de aquel misterioso “P. Bennert”, cuya propuesta, también misteriosa para nosotros, no resistió el peso del croquis… o del nombre de Taylor.


Quizá algún día, otra generación de investigadores acierte con las respuestas, demostrando que la historia es un continuum abierto a nuevos cuestionamientos críticos y, con suerte a favor, a nuevos hallazgos heurísticos. Porque aunque los años pasen, la ciudad cambie, y hasta la feligresía se renueve, la iglesia alemana permanecerá en su lugar, y el discurso que pronuncia con su sola presencia, seguirá siendo parte de esa memoria común, con frecuencia envuelta en la bruma del olvido, pero que, gracias a la crónica histórica o al ritual conmemorativo que satisface a las efemérides, cada tanto vuelve a fluir, como el cauce seco de un río antiguo.





miércoles, 20 de septiembre de 2023

TRAS LA VISITA A LA MUESTRA “EL TRANSBORDADOR” DE LEONARDO GOTLEYB

Por Oscar Andrés De Masi

Para Viaje a las Estatuas

Setiembre 2023




De entrada digo que, a mi entender, la obra de Leonardo Gotleyb (ésta que he visitado y quizá todo el resto) reclama, para un abordaje fenomenológico de su iconicidad, un doble nivel de lectura trágica: la fatal decadencia de la sociedad industrial (aquí, allá y en todas partes…) y la no menos fatal decadencia de la industria nacional. ¿Quizá ambos sentidos se conjugan, como se conjuga lo cóncavo con lo convexo? ¿o quizá no? Lo ignoro de momento y prefiero suspender mi juicio. 


No incurriré aquí en el lugar común, meramente perceptual, de decir que los grabados de Gotleyb se parecen a las Carceri d´invenzione de Piranesi… Mea culpa: ya lo dije en otra ocasión, categóricamente, y ahora me arrepiento de no haber calibrado un poco más mi oronda aserción. Pero la visita a la muestra “El Transbordador” (correctamente exhibida en un lugar excepcional, ubicado en un barrio que derrocha historia y edilicia) me concede, ahora, la oportunidad de enmendar aquel impromptu y apalancar mi comentario (más ontológico que estético) en el contraste entre ambos maestros del grabado: el italiano y el argentino. 


Pero qué obviedad ¡claro que se parecen!... como un mono se parece a un homo sapiens, como un gato se parece a un puma, como un perro se parece a un lobo, como un arpeo se parece a un tenedor (de lejos), o como una ménsula se parece a una imposta. Maguer sus semejanzas, son entes distintos.


En ambos artistas, las analogías secundarias, que son meramente accidentales (monocromía, tendencia a las líneas diagonales, aumento de escala por obra de la perspectiva del plano contrapicado, perfecto dominio de la línea, impronta ruinista, etcétera) no podrían pasar de ser precisamente eso: accidentes en términos aristotélicos. Lo mismo el hecho de que compartan ese minarete epocal que los convierte en testigos de un mundo expoliado. 


¿Dónde están, pues, las diferencias sustanciales?


La sustancia de la obra de Piranesi parecería ser el agobio claustral sumado al empuje vertical (no necesariamente ascendente) del recinto de piedra, interferido por escalones, puentes, cadenas, cordeles, aldabones, rastrillos, óculos y enjutas, abalorios arquitecturales que distraen a la mente de esa asfixia cataléptica convocada por los ámbitos soterrados y sin salida. No es igual en la deixis espacial que dibuja Gotleyb, que, aunque intrincada y arácnida, permanece abierta a una intemperie que testifica el telón de fondo del firmamento, sea blanco o sea negro.


Lo sustantivo, en Piranesi, es la metáfora ominosa de una Roma pretérita, saqueada, oculta, inhumada, funeraria, abisal, subyacente, fascinante, tremenda, maldecida y maldita, trasegada de escaleras que conducen a pasarelas inútiles, moteada por las siluetas minúsculas de visitantes sin rostro. Se trata, quizá y en la imaginación de un escenógrafo, del anapiesma corroído que sostiene el escenario de las mil ruinas esparcidas por la Urbe. Por eso, la figuración de las vedutte, con todo y su exageración desastrada (la naturaleza omnívora que hace formas de las formas… según el verso de la Metamorfosis de Ovidio que citó Piranesi en su Parere), guarda correspondencia con la neo-figuración de esas ergástulas monumentales y esas mazmorras larvadas, que se hunden en la topografía de un inframundo negado al ojo del caminante. 


Las Cárceles de Piranesi son el soporte hueco de una Roma superficiaria que es ya un cadáver secular en lenta descomposición. Si hay vida en aquellas criptas antiguas e infernales (etimológicamente, los “reinos bajos”), es una vida tan minúscula y tan efímera como los gusanos que carcomen los sepulcros. He allí esas pequeñas presencias humanas, irreconocibles, aisladas y reducidas a un protagonismo entomológico. 


La Roma de Piranesi se precipita en el vientre de la tierra, porque alguna vez tocó, en el cielo empíreo, el nimbo de los dioses inmortales. No podría ser así en estas pampas y en estas riberas. No llegamos tan alto.


Los dibujos de Gotleyb, en cambio, son el registro de una devastación implosiva, repentina, instantánea, inesperada, innecesaria, oprobiosa, antrópica antes que catastrófica, sin rastros del fuego, ni siquiera del polvo que exudan los escombros.


Son ruinas asépticas, quirúrgicas (como obedeciendo a un plan de desguace pulcramente ejecutado), mostrencas de subsuelos ancestrales donde anclar, siquiera, la memoria de un pasado de gloria derrochada, que nunca volverá. 


