La mirada y la interpretación de Oscar Andrés De Masi, arqueógrafo

lunes, 15 de noviembre de 2021

LA VIDA, LAS OBRAS Y EL EJEMPLO DE UN GRAN ARTISTA ITALIANO RADICADO EN LA ARGENTINA

 Por Oscar Andrés De Masi



La figura del escultor italiano radicado en la Argentina, Luigi Trinchero, ofrece el contraste de una carrera brillante y de una producción artística tan excelente como abrumadora, versus una fama actual muy inferior a sus méritos. No es extraño ni es el único caso en nuestro medio. De ahí que este libro que comentamos (Luigi Trinchero, el escultor del Teatro Colón, Maizal ediciones, 2021), cuyos autores son María del Carmen y Gustavo Trinchero, nietos del escultor, viene a llenar un vacío en la bibliografía y a reparar un hueco en la memoria histórica de las artes plásticas en nuestro país. Era, pues, un libro necesario.

 

Trinchero había nacido en el Piamonte en 1862, y tras haber fraguado su vocación y acrisolado su idoneidad en la Academia Albertina de Turín (cuyo plan de estudios había sido reajustado por el maestro Odoardo Tabacchi), y luego de sus primeras experiencias creativas en Niza, en Faenza y en Florencia, llegó a Buenos Aires el 29 de octubre de 1888, con la cabal maestría del oficio. Por entonces, las obras públicas y privadas, tanto en la Capital como en La Plata, demandaban arquitectos, ingenieros, artistas plásticos, técnicos y operarios, mayormente italianos, que concurrieron al embellecimiento de la edilicia en ambas ciudades.

 

Vinculado desde el comienzo a colegas establecidos entre nosotros (como Victor de Pol) y a otros “oriundi” que ya no retornarían a su patria, su inserción laboral fue rápida (pese a la crisis de 1890 que dió término a la presidencia de Miguel Juárez Celman) y su arraigo fue definitivo. Aquí formó una familia, aquí trabajó y aquí murió en 1944. Como tantos compatriotas, se había asociado al Círculo Italiano en 1908.

 

De sus obras llama la atención no sólo la ostensible calidad (aquella matriz académica italiana no hubiera fallado en materia de escultura), sino también la inspiración por momentos fantasiosa de sus temas, la riqueza expresiva y el pathos de su modelado y el volumen cuantitativo de su producción. Tal vez las esculturas más conocidas (aunque para el observador no resulte tan reconocible su autor), o al menos las más visibles (aunque pocos reparen en ellas), sean aquellas que decoran el Teatro Colón (la totalidad del programa estatuario y decorativo le pertenece), el relieve en el tímpano de la basílica de La Piedad, la puerta de bronce en el edificio del Centro Naval, el relieve en el mausoleo de Roverano y las esculturas en la bóveda Bettinelli en el cementerio de la Chacarita, los bustos en la fachada de Unione e Benevolenza, las decoraciones en el Salón Dorado del diario La Prensa, el monumento a Martín Rodriguez o la imagen de Stella Maris en Mar del Plata.

 

Es digno de anotarse que apenas quince años de arraigo en un país lanzado al anchuroso horizonte de la grandeza (y capaz de asimilar a los extranjeros dispuestos a cimentar con su trabajo esa grandeza) le permitieron artista italiano que llegó al Río de la Plata sin hablar nuestro idioma, obtener la encomienda más relevante de su larga carrera: ornamentar con una miríada de esculturas y relieves el teatro lírico par excelente de la República Argentina. Un logro que tantísimos otros escultores hubieran deseado concretar.

 

Pero la vastedad de su catálogo excede en mucho a una prieta enumeración y se extiende a los grupos de figuras en el coronamiento de numerosos edificios, estatuas en residencias particulares (como en el “castillo” de Naveira), bustos de próceres y de celebridades y alegorías ornamentales. De no menor cuantía y valía es su obra perdida, ya sea en edificios demolidos o a causa de la imposibilidad de establecer el paradero actual de tal o cual pieza. Asimismo, entre una variedad de proyectos no ejecutados, se destacan, entre otros, los monumentos a Leandro N. Alem o a Garibaldi, y unas fuentes ornamentales que propuso para la ciudad de Buenos Aires, sin éxito.

