La mirada y la interpretación de Oscar Andrés De Masi, arqueógrafo

viernes, 8 de noviembre de 2019

LA FIGURA DE DON CAROS ELÍAS DUCHINI, RESCATADA POR EL EDITOR DE NUESTRO BLOG EN UNA BIOGRAFÍA.

DON CARLOS ELÍAS DUCHINI: COLECCIONISTA, MEMORIALISTA, PERIODISTA, BANCARIO DEL PROVINCIA Y LAICO COMPROMETIDO CON LA CARIDAD

Por Oscar Andrés De Masi

Introducción I

La palabra "arquetipo" siempre suena ambiciosa y, de hecho, lo es. En las dos acepciones que de ella trae el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, remite a un "modelo", vale decir -según el mismo Diccionario-, un "punto de referencia para imitar o reproducir". También disponemos de la palabra "paradigma" que, en su primera acepción viene a significar "ejemplo o ejemplar".

Pasando del griego al latín, otra palabra que se nos antoja idónea es "espécimen", la cual, aún teñida de su semántica biológica, alude a una "muestra, modelo, ejemplar, normalmente con las características de su especie bien definidas".

En fin, cualquiera sea el vocablo empleado, el lector sabrá que aludimos a personas de otro tiempo que, en algún sentido (o más de un sentido) han actuado como auténticos modelos en el medio social e institucional de esa geografía concreta que es el partido de Lomas de Zamora.

A muchos de ellos los hemos conocido, hemos sido testigos de su ejemplaridad. Por esa razón, permanecen enaltecidos en nuestra memoria individual. Y, por lo mismo, merecen ser recordados por la comunidad de los lomenses contemporáneos, cuya identidad histórica y moral requiere, hoy más que nunca, el despertar de aquellos arquetipos, que, como decía Carl Jung, son como el cauce seco de un río antiguo que vuelve a fluir…


Introducción II
Una caracterización preliminar de don Carlos E. Duchini: la contradicción en los términos de un coleccionista…generoso…

No hacia falta que viniera Victor Galvez (o sea, Quesada) a contarnos, en Memorias de un viejo, que, por regla general, los coleccionistas eran seres de la más probada mezquindad, capaces hasta de cualquier género de rapiña, con tal de obtener una pieza apetecida.

En don Carlos Elías Duchini, la regla encontró su excepción más palmaria. Y quien escribe estas lineas puede afirmarlo por una doble vertiente: la experiencia personal de haber sido destinatario de su generosidad; y el juicio de Alberto de Paula: volvíamos con mi auto a Banfield desde la casa de don Carlos, un sábado a la tarde (cargados de objetos y de papeles que nos había regalado), y me dijo, con la certeza de la evidencia: -Duchini es una de las personas más generosas que te vas a encontrar en la vida, quizá la más generosa… está en la línea de la santidad- Me impactó lo categórico de aquella afirmación moral y, más todavía, su referencia teologal. Visto a la distancia de los años, Alberto tenía razón.

De don Carlos Elías lo primero que suele evocarse es su relación familiar con la antigua farmacia ubicada frente a la estación de Temperley, que llevaba su apellido como cartel. En aquel mismo pueblo, también se recuerda su casa de la calle Isidoro Suarez n.º 1050, abarrotada, literalmente, de las miles de piezas de su museo privado. Pero, junto a ese afán casi compulsivo de coleccionar objetos añejados por el tiempo y trasegados por relatos y genealogías locales, había en él un impulso igualmente irrefrenable por las obras de caridad, canalizando esa vocación cristiana a través de la Sociedad San Vicente de Paul.

Y es que, ingeniosamente, Duchini había logrado un punto de ventajosa confluencia de sus periplos recolectores: aquello que carecía de valor coleccionable, fuera papel, vidrio o textil, seguramente era útil para monetizarse y asistir a los más necesitados. Y, entonces, mientras el interior de la casa se atiborraba de objetos-con-historia, en los fondos (patio o galpones) se depositaban montañas de diarios; o, un tanque cilíndrico de chapa iba recibiendo las botellas sin valor de colección, que se hacían trizas para su venta al peso, como molienda de vidrio. Recuerdo verlo a don Carlos, martillo en mano, explicando y, a la vez, ejecutando la operación reductora. El producido en dinero (que pagaba algún "botellero" de ésos que abundaban entonces) iba, directo y completo, a las obras de caridad parroquiales y vicentinas.

Tan lejos llevó su generosidad, que la extendió a los mismos objetos inanimados de su museo, los cuales no sólo fueron prestados (sin más condición que un -Cuídemelo bien, eh…-) para el montaje de exposiciones, sino que, poco a poco, fueron aquerenciándose ellos mismos en las habitaciones del chalet, y disfrutando de iguales o mayores comodidades que sus dueños. Nunca voy a olvidar lo que ocurrió una tarde, cuando nos ofreció prepararnos un café: abrió la alacena de la cocina para buscar el tarro y… ¡ahí adentro estaba la colección encuadernada de la revista Caras y Caretas! Duchini se apuró a cerrar las puertas de la alacena, como disculpándose, y Alberto de Paula y yo no podíamos contener la risa y el asombro.

La anécdota ratifica la pasión dominante de aquel hombre sencillo y bondadoso: coleccionar. Duchini nos enseñó, a los lomenses, la práctica de un coleccionismo empírico, cuya principal lección fue la necesidad de preservación de objetos y papeles de memoria localista, que se encaminaban a su inexorable pérdida o destrucción. Quizá el episodio más dramático haya sido el desguace del frontal del altar y de otros muebles litúrgicos de la iglesia de Nuestra Señora de la Piedad, en Temperley. Si el arranque iconoclasta del párroco había condenado esas piezas a la basura, allí estuvo Duchini para rescatarlas y preservarlas. De otro modo, se habrían perdido para siempre.

El dibujante Dobal (vecino de Temperley) le dedicó una simpática caricatura para la revista La Piedad, donde se lo ve munido de una lupa en una mano, y de una lámpara en la otra, escudriñando en la vereda y provocando la huida de los peatones. Los versos aclaran el sentido del dibujo: Si a Duchini , investigando/ lo encontrás, hacé un rodeo;/ porque anda siempre buscando/ rarezas para el museo…

Era, pues, un "tipo-pintoresco" en el paisaje del barrio.

Don Carlos no esperó a morir para la disposición póstuma de sus colecciones. En el último tramo de su existencia (y, quizá, sintiéndose cercano al final), fracasados sus intentos de retenerlas en Temperley, les asignó varios destinos y nos impuso (a su hijo Ruben, a De Paula y a mi) la carga de velar por esos destinos. Las donó, lisa y llanamente (a excepción de alguna mínima parte, que legó a su hijo Ruben, querido amigo ya fallecido; y una pintura de Buitrago, Procesión quebradeña o algo por el estilo, cuya venta le encomendó a Juan Manuel Melaza).

Donó el grueso de sus objetos y piezas arqueológicas con la misma generosidad con que los reunió, salvándolos del fuego, del basural o de la piqueta, en muchos casos. O, mejor dicho, salvándolos del olvido que todo destruye, como dijeron Gardel y Lepera.

Este trabajo, con pretensiones preliminares, se propone aportar algunos datos biográficos, ensayar una valoración y, a la vez, rendir un homenaje; para salvar del olvido a ese caballero ejemplar que fue don Carlos Elías Duchini, y cuya amistad tuve el privilegio de frecuentar durante varios e inolvidables años.

Los lectores sabrán disimular que el tono del texto transite, por momentos, los senderos anecdóticos y evocativos. La frialdad de un escrito estrictamente académico no hubiera reflejado, ni  el carácter de Duchini, ni el pathos del tributo a su memoria.


Genealogía familiar

Carlos Elías Duchini Pujol (tales eran sus dos nombres y los apellidos paterno y materno) nació en Temperley el 16 de febrero de 1903, bajo el signo zodiacal de Acuario, y era hijo de don Carlos María Duchini y de doña Elena Pujol (1). De ambos progenitores conservó un recuerdo muy afectuoso y agradecido. En una entrevista publicada por el diario lomense "La Unión" en 1994, decía que, de concretarse la instalación de sus colecciones en un museo adecuado fuera de su casa, en Temperley (una intención que finalmente se frustró, como veremos más adelante), debía llevar "el nombre Duchini en homenaje a mis padres por todo lo que significaron para Temperley y para mi" (2).

De alguna manera, la pasión por conservar objetos añejados pudo provenir de aquellos, según lo insinuaba el propio don Carlos en aquella entrevista: su padre había guardado armas, uniforme y fotografías de la Guardia Nacional de Lomas de Zamora; su madre, a su vez, conservó un abanico materno, además de su propio vestido de novia y un par de zapatos del bebé Carlos Elías. Aquellas reliquias familiares estaban expuestas en una vitrina en el espacio del comedor, como viniendo a postular que el buen coleccionismo comienza por los objetos familiares.

Su padre había nacido en Almirante Brown el 22 de octubre de 1875, hijo de Domingo Duchini y Rosalía Bengolea. Conocemos aspectos de su vida a través de un texto que don Carlos Elías publicó en el diario "La Unión" y en el periódico "Renovación" (3). A los once años se desempeñaba como mensajero en el Telégrafo de la Provincia e ingresó, pronto, al Ferrocarril del Sud, donde trabajó como carpintero y pintor en los talleres de Burzaco. Se dice que en aquellos dos oficios llegó a destacarse. Y también en su juventud se empleó como dependiente en la farmacia que su hermanastro, Marcos L. Grigera, poseía en Lomas de Zamora. He aquí el germen de su profesión definitiva.

La carrera militar ocupó también algunos de sus años mozos: en mayo de 1895, ante la posibilidad de una contienda con Chile derivada del conflicto de límites, ingresó en la Guardia Nacional y en 1896 tomó parte en la célebre Campaña de Cura Malal, que fue la primera conscripción argentina. Actuó, allí, como Subteniente abanderado del 2º Batallón del Regimiento 2 de Infantería, de la Primera Brigada de la División Buenos Aires. Compartió aquellas jornadas con otros jóvenes enrolados de Lomas de Zamora, entre ellos el más tarde celebrado escultor Arturo Dresco, que vivía en Temperley (4).

Concluida aquella inolvidable campaña, ocupó el rango de Teniente Primero de la Guardia Nacional de Lomas de Zamora, alcanzando el grado de Capitán, y sirviendo a las órdenes de los oficiales Manuel Castro, Manuel Portela y Federico Champalanne, todos ellos de arraigo familiar lomense. Su destino final en el Ejército fue el área de Sanidad, siendo trasladado a Charata, en el territorio del Chaco. Se acercaba, de este modo, al mundo farmacéutico.