No existe en los paisajes ferrosos del maestro chaqueño la aridez de las tierras yermas que invitan a soñar con el oasis. Tampoco el peso inasible y tectónico de la piedra, que subordina su masa, dócilmente, a la gravedad, porque los vestigios del hierro sorprendidos por la destrucción han quedado suspensos en tales equilibrios inestables que, al revés, desafían la ley newtoniana. Permanecen sus perfiles enhiestos, los puntales ciclópeos de sus vigas y sus parhileras, o la trabazón de sus armazones tachonados, como único memorándum de una ambición ascencional que duró lo que dura el galope de un caballo, visto desde una tronera: un instante nomás. Así pasó el esplendor argentino.


Las moradas piranesianas aspiran a la perpetuidad lapidaria, que es el eco del mundo clásico donde se suceden los eones, los linajes y los centauros; las de Gotleyb se saben condenadas a la oxidación, que es el precio de un mundo tecnológico que reniega de las genealogías, de los abolengos y de los oráculos.


Si no hay vida aparente en los grabados de Gotleyb, tampoco hay la pestilencia cadavérica y el moho vermicular con que nos convida Piranesi. Más bien hay esqueletos descomunales, silentes, insípidos e inodoros, como conviene a cualquier apocalipsis postindustrial. La antigüedad es un pasado ausente en su obra, así como la modernidad es un futuro devastado: sólo permanece un presente elongado en sí mismo, sin preguntas ni respuestas. Porque mientras la ruina antigua espera la consumación en el silencio, la moderna en cambio ha quedado muda, y apenas, de tanto en tanto, gime con el crujir de sus entrañas metálicas.


Quizá Leonardo Gotleyb haya escuchado -en una de esas noches en que la luna riela sobre el Riachuelo de los Navíos-, la voz quejumbrosa de los colosos abatidos o del puente solitario (casi el último dinosaurio de su especie), confundiendo su crepitar óseo con el telegráfico trinar de los grillos. O quizá fue la oneirataxia de una breve vigilia, narcotizada por el éter de las tintas y la fatiga de los tórculos, el medio angélico que condujo su fantasía. ¿Quién podría saberlo? Ni siquiera él mismo (pues, si lo supiera, no sería el gran artista que es).


En cualquier caso, su fidelidad como habitante del paisaje portuario cuya iconicidad lo habita literalmente cada día, va a la par de su maestría técnica como xilógrafo. Y lo que difícilmente expresarían las palabras (con esa pretensión definidora que denunció Rodolfo Kusch) él lo ha pronunciado con su inspiración. La maniobra operaria de sus manos imperando sobre el taco hizo el resto. Y lo hizo bien.


No se si habrá un mensaje en las obras de Leo Gotleyb. Tal vez lo haya (porque la inspiración es una especie de “profetismo de grado natural” como enseña la vieja escolástica judeo-cristiana). Y quizá ese mensaje sea que, aún en el colapso desolador de las ruinas urbanas que son metáfora de un paraíso perdido, se cuela por alguna raja oscura la utopía de un reino infinito que no es de este mundo, tan congruente con el orden invisible de las cosas como la congruencia de simetrías que pueblan estos grabados.  


En cualquier caso, si toda visión tiene lugar en alguna parte del espacio táctil, como sostuvo Merleau-Ponty, si esa pared ineludible en que finaliza nuestro acto de ver es el “obstáculo calado y trabajado mediante vacíos” (cito ahora a Didi-Huberman), entonces la única forma de comprender las obras de este singular artista a quien me atrevo a llamar mi amigo (porque él me ha intitulado de tal guisa) será cerrar los ojos, alargar la mano y “ver” qué ocurre…









lunes, 4 de septiembre de 2023

PASEO ORGANOLÉPTICO POR EL PATRIMONIO ESCULTÓRICO DE VICENTE LÓPEZ (PRIMERA PARTE): “METAMORFOSIS”: ¿REALIDAD U ONEITARAXIA?

Por Oscar A. De Masi

Para Viaje a las Estatuas

Agosto 2023



Ubicación

Plaza “Sarmiento”, Carapachay (Vicente López)

Marcas de autoría artística y fundición

Lleva los nombres del autor, D. A. Proietto, 1933; y del establecimiento fundidor Radaelli y Gemelli, B.A.




Descripción iconológica-iconográfica

Aún si no supiéramos que su nombre es "Metamorfosis", el tema queda evidenciado suficientemente en la la concreción icononográfica de la escultura.

Se trata de una figura femenina semialada, con velo (pero que permite ver los cabellos) y túnica, recostada sobre el lado izquierdo de su cuerpo, en tanto el brazo derecho ha sido reemplazado por un ala. Claramente, la mujer se halla en proceso de sufrir una transformación, en el trance del sueño. En términos clásicos grecorromanos, se trataría de una “metamorfosis” (cambio de forma asociada a la naturaleza del ser mutante), que puede ser tanto real como acaecida al modo de una oneirataxia.

La adquisición de alas opera como la marca simbólica de su transición hacia un estado empíreo de mayor sutileza y elevación espiritual, consistente con el motivo que las crónicas locales señalan habitualmente para la realización de la pieza (la muerte de una dama y el homenaje de su viudo a través de una escultura alegórica)

Distanciada de los cánones academicistas, su geometrismo expresa la vanguardia Art Déco en la composición y tratamiento morfológico general, pero especialmente en el ala. La pose, calculada geométricamente por el artista, apela al efectismo de un escorzo.

La porción de la cabellera que cae sobre el flanco y que es tomada con la mano izquierda, adviene como la coartada para acentuar el paralelismo de líneas, como recurso geométrico estilístico.