 

Ciertamente no fueron los grandes monumentos, sino otros trabajos de indudable calidad los que, en su momento, le dieron dieron fama y posición, aunque paradójicamente, tal vez el carácter "decorativo" de aquellas obras, iba a advenir como la coartada de una miope y reductiva mirada crítica que, décadas después, dejaría rezagado injustamente su nombre (casi hasta el olvido) en el elenco de los grandes escultores del país. En cualquier caso, la mengua de sus encomiendas artísticas, que no disminuyó su prestigio en vida, debe relacionarse con la moda de esa vanguardia racionalista que comenzó a despojar a las fachadas, los remates, los cielorrasos, las cornisas y las enjutas, de adornos escultóricos. El cierre de su taller en la calle Sarandí fue no sólo el final de un ciclo para él, sino la metáfora del ocaso de una época dorada del decorativismo en la arquitectura porteña. Lamentablemente no formó escuela ni prolongó su magisterio en ningún discípulo, aunque un nieto suyo que lleva su mismo nombre de pila se ha destacado como ceramista. Pero él no alcanzó a saberlo.

 

La vida de Luigi Trinchero, aún con las notas singulares e intransferibles de su biografía personal, calca la aventura de tantísimos inmigrantes italianos que arribaron a estas tierras, y que fueron portadores no sólo de sueños de éxito y progreso material, sino también, tanto de las finezas espirituales de esa gran nación que era su patria de origen, como de las destrezas técnicas y el empeño laborioso para concretar a destajo sus utopías.

 

En ese sentido, y aunque parezca un cliché (que no por muy repetido deja de ser verdadero), los hombres y mujeres como Trinchero siguen siendo un ejemplo iluminador para esta neo Argentina desconcertante, que se muestra pródiga en el dispendio de subsidios a favor de quienes no trabajan, a contrapelo de aquellos valores que debió enarbolar como una oriflama existencial el escultor piamontés: que el salario se gana con el sudor del propio esfuerzo. Y, de paso, que la belleza se conquista con el largo estudio y la disciplina del oficio.

 

 

 

 


domingo, 24 de octubre de 2021

Dr. Jorge E. Berardi. Presidente del Círculo Italiano. IN MEMORIAM


Consternado aún por la noticia del fallecimiento del Dr. Jorge Berardi, poco podría expresar, puesto que toda palabra se exhibe indigente ante la medida del dolor, y todo comentario sería, por mucho, inferior en hondura al motivo que lo provoca. Cuesta aceptar que Jorge sea, desde ahora, un habitante del territorio del recuerdo.


Pero aún en la tristeza de este momento, la figura humana de nuestro común amigo (sin entrar a evocar aquí la largueza de sus logros profesionales) se impone con una extraña marca vital, como si aún pudiera ocurrir ese reiterado encuentro, asaz casual, en alguna vereda o en algún café de la Recoleta. Encuentros proclives a la brevedad, pero nutridos de conceptos ponderados. Y hago notar que, consistente con la raíz latina de la palabra "ponderar", su primera acepción en español significa "pesar". Porque así era el modo discursivo de Jorge, que pesaba muy bien cada palabra, con un particular ritmo y el dejo de una entonación sentenciosa. Sus frases eran, ciertamente, "ponderadas", en el platillo de la balanza de su vasta experiencia, de su rigurosa inteligencia y su don de gentes.


Era, sin duda, un caballero cabal que convocaba una inmediata simpatía y que despertaba en sus interlocutores una escucha atenta, basada en ese respeto intelectual que las personas honestas tributan con naturalidad a quienes se han ganado, por la fuerza moral de su conducta y por la fuerza lógica de sus ideas, un sitio de autoridad ante sus semejantes. Una autoridad, en su caso, alejada de solemnidades rígidas, e interlineada con el tono constante de se carácter afable y sus formas cumplidas y ceremonieras.


Jorge Berardi era una de esas figuras de referencia, y su voz atenuada, equilibrada y amable, contrastaba con perfiles nítidos y propios, en el contexto de una sociedad argentina que parece autocomplacida en la construcción de una nueva subjetividad poblada de frivolidades, de enunciados casquivanos y de griteríos sin sustancia.