Pero la milicia no iba a ser su profesión permanente y más prolongada, aunque seguramente le proveyó, junto con la instrucción militar, las bases de una disciplina, una agenda metódica y los rudimentos de la farmacología que pudo conocer en la sanidad militar. Tuvo su primera farmacia en Glew, junto a una vieja cancha de pelota. En octubre de 1899, ya estaba munido del título de "Idóneo en Farmacia" y se estableció en un local en la avenida Meeks n.º 1277 de Temperley. Su propia farmacia (que llevaba su apellido como nombre comercial) la inauguró el 16 de enero del año 1900.

La tradición cuenta que no era únicamente una farmacia, ni él era un simple boticario: allí había tertulia, se contaban historias, se escuchaba música y hasta se pintaba. Y esa misma tradición ubica entre los contertulios y clientes, a los vecinos Teniente General Pablo Riccheri, Dr. Pastor Obligado, Dr. Juan Antonio Argerich, Dres. Dodds, Bellocq, Basco, Esteves, Balado, Barros y Beranger, y los señores Pereuilh, Bertoldi, Labourdette, Rossi, Roncoroni, Raggio, Serra, Camarlinghi, Rolandi, Bazzano, Mazzanti, Bottini y otros. No es exagerado decir que todo el vecindario de Temperley, enfermo o sano, se daba cita en la Farmacia Duchini.

Pero tuvo don Carlos María, además de su perfil de comerciante farmacéutico, un costado fuertemente inclinado a colaborar con los intereses de la comunidad (un rasgo que también poseyó Carlos Elías). De este modo, integró las Comisiones de Higiene de Temperley, fue Jurado de Honor de la Sociedad Italiana Nueva Roma, vicepresidente del Comité Marcos Grigera de la Unión Cívica Radical (partido en el cual militaba), presidente de la Convención Radical, corresponsal local del diario "La Prensa" (otra labor que desempeñó su hijo), miembro de las sociedades de Socorros Mutuos Española, Francesa y Alta Italia, miembro fundador de la Droguería Americana de la Capital y de Co.Fa.Lo.Za de Lomas de Zamora, socio del Rotary Club y de la Sociedad San Vicente de Paul de Temperley, socio de los Círculos Católicos de Obreros de Temperley y de Turdera y de otras entidades de la zona. No es difícil identificar este rasgo de la herencia moral paterna en la vocación comunitaria y de beneficencia  de don Carlos Elías, y en su fervor patriótico, que hasta lo llevó a fundar, junto a Juan Carlos Moreno y Rafael Jijena Sanchez, un Instituto para la Recuperación de las Islas Malvinas.

Carlos María Duchini, que además fue pintor, músico, melómano (poseía una nutrida discoteca), ávido y culto lector, y patriota fervoroso, falleció el 8 de julio de 1965.


Los primeros años

Don Carlos María y doña Elena tuvieron otros dos hijos, además de Carlos Elías. Sabemos que cursó sus estudios primarios en la Escuela N.º 3 de Temperley (en sus anteriores sedes de Guido n.º 780 y de 25 de Mayo entre Suárez y Brandsen), cuya asociación de Ex Alumnos propició que fuera creada en 1952 y cuya primera comisión directiva presidió. Años más tarde evocaría su paso por aquella escuela, de fundación sarmientina, en una disertación pronunciada en el Rotary Club de Temperley. Pero, también cursó estudios iniciales en el Colegio San Luis y en la Academia Gandulfo de Tito Arlas (5).

De sus primeros años, lo poco que ha quedado documentado fue registrado, mayormente, en entrevistas periodísticas que concediera al diario "La Unión" y en su legajo de personal del Banco de la Provincia de Buenos Aires. En este último consta que vivía con sus padres en la avenida Meeks n.º 1277 de Temperley, que había sido exceptuado del servicio militar por inaptitud física y que obtuvo el título de bachiller, tras su paso por el Colegio Nacional de Buenos Aires y el Instituto Eureka de Lomas de Zamora.

Al parecer, pensó en seguir los pasos de su padre en la carrera de farmacéutico, pero desistió luego de dos años en la Escuela de Farmacia, para ingresar en el Banco de la Provincia de Buenos Aires (6).

Contrajo matrimonio con la joven uruguaya Carmen Carratú el 6 de agosto de 1927, es decir, seis meses después de su ingreso al Banco (7). Probablemente en 1928 establecieran su domicilio en la calle Moreno, hasta 1929. A esta compañera permaneció unido por el vínculo conyugal y por los lazos del afecto hasta la muerte de ella. Y debió ser una compañera tolerante, así como asistía, día a día, a la invasión de su casa por los objetos, que llegaron a desbordarse hasta en el dormitorio. Pude conocería y conversar con ella en algunas pocas ocasiones: la recuerdo como una señora de nariz respingada y cabello corto, de apariencia frágil, de pocas palabras, dichas con tono delicado y sumamente amable. Su fallecimiento fue un golpe duro para Carlos Elías, quien, invariablemente, ponderaba la paciencia que ella le dispensaba a los desbordes invasores de su afán de coleccionismo

Pero volvamos atrás en nuestro relato: allí está este joven bachiller oriundo de Temperley, que ha desistido de ser farmacéutico, a punto de cumplir 24 años, dispuesto a ingresar a la entidad bancaria fundadora del crédito y la moneda del país.


Bancario del Provincia

El ingreso al Banco de la Provincia de Buenos Aires requería recomendaciones y referencias de personas que fueran confiables para la entidad. En el caso de Duchini, fue recomendado por el Dr. Francisco Ratto al Dr. Julio Moreno, y referenciado por Esteban Pereuilh. Su ingreso se verificó con fecha 3 de enero de 1927 en la función de "cobrador", con un sueldo de $120.- (8). Un puesto en aquel Banco era, por entonces, un empleo apetecible que no muchos lograban obtener y que garantizaba un ingreso suficiente, una carrera con estabilidad y una jubilación a edad temprana.

Desde aquella fecha, su carrera bancaria registró numerosos ascensos, hasta su jubilación como 2º Jefe División 2º (Control General de la Casa Central), el 30 de abril de 1953, a los 49 años, conforme al régimen especial de retiro de que aún gozan los empleados del Banco. Fue gratificado con seis meses de sueldo.

Debe anotarse que se destacó por su buen desempeño, en todos los puestos que ocupó, mereciendo un concepto de Sobresaliente con un puntaje perfecto de 1010. En su impecable foja de servicios se resaltó como "condición excepcional que lo destaca con relieves propios (…) su meticulosidad". Este rasgo es consistente con su perfil de pesquisador en lecturas históricas y observador de objetos de colección. También se calificaba como "muy buena" su presentación personal y como "correcta" su conducta pública y privada.

El 14 de octubre de 1943 se vio obligado a exponer ante sus superiores una situación privada (que arrastraba desde el momento de su casamiento), en procura de acogerse a un "plan de ayuda familiar". Si bien no quedaba comprendido en los términos del plan, planteaba una excepcionalidad manifiesta: Desde hace seis años tengo a mi cargo 4 primos de mi esposa, todos, menores de edad, cuya madre falleció tuberculosa en el Sanatorio de Llanura de Pergamino, el 3 de febrero de 1940. El padre de dichos menores, peón albañil, apenas gana para su sustento (para que venga a ver a sus hijos debo girarle lo necesario para el pasaje; vive en Ensenada (…) Dejo constancia que desde hace 14 años tengo también a mi cargo a mi madre política, viuda, de 54 años de edad (9).

El Banco no hizo lugar a su pedido. Ciertamente, esa figura adoptiva de los cuatro primos menores  de su mujer (Ruben, Blanca, Héctor y José) fue un hecho del tal singularidad en Temperley, que, aún con los pudores que estas situaciones merecían en aquella época, el vecindario no desconocía. En cualquier caso, los cuatro menores fueron considerados siempre como hijos adoptivos de Duchini. Una dedicatoria que Ruben escribió en un regalo (quizá un libro sobre museos) que le hizo en junio de 1967, con motivo del Día del Padre, es reveladora de lo entrañable de aquel vínculo: Para que uno de los cariños de tu vida, los museos, se confunda con el que te profesa tu hijo Ruben, te dedico este presente en tu día.

En enero de 1947 se decía en su Legajo: Con preferencia se dedica a revisar los asientos diarios y demás comprobantes producidos por las oficinas del Banco. Cuando las necesidades de la Oficina lo requieren, ocupa, una vez cumplida su labor, el puesto que sea necesario…

En mayo de 1948 se lo conceptuaba de este modo: Dados sus amplios conocimientos y dominio de las tareas de la sección [era Jefe de Sección en Control General] y en general del movimiento del Banco (…) De excelente criterio, cumple con suma eficiencia su labor. Reúne condiciones de laboriosidad, iniciativa y conciencia de sus deberes, que lo distinguen, resultando un elemento de valor en la sección y, a la vez, un eficaz colaborador.

El Legajo de personal nos provee otro dato de interés: mientras se desempeñaba en el Banco, y hasta noviembre de 1942, tuvo participación en una fiambrería en la Avenida Meeks n.º 1267, explotada en sociedad con José M. Garbi (quien atendía el negocio) y Humberto G. Bottini. La razón social del establecimiento era "Garbi & Cía".


Periodista

Era frecuente hasta hace unas décadas, que los diarios de la Capital tuvieran "corresponsales" en diversas localidades, que actuaban como proveedores de noticias locales, muy a menudo teñidas del color de la anécdota lugareña. En San Isidro, por ejemplo, actuó durante años José Santos Paván, con perfiles de cronista y tradicionalista lugareño muy similares a los de Duchini. Este último actuó como corresponsal de los diarios "Crisol" (10) y "La Prensa", ambos de Buenos Aires. Pero fue, también, corresponsal en Temperley del diario lomense "La Unión". Disponemos de su propio relato para conocer el origen de aquella tarea, en la sección de notas sociales en los años 20s:

A mi siempre me gustó eso del periodismo, de investigar, de archivar cosas, y un día, cuando viajaba en tren para el lado de Constitución, sobre las calles Juncal y Lavalle, sentí un olor a podrido y a ácido bárbaro. Toda la gente se bajó y yo me fui caminando por el medio de Juncal, hasta que llegué al Instituto Eureka en Lomas, donde estudiaba, y le comenté eso a Vallejo y a Ricardo Echagüe, que eran los directores. Al día siguiente, La Unión publicó un artículo en el que se denunciaba lo que pasaba y a la mañana ya no había nada, porque lo habían sacado de las vías. Desde ese momento me di cuenta de la importancia que tiene el periodismo y empecé a trabajar como corresponsal en Temperley, por la amistad que tenía con Vallejo, que me dio como tarea redactar para el diario la información sobre casamientos, compromisos y misas, en una columna que se llamó El negro de espíritu, orientada sobre la base de un libro extraordinario, el Kempis…(11).