Escala, materiales y conservación

Su escala excede la medida humana y su material parece ser bronce, aunque ha sido incorrectamente pintada con un acabado dorado. Su conservación luce como buena en general en lo tocante a su integridad, ya que no se observan roturas, fisuras o faltantes visibles. Sin perjuicio de ello, un análisis específico permitiría establecer un diagnóstico más preciso acerca de su estado de conservación. Del mismo modo, la remoción del revestimiento superficial a través de un cateo, permitiría conocer las características del soporte metálico y la pátina original que ha sido solapada.


Emplazamiento y señalización

La escultura ha sido ubicada en medio de una piscina surtida con chorros de agua, en un sector central de la Plaza “Sarmiento” (Carapachay). Un estudio específico debería establecer el impacto de la humedad propia del dispositivo acuático sobre la obra artística, lo cual no parece una situación favorable para la mejor conservación.

Sin perjuicio de ello, su ubicación es de amplia accesibilidad visual.

Hasta hace unos meses (octubre 2022) no se observaban señales o carteles que expliquen a los visitantes los detalles de la escultura y su autor. Tampoco dispositivos del tipo QR. Sin duda, la singularidad y mérito de la obra, y la relevancia del escultor, merecen un recurso interpretativo.



Vínculos expresivos y simbólicos

"Metamorfosis" es una obra bien conocida y catalogada de Proietto que muestra cabalmente no sólo la poética inspiradora y el dominio del medio expresivo alcanzado por su autor, sino, también, su adscripción a los lenguajes estéticos epocales. Aunque formado en la Academia y poseedor de un sólido conocimiento de la anatomía y de la matemática aplicadas al arte (de hecho, fue profesor de ambas materias), no desdeñó la vanguardia. Más bien la prefirió.

Su incursión en el monumentalismo fue más bien tardía (1943), y él mismo se ocupó de explicar, en la revista "Arte", los motivos de esa mora en su trayectoria.

Si hubiera que vincular, por tema y por elección de recursos plásticos, a la "Metamorfosis" con otra obra suya, quizá debería fijarse la mirada en la escultura conocida y catalogada con el nombre de "Aérea", presentada en el XXI Salón Nacional de 1931; vale decir, apenas dos años antes de "Metamorfosis". En aquella otra obra, Proietto apeló a la figura femenina (aunque en el rubro del desnudo), al paralelismo de las líneas de la cabellera y a la representación alada. Aunque la figura en si misma exhibe un tratamiento figurativo clásico, en el rostro y el cuerpo (donde el artista se complace en el despliegue de su dominio anatómico, facilitado por el desnudo), su pose desafía el canon tradicional y adquiere una dinámica de moderna gestualidad.




Podríamos decir, tal vez, que con un bienio de diferencia, Proietto ensayó dos versiones que difieren en lenguaje, de un tema relativamente análogo, con dos niveles de lectura en ambas: la condición alada de un ser femenino como primer nivel perceptual; y el salto de lo corpóreo terrestre a lo sutil aéreo, como alegoría.

Sin perjuicio de lo anterior, en "Metamorfosis", el cambio de naturaleza del sujeto humano se verifica durante el sueño, como una correspondencia con la la dormición de la muerte. Sería, de tal guisa, consistente con la intención funeraria de la encomienda artística, hasta donde es versión aceptada que la encargó un escritor como tributo póstumo para su esposa difunta.


Sugerencias desde un punto de vista patrimonial

Las condiciones de intemperie y, en especial, de humedad constante de su ubicación aconsejan una verificación del estado de conservación material. Una operación de más precisa intención de preservación sería, por supuesto, la desafectación del entorno húmedo de la fuente.

Palmariamente, si se trata de una escultura de bronce, la pintura aplicada sobre la superficie atenta contra la cualidad del "valor" propio de la pátina, que no debe olvidarse que es parte del programa expresivo de la obra artística. Ese acabado superficial deberá ser removido con enorme ganancia para la obra.

Una medida de inmediato efecto tiene que ver con la accesibilidad cognitiva del bien patrimonial y consiste en la colocación de recursos interpretativos.


* La versión original de este texto fue ofrecida como colaboración técnica a la Coordinación de Patrimonio de Vicente López con fecha 6-X-2022.




 

domingo, 3 de septiembre de 2023

NOVEDAD BIBLIOGRÁFICA: CIEN AÑOS DEL INSTITUTO ÓPTICO DE PAULA, UN COMERCIO TECNOLÓGICO PIONERO EN LOMAS DE ZAMORA

Por Oscar Andrés  De Masi

Editorial Maizal, 2023

 

SERÁ PRESENTADO EN LA APERTURA DE LAS V JORNADAS DEL CONURBANO SUR BONAERENSE, EN LOMAS DE ZAMORA



El historiador y patrimonialista Oscar A. De Masi ofrece al público un nuevo aporte para la historia local de Lomas de Zamora, en la efemérides centenaria de un establecimiento pionero, ya cerrado hace varias décadas.

 

Consultado por Viaje a las Estatuas, el autor nos envía esta síntesis de su reciente trabajo:

 

“El “Instituto Óptico De Paula”, instalado en el año 1923 en Laprida 90 de Lomas de Zamora, fue uno de los establecimientos más innovadores en el medio comercial lomense. Al carácter pionero en su ramo (la primera casa dedicada exclusivamente a ese rubro en aquella ciudad) debe sumarse el componente de laboratorio piezoeléctrico y la representación de marcas europeas y norteamericanas de avanzada en la fabricación de instrumentos de óptica y precisión. Fue un negocio moderno por imperativo de su propio core business y en un momento de eclosión de intensas fuerzas de vanguardia en diversos aspectos de la vida humana.