Era, a su modo, el arquetipo de esa especie virtualmente en vías de extinción, que es el porteño de vieja cepa y buenos modales. Y es una coincidencia notable, que haya partido de este mundo justo un 12 de octubre, que antes se llamaba "día de la raza"; justamente él, que supo sintetizar los valores de una "raza espiritual" antes que etnográfica, cifrada en la cultura y la civilización que nos legó Europa y hundió sus raíces en nuestra tierra durante décadas.


Para Jorge, como amigo, como docente y como líder de equipos profesionales, valen las palabras que Dante Alighieri sintetizó el ethos de Virgilio, su mentor espiritual: Tu duda, tu signore, tu maestro...


Decir que lo vamos a extrañar, como si el verbo conjugado en tiempo futuro fuera a distanciar el instante de la pena, sería una obviedad imperdonable. Porque desde ahora mismo que su patria es el infinito reino de la memoria, comenzamos a extrañarlo.


Oscar Andrés De Masi

12-X-2021





martes, 12 de octubre de 2021

120 AÑOS EDIFICIO DE LA IGLESIA ORTODOXA RUSA: UN LIBRO DEL EDITOR DE NUESTRO BLOG SE SUMA A LA CONMEMORACIÓN

Por Imafronte

Para Viaje a las Estatuas



El domingo 10 de octubre fue conmemorado el 120.º aniversario de la inauguración y la consagración del edificio de la Iglesia Ortodoxa Rusa de Buenos Aires, situada frente al Parque Lezama desde octubre de 1901.


Por la mañana se celebró una solemne liturgia según el rito ortodoxo y, por la tarde, se realizó un acto cultural. En la primera parte, cumplida en el recinto del templo, el Coro Likui, proveniente de Río Negro y dirigido por la maestra Olga Liudkova, ofreció piezas de su repertorio en idioma ruso. La calidad de esta agrupación merece los más calurosos elogios.

 



Previamente, el arcipreste Alejandro Iwazsewicz pronunció un discurso evocativo en ruso y en español.

Luego se pasó al salón parroquial, donde el embajador de la Federación Rusa presidió el brindis y pudieron degustarse diversos bocadillos de tradición gastronómica rusa, mientras se disfrutaba de la muestra de fotografías y de objetos litúrgicos que se expusieron para esa ocasión.


Para el cierre, el Dr. Oscar De Masi fue invitado pronunciar unas palabras de contenido histórico a modo de síntesis de su obra acerca de La Iglesia Ortodoxa Rusa de Buenos Aires, editado por Ágape Libros con el auspicio de la comunidad San Sergio. A su turno, el autor cedió el micrófono al arquitecto Julio Cacciatore, prologuista de la obra, quien se refirió a la arquitectura rusa.



Seguidamente ofrecemos una breve entrevista que realizamos al editor de nuestro blog.


¿Qué sentido tuvo la conmemoración del pasado 10 de octubre?

OADM: En octubre de 1901 se inauguró el edificio de la Iglesia Ortodoxa Rusa frente al Parque Lezama. La piedra fundamental había sido colocada el 18 de diciembre de 1898, en la fiesta de San Nicolás Taumaturgo y onomástico del zar Nicolás IIº .

De este modo, finalmente, lograba hacerse visible la comunidad de los ortodoxos de Buenos Aires.


¿En qué momento de la historia de la diversidad religiosa llegan los ortodoxos?

OADM: La llegada de los ortodoxos es un fenómeno de la segunda mitad del siglo XIX, ya dictada la Constitución Nacional y su fomento de la inmigración, con los flujos aluvionales, cosmopolitas y exóticos, que vienen a completar el cuadro de los contingentes anteriores de ingleses, alemanes, suizos, italianos, españoles y franceses. Ahora llegan familias e individuos de Rusia, del Imperio Otomano, de Siria, de Polonia, de Serbia y Montenegro, de Bulgaria y de la Dalmacia, de Grecia, etcétera. Y con esos grupos llegan la Ortodoxia y el Judaísmo, para completar el panorama de la diversidad religiosa en el país.