Pero pronto extendió sus crónicas fuera de la sección de sociales: como era amante del automovilismo, le pidió a Vallejo y a Luis Siciliano (un decano de la prensa lomense que era ya propietario del diario) que le permitieran colaborar en una sección sobre autos y motociclismo (12).

Aquel cronista principiante se convirtió en un periodista maduro, orientando sus escritos a la historia argentina, la historia lugareña, el folklore y la etnografía. Continuó escribiendo esporádicamente para "La Unión" y, ya a edad avanzada, comenzó a publicar artículos breves en el periódico "Amanecer de Tenperley" publicado por el Centro Comercial de Temperley (luego, Cámara de Comercio, Industria y Profesionales de Temperley), en "Ecos" de Temperley, como así también una serie de notas históricas en "Noticias de Lomas de Zamora", en el "Boletín" del Rotary Club de Temperley y en el periódico "Renovación", entre otros (13).

Para las páginas de "Amanecer", Duchini escribió y firmó con su nombre, notas mensuales acerca de tres temas: la historia de las calles de Temperley, anécdotas vinculadas a figuras lugareñas (entiéndese de Temperley, con alguna excepción relativa a Banfield en mayo de 1980) y nueve breves textos sobre folklore. Ocasionalmente, comentó alguna efemérides religiosa vicentina.

El estudio de las calles de la localidad merece una especial atención por lo minucioso de su abordaje: no se trataba, únicamente, de explicar el origen del nombre de cada calle o avenida, sino de identificar a los vecinos moradores y a las instituciones o establecimientos comerciales afincados en cada parcela, siguiendo el orden de la numeración domiciliaria. Un trabajo de precisión entomológica que sólo podía acometer don Carlos, con el herramental de sus recuerdos como antiguo vecino y munido de sus anotaciones de memorialista (de ello hablaremos más adelante).

El resultado, así de modesto como luce en la nada pretenciosa impresión del periódico, es de proyecciones identitarias enormes y nunca, ni antes ni después, ha vuelto a intentarse un relevamiento similar: como dije antes, la memoria de Duchini y sus apuntes, reunidos durante décadas, fueron el vehículo indispensable para un "mapeo" tan preciso (14).


Su militancia social católica

En un primer momento, al subtitular este párrafo, pensé en calificarlo como "filántropo". Pero pronto advertí que la palabra no era adecuada a su carisma. Un filántropo podía ser cualquier ciudadano benefactor, un ricachón pródigo, incluso alguien que viera en la filantropía un medio de estima social… o hasta, de alivio de impuestos. Un filántropo no precisaba de ninguna fe religiosa para satisfacer su impulso asistencial. No era, ciertamente, el perfil de Duchini. Porque la raíz de su inquietud social provenía del mensaje evangélico y su resonancia en el moderno magisterio pontificio. Aquello que los protocolos laicistas y liberales hubieran llamado "filantropía", el lo llamaría "caridad".

¿Qué fue, sino, la adopción como hijos, de los cuatro pequeños primos de su mujer, huérfanos de madre y escasos de padre, a quienes tuvo a cargo desde 1937? ¿Qué fue, sino, la asistencia, desde 1928, a su suegra que era viuda? Estas acciones tempranas de caridad marcarían el rumbo de su conducta futura en el campo de la ayuda al prójimo. Sin ser un ciudadano rico, no retaceó su auxilio material en favor del prójimo en necesidad. Y hasta podríamos trasladarle el epitafio esculpido sobre la lápida de Mariquita Sanchez en su sepulcro de la Recoleta: Caritatem Dilexit.

También en este aspecto aparece la huella familiar: don Carlos Elías Duchini fue un creyente católico convencido y un laico comprometido en iniciativas de caridad, en el ámbito jurisdiccional de la parroquia Nuestra Señora de la Piedad de Temperley. Su madre, su esposa y él mismo aparecen como contribuyentes en la terminación de la obra del templo parroquial; su madre, además, contribuyó con $5.- en la campaña de "donación de una vara cuadrada de terreno, para sede de la Acción Católica y Salón Parroquial", y aparece también como adherente en el homenaje ofrecido al cura párroco en agosto de 1954 en el Salón Roma (15). Entre los organizadores de este último evento se contaban las Conferencias Vicentinas de Nuestra Señora de La Piedad y del Huerto, donde Duchini participaba activamente.

Varios años antes, el 27 de noviembre de 1921, en el salón de actos del Colegio Belgrano, había participado en el acto inaugural de la "Juventud Católica de Temperley", una insttitución fundada en 1918 por el P. Juan Chimento. En aquel acto formal, Duchini se halló en compañía del P. A. Garre y de sus cofrades C. y L. Andreis, E. y H. Bottini, A. Díaz, C. Eckell, N.Lucke, E. Rosasco, L. Ricci, R.Jijena, J. Duchini, H. Vela, E. Symms, A. López, R. Pujalte, J. Rossetti y M. Numes. El acto contó con la presencia del Obispo de La Plata, Monseñor Alberti, y de numerosas familias de la localidad, como así también de una delegación de  la similar Asociación radicada en Banfield (16).

La ceremonia, que comenzó a las dos de la tarde, debió tener su registro de emoción: tras las palabras del P. Garre, habló el asociado Carlos Eckell, quien invitó a sus compañeros a pronunciar un enfático -"Os lo prometemos"-, como compromiso apostólico ante el prelado platense y en consonancia con el lema "Dios y Patria". Luego, el asociado y vecino Rafael Jijena (quien se consagraría años más tarde como un finísimo poeta) recitó unos versos de su autoría. El Obispo, por su parte, impartió la bendición. Entre los discursos y las bendiciones, Juanita Ricagno ejecutó piezas en el piano, y hubo también guitarra y declamación. De todo ello fue testigo y partícipe  comprometido aquel joven Carlos Elías, quien todavía no cumplía los veinte años.

Aún cuando su frecuentación de la parroquia fuera de vieja data, es probable que, tras su jubilación bancaria, en 1953, haya dispuesto de tiempo para colaborar más activamente. Él mismo había relatado que en aquella época adquirió con unos ahorros, una furgoneta con la cual salía a recolectar envases vacíos, diarios y revistas, cuya venta generaba recursos para el Secretariado de la Caridad. En aquellos recorridos Duchini hallaba, incidentalmente, objetos y periódicos que tuvieron mejor destino en su museo (17). Y así como en aquella etapa los objetos coleccionables podían aparecer entre los desperdicios de papel y vidrio, en los años de su vejez ocurrió a la inversa: los vecinos le acercaban, muchas veces, trastos, diarios y botellas, cuya venta destinaba a la beneficencia.

Duchini integró las filas de la Juventud de Acción Católica, fue fundador de la Conferencia Vicentina de Temperley (ya desde su instalación en el Colegio Nuestra Señora del Huerto) y del Círculo Católico de Obreros (18). A su iniciativa se debió la recuperación de las celebraciones patronales de la iglesia de La Piedad y su marco festivo, que fue la la llamada "Semana de Temperley", en el año 1951, y su reiteración en 1971.

Su vocación de caridad, actualizada en el carisma vicentino, fue una constante. Conocía en detalle la historia de San Vicente de Paul y de Federico Ozanam, y simpatizaba con los postulados del llamado "Catolicismo social" que, tras el impulso inicial derivado de la Encíclica "Rerum Novarum", tuvo, entre nosotros, a un activo promotor en la persona de Mons. Miguel de Andrea. En 1983, al cumplirse el sesquicentenario de la Sociedad de San Vicente de Paul, publicó en "Amanecer de Temperley" (19) una nota evocativa e histórica, que recorre los anales de la asociación en Europa y en Buenos Aires, hasta llegar a Temperley, en setiembre de 1920. Él había sido miembro de aquella comisión fundadora, entre cuyos integrantes se hallaba José María Garbi, su socio en el negocio de fiambrería. Garbi había fallecido en 1980 y Duchini aprovechó la nota para recordarlo como un gran promotor de las obras vicentinas en Temperley.

En 1983, al cumplir 80 años, Duchini, su familia y muchos de sus amigos participaron de una misa de acción de gracias, celebrada en horas de la tarde en la Parroquia de Nuestra Señora de La Piedad, en Temperley , de la cual informó el diario "La Unión" (20). Es interesante apuntar que, pese al disgusto que le había causado, años antes, el desmantelamiento de altares, retablos, imaginería, y el desdén por los antiguos ornamentos de la liturgia preconciliar (todo ello dispuesto por un párroco con su salud mental, acaso, afectada), don Carlos Elías no dejó de frecuentar la parroquia: aquellas piezas desguazadas él las pudo recoger de su descarte como desperdicios y se hallaban a resguardo en su casa-museo (21).

Como señalamos antes, fue un creyente convencido y un laico comprometido en la labor social de la parroquia, alejado de cualquier expresión de fanatismo proselitista o de dogmatismos ideológicos. Predominaba en su carácter una bondad de tipo moral, que se manifestaba sin afectación piadosa ni propaganda clerical. Su norte era la ayuda al prójimo necesitado, canalizada a través de las instituciones parroquiales específicas que él mismo había fundado en Temperley, y en comunión de tareas con el párroco de turno y con sus colegas laicos.



Memorialista y coleccionista

La definición de la palabra "memorialista" que ofrece el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española ("persona que escribe memoriales u otros documentos que se le pidan") no coincide con los alcances que la ciencia histórica ha dado a esta modalidad de relato del pasado.

Si nos atenemos a la caracterización que realizó Rómulo Carbia en Historia critica de la historiografía argentina, el memorialista escribe sus memorias para justificar una conducta pasada; en tal sentido, dentro de la taxonomía de Carbia, más le cabría a Duchini el rótulo de "datista": (recolector de datos y pesquisador de detalles), en su doble vertiente de datista-bibliógrafo y datista-papelista (22). Pero se me antoja que la clasificación de Carbia, con su frialdad quirúrgica, no refleja adecuadamente el perfil de Duchini y hasta podría menoscabar su aporte a la historia local.