 

Su fundador, Salustiano José de Paula, nacido en Buenos Aires en 1894 y graduado como óptico en 1918, supo aunar el rigor de una especialidad afiliada a la ciencia y la tecnología, con la selección de proveedores prestigiosos y la prestación de un servicio comercial variado para una vasta clientela. La ética personal de su fundador, su contracción al trabajo y su seriedad profesional lo convirtieron en una figura confiable y respetada en aquel ambiente local, donde la comunidad de vecinos y vecinas podía reconocerse en identidades comunes y en los consensos básicos que nacen de los valores morales compartidos. Lomas era, todavía, una “gran aldea”, donde se sabía quién era quien”.

 

En cuanto a las motivaciones de la obra, De Masi nos señala que “sentía una deuda moral para con Alberto de Paula, el hijo del fundador del Instituto Óptico, que fue mi gran amigo y mi maestro en la disciplina historiográfica. Con Alberto hablamos varias veces acerca de la escritura de esta “pequeña historia”, pero indispensable como eslabón en la cadena de memorias locales. Pero nunca concretamos el proyecto y, en cambio, puso en mis manos gran cantidad de documentos de su padre. Me gusta pensar que fue un modo tácito de encomendarme a mi esa tarea…”.

 

Este libro que se presentará el próximo 5 de setiembre en la apertura de las V Jornadas de Historia del Conurbano Sur Bonaerense, fue elaborado por el Prof. De Masi, principalmente y entre otras fuentes, en base a la documentación original del establecimiento óptico, que el autor custodió por legado de Alberto S. J. de Paula, hasta su cesión definitiva a al “Fondo De Paula” del Archivo y Museo históricos del Banco de la Provincia de Buenos Aires, donde se conserva a disposición de los investigadores.

 

Agrega OADM: “Y por supuesto, las muchas y largas conversaciones con Alberto fueron algo así como el contorno de memoria que me permitió encuadrar esta crónica y atisbar en la personalidad de don Salustiano de Paula, el fundador del Instituto Óptico, que fue una rara mezcla de comerciante y científico, absolutamente innovador en aquel momento y en aquel lugar”.

 

La obra, prolijamente diseñada por Maizal ediciones, viene ilustrada con numerosas imágenes del Fondo De Paula y del archivo privado del autor.




 


jueves, 31 de agosto de 2023

SANTA CATALINA… OTRA VEZ (SEGUNDA PARTE)

Por Oscar Andrés De Masi

Para Viaje a las Estatuas

Agosto 2023



La estética de la ruina en los vestigios del aparejo ladrillero del muro histórico del conjunto edilicio de Santa Catalina de Siena. Un relicto que debe permanecer en su lugar, como fue dictaminado por la CNMyLH en 2012 (Foto OADM 2017).



¿Qué ocurrió allá por el año 2012?

Que el caso Santa Catalina de Siena no es nuevo lo hemos dicho ya varias veces. Basta con repasar los medios de prensa o navegar por la web para ratificar un hecho tan evidente.

Corsi e ricorsi, como diría Vico, pasan los años y el conflicto por el destino del lote sin construcciones, por detrás de la iglesia y el edificio conventual que forman el conjunto monumental declarado, vuelve a plantearse, como si una maldición cíclica pesara sobre el lugar.

No voy a analizar aquí la cuestión de la torre levantada hace ya décadas, en la misma manzana, sobre la avenida Córdoba y San Martín. Así de lejos quedó en el tiempo aquella primera ruptura de la unidad de paisaje que ofrecía la manzana, como testimonio de la escasa arquitectura antigua de Buenos Aires. 

Pero en el año 2012, quienes ejercíamos funciones en la Comisión Nacional de Monumentos debimos tomar partido ante la llegada del caso Santa Catalina de Siena a la mesa del cuerpo plenario. Todo cuanto voy a mencionar y citar fue socializado en los boletines online mensuales de la Comisión Nacional. Pero, dado que en algún momento, gestiones directivas posteriores decidieron retirar de la web esa información, no está demás reiterarla aquí. Porque el empoderamiento de la ciudadanía  en lo atinente a la preservación del patrimonio monumental depende, en gran medida, del conocimiento de las normas y los procedimientos legales vigentes, y de los antecedentes que ofrece cada caso en particular.

En 2011 el gobierno de la Ciudad había autorizado que se levantara en el predio por detrás del conjunto una torre de aproximadamente 60 metros de altura y un profundo socavón para las cocheras. Y ello disparó el inevitable conflicto.

Pero para hilvanar mejor el relato, focalizándonos ahora en la mesa directiva de la Comisión Nacional de Monumentos, digamos que las novedades comenzaron en 2012 con una sorprendente consulta de la Dirección General de Interpretación Urbanística de la Ciudad de Buenos Aires: ¿podía ser retirado del lugar el relicto del muro histórico, ubicado en el lado de Viamonte casi Reconquista? La Comisión Nacional de Monumentos resolvió (y así lo comunicamos por escrito el 31-V-2012, mediante la Nota n.º 715) “no autorizar dicho traslado, debiendo permanecer tal estructura en su sitio con carácter intangible”. (Valga esta referencia, de paso, para ilustrar a la actual Comisión Nacional en el sentido de sus actos propios, si por caso el tema del muro volviera a plantearse en este nuevo capítulo de la saga).

Aunque no lo dijimos expresamente en la nota, iba de suyo que el principio de inseparabilidad del entorno operaba su fuerza mandatoria, más allá del riesgo que una anastilosis de este tipo podía ocasionar sobre el fragmento arqueológico, sus aparejos y sus morteros. Por otra parte ¿adónde se pensaba trasladar el muro? Como se advierte, la consulta municipal estaba condenada al rechazo de plano, por una cuestión de sentido común.