La nota constante es que cada comunidad trae consigo una identidad lingüística, cultural y religiosa. Por esto último, cada una de ellas levanta su templo. Y esos edificios que al comienzo eran un patrimonio exclusivo e introvertido de las colectividades, hoy se han convertido en patrimonio común de los argentinos.

 

¿Cómo se organizó la primera comunidad de ortodoxos? 

OADM: ERA una comunidad de varias naciones. Mayormente eran griegos, serbios, montenegrinos, búlgaros, dálmatas y migrantes de lengua árabe (sirios, libaneses, antioquenos) que vivían en La Boca o en Barracas y se dedicaban en gran medida a la marinería. Eran pocos los rusos. Deseosos de practicar su rito de modo apropiado, formaron una asociación en 1887 y peticionan al zar la creación de una iglesia y el envío de un sacerdote. Y lo logran: en 1888 el zar Alejandro IIIº decreta la creación de la Iglesia Ortodoxa Rusa adscripta a la Legación rusa en Buenos Aires.

Fueron comienzos muy modestos, en una pequeñina capilla improvisada en dos locales alquilados en la calle Talcahuano. Para atender ese servicio llega el P. Ivanoff a finales de 1888. Y el 13 de enero de 1889 se celebra la primera misa ortodoxa en la Argentina. Se aprovechó esa liturgia para bautizar a niños y niñas.

De este modo se va perfilando esa minoría multinacional, pero donde los rusos van tomando el papel más activo, al amparo de un Imperio poderoso y protector de la fe ortodoxa aún fuera de las fronteras de Rusia.

 

¿Cuándo y cómo aparece en escena el P. Constantino Izrastzoff?

OADM: Lamentablemente el P. Ivanoff debió regresar a Rusia y la comunidad quedó sin pastor, incluso acumulando deudas por el alquiler del local de la capilla. Entonces aparece en escena el P. Constantino Izrastzoff. Es ruso, había nacido en 1865 en Zadore, se formó con notas sobresalientes en la Academia de San Petersburgo y se hará casado con Elena Bouhade. Llega a Buenos Aires en 1891, o sea que tenía apenas 26 años.

Pero se caracteriza por tres rasgos de su personalidad: una profunda espiritualidad, un carácter ejecutivo y dinámico, y una vasta cultura y tono diplomático. Él se sabe portador de una misión, y por eso confía en la Providencia como hombre de fe, pero también confía en las ayudas humanas. Se ha propuesto levantar un templo digno de la Ortodoxia ancestral, pero los efectos de la crisis del 90 en nuestro país le impiden obtener recursos del crédito local. En 1897 lo encontramos en Rusia, predicando y solicitando ayudas de la familia imperial y del pueblo ruso. Las consigue y con esos recursos, más aportes locales, se levanta el templo. Y ya desde ese momento el P. Izrastzoff se va perfilando como una figura de referencia para los ortodoxos y en especial para la colectividad rusa. Por eso será condecorado por la corte imperial con la Orden de Santa Ana. Y tendrá un papel relevante luego de la revolución bolchevique en la salvaguarda de la integridad de la Iglesia Rusa en la Argentina y en Sudamérica, y en el rescate de muchos compatriotas en el exilio. A su muerte, en 1953, el general Perón autorizó expresamente que fuera sepultado a la entrada el templo.

 

¿Cómo se proyectó el edificio?

 OADM: En cuanto al edificio del templo, se sitúa en un lugar privilegiado que ya existía como tal y estaba de moda en 1901: frente al parque Lezama, un núcleo conectivo de La Boca, Barracas y San Telmo. Hubo varios proyectos previos pero finalmente se encargó el diseño al arquitecto de la corte imperial y del Santo Sínodo de la Iglesia Ortodoxa, Timofeievich Preobranszensky, con sede den San Petersburgo. Era un arquitecto de enorme prestigio en Rusia y con una vasta experiencia de formación y de trabajo en París y en Italia.

El estilo podría definirse como “moscovita”, que recibe la influencia de un “revival” de la arquitectura histórica rusa en el siglo XIX. Llama la atención el remate con las cúpulas del tipo “bulbosas" que popularmente se llaman “cebollas” Sin duda es una marca exótica en el paisaje urbano del barrio.