Fue Duchini quien, en 1965, propuso al Intendente Bustos la creación de la Comisión de Estudios Históricos, transformada, en 1971, en el Instituto Histórico Municipal, que también integró, correspondiéndole el sillón nº 7  (22 Bis).

Ciertamente, don Carlos no fue un frecuentador de archivos y, más bien, se conformaba con la lectura de fuentes secundarias, bibliográficas y hemerográficas, y con los relatos orales. Quizá su temprano desempeño como cronista de prensa local, su conocimiento personal de figuras señeras del periodismo lomense, y su sostenido hábito de lector de diarios, le haya inspirado un fuerte aprecio por las publicaciones periódicas. Marcaba con papelillos las páginas de los libros y apuntaba datos en esos mismos papeles, en libretas y cuadernos. Y guardaba recortes periodísticos, en especial de La Unión, La Nación, La Prensa y La Razón, en los que ponía su rúbrica en señal de propiedad.

Naturalmente que, si alguna vez, llegaba a sus manos un documento escrito original (y cada tanto ocurría), no iba a desdeñarlo. Pero no iba tras el documento. Tampoco se planteó la necesidad de poner en crisis la inerrancia de aquellas fuentes que lo informaban, ni de postular hipótesis previas.

Cuando escribía acerca de la historia lugareña, se basaba en su memoria: la memoria de cuanto había oído relatar por los mayores y por los vecinos (no olvidemos la tertulia en la farmacia de su padre y los vecinos que la frecuentaban), la memoria de cuanto había visto, la memoria de cuanto había leído. De ahí que, aún en la relativa imprecisión del título, prefiero llamarlo "memorialista". Porque no sólo utilizó la memoria como fuente y vehículo de sus crónicas, sino porque, además, los registros que publicó (piénsese en los artículos acerca de las calles de Temperley y los moradores de cada domicilio) son, acaso, el último resguardo de una memoria pueblerina que no ha dejado excesivas huellas y que se esfuma día a día.

Como antes señalé, en Duchini se verifica la práctica del "apunte" o la "anotación" en libretas y cuadernos, aunque también en papeles sueltos. Lo hacía frecuentemente con birome y también con lápiz. Si el dato provenía de un libro o de un periódico, solía citarlo. Pero, otras veces, el dato no levaba cita y podía provenir de una conversación con un viejo vecino. En el diálogo personal, era común que don Carlos hiciera referencia a tal o cual dato concreto y agregara: -Me lo mencionó Fulano o Mengano…- o también: -Como le oí decir a mi padre…- En general, aquellos informantes habían fallecido, aunque no todos. En suma, la historia oral fue una fuente principal de consulta y Duchini fue uno de los precursores lomenses en su registro y manejo.

Este "memorialismo" de Duchini era, de algún modo (y junto a su afán de coleccionista), su sello identitario. Daba gusto escuchar sus historias, que eran mucho más vívidas cuando las relataba oralmente, que cuando las escribía. Y aunque retenía con mucha precisión las fechas y otros pormenores, su tono dominante era el anecdótico, no desprovisto de toques de humor. Ello facilitaba y gratificaba, también, la tarea de hacerle reportajes, como ocurrió tan a menudo, en los cuales repasaba un anecdotario "de oídas" o donde se incluía a si mismo como testigo. Porque, evidentemente, fue testigo de prácticamente un siglo en la historia local y pudo conocer a los principales protagonistas de la vida cívica, periodística, comercial, cultural, educativa, deportiva y religiosa del Temperley de antaño, pero también del viejo núcleo principal de Lomas. Eventos tan significativos como el homenaje al Dr. Juan Melitón Basco, al cumplir, en 1959, sus "bodas de oro" con la profesión de médico, lo contaron entre los presentes, junto a su padre y a decenas de vecinos de nota (23).

Durante una mesa de díálogo histórico que convocó Alberto de Paula en diciembre de 1972, pudo explayarse acerca de la Convención Radical de 1918 y la escisión partidaria que hubo en Lomas de Zamora, que derivó en el desplazamiento de Felipe Castro de la intendencia (reemplazado por R. Acosta), un episodio de gran interés para la política local. La versión desgrabada de su testimonio oral (que aquí se ofrece a los lectores por primera vez) permite apreciar la frescura anecdótica y el tono memorioso de su relato:

-Es interesante. Era comisionado Federico Champalanne. Mi tío, Marcos Grigera, que era el jefe radical, había muerto; y entonces se eligió presidente del comité de Lomas al Dr. Garona. Y vino una orden del comité nacional, que ningún comisionado podía ser candidato a intendente. Entonces Champalanne no podía serlo. Mi padre era el caudillo de Temperley, el presiente del comité de Temperley. Un día viene mi padre viene a verlo a Garona, y lo hacen pasar a una sala, y mientras esperaba, arriba de una mesita que había en el medio de la sala, ve una pila de listas, donde aparecía, como candidato, primero, Federico Champalanne, porque lo elegía el Concejo Deliberante. Cuando vino Garona, entonces tuvieron un altercado con mi padre. Mi padre se fue, reunió al grupo de Temperley, y se separaron del comité de Lomas, y formó la "convención" radical. Viene la elección de municipales: los radicales y los conservadores ¡sacan igual número de concejales! Entonces ninguno podía elegir intendente y presidente del Concejo. Y la convención radical sacó dos. Ahora el problema era: los radicales del comité "Marcos Grigera" no iban a votar a los de la convención, que se habían separado de ellos, los radicales no iban a votar por los conservadores, ni los conservadores iban a votar por los radicales. ¿Y entonces quien era el intendente? Entonces llegan a un acuerdo entre Felipe Castro y la convención, y nombran intendente al primero de la lista de la convención radical, y presidente del Concejo al segundo…La convención después se disolvió: Garona dejó la presidencia del comité de Lomas y se disolvió. No recuerdo quien fue el presidente… (23 Bis).

En la misma ocasión, relató otro episodio que versaba acerca del carácter del Dr. Basco. Nuevamente luce su chispa anecdótica y su memoria: Yo era corresponsal de "La Prensa" y vivía a treinta metros de la casa de él, en la calle Moreno. Un día, iba para el Banco, y me veo a él con los dos hijos, frente a la casa de él: tenía una bolsa de un lado, un hijo del otro lado, y otro de los hijos, con una pala, estaba cargando ¡bosta! Los basureros, con los carritos, le echaban la basura frente mismo a la puerta de la casa. Estaba ahí y quedaba una semana. No podía aguantar. Estaba ese día cargando en bolsas. Al pasar yo, me llama: -¿Usted es corresponsal de "La Prensa" siempre?- . -Si Doctor-, le contesto. -Cuéntele a "La Prensa" que el Dr. Basco va a echar estas dos bolsas de bosta dentro de la Municipalidad-. Bueno, terminaron de cargar las bolsas y las cargó arriba de los guardabarros del Studebaker que tenía, se vino a la Municipalidad con los dos hijos, bajaron las bolsas, las desataron ¡y se las vaciaron adentro del hall!… Y tengo entendido que de ahí en adelante, nunca más sacó patente en Lomas para el auto, se iba a Florencio Varela…

En el año 1979, un periodista de "La Nación" le preguntó: -¿Cómo era aquel Temperley de comienzos del siglo XX?-. Y Duchini respondió sin vacilar: Un Temperley de calles de tierra y quintas… Un Temperley de tranvía a caballo, de rayuelas dibujadas con restos de carbones usados en las farolas de alumbrado. Un Temperley de carruajes, de estación de carga en lo que hoy es la plaza. Así era… (24). Su respuesta fue netamente evocativa: él había sido testigo de aquel  "momento" de Temperley, que ahora, como "memento", parecía una viñeta pintada en tonos de sepia.

Para él, la historia ofrecía el mismo magisterio que le reconocía Cicerón: maestra de la vida. Por eso recordaba en su padre una especie de búsqueda de la razón de ciertas cosas: El nos llevaba a todos los museos y a todas las exposiciones. Parecía buscar allí la razón de algo. Y esa ratio recóndita la encontró don Carlos en la historia: -En la historia están todas las razones, dice lentamente, y podemos conocerlas a través de aquello que ha quedado-… (25).

De esta manera, el memorialista y bibliógrafo, tendía el puente vinculante con el coleccionista de objetos históricos. Porque "aquello que ha quedado", como dijo, eran, precisamente, los objetos, el vestigio material de la historia.

¿Cómo y cuándo comenzó a coleccionar? Ya advertimos la influencia paterna y materna que pudo haber generado un interés por la conservación de objetos de familia. Cuando en 1995 se formalizó la cesión de sus colecciones al Banco de la Provincia de Buenos Aires, la respectiva resolución consignó que ellas provenían, en parte, de los padres del cedente, a modo de núcleo inicial, que luego él acrecentó con adquisiciones propias.

Duchini fue preciso en atribuir al influjo cultural de su padre aquella inclinación, y relató que, siendo joven, había reunido algunas piezas y apilé todos los periódicos editados en la zona. Pero ahora pienso que la idea fue un regalo de mi padre, uno de sus tantos regalos. El nos llevaba a todos los museos y a todas las exposiciones… (26). He allí una costumbre inspiradora, que bien pudo marcarlo de niño a él, como a otros coleccionistas e, incluso, a museólogos argentinos: la visita a los museos (28). Lo cierto es que Duchini solía repetir que coleccionaba "desde que tenía memoria" y hasta llegó a precisar, alguna vez, desde los siete u ocho años, aunque esta última aseveración podría, quizá, tener alcances más metafóricos que cronológicos (27).

En algún momento temprano de su vida, don Carlos Elías comenzó a coleccionar objetos y papeles que él juzgaba como "históricos", con un criterio de suma amplitud y, muchas veces, con la perentoria intención de su rescate ante la inminencia de la pérdida. De ahí la ostensible heterogeneidad de su colección, que incluyó: armas de todo tipo y calibre; monedas y medallas; vestimentas de antaño, alhajas y abanicos; muebles; útiles de trabajo e instrumentos de labranza; el equipamiento de la farmacia de su padre y, en parte, de la óptica de Salustiano de Paula; morteros; herrería; ornamentos e imaginería religiosa; distintivos; sifones, botellas y botellones, así como otros utensilios de cocina; azulejos y otros elementos de ornamentación; señales urbanas, un brocal y partes de aljibes; elementos ferroviarios; evidencias arqueológicas de asentamientos aborígenes; almanaques; diarios y revistas; tarjetas, programas de actos y otros papeles como proclamas y panfletos; postales y tarjetas; mapas y planos de loteos, etcétera. Su biblioteca incluía, principalmente, libros de historia, de geografía (no ha de olvidarse el interés de don Carlos en la toponimia) y de etnografía (28).