Aprovechamos la oportunidad de la nota de la Comisión Nacional para reclamar, en el párrafo final (porque in cauda venenum, como decían los romanos…), una respuesta a la anterior nota n.º 660/2012, donde el organismo nacional pedía a la Jefatura de Gobierno local explicaciones acerca del supuesto proyecto de construcción de una torre en aquel lote, que funcionaba como estacionamiento a cielo abierto, tras las demoliciones de los años 80. Ya aparece, entonces, la amenaza de una construcción inadecuada. La actitud de la Comisión fue actuar en forma preventiva, dentro de sus facultades legales, como debe hacerse en estas contingencias. La actitud del gobierno local fue…eludir la respuesta.

Como la información solicitada no llegó, debió reiterarse el pedido el 4-VII-2012, por mandato del plenario reunido el 28 de junio. 

Reiterábamos allí “nuestra más seria preocupación ante las obras de construcción de un edificio, que se ejecutarán aledañas a la iglesia y convento de Santa Catalina (monumento histórico nacional) y que han tomado estado público”. Lo del “estado público” era rigurosamente cierto.

A continuación venía el meollo problemático del asunto, resumido básicamente en tres puntos. Decíamos que “La edificación en altura contigua y el trabajo en cimientos podría comprometer seriamente yacimientos arqueológicos y enterratorios de data colonial, y estructuras murarias del histórico edificio, además del grave impacto perceptivo que el volumen emergente causará en la debida amortiguación del monumento”.

Me parece importante recalcar que, como dije, el nudo del problema estaba virtualmente contenido en estos tres puntos, a saber:

1-La potencial destrucción de un yacimiento arqueológico de tipo funerario que exista por debajo de la playa de estacionamiento. Básicamente pensábamos en el enterratorio conventual y en sepulcros con restos humanos pertenecientes al camposanto colonial.

2-El potencial compromiso de la estructura muraria del edificio histórico (no olvidar los asientos en barro de estas fábricas antiguas), por cambios del tenor de humedad de los cimientos y otras modificaciones materiales en los niveles subterráneos lindantes (se hablaba de entre tres y seis niveles para cocheras).

3-La desamortiguación visual que el volumen nuevo, de enorme altura y otras novedosas condiciones materiales y perceptuales, causaría inevitablemente sobre el recorte del perfil de la iglesia, que iba a quedar reducido a la escala risible de maquete (como ya ocurrió con otros templos, tanto en Buenos Aires como en provincias).

La Comisión pedía, una vez más, y esta vez “con urgencia”, “el envío de los detalles del proyecto, y, eventualmente, los estudios que se hubieren realizado, relativos al impacto en el inmueble histórico”.

Además, se hacía “expresa recomendación de que no deberá iniciarse trabajo ninguno hasta tanto se remita a esta Comisión Nacional el respectivo proyecto, a efectos de ejercer la superintendencia que la Ley 12665 asigna a este organismo, bajo apercibimiento de disponer, en su caso, la suspensión de eventuales obras. Al mismo tiempo, y en caso de iniciarse las referidas obras, le hacemos presente [al Jefe de Gobierno] las responsabilidades que recaerán en cabeza de esa Jefatura de Gobierno, en caso de producirse daños en el valioso conjunto histórico”.

Como puede leerse, los términos de la Comisión Nacional eran claros y categóricos. Con el correr de los últimos años y las gestiones sucesivas al frente del organismo nacional, hemos echado de menos semejante precisión conceptual y firmeza en la defensa de los valores del bien protegido por una norma nacional. En otras palabras, la Comisión Nacional no temía actuar en el marco de sus facultades.

Volviendo al caso, todavía el 5-VII-2012 hubo de responderse a un cuestionario de la Defensoría del Pueblo de la Nación relativo a Santa Catalina. El conflicto seguía escalando.

De los cuatro puntos respondidos me interesa citar dos de ellos. En el punto 2) decíamos que, respecto del proyecto de la torre, “se ha tomado conocimiento a través de versiones de prensa, toda vez que el gobierno local no ha remitido documentación oficial a este sede”. Es decir, que desde mayo (cuando se envió la primera nota) hasta el comienzo de julio, la Ciudad de Buenos Aires no había informado a la Comisión cuanto se le pidió, en ejercicio de las facultades de superintendencia concurrente sobre el bien protegido. 

En el punto 3) se abordaba el tema de fondo, relativo a por qué el proyecto suponía una amenaza para los valores patrimoniales del monumento. Decíamos que “A la espera de información oficial, se han efectuado las advertencias de índole general contenidas en las notas antes mencionadas. Para un pronunciamiento específico debería tenerse a la vista el referido proyecto. Sin perjuicio de ello, y aún cuando se garantizaran los aspectos arqueológicos y estructurales, persistiría el problema del impacto volumétrico sobre la amortiguación visual del conjunto protegido”. 

A esa altura de los acontecimientos, ya había comenzado a movilizarse con suma diligencia la ONG “Basta de Demoler”, junto a particulares y con el consenso del Arzobispado de Buenos Aires, concentrando el procedimiento idóneamente en una acción de amparo contra el Gobierno de la CABA y otros, sustanciado en el Juzgado de 1ª Instancia en lo Contencioso Administrativo y Tributario n.º 10, secretaria n.º 19. La Comisión Nacional de Monumentos fue citada al juicio en agosto de ese año y se respondió con los argumentos sabidos. Más aún, en el Boletín online del organismo, en el número de noviembre de 2012 se volvió sobre el tema, publicando un meduloso artículo del experto y asesor emérito, arquitecto Ramón Gutiérrez.