¿Cuál fue el rol del arquitecto Christophersen?

OADM: Si bien no fue el proyectista, el papel de Alejandro Christophersen fue relevante porque aceptó no sólo dirigir la obra y donó sus honorarios, sino porque debió hacer un ajuste de la planta del edificio in situ. Ocurre que el proyecto enviado desde Rusia desarrollaba el templo en el sentido longitudinal del lote, orientando el altar hacia el centro de la manzana. Pero según los preceptos de la liturgia oriental, el iconostasio debe estar orientado hacia el este (o sea, en este caso, hacia el río), por lo cual Christophersen debió “girar” la planta del edificio. Por su rol en este proceso merece que su firma esté en la fachada del templo, como de hecho está, pero quizá un acto de justicia intelectual reclame que también figure el nombre de Prebraszensky.

 


¿Cuál es el aporte de este libro acerca de la Iglesia Ortodoxa Rusa de Buenos Aires?

OADM: Más allá de los folletos que en su momento publicó el P. Izrastzoff y un artículo del historiador Alberto de Paula, no existía en nuestra bibliografía un trabajo que abordara en forma completa la historia de la comunidad ortodoxa, y la historia de este templo y sus aspectos estéticos. En ese sentido, el libro viene a llenar un vacío. 

Como todo libro de historia, este libro nos provee un relato histórico. Pero el relato nunca es un fin en si mismo, sino un medio para activar la memoria de una comunidad y evitar que el olvido haga su obra destructora. La historia de esta Iglesia nos habla de la épica de la inmigración, del valor de la fe, y de la fortaleza identitaria de las minorías. He allí el verdadero tesoro que se conserva dentro de la materialidad magnífica del templo. Es una síntesis y una metáfora de la función que desempeña el patrimonio en una sociedad: preservar y resignificar a través de lo material, una memoria y una identidad inmateriales y valiosas.






miércoles, 15 de septiembre de 2021

PATRIMONIO EXTREMO: EN LAS ENTRAÑAS DEL CONVENTILLO DE MARJAN GRUM Y BEA CORVALÁN. 

VIAJE A  LO PROFUNDO DE LA BOCA...

#demasinopara😁



domingo, 9 de mayo de 2021

LA EXITOSA GESTIÓN DEL EDITOR DE NUESTRO BLOG PERMITIRÁ RESTAURAR LAS CAPILLAS DE LOS CEMENTERIOS ALEMÁN Y BRITÁNICO


La foto es elocuente: muestra el momento de la descarga de los andamios frente a la capilla de responsos del Cementerio Alemán, el martes 4 de mayo de 2021.

 

Tras casi siete años de intensas gestiones iniciadas y lideradas por el Dr. Oscar De Masi ante el Ministerio de Obras Públicas de la Nación (de las cuales hemos informado en este blog), finalmente comienzan las obras de restauración de ambos monumentos nacionales (cuya declaratoria nacional también fue iniciativa de nuestro editor, en el año 2010, cuando se desempeñaba en el directorio de la Comisión Nacional de Monumentos).

 

La licitación pública ha dado como resultado la adjudicación a la empresa Consulper, que acredita experiencia en intervención de edificios patrimoniales.

 

Este logro, fruto del  sostenido empeño, el expertise y la paciencia de un profesional que ha dedicado ya tres décadas al Patrimonio Cultural argentino, contó con el apoyo de ambas instituciones de colectividad: la comisión de cementerios del Cementerio Alemán y el “board“ del Cementerio Británico. Matías Storni, Peter Becker, Guillermo Janecki, Andrew Gibson, Tim Lough y Fernanda Selva mantuvieron (pese a numerosos escollos burocráticos) su confianza inalterable en la capacidad de De Masi para llevar a buen puerto este proyecto, concebido junto al especialista en obras patrimoniales, arquitecto Rubén Otero, quien (secundado por la arquitecta Marcela Fugardo), tendrá un importante rol de asesoramiento en representación de ambos cementerios.