Es correcto afirmar que Duchini prestaba un servicio gratuito a los investigadores y hasta a los escolares que acudían en procura de información acerca de temas locales en clave histórica. Su generosidad se manifestaba en esta predisposición a aportar datos de su archivo privado para todos aquellos que se interesaran en la historia y en la toponimia local. Como lo he dicho al comienzo, yo mismo fui en más de una ocasión beneficiario de aquella accesibilidad casi irrestricta (ya desde mi primer trabajo de investigación acerca del monumento al General San Martín en la Plaza Victorio Grigera, allá por comienzos de los años 80s). Lo mismo cabe afirmar de Jorge Nelson Gualco y de Alberto de Paula, quienes pudieron escribir su exitoso libro acerca de Temperley (Temperley, su historia y su gente) abrevando en las cuantiosas aportaciones documentales y hemerográficas del archivo Duchini. Y María Cristina Echazarreta, decía, en el final de su excepcional trabajo sobre El cementerio de Lomas de Zamora, que le agradecía a Duchini, quien me cedió, con gran generosidad, documentos de su colección. La frase podría reiterarse como una antífona, en boca de tantísimos investigadores locales y regionales dispuestos a reconocer la deuda intelectual con aquel proveedor de fuentes documentales.

Un comentario aparte merece su cuantiosa Hemeroteca, especializada en periódicos locales de amplia materia: política, sociedad, religión, educación, cultura, deportes, etcétera. Duchini donó el grueso de la colección (recuerdo que retuvo, únicamente, números repetidos) a la Facultad Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Lomas de Zamora, allá por comienzos de los asó 80s, durante el decanato de Carlos Pesado Palmieri y existiendo el Centro de Estudios Regionales, bajo la dirección de Alberto de Paula. El traslado del material, desde la calle Suarez en Temperley, hasta Santa Catalina, lo hicimos junto a don Carlos y a Alberto (desmontando el asiento trasero de mi Citröen Ami-8), en dos o tres viajes, durante una mañana de sábado (29).

También merece un comentario su colección de piezas arqueológicas y paleontológicas, obtenidas mayormente por él mismo en diversas campañas que Duchini solía mencionar con frecuencia y con detalle. Fue, pues, también, y siguiendo un modelo epocal, un arqueólogo amateur con relativa suerte en materia de hallazgos. Dijo en un reportaje concedido a La Nación en el año 1979: -Yo he hecho catorce viajes a la Patagonia: conozco ese gigantesco yacimiento arqueológico más que a Temperley-… (30). En 1994 relató a La Unión sus andanzas patagónicas (de las cuales conservaba fotografías y diapositivas, en especial del ventisquero Perito Moreno) y, además, sus incursiones arqueológicas por los Valles Calchaquíes y la Quebrada de Humahuaca, donde extrajo boleadoras, cuero para curtir, gran cantidad de arcos y flechas…(31). También recorrió la zona fronteriza del Uruguay y Brasil, y Colonia del Sacramento.

De sus hallazgos arqueológicos pudo beneficiarse el "Museo Americanista" de Lomas de Zamora, al momento de integrar sus primeras colecciones. Solía decir, sin jactancia, pero con certeza, que: -el museo municipal se creó aquí, en esta casa-. Pero, al disponer en forma definitiva de sus objetos, y tal vez ante la suerte errática de ese museo (que llegó a estar cerrado por años y que hoy, reabierto, ofrece una menguada imagen de su pasada complexión) prefirió no derivar a él las piezas que todavía poseía en su casa.

Otra vertiente que convocó su mirada fue el folklore y el criollismo. Probablemente, su amistad con Rafael Jijena Sanchez, ferviente católico y connotado folclorista, haya fortalecido este interés. Duchini tenía en su biblioteca los libros de Jijena Sánchez. Y admiraba, también, la labor erudita de Juan Alfonso Carrizo, en especial la recopilación de cantares populares del Noroeste argentino.

Duchini era consciente de la cuantía de su colección y de la necesidad de asignarle una mejor sistematización. De alguna manera, en sus últimos años lo desvelaba la cuestión del ordenamiento y destino definitivo de las piezas. En 1994, ante la posibilidad de obtener un edificio para trasladar el museo, dijo: Es tanto lo que tengo y lo que acumulé en tanto tiempo que, ahora que soy viejo y que se dio la posibilidad de contar con un edificio adecuado para guardar todo este archivo -que para mi realmente también es una forma de hacer periodismo- me quiero sacar de encima todo esto. Solamente me voy a quedar con algunas cosas que para mi significan mucho, como algunos libros y esto, una gran costilla de ballena que sirve como piedra, porque, la verdad, es que me tapan la casa… (32).

Como señalé antes, los objetos se convirtieron en presencias invasoras de la casa entera, anulando prácticamente la funcionalidad original de algunas habitaciones, como la sala de recibo, rebautizada como "Sala de Mayo" (donde tenía su escritorio), o un galpón en los fondos del jardín, renombrado como "Salón Mitre". El mismo comedor de la casa, equipado con un bonito juego de muebles Chipendale, era el espacio para una variada muestra donde se destacaba, por ejemplo, sobre un bargueño bajo, una imagen del Niño Jesús de Praga dentro de un fanal. Ni que decir del interior de esos mismos muebles, donde la vajilla convivía con otras antigüedades ajenas a la función del comedor.

Duchini insistía en lo apremiante de la situación: -Con todo lo que tengo, realmente no puedo recibir aquí a la gente que se interesa por conocer estas cosas. ¡Si tengo de todo menos ropa y cosas para mi!-, comenta risueñamente, mientras suelta una carcajada (33).

Por otra parte, la profusión de objetos y su acumulación ya en criticas condiciones de guarda, dificultaban su certera identificación, incluso para el propio coleccionista, como lo puso de relieve un cronista de "La Unión" y lo ratificó Duchini con total franqueza: Hay hasta tres baúles repletos de ropa, de los que él mismo no recuerda con precisión lo que hay: -de lo único que me acuerdo bien es de un traje de novia de 1910, de un montón de blusas negras con botones de azabache, de un vestido de mujer con muchísimos dobladillos que eran de la abuela de la cuñada de un hermano mío, y de un traje que fue de mi padre, perteneciente a la Primera Conscripción, pero de nada más-…- (34).

Para colmo, como era vox populi en el barrio que don Carlos estaba dispuesto a recibir cuanto objeto desalojado de casas en venta o en trance de limpieza se le ofreciera, eran los mismos vecinos quienes le entregaban aquellas piezas que él jamás rechazaba: Hoy, ya sin lugar para tanta cosa… Duchini nada rechaza… decía un cronista local (35).

Librados al criterio del más prosaico descarte, en algunas ocasiones, podían ser de dudoso valor (36), pero en otras, tomando ventaja de la presencia de familias alemanas e inglesas en la zona, y cuyos miembros habían tenido parte en las dos guerras mundiales, la ofrenda era más valiosa:
-Este era un casco alemán de la segunda guerra mundial que me trajo una familia inglesa que sabía que yo acaparaba cosas raras, y esto, un machete, también alemán-…(37).

Vale decir que los objetos se dividían entre aquellos que estaban exhibidos y los que permanecían guardados por falta de espacio. Algunos objetos de interés rural (morteros, artesas, ollas, marcas de ganado, arreos, arados, etcétera) quedaban pulcramente alineados a la intemperie, en la galería exterior de la vivienda, dando la impresión de un museo de campo, como le hubiera gustado concretar a don Carlos. Y en este punto, quizá no fue ajeno a la intención el historiador y criollista don Antonio A. Torassa, aunque no podría precisar hasta dónde avanzaron las conversaciones entre ambos.

El criterio de exposición de las piezas era empírico y, básicamente, temático cuando el espacio disponible lo permitía, y no exento de un acotado "decorativismo" doméstico. Los objetos podían estacionarse sobre los muebles de la casa, tapizar las paredes (como ocurría con las espadas y sables), o, en menor medida, gozar del resguardo de vitrinas, que nunca eran suficientes.

Las medallas eran de algún modo piezas privilegiadas, porque se guardaban prolijamente en muebles-medalleros con bandejas a modo de cajoneras, especialmente destinados a esa colección. La operación de apertura, que Duchini ejecutaba en cada visita, deslizando suavemente  las bandejas, era un prólogo casi ritual, para la explicación subsiguiente. Conocía sus medallas a la perfección y podía identificar su proveniencia sin dudar.

En algunos casos, pequeñas tarjetas manuscritas por el propio Duchini obraban como descriptores. En  otros casos, cuando los objetos habían sido prestados para alguna exposición temporaria en otro espacio, se mantenían los carteles mecanografiados con que habían sido expuestos. Pero no había mejor descripción de cada objeto que aquella que Duchini mismo ofrecía a los visitantes y que podía prolongarse por horas. Era una experiencia única, que, en su medida, replicaba la costumbre de aquel coleccionista y escritor inglés, Horace Walpole, que se complacía en asignar a cada objeto de su castillo "Strawberry Hills" una historia para disfrute de sus visitantes, por más bizarra que fuera.

La cuestión del espacio, como digo, era ya acuciante. Merece recalcarse la estoica actitud de su esposa, doña Carmen Carratú, quien aceptaba la situación y asumía un rol de eficiente colaboradora de su esposo en la conservación de las colecciones que adornan la casa de la calle Suarez 1050, en palabras de un periodista (38).

En algún momento (y no sin formar consenso con su esposa y con su hijo Ruben), decidió desprenderse de su museo e intentar el traslado de las colecciones a otro lugar, designado a ese efecto, en Temperley. Y vino a alentar aquella esperanza un grupo de vecinos y allegados que simpatizaban con la idea y comenzaron a diseñar un vehículo jurídico idóneo para llevarla a cabo.