En 2013, la asociación civil “Basta de Demoler” obtuvo el amparo pretendido, cuando la Justicia determinó “ordenar la prohibición del inicio de cualquier tipo de obra en el predio ubicado en la Av. Córdoba 402/444, calle Reconquista 710/790 y calle Viamonte 409 a 4445 (Nomenclatura catastral: Circ. 14, Sección 01, Manzana 40, Parcela 1 c) de esta ciudad, hasta tanto se dicte sentencia definitiva…”

Aquella resolución judicial advertía que no se habían puesto aún a disposición de la Comisión Nacional de Monumentos los detalles del proyecto (para poder evaluar el potencial impacto sobre el monumento, como se había pedido dos veces por los menos) y que la Ciudad no había respondido el oficio remitido ya dos veces, pidiendo informe del registro de bienes patrimoniales en el terreno en cuestión.

En cuanto al estudio arqueológico, por lo visto fue presentado ante el mismo Juzgado el 26 de marzo de 2013, razón por la cual no pudimos, ni Repetto ni yo, analizarlo mientras duró nuestra gestión en la Comisión Nacional, ya que nos renunciamos a nuestros cargos en esas semanas o poco después.

En cualquier caso, como puede leerse en las crónicas del momento, hubo dos medidas judiciales que tutelaron el conjunto histórico al impedir la construcción de la torre: el amparo de 2013 y un fallo del Superior Tribunal de 2016. Aquellas medidas, cuyo logro fue mérito principalmente de la ONG mencionada y los particulares que efectuaron la denuncia, cayeron al fin y apareció en escena la figura de los “convenios urbanísticos” (de la cual hablaré en otra ocasión). Aunque en este caso, tampoco prosperó entonces esa vía en la Legislatura.

Quiero anotar una última reflexión, que suelo reiterar en mis clases: lo interesante del amparo (y muy plausiblemente del fallo posterior, que no tengo a la mano) es que admitió, de alguna manera, el valor reglamentario de la resolución o acuerdo de la Comisión Nacional en lo tocante al problema de la amortiguación visual (que era el punto argumental de mejor asidero, teniendo en cuenta la poca o nula información que se poseía del proyecto), aún cuando todavía no estaba tipificada esa “clase” de tutela (el “área de amortiguación visual”) en la normativa nacional de la ley 12665, ya que fue incorporada luego, mediante la ley 27103, cuyo primer borrador esbozamos en un café de la calle Sarmiento (el Brockers, ya cerrado), Alberto de Paula, Martín Repetto y yo, allá por el año 2006 o 2007 si no me equivoco.

En la próxima entrega (la tercera y última) compartiré con ustedes mi ponderación del caso en el presente estado del arte: la posible construcción de un templo de los mormones.










miércoles, 23 de agosto de 2023

SANTA CATALINA, OTRA VEZ… (PRIMERA PARTE)



Por Oscar Andrés De Masi

Para Viaje a las Estatuas, agosto de 2023


En estos días se ha renovado la polémica en torno de la iglesia y convento de Santa Catalina de Siena y sus parcelas adyacentes con rumbo S-E, a causa de la eventual construcción de un templo mormón. A las voces de protesta y advertencia se ha sumado una carta del nuevo arzobispo de Buenos Aires, lamentando que la decisión no haya sido informada en el marco del diálogo ecuménico, y pidiendo a las autoridades locales que se evalúe debidamente el potencial impacto negativo del proyecto. No está en tela de juicio la libertad religiosa que protege nuestra Constitución Nacional, sino los valores patrimoniales del conjunto conventual histórico y su entorno, y la integridad de su potencia simbólica.


Como varios amigos y amigas me han consultado acerca de este tema, me ha parecido oportuno empezar por publicar, nuevamente, un texto que escribí allá por el año 2012 y que apareció en la sección “Escriben los Vocales” del Boletín on-line de la entonces Comisión Nacional de Monumentos y Lugares Históricos, en la cual me desempeñaba como Vocal Secretario. El artículo pretendía rescatar la obra redactada por el arquitecto Andrés Millé y que, todavía hoy, suele aparecer en las librerías anticuarias.


En aquel momento de tensión, la Comisión produjo un acuerdo plenario y cursó diversas actuaciones (administrativas y judiciales), en defensa de los valores patrimoniales del monumento, amenazados por la intención de edificar una altísima torre en el predio por detrás de la iglesia.


Veamos qué dije entonces y, en una próxima entrega, profundizaré el caso a la luz de su actual estado de situación.


Una foto del conjunto a comienzos del siglo XX, cuando el lado norte de la fachada se hallaba perfectamente amortiguado (Col. OADM).


TIEMPO DE RELECTURA PARA LOS DOS TOMOS DE ANDRÉS MILLÉ ACERCA DEL CONVENTO DE SANTA CATALINA DE SIENA


Casi por azar, encuentro en un estante de mi biblioteca los dos tomos que, bajo el título de “El monasterio de Santa Catalina de Siena en Buenos Aires”, publicó en 1955 el arquitecto Andrés Millé. Un azar sospechoso y más bien sincrónico (dirían los seguidores del método junguiano), a causa de este preciso y sensible momento en que el conjunto monumental de Las Catalinas se ve amenazado en sus valores patrimoniales por un proyecto de edificación contigua, que, por lo menos,  impactará dramáticamente en la percepción visual y el entorno de los últimos perfiles tardo-coloniales que quedan en aquel barrio. No voy a ocuparme aquí de los aspectos críticos de la propuesta urbana, tema que el lector encontrará en la Carta editorial y otras secciones de este Boletín. Quiero, si, rescatar, en una coyuntura tan oportuna, estos dos volúmenes de Millé, que ya son un clásico de ese capítulo de la historiografía de Buenos Aires que solemos llamar las antigüedades porteñas, y que tuvo cultores curiosos y eruditos como Vicente Fidel López, Pillado, Peña, Quesada, Biedma, Wilde, Udaondo,  Lafuente Machain, Torre Revello etcétera.