Otro pilar de esta gestión fue el arquitecto Guillermo Frontera, quien no sólo coordinó el equipo de proyecto de la entonces DNA (integrado por las arquitectas Silvia Moscardi, Diana Meyer y Blanca Rinaldi), sino que acompañó permanentemente la tramitación, aún en momentos en que la esperanza parecía alejarse del horizonte.

 

Una mención corresponde al arquitecto Eduardo de Bianchetti, profesional de planta permanente del Área Técnica de la Comisión Nacional de Monumentos, quien tuvo a su cargo el Informe de rigor relativo al PET elaborado por la Dirección Nacional de Arquitectura.

 

También, prestó su colaboración el ingeniero Octavio Frigerio, que amistosamente se interesó por este proyecto que, lamentablemente, la inoperancia de la gestión del PRO no pudo, no supo o no quiso concretar.



Y también el agradecimiento al “chairman” del ABCC, Jimmy Bindon, por su constante interés en el proyecto.


Consultado De Masi, expresó su satisfacción y su reconocimiento a quienes confiaron en su gestión. Nos dijo, escuetamente: -Mi principal capital es mi palabra, la cual había empeñado ante ambas instituciones, hace ya varios años. Hoy puedo decir que, una vez más en mi vida, he cumplido con mi palabra… Sólo me resta agradecer a quienes confiaron en mi y acompañaron esta gestión exitosa-

 

La intervención comprende ambas capillas de responsos, la cripta del cementerio Británico y el pórtico del cementerio Alemán.




  



martes, 13 de abril de 2021

EL EDITOR DE NUESTRO BLOG EN LA CEREMONIA DE “REINSTALACIÓN” DE LA ANTIGUA CRUZ DE LA IGLESIA DE LA PIEDAD

 

Foto: Rubén Ravera

El viernes 2 de marzo (Viernes Santo en el calendario católico romano) fue reinstalada en el interior de la Basílica de Nuestra Señora de La Piedad, la antigua cruz de hierro forjado, perteneciente al templo colonial demolido a finales del siglo XIX.

 Dicha reliquia histórica es el único elemento que sobrevive de la fachada y podría tratarse de la cruz de coronamiento del campanario, construido en 1797. Para resguardarla de los efectos erosivos de la intemperie, y siguiendo la recomendación del Dr. De Masi, las autoridades parroquiales decidieron su nueva ubicación en el interior del templo.

 La ceremonia de “reinstalación” fue breve y muy emotiva para la feligresía, que pudo acercarse a contemplar de cerca la cruz. Previamente, por pedido del cura párroco P. Laurencena, el Dr. De Masi pronunció unas palabras explicativas del valor patrimonial de esa cruz, como testimonio de la labor de las fraguas coloniales de Buenos Aires y la destreza de los maestros en el arte de la forja.

 Nuestro editor explicó que la herrería fue un oficio de antigua data en el Río de la Plata, ya que sus trabajos eran requeridos por el Cabildo para la fabricación de rejas para el presidio o de grilletes y cadenas para los reos; también se fabricaban en las herrerías las cerraduras, goznes y tachones de las puertas, las rejas de las ventanas y los instrumentos para la labranza de los campos. Y, también estas bellas cruces llamadas “de coronamiento”, que adornaban las torres y espadañas de iglesias y de camposantos, y que los viajeros podían divisar a la distancia.

 La cruz de la Iglesia de La Piedad tiene forma de cruz latina, y está hecha con planchuelas de hierro muy “batido”, es decir, muy forjado a golpes del cincel. Sus puntas son lobuladas o conopiales, y el centro del crucero  ofrece la curiosidad de contener una cruz de Jerusalem. Vale decir que el artesano colocó una cruz dentro de la otra, como un gesto que denota su destreza artística. Además, llaman la atención las lancetas decoradas con rizos, que se irradian a 45º hacia el exterior del crucero.

 Esta cruz había sido sometida a tareas de conservación y estabilización en el año 2015, a cargo del Pro. Miguel Crespo y con el asesoramiento directo del Dr. De Masi.

 

Para quienes deseen mayor información, pueden leer este tema en la obra del editor de nuestro blog La Iglesia de Nuestra Señora de la Piedad del Monte Calvario: apuntes históricos y artísticos e interpretación patrimonial. Ed. Agape, 2020, pp. 169 a 172.