Aparece en escena la "Fundación Temperley"

En junio de 1983 tomó estado público a través del diario "La Unión" que la colección Duchini iba  a ser donada a una fundación creada a ese efecto, denominada "Fundación Jorge Temperley"; y que también se mantenían conversaciones con el Centro de Estudios Regionales de la Universidad Nacional de Lomas de Zamora (que dirigía De Paula) orientadas a conseguir un inmueble apto para albergar el museo, pero dándole carácter público (39). Curiosamente, Duchini aceptaba desprenderse del grueso de su museo, pero seguía concibiendo proyectos que implicaban continuar la recolección de objetos: un Museo de la Herrería Artística y un Museo de la Lechería. Además, concebía el proyecto de compilar una suerte de diccionario biográfico de vecinos de Temperley, y una efemérides de los sucesos temperlinos memorables, para lo cual se contraía a la tarea de separar, de su colección de recortes de prensa, las notas necrológicas y evocativas: -Yo no soy  jubilado que voy a sentarme a la plaza-, había dicho en un reportaje, años antes.

La Fundación logró conformarse en noviembre de 1985 con el nombre de "Fundación Temperley y Museo Duchini" y estableció su sede provisoria en la calle 25 de Mayo nº 102 de Temperley. Los promotores iniciales fueron Sergio Colombara, Eduardo Tagliani, Carlos Robbiano y Raúl Fuentes. También la integraba el experimentado periodista Eliseo Uris Carbonell. El propio Duchini la presidía.

La misma entidad definía, a través de un informe de sus autoridades que se difundió por la prensa, su razón de ser: La Fundación Temperley nace como respuesta al expreso deseo de nuestro querido convecino don Carlos Duchini, de donar su museo privado a la comunidad temperlina… Su objetivo inmediato es la concreción y puesta en funcionamiento del Museo Duchini en un lugar adecuado, razonable y seguro, que pueda albergar más de doce mil piezas de inapreciable valor…(40).

Duchini había impuesto dos condiciones para despojarse de sus colecciones: que el museo a crearse con carácter público llevara el nombre de "Duchini" en homenaje a sus padres, y que estuviera ubicado en Temperley: -les impuse a los responsables [de la Fundación] que no saliera de Temperley y que llevara el nombre Duchini en homenaje a mis padres-…(41). También era deseo del donante que el museo se dividiera en varias salas, entre ellas las que traen a la memoria los nombres de Nicolás Avellaneda y del general Pablo Riccheri, quienes vivieron en esta localidad. También habrá un sector  que se denominará Sala de la Moda, y otro que se conocerá como Sala de la Historia (42).

Como puede apreciarse, las expectativas de Duchini eran altas y optimistas, y su entusiasmo era intenso: creía haber logrado un principio de solución sustentable para su museo, asegurando su permanencia en la localidad. Del otro lado, los promotores de la Fundación se mostraban colaborativos y comprometidos con la empresa cultural, ya que, por sobre todo, sentían verdadero afecto por el "querido convecino".

Algunos objetos fueron trasladados a un inmueble conocido como "Casa de la Cultura", en el barrio inglés de Temperley, para comenzar a ser exhibidos. Pero por alguna razón, el proyecto fue perdiendo fortaleza y viabilidad y, al parecer, no faltaron algunos escollos operativos que fueron desanimando a don Carlos. Tal vez el plan había sido demasiado ambicioso en su origen, o, tal vez la cantidad de objetos excedía una razonable capacidad de gestión y seguridad. O, quizá, la disponibilidad de un inmueble permanente no era un asunto de tan fácil resolución, teniendo en cuenta que el sector público no aparecía como un actor en el proyecto. Lo cierto es que, un buen día, movido por razones que desconocemos, Duchini modificó su decisión.


A la búsqueda de nuevos destinos para los objetos

No podría precisar la fecha exacta, pero recuerdo que fue en el otoño de 1995, un sábado al mediodía, en que recibí el llamado de Duchini. No se trataba de las habituales invitaciones a charlar de cualquier tema de historia, de revisar alguna caja con material repetido y de compartir una bebida espirituosa (de preferencia, whisky escocés). Esa vez el tono era diferente: me pedía que lo visitara esa misma tarde, de ser posible, y que convocara también a Alberto de Paula. Tenía que hablar con nosotros   -de un tema urgente y cuanto antes se pueda-, me dijo.

Allí estuvimos alrededor de las cuatro de la tarde. Se lo notaba agobiado. Ya en anteriores ocasiones nos había trasladado su escepticismo respecto de que la Fundación Temperley pudiera concretar el proyecto de instalación del museo, aunque no abundó en detalles, ni se los pedimos. Pero, hasta ese momento, había conservado una tenue esperanza. Ahora, nos comunicaba que de común acuerdo con su hijo Ruben, había decidido poner a consideración nuestra un nuevo destino de las colecciones, fragmentándolas de ser necesario, a causa de su volumen, como alguna vez se había analizado. Únicamente planteaba dos óbices para esta nueva asignación de destinatarios: el primero, que no deseaba que los objetos arqueológicos fueran a dar al Museo Americanista, al cual ya había donado en otro tiempo; el segundo, que su hijo no deseaba que los objetos religiosos fueran a manos del Obispado, como se insinuó en la conversación. La razón de esta última restricción era bien simple e irrebatible, y no suponía ningún tipo de prejuicio anticlerical: si antes la propia Iglesia los había desechado como trastos inservibles ¿por qué iba a custodiarlos ahora con más respeto? Al menos mientras no existiera un museo eclesiástico con las debidas garantías de preservación, la Iglesia no era un destino apetecible. En este punto, don Carlos cedía la directiva  a su hijo.

Con estas premisas, comenzamos a esbozar un plan de derivación. Nos comprometimos a llevar la propuesta definitiva en una semana (Duchini lo consideraba urgente) y, de paso, invitar a participar de la siguiente reunión a Ruben, el hijo, quien vivía en la planta alta de la casa.

Una semana después acordábamos, los cuatro, que era conveniente dividir las colecciones en tres grupos de objetos: 1) el grueso iría al Museo Jauretche del Banco de la Provincia de Buenos Aires; 2) las armas irían al Museo de la Gendarmería Nacional, ubicado en Retiro (43); 3) los trajes y sus accesorios, irían al Museo Nacional de la Historia del Traje. Algunos objetos (principalmente medallas y algo más que no recuerdo con exactitud) iban a quedar en poder de Ruben Duchini.

El acuerdo se cumplió cabalmente, respetando de este modo la voluntad de don Carlos Elías. Por supuesto, aquella solución no era el reflejo exacto del deseo original de Duchini, quien había bregado hasta último momento por la permanencia de las colecciones en Temperley. Pero era la única solución viable y rápida, ante la frustrante comprobación de que no existía en Lomas de Zamora un espacio institucional (ni público ni privado) que facilitara un inmueble y otros recursos inherentes a la gestión del museo, ni existían las fuerzas ejecutivas suficientes para lograrlo. La Universidad Nacional de Lomas de Zamora se mostró impotente y el Municipio fue indiferente.

La "Fundación Temperley" fue, acaso, una promisoria suma de buenas intenciones y movilización de contados vecinos, y allí radica su mérito: en el intento sincero de retener el museo en Temperley. Pero, la realidad era que los miles de objetos seguían acumulados en la casa de la calle Suarez, que Duchini había ya enviudado un par de años atrás, y que, de común acuerdo con su hijo Ruben, habían decidido finiquitar la cuestión del modo más rápido. No era ajena a esa urgencia, quizá, la percepción de don Carlos, acerca de la inminencia del final de su vida, como lo manifestó en más de una ocasión, ante De Paula y ante mi: -Tengo que resolver la cuestión del museo, porque en cualquier momento me llaman "de arriba"…-, nos decía, y señalaba al cielo con una sonrisa que venía a desdramatizar lo perentorio y crucial de su aseveración.


La operación Banco Provincia

Como quedó dicho anteriormente, hubo, ahora, tres destinos para las colecciones. La Gendarmería Nacional recogió prestamente las armas para su museo en Retiro. El Museo Nacional de la Historia del Traje, con sede en San Telmo, recibió las vestimentas. Eran maniobras relativamente fáciles de ejecutar. La mayor dificultad concernía al grueso de la colección, que en muchos casos debía desmontarse de paredes, vitrinas y soportes, limpiarse mínimamente y registrarse en un listado preliminar, ya que Duchini venía confeccionando listados fragmentarios y a mano, pero no existía un inventario ordenado, seriado y completo. Se hablaba, vagamente, de "doce mil piezas", ya desde 1985, cuando se hizo presente la "Fundación Temperley". ¿Quién las había contabilizado? Seguramente era un número estimado por el mismo Duchini, pero que, al no reflejarse en un inventario, no podía tenerse por exacto.

Por supuesto que el Banco de la Provincia de Buenos Aires no era un ámbito novedoso: ya en anteriores ocasiones, desde 1971, Duchini había hecho donaciones parciales en favor de una institución a la cual se sentía ligado afectivamente, tras su prolongada carrera bancaria (44) La presencia del Arq. Alberto de Paula como director del Archivo y Museo Históricos "Dr. Arturo Jauretche" ponía una nota fiduciaria adicional. Era cuestión, ahora, de organizar los aspectos logísticos del traslado de las miles de piezas, garantizar su seguridad y, pari passu, de formalizar los instrumentos jurídicos para su incorporación al patrimonio del Banco.

Los detalles de las maniobras físicas del listado de las piezas, su embalaje y su traslado no podría precisarlos con exactitud, pero fueron coordinadas por el Ingeniero Agustín San Martin. Recuerdo la eficaz participación del Profesor Rafael Cipollini, comisionado por el Banco para acometer la tarea de enlistar los objetos y proceder a su mudanza en camiones especialmente despachados, en varios viajes, no sin algunas dificultades de agendas (45).

La incorporación formal de las piezas al Banco se instrumentó mediante la Resolución del Directorio nº 2396/ 95 del 26 de octubre de 1995. Allí, se consignaba que la colección de elementos museológicos, bibliográficos y archivisticos que Duchini ofrecía en donación, los había "heredado en parte de sus padres, y aumentada por sus propias adquisiciones y donaciones de múltiples benefactores".

La variedad de las piezas ofrecidas (muchas de ellas relacionadas con la actividad bancaria) posibilitaba al Museo del Banco "incrementar el acervo con bienes de su propia incumbencia y también con una amplia serie de objetos de gran valor para el patrimonio cultural de la localidad de Temperley, los cuales han sido cuidadosamente atesorados por la familia Duchini".

Seguía, luego, una especial mención de la edad de don Carlos, de 92 años y sus anteriores servicios en el Banco, y una expresa delegación en cabeza del Museo del Banco, en el sentido de "discriminar que bienes se destinan a otras entidades museológicas y cuáles se reserva el Banco para incorporar a su propio patrimonio". De esta facultad delegada, el Museo no hizo ejercicio, hasta la fecha.