Mientras aquellos nombres se enlistaban en el repertorio de los historiadores (ya fueran salidos de la tertulia erudita, ya de las nuevas maneras heurísticas de abordar el pasado en los archivos), hubo algunos casos notables de profesionales ajenos a la tarea historiográfica que recayeron exitosamente en ella, llevados por encomiendas técnicas  puntuales, a las cuales quisieron dar soporte histórico documentado. El resultado de tal contingencia fueron algunas obras cuya lectura sigue siendo casi obligatoria en la materia. La “Historia del puerto de Buenos Aires” de Eduardo Madero es una de ellas y bien ejemplar. Los dos tomos de Millé sobre Santa Catalina (sumados a su anterior monografía acerca de la Recoleta) también lo son.


Los estudios históricos de Andrés Millé habían sido motivados por su participación en la restauración de la antigua iglesia de los Recoletos. Se trataba, como él mismo lo confesó, de un encargo inesperado, que lo indujo a una inmediata búsqueda de antecedentes en archivos. La obra que logró compilar bajo el título de “La Recoleta de Buenos Aires: una visión del siglo XVIII” obtuvo en 1952 el premio de Historia de la Ciudad de Buenos Aires, otorgado por el Instituto Bonaerense de Numismática y Antigüedades. El hallazgo de tantísima información relativa a don Juan de Narbona impactó fuertemente al autor, quien siguió a su personaje más allá de la Recoleta, para reencontrarlo en 1737 ofertando la única propuesta de ejecución de obras para el monasterio de Santa Catalina de Siena.


Fue Narbona, precisamente, quien propuso llevar el edificio a un terreno más amplio que el solar de la calle México y Defensa, en Catedral al Sur, y más alejado del centro de la ciudad.


Si bien el gobernador don Miguel de Salcedo apoyó el cambio de emplazamiento, por diversas razones ello no fue del agrado del Cabildo, originándose un pleito que, entre oficios, vistas, réplicas y demás diligencias procesales duró 37 años.


Millé escribió en el Prólogo que “el desarrollo de esa larga lucha, unas veces sorda, y a las claras otras, es el motivo principal de este trabajo”. El resultado de sus indagaciones es no sólo un completo dossier del incidente judicial, sino también un cuadro evocativo de Buenos Aires en el siglo XVIII, como lo indica el subtítulo.


A Millé le cabe el mérito -que él mismo no sospechó entonces- de haber podido acceder en consulta a la cuantiosa documentación de los archivos de la Curia de Buenos Aires, que fueron incendiados apenas meses después de concluida la investigación. Su reproducción textual es hoy la única salvaguarda filológica de muchos de aquellos folios reducidos a cenizas que habrá esparcido el viento.


Encuentro una rara paradoja en el caso de Santa Catalina: ya desde el origen, su definitiva ubicación fue motivo de una controversia. Pero, a pesar de que el pleito colonial se zanjó a favor de una mayor superficie para el convento y su templo, hoy el conflicto reaparece, mutatis mutandi, disparado por un paradigma opuesto: el avance los emprendimientos inmobiliarios a expensas de las menguadas áreas históricas y las últimas reservas de amortiguación visual de los pocos monumentos de memoria hispánica –maguer sus interferencias estéticas posteriores-  que quedan en pie en Buenos Aires.


Como sea, si el emplazamiento del convento de Santa Catalina propuesto por Narbona hace casi tres siglos dio pábulo a semejante debate (y con semejantes litigantes: Cabildo, Gobernador, Obispo, monjas catalinas, viudas y herederos…), he allí un motivo adicional y novedoso de respeto a sus fábricas supérstites. Y es mérito de los dos tomos escritos por Millé el traernos, desde el fondo de los siglos, como una vertiente renacida en un cauce antiguo, esta resemantización histórica no sólo del edificio o los edificios, sino también de su ubi, de su lugar, conjugado a la par del  monumento.


Casi trescientos años después de los episodios leguleyos desempolvados por Millé, la manzana de Santa Catalina vuelve al centro de la discusión porteña. Pero, a diferencia del litigio colonial, no hay ahora una autoridad local que quiera asumir la defensa acérrima de lo que subsiste del conjunto conventual. Por fortuna, hay vecinos y hay párroco, hay ONGs y medios de prensa sensibles, que suman coralmente sus voces junto a la diligente actuación de la Comisión Nacional de Monumentos.


Como en el pleito del siglo XVIII, la historia juzgará también a estos actores contemporáneos…







Dos vistas de la Iglesia Santa Catalina de Siena tomadas por Alberto de Paula circa 1985 

(Col. OADM).





martes, 27 de junio de 2023

ANTICIPO BIBLIOGRÁFICO EL PRÓLOGO DEL ARQ. JULIO CACCIATORE PARA EL LIBRO DE OSCAR ANDRÉS DE MASI ACERCA DEL TEMPLO HISTÓRICO DE LOS PROTESTANTES ALEMANES EN BA. Coming soon...

 

La foto irrepetible: fue tomada por OADM hace pocos años, cuando no existía el actual edificio de la esquina y ello permitía la visual completa del flanco norte del templo... Hoy no sería posible obtener esta misma toma, por la interferencia del volumen vecino, construido en altura y sobre la medianera. A este fenómeno, de suyo disvalioso, lo llamamos des-amortiguación visual del monumento...