Foto:Rubén Ravera


Foto: Rubén Ravera


Foto: Rubén Ravera



domingo, 14 de febrero de 2021

ALEJANDRO SICCARDI. IN MEMORIAM

 


De todos los imaginarios posibles, el que nunca imaginé es aquel que vino a habitar las horas de este sábado triste de febrero.

 

De todos los textos que alguna vez conjeturé que iba a escribir, éste es el más inimaginable.

 

¿Qué puede ofrecer la palabra indigente ante el hecho absurdo de esta muerte inexplicable?

 

¿Cómo era Alejandro Siccardi, a quien me resisto a pensar, ahora, como si fuera un recuerdo?

 

"Cumplido y ceremoniero". Así definió el historiador José Torre Revello, al virrey Sobremonte. Del mismo modo, mi primera y dolorosa evocación de mi amigo y doblemente colega, me conduce a aquellas dos prietas notas de su carácter: "cumplido y ceremoniero". Llegué a decírselas y a desgranar su sentido, hace tiempo, en un almuerzo en Recoleta. Se mostró conforme.

 

"Cumplido", porque tomaba con absoluta seriedad y responsabilidad los asuntos de su incumbencia profesional.

 

La "gravitas" de los antiguos romanos también conviene a este modo de encarar las cosas serias entre manos.

 

"Ceremoniero", porque revestía de formas pulidas como un cristal sus maneras ceremoniosas y sus expresiones, ya fueran éstas últimas pronunciadas en una clase, vertidas en un escrito jurídico o grabadas en un mensaje de Wapp.

 

Marcaba la modulación rítmica de sus frases verbales a través de períodos cortos, como separados con puntos seguidos. Como quien recita un ritual y ahorra la respiración hasta el final.

 

Aunque, a veces, insinuaba una conclusión con puntos suspensivos, cuando prefería no emitir un juicio y, en particular, si el juicio recaía en un colega del trabajo. Tal era su recato.

 

Cumplido y ceremoniero, además, por su observancia de la práctica de la respuesta  a las consultas y a los llamados telefónicos,  una señal de cortesía que delataba su buena crianza y su don de gentes.

 

Había en él algo cercano al hábito de una "consagración" sui generis. Parecía vivir una vida consagrada a su función de asesor legal de la UNAB, a su rol como docente y a sus deberes como hijo único de padres muy ancianos.

 

¿Pudo esta excesiva y, de a ratos, obsesiva diligencia, lastimar a tal punto su salud? No lo descartaría.

 

No tenía la fibra belicosa del guerrero, ni la voluntad de poder del político. Ni siquiera tuvo la charlatanería vacua del abogado picapleitos. Pero sabía pelear sus contiendas burocráticas con el herramental dialéctico de la lógica jurídica.

 

De haber nacido en el Egipto antiguo, hubiera encarnado a aquel "escriba sentado" que plasmó un imaginero para toda la posteridad.

 

En Roma, lo imagino, o bien togado y erguido en la rostra, alegando razones forenses, o bien despachando documentos en la Curia Ostilia.

 

Si hubiera nacido en la Edad Media, habría sido un clérigo versado en ambos derechos, el romano y el canónico, prestando su consejo a alguna corte europea.

 

Y en la España cervantina, habría vestido en sus mocedades el atavío talar del "bachiller".

 

Pero le tocó nacer en el siglo XX y eligió como carrera la abogacía, y como vocación la función pública, con una marcada inclinación por el derecho administrativo y su aplicación en las instituciones de enseñanza superior.

 

Y, como en los tantos casos de hombres de leyes que actuaron en la Argentina del siglo XIX (López y Planes, Varela, Alberdi, Avellaneda, Saldías y otros), detrás del jurista latía el corazón de un humanista, un espíritu sensible a quien seguían conmoviendo los atardeceres porteños, y a quien no resultaba ajena la belleza, ya fuera de una pintura, una escultura, un edificio, un objeto añejado por el tiempo, o una partitura musical (a propósito de lo último, su tío abuelo o tío bisabuelo fue el gran compositor lomense Honorio Siccardi, autor de "La quena", entre otras composiciones nativistas. Habíamos pensado en escribir, juntos una biografía de aquel ancestro).