Con estos fundamentos, el artículo 1º de la Resolución autorizaba a la Dirección del Archivo y Museo del Banco a tramitar con el donante los respectivos documentos que formalizaran la cesión, reservando, para esa misma Dirección, la decisión de retener objetos y destinar, otros, a terceras entidades especializadas. La idea era, de identificarse objetos ligados al pasado de Almirante Brown o de Monte Grande, por ejemplo, remitirlos a los museos de esas localidades.

Pero la decisión del Banco (cuyo último texto borrador Alberto de Paula me pidió que revisara) iba más allá, y plasmaba la intención de recuperar, en la medida de lo posible, aquel propósito de destinación local de las colecciones que tantas veces recalcara Duchini: el artículo 2º creaba un  Centro de Exposiciones en la sucursal Temperley (Avenida Almirante Brown 3142) que debía equiparse con vitrinas y otros elementos auxiliares. Naturalmente, la sagacidad de De Paula y el deseo general de mantener algún punto de arraigo territorial temperlino para la colección, subyacía en esta cláusula.

En ese espacio y paulatinamente, la colección iría regresando en forma periódica al lugar de su origen. De hecho, el Centro llegó a inaugurarse con bastante fanfarria (literalmente, la banda de la Gendarmería Nacional ejecutó el Himno Nacional) y bendición de las instalaciones y de placas, en presencia de representantes comunales, de autoridades del Banco y de la Casa de la Cultura de Temperley y de vecinos.

La resolución, finalmente, autorizaba los traslados y disponía que los objetos fueran alojados en un sector de depósito en el edificio de la calle Guanahani, en la ciudad de Buenos Aires, para su guarda y clasificación, lo cual también fue concretado, aunque no sin dificultades. Una vez alojadas allí las colecciones, se sumaría  a la tarea previa de Cipollini, la participación de Francisco De Nicora y, finalmente, Damián Yapichino, con la supervisión museológica de la Lic. Marina Zurro.

Quedaba de este modo cumplido el anhelo de Duchini en cuanto a dar salida perentoria a las piezas y  procurar su resguardo en una institución confiable. Sin saberlo (o, acaso, intuyéndolo) se jugaba una carrera contra el reloj: a los pocos meses, don Carlos falleció.


El final de una vida, el comienzo de un legado

La muerte de don Carlos Elías Duchini se produjo el 12 de febrero de 1996 en la Clínica "Paso" de Temperley (es curioso este nombre, ya que una de las piezas que él más apreciaba de su colección era una reja de la casa de los descendientes de Juan José Paso).

Nació, vivió y murió en la misma ciudad, cuyas calles transitó mil veces, cuyas memorias plurales recopiló y a la que tantos desvelos dedicó durante 92 años (faltaban apenas cuatro días para su cumpleaños número 93). Ya desde tiempo atrás, y más todavía desde su viudez, venía sufriendo falencias cardíacas.

Sus restos fueron inhumados en el Cementerio de Llavallol, conocido antes como Cementerio Inglés o "de Disidentes", y abierto ahora a todos los ritos religiosos. Doce años más tarde, en ese mismo enterratorio, una mañana de domingo de mayo, dábamos sepultura a Alberto de Paula, quien tan cercano estuviera siempre a don Carlos. No puedo evitar pensar en el vínculo espiritual que me unió a ambos: aunque yo sabía desde muy joven quien era Duchini (¿quien podía ignorarlo?), y aunque ya Carlos Pesado Palmieri me había recomendado que lo conociera en persona, fue Alberto quien me acercó al círculo de su confianza, a comienzos de los años 80s. Desde entonces, nunca interrumpimos esa amistad triangular, que se convertía en tertulia los sábados a la tarde, cada quince días más o menos. ¿Cuánto aprendí de la historia lugareña escuchando a Duchini? No podría responder a esa pregunta. Sus discusiones con Alberto eran proverbiales. En algún punto, ambos habían sido empleados del Banco Provincia, ambos habían militado en las filas de la Acción Católica, y habían conocido a las mismas figuras de un antaño de Lomas que los dos recordaban con nostalgia. Hablaban un lenguaje común. Se empeñaban en establecer datos de microscopio, en precisar nombres, en corregir fechas. No siempre coincidían; pero el respeto intelectual y el afecto que se dispensaban el uno al otro fue, a mis veinte años, una epifanía. Creo que no he vuelto a transitar por una experiencia de semejante convivio.

Aquel hombre menudo, de cejas pobladas y de ojos clarísimos, aquel anciano de voz extraña y de decir campechano, ocurrente y risueño, alejado de toda solemnidad innecesaria, despojado de cualquier género de infatuación o de jactancia o de erudición pomposa…aquel lacio inclinado sin medida a la ayuda social en el marco de las instituciones parroquiales… aquel jubilado intachable del Banco de la Provincia de Buenos Aires, que supo ser también cronista para la prensa local… aquel vecino aquerenciado en Temperley desde el instante mismo de su llegada al mundo, hizo de los confines de esa localidad , un mundo más allá de la estrecha geografía pueblerina: lo hizo tan vasto como alcanza la memoria humana. Ya de por si, es una hazaña cultural suficiente.

Pero el balance de su larga vida nos impone un interrogante, antes de bajar el telón: ¿Cuál fue su lección ¿Qué nos enseñó don Carlos Elías Duchini?

Desde ese alto magisterio moral que fue su ejemplo, nos enseñó que, frente a la conciencia trágica de la pérdida de historia, sólo cabe el recurso, casi desesperado, a cualquier fragmento de la memoria.

En más de una ocasión se refirió a -la falta de conciencia de los argentinos y de los lomenses en particular por mantener aquello que forma parte de la historia de este pueblo- (46). Ese colectivo que llamamos Lomas de Zamora no fue capaz de retener las colecciones de su museo en los confines del distrito. Nostra culpa diremos hoy, golpeándonos el pecho.

Y nos enseñó que en la escala de la historia local, la modestia del objeto o lo minúsculo del dato, (maguer su condición prosaica, pequeña o fragmentaria), no son óbices vergonzantes para reconstruir, con ellos, como eslabones, esa cadena de memorias plurales que nos hermanan en la vecindad común de un mismo pago, de una misma comuna, de un mismo pueblo. Las memorias reconstruyen, una y otra vez, la trama identitaria de cada comunidad.

Para Duchini no importaba el tamaño del objeto: al recordar con tristeza la demolición de la vieja posta "Santa Rosa", en Molina Arrotea y Frías, decía: -Por suerte, logré sacar un ladrillo-… (47). Un magro ladrillo rescatado de la ruina, se transformaba, en la dimensión-Duchini, en un "semióforo", un objeto portador de sentidos, en ese magma de licuefacción de identidades locales que es el llamado "conurbano bonaerense".

Y de ahí viene, entonces, el afán irrenunciable de coleccionar: no como el vicio mezquino y roedor de quien colecciona por la jactancia del poseer y atesorar la rareza que otros desean (aquella conducta que deploraba Quesada en Memorias de un viejo), sino como un gesto tendido hacia las generaciones futuras. Lo que se colecciona, se preserva. Y se preserva para los otros: para ese prójimo tangible del presente que acudía a él en consulta, y para el prójimo desconocido del mañana, que acudiría a sus colecciones y a sus papeles en busca de razones y de respuestas. He ahí la lección de la generosidad.

Omnia monumenta antiquitatis colligo, le hace decir Cicerón a Catón en De Senectute (Acerca de la vejez) (48): colecciono todos los recuerdos de la antigüedad, colecciono todas las memorias de mis mayores.

Aquí está, cifrada en cuatro palabras, desde el podio augusto de la lengua latina, la misión que Duchini se propuso cumplir y cumplió con creces, durante nueve décadas.





APÉNDICE 1: La participación de Duchini en cuatro exposiciones memorables

Como ya señalamos antes, Duchini no tenía reparos en ceder en préstamo algunas piezas de sus colecciones, para exposiciones temporarias y con cargo de oportuna devolución. Lo hizo varias veces. Pero hubo cuatro oportunidades (tres en el ámbito de Lomas de Zamora y una en Avellaneda), en que sus préstamos fueron de sustancial importancia para nutrir la exhibición.

En los primeros dos casos, se trató de libros y periódicos antiguos. En tanto en los otros dos, se trató de objetos religiosos e imaginería de iglesia.

Con motivo de la "IIº Exposición de libros de autores lomenses", realizada en el Salón Mitre de la Municipalidad de Lomas de Zamora, desde el 15 al 30 de diciembre de 1972, de las 589 obras catalogadas, Duchini facilitó en préstamo 87 títulos, de materias bien diversas (49). Pero no sólo prestó libros, sino que formó parte de la comisión especial organizadora (que encabezaba Alberto de Paula), colaboró en la elaboración de las listas y en la planificación (junto a De Paula, Juan José Iturrioz y Guillermo E. Magrassi), facilitó mapas y planos del distrito, y también vitrinas.


En la "IIº Exposición Periodismo de Lomas de Zamora", realizada en el Museo Americanista de Lomas de Zamora, en noviembre de 1973, de los 311 títulos expuestos, Duchini facilitó 175, vale decir, más de la mitad del catálogo. De ahí que las palabras iniciales de Guillermo Magrassi (director del Museo) consignaran expresamente: la valiosa colaboración prestada por e coleccionista de Temperley, partido de Lomas de Zamora, y vicerrector a nombre de la Asociación Amigos de este repositorio, don Carlos Elías Duchini, sin cuya previsión, cooperación y préstamo, no hubiéramos podido concretar esta muestra… (50).

Las diferentes revistas, periódicos y diarios que aportó Duchini conformaban su vasta hemeroteca, enfocada principalmente en la prensa política, religiosa y social del distrito (una colección sin parangón en la zona, que incluía ejemplares raros, agotados e inhallables) pero también de Buenos Aires y de partidos vecinos. Como informamos páginas atrás, esta colección de publicaciones periódicas fue donada, en vida, por don Carlos Elías, a la Universidad Nacional de Lomas de Zamora, para provecho de los estudiantes de periodismo, y el hecho de su actual dispersión o perdida, constituye, no sólo un acto de ingratitud y desdén hacia su generoso donante, sino una verdadera tragedia para el patrimonio documental local, para la reconstrucción histórica del periodismo lomense y para la conservación y el acceso a tan importantes fuentes de época (ver nota 29).