El templo de la Congregación Evangélica Alemana en Buenos Aires: un legado de arquitectura e identidad en su 170 aniversario

 

El doctor Oscar Andrés De Masi, patrimonialista argentino y autor del presente libro dedicado al primer templo establecido por la Congregación Evangélica Alemana en Buenos Aires, continúa aquí con una labor que ha emprendido hace ya varios años, en pos de la investigación histórica de la arquitectura religiosa en nuestro país, en una rama que incluye a los ejemplos no católicos, por ahora en Buenos Aires y sus alrededores. Dentro de este último tema ya ha presentado un volumen sobre la Catedral Ortodoxa Rusa de la Santísima Trinidad ubicada frente al Parque Lezama de esta ciudad, además de estudios publicados en medios digitales acerca de los templos protestantes de Lomas de Zamora y de Martínez, y también acerca de las capillas de responsos de los cementerios Alemán y Británico de la capital, y los antecedentes del primer cementerio de protestantes. Todos estos artículos están disponibles en Internet (revista Habitat, diarios Infobae y Gaceta Mercantil y blog de autor https://viajealasestatuas.blogspot.com.ar).


Se trata de un tema que el autor comenzó a frecuentar, décadas atrás, junto al común amigo Alberto S. J. de Paula, quien inició en nuestro medio esta línea de investigación a través de sus tres entregas relativas a los templos rioplatenses no católicos, que publicó la revista Anales del IAA en los años 60.


La Argentina fue el primer país latinoamericano que permitió que las congregaciones no católicas edificaran sus edificios de culto. La tradición española trasladada al nuevo Mundo había descalificado a las creencias denominadas protestantes a las que denominada “de herejes” no admitiendo ni sus liturgias públicas ni el entierro de sus difuntos. Luego de la Revolución de Mayo el país entró en un camino de tolerancia sobre todo ante el arribo a estas playas de ingleses, escoceses, alemanes, americanos del norte y hasta de franceses (hugonotes) no practicantes del catolicismo. El primer cementerio de disidentes se instaló en Buenos Aires en 1821 y luego se levantaron los templos de rito anglicano, presbiteriano, metodista y evangélico alemán, todos ellos en tiempos de Rosas.


En octubre de 1843 se estableció institucionalmente la Congregación Evangélica Alemana para lograr la atención pastoral, el ejercicio de culto y la educación de niños y niñas dentro de su credo protestante, habida cuenta de la comunidad de habla alemana establecida en la ciudad desde principios del siglo XIX. En 1853 se inauguró su iglesia en lenguaje neogótico (una novedad entonces) en la calle Esmeralda, en pleno centro porteño, obra del entonces prestigioso arquitecto británico Eduardo Taylor.

 

A partir de considerar a este templo como “un hito relevante para la historia del protestantismo en el Río de la Plata y, a la vez, para la historia de la arquitectura de Buenos Aires”, el doctor De Masi desarrolla en su libro un proceso que comienza con referencias al marco histórico del momento, a la comunidad alemana arraigada entre nosotros y a las diferencias en aspectos dogmáticos y litúrgicos de los católicos, algo necesario para ubicar el tema en el tiempo y espacio.  Documenta luego con gran precisión el autor ha consultado fuentes diversas incluso las existentes en archivos de la misma iglesia la sucesión de acontecimientos que desembocó en su inauguración y en su vida posterior, que fue activa.

 

Dedicado ya al edificio en sí, hace referencia al arquitecto, autor de importantes edificios en la Argentina, y rescata la intervención en el templo del pintor alemán Otto Grashof, “viajero de tránsito” según José León Pagano, que intervino en las “instalaciones artísticas” inaugurales y a quien, salvo las referencias escuetas de Schmidt y Corti, poco se ha mencionado hasta ahora en relación con esa congregación.

 

Aclara que el programa incluía algo más que el espacio para el culto, porque tras el volumen principal frente a la calle Esmeralda, se disponía la vivienda del pastor y el aula para la escuela de enseñanza en idioma alemán. La aprobación del proyecto generó críticas, que fueron en general favorables.

 

El cuerpo central de la publicación, donde radica su aporte más significativo para la historiografía de la arquitectura religiosa de Buenos Aires, abarca la pormenorizada descripción estética, analizando las fuentes primitivas (dibujos del autor que han llegado hasta nuestros días, fotos y periódicos de época, referencia a textos ya publicados de prestigiosos estudiosos y fuentes de archivo parroquial), logrando un cuidadoso análisis del espacio, los elementos arquitectónicos y decorativos, con enorme detallismo en su descripción formal y material y remarcable manejo del léxico del repertorio neogótico. Va enumerando, así, las sucesivas modificaciones en el tiempo (incluidos los agregados de vitrales, mobiliario de madera y órganos de tubos), deteniéndose en las que designa como “intensas reformas de 1923”, que incluyeron ampliaciones y modificaciones en la cubierta, la fachada y el interior de la nave. Ello permite a De Masi dar un balance crítico de dichas reformas, fundamentando, incluso, algunas discrepancias interpretativas puntuales respecto de los autores anteriores. Otro aporte original es su detenimiento en las consideraciones que surgen de la intervención del arquitecto Andrés Kálnay en 1933, fundamentalmente en aspectos decorativos en el interior, poco conocidos. El hecho de que este año jubilar la Congregación haya dejado visible un testimonio de esas pinturas a modo de “ventana arqueológica” es plausible.

 

El texto llega hasta la actual puesta en valor del templo, y presenta una ponderación desde el punto de vista patrimonial material e inmaterial del conjunto –reiteramos que el profesor De Masi es un especialista en temas de patrimonio, tanto en su teoría como en su gestión y hace referencia a las tareas de recuperación, parcial por ahora, para rescatar un edificio que cumple 170 años. Finalmente, una cronología sucinta y la explicitación de las numerosas fuentes bibliográficas (algunas de ellas espigadas entre los más eruditos textos referidos a la estética de la arquitectura medieval), cierran un contenido que plantea propuestas metodológicas aptas para aplicar en publicaciones futuras dentro de este tema, que ofrece aún tanto por desarrollar.

 

Arquitecto Julio Cacciatore

Historiador de la Arquitectura

Buenos Aires, junio de 2023