 

De ahí su interés por las artes plásticas, la música y las antigüedades, que eran el tema de su charla privada, una vez despojado del oficio leguleyo,  cuando regresábamos de Adrogué compartiendo un Uber o la "combi". Era rápido el trayecto para tanta charla que, alguna vez, se alargó en un café de la avenida de Mayo.

 

Fue, además, un profesor sobresaliente, que aunque no siempre desplegara los recursos de una retórica "flamboyant" o de un histrionismo conmovedor, tenía sus momentos iluminados.

 

Sus clases lucían prolijamente construidas, acertadas en su concisión didáctica, y sólidas en la complexión de sus contenidos. No podía, sino, despertar el atento interés de los alumnos y alumnas, y la admiración de los colegas. Me reconozco como uno de aquellos admiradores.

 

Fue, a mi juicio, un modelo de docente, muy especialmente para los cursos iniciales de la Universidad browniense.

 

Porque, a la par de los mentados contenidos y el acierto bibliográfico, el profesor Siccardi enseñaba -sin querer, pero con éxito- una metodología para la exposición cartesiana de ideas claras y distintas, con la necesaria "sincatábasis" que reclamaba su auditorio primerizo.

 

Pero vuelvo a su sentido de la responsabilidad y a su contracción al trabajo (que no hace falta ilustrar con ejemplos, porque eran evidentes y de ello fuimos testigos): quizá no hubieran bastado para atravesar la génesis, escarpada como un peñasco, de la UNAB, de no haber poseído una virtud que Tucídides puso en los labios de Pericles y a la cual llamó con una palabra griega, lejana y bella:  "eutrepelia", que viene a significar una "grácil flexibilidad".

 

Y en esta virtud iban implicadas cualidades tales como la lucidez del pensamiento, la propiedad en el uso del lenguaje, la soltura ante el prejuicio o la rigidez de opinión, la apertura mental y la amabilidad en los modales.

 

Todas ellas las poseyó Alejandro.

 

Era, pues, la eutrepelia ateniense una virtud juvenil. De ahí que el Divino Platón haya observado que, cuando los viejos intentan adaptarse a los jóvenes, los imitaban en su eutrepelia.

 

Pero Alejandro Siccardi no conoció la vejez. Por eso, su eutrepelia, su capacidad de adaptación fue en él un impulso auténtico, espontáneo y honesto.

 

Y aún cuando los vientos institucionales cambiaran su rumbo y trajeran nuevos empoderamientos, pudo capear los temporales manteniendo su conducta invariable, sin ánimo conspirador. Porque su mejor legitimación era su correcto desempeño y su alta discreción.

 

"Concordia discordantium" fue la fórmula y el programa del jurista Graciano, que mi amigo conocía muy bien. El acuerdo entre las discordancias.

 

En el caso de Siccardi, no sólo se empeñó en la concordancia normativa de una universidad en gestación (y ello es un mérito, en alguna medida suyo y del equipo con el cual supo trabajar, que va a nimbar para siempre su memoria en la organización), sino que trabajó también, hasta donde le fue posible y sin estridencias, en favor de la concordia entre personas. Y lo hizo con la convicción del dictum de Guillermo de Auvernia que le hubiera encantado al tío Honorio: que el universo es un hermoso cántico y las criaturas, aún en su variedad, cuando suenan al unísono, logran un acorde de suprema armonía...

 

Hoy, a estas mismas horas, mi amigo y mi colega Alejandro Siccardi ha alcanzado, en algún lugar del infinito que ya es su patria y su morada, la certeza arquetípica y el "convivio" pleno y perfecto con esa Belleza inmutable, que él buscó con tanto ahínco en la inmanencia efímera de los catálogos de arte o en los acordes de una ópera italiana.

 

Y para nosotros, en la hondura de una pena impronunciable, nos consolará quizá mañana (pero, ciertamente, no hoy) el recuerdo de sus valiosas cualidades y el aporte que, desde su expertise profesional, hizo en favor de la educación en la tierra donde nació y donde cumplió su, acaso, tan breve destino.

 

Oscar Andrés De Masi