Entre el 17 y el 21 de agosto de 1982 se realizó una exposición relativa al Patrimonio cultural de la diócesis de Lomas de Zamora, organizada por el Centro de Estudios Regionales de la Universidad Nacional de Lomas de Zamora, con auspicio del Obispado local. Fue aquel un momento de intensa revitalización de los estudios eclesiásticos en la zona, aprovechando las sinergías conjuntas del Centro de Estudios Regionales y el Instituto Histórico Diocesano, creado por Mons. Desiderio Collino. Para la exhibición, que causó un gran impacto (hasta se pidió su prórroga), Duchini prestó diversos objetos, ornamentos y libros litúrgicos, documentos relativos a Monseñor Juan Chimento y alguna imaginería.

Al año siguiente, entre los días 2,3 y 4 de Junio de 1983, con ocasión de realizarse las Terceras Jornadas de Estudios Regionales, organizadas también por el Centro de Estudios Regionales, se aprovechó el montaje preexistente y los nomencladores de la exhibición anterior, y se la trasladó a la ciudad de Avellaneda, sede del encuentro. Nuevamente, junto a Alberto de Paula y a don Carlos, acondicionamos mi Citröen Ami-8 para acomodar la carga, y allí fueron, con sumo cuidado, entre otras, diversas piezas que, años antes, habían sido desechadas de la iglesia de La Piedad de Temperley, entre ellas, el fanal con el Niño Jesús de Praga que presidía el comedor de la calle Suarez, y el pesado relieve de bronce (representando la Última Cena del Señor) removido del frontal del altar. Pero la muestra no se limitó a objetos religiosos, aunque no puedo precisar ahora cuáles fueron los otros que se exhibieron en la sede de la Sociedad Popular de Educación de Avellaneda, ubicada en la calle Berruti al 200. Quizá era la primera vez que las piezas de la colección Duchini trasponían los límites de Lomas de Zamora. También en esta ocasión concitaron el interés de los visitantes.




APÉNDICE 2: La cuestión de las firmas y el sello

Una cuestión que merece señalarse es la utilización de una secuencia de dos firmas diferentes por parte de Duchini, estampadas, tanto en documentos, como en las portadas o portadillas de sus libros y periódicos, y en otros papeles, como señal de pertenencia.

La primera de ellas, más antigua y trazada, en general, con pluma fuente, permite visualizar con claridad las iniciales C (por Carlos), E (por Elías) y el apellido Duchini, todo ello subrayado con tres trazos elípticos. Es una firma muy transparente y caligráfica.

La firma que utilizó posteriormente es un garabato que ya no permite leer sus iniciales y su apellido, aunque insinúa la letra D de Duchini. Es una firma de ejecución más rápida y que, acorde con la época en que comenzó a utilizarla, prefiere el empleo del bolígrafo de tinta azul. Por lo general es de gran tamaño (aproximadamente 9 cm.). En algunos casos la abrevió en forma de inicial.

Duchini no poseyó un Ex Libris propio, de modo que, además de su firma, otra señal regular de pertenencia de sus impresos fue un pequeño sello colorado, compuesto de dos óvalos: en la bordura puede leerse, arriba, "Museo y Biblioteca particular",y, abajo, entre dos estrellas pentagonales, "Temperley". En el óvalo central, entre dos líneas horizontales cortadas, se lee "Carlos E. Duchini".

Solía sellar y firmar los libros en la portada y en la portadilla, o en la portada y el prólogo, o en la portadilla y el prólogo. Los periódicos y recortes de periódicos los firmaba, sin sellar, en el ángulo superior izquierdo.




Notas

(1) BPBA, Legajo de personal nº 2519 (en adelante se cita BPBA, Legajo…)

(2) La Unión, 22-V-1994, pp.12-13, Libros, armas, cascos y hasta parte de [una] ballena en Temperley. Entrevista realizada por Carlos Berta.

(3) Centenario del natalicio del señor Carlos María Duchini, publicado en La Unión el 22-X-1975; y Apuntes para la historia de Temperley: Carlos María Duchini, centenario de su nacimiento, en Renovación, Temperley, año I, nº 10, nº 75.

(4) La Unión, 15-IV-1971, p. 10, Ciudadanos enrolados de Lomas de Zamora. Duchini padre aparece junto a otros tres camaradas, en una foto tomada muchos años después de la conscripción.

(5) La Unión, 19-IX-1977, El señor Carlos Duchini disertó en el Rotary Club de Temperley; también, La Unión, 30-XII-1977; para los datos de sus estudios primarios, La Unión, 23-X-1988, p.3, Carlos Duchini: una vida que es historia y pasión ciudadana.

(6) Noticias de Lomas de Zamora, Marzo de 1996, p. 13, A los 92 años nos dejó Carlos Duchini por Carlos Mujico.

(7) BPBA, Legajo...

(8) BPBA, Legajo…(los datos del desempeño en el Banco los extraemos de su Legajo de personal).

(9) BPBA, Legajo…Nota original del agente Carlos E. Duchini de fecha 14-X-1943.

(10) BPBA, Legajo…

(11) La Unión, 22-V-1994, Entrevista citada, p.12.

(12) La Unión, 22-V-1994. Ibídem. ¿Fue Duchini quien escribió las crónicas del excepcional "Desfile de rodados" organizado en Lomas de Zamora por el Touring Club Argentino, como parte de los festejos del 9 de julio de 1925? Es probable. Acerca del desfile, ver La Prensa y La Razón, 5-VII-1925; La Unión, 6-VII-1925, 8-VII-1925, 9-VII-1925 y 10-VII-1925; La Prensa, 9-VII-1925: La Nación, 10-VII-1925.

(13) En la revista mensual "Renovación" (de la parroquia Sagrado Corazón de Jesús, Temperley) publicó notas en la sección "Haciendo historia: apuntes para la historia de Temperley". Entre ellas,  El origen del nombre de nuestra ciudad (nº 5, abril 1975), Los transportes en nuestra ciudad (nº 6, mayo 1975), Carlos María Duchini, centenario de su nacimiento (nº 10, noviembre 1975), Breve noticia del periodismo en Temperley (nº 11, diciembre 1975). En el "Boletín" del Rotary Club de Temperley publicó una serie titulada "Apuntes para la historia de Temperley" entre 1982-1983.

(14) Dispongo en mi archivo de una colección incompleta de aquel periódico, que me obsequió don Carlos por tenerlo él repetido. Y, en base a su cotejo, pueden enlistarse, provisoriamente, las siguientes colaboraciones:
-Nº 8, Junio 1979, p.8 calle 25 de Mayo
-Nº 9, Julio 1979,  p.7 calle 9 de Julio
-Nº 10, Agosto 1979, p. 4, calle Liniers
-Nº 11, Setiembre 1979, p. 8, calle Tomás Guido
-Nº 13, Noviembre 1979, p.4, calle 24 de Noviembre
-Nº 15, Enero 1980, p.6, calle Perito Francisco P. Moreno; y p. 15 "El presidente cepillado"
-Nº 16, Febrero 1980, p.6, calle Juncal; y p. 16 "El negro que se volvió blanco"
-Nº 17, Marzo 1980, p. 4 "Un ministro embarrado"; y p.8 calle Mariano Moreno
-Nº 18, Abril 1980, p. 4 "Un hombre de acción; y p.15 calle Riobamba
-Nº 19, Mayo 1980, p.10 "Un poeta, un pintor, un perro…"; y p.14 calle Bernardino Rivadavia
-Nº 20, Junio 1980, p. 14, calle Manuel Dorrego
-Nº 21, Julio 1980, p. 14, calle 14 de Julio
-Nº 22, Agosto 1980, p. 13, calle Amancio Alcorta
-Nº 23, Setiembre 1980, p. 14, calle Gral. Paz
-Nº 24, Octubre 1980, p. 4, calle Juan Lavalle
-Nº 25, Noviembre 1980, p.4, calle Angel Gallardo
-Nº 26, Diciembre 1980, p. 10, calle José Antonio Alvarez de Condarco
-Nº 27, Enero 1981, p. 10, calle Coronel Manuel Isidoro Suárez
-Nº 28, Febrero 1981, p. calle Ituzaingo
-Nº 29, Marzo 1981, p. 14, Avenida Almirante Brown
-Nº 30, Abril 1981, p. 14, calle Tomás Manuel de Anchorena
-Nº 31, Mayo 1981, p. 14, calle Juan Pascual Pringles
-Nº 32, Junio 1981, p.14 "Nieve, cenizas, sapitos"
-Nº 33, Julio 1981, p. 10, calle 9 de Julio (reiteración)
-Nº 34, Agosto 1981, p. 10 "Temperley y la revolución de 1983"
-Nº 35, Setiembre 1981, p. 12 calle Tomás Espora
-Nº 36, Octubre 1981, p. 11, calle N. Avellaneda
-Nº 37, Noviembre 1981, p.12, calle Avellaneda (continuación)
-Nº 38, Diciembre 1981, p. 11 "Anecdotario: los hermanos Baco y el tranvía"
-Nº 39, 40 y 41 no hay notas de CD
-Nº 42, Abril 1982, p.3 "El pozo delator"
-Nº 43, Mayo 1982, p. 12 "Anecdotario" (varia)
-Nº 44, Junio 1982, p. 4, aporte documental acerca de las Islas Malvinas
-Nº 45, no hay nota de CD
-Nº 46, Agosto 1982, p. 13 "Un señor comisario"
-Nº 47, Setiembre 1982, p. 7 "El tuerto don Casimiro"
-Nº 48, no hay nota de CD
-Nº 49, Noviembre 1982, p. 7 "Salvemos nuestro folklore"
-Nº 50, Diciembre 1982, p. 5 "Salvemos nuestro folklore" (II)
-Nº 51, Enero 1983, p. 5 "Salvemos nuestro folklore" (III)
.Nº 52, Febrero 1983, p. 9 "Salvemos nuestro folklore" (IV)
-Nº 53, Marzo 1983, p. 8 "Salvemos nuestro folklore" (V)
-Nº 54, Abril 1983, p. 3 "La Sociedad de San Vicente de Paul celebra su sesquicentenario"
-Nº 55, no hay nota de CD
-Nº 56, Junio 1983, p. 2 "Salvemos nuestro folklore" (VI)
-Nº 57, Julio 1983, p. 7 "Salvemos nuestro folklore" (VII)
-Nº 58, Agosto 1983, p. 10 "Savemos nuestro folklore" (VIII)
-Nº 59, Setiembre 1983, p. 5 "Salvemos nuestro folklore" (IX)
-Nº 60, Octubre 1983, p. 11 "Temperley, 1870-16 de octubre-1983"
-Nº 61, 62 , 63, 64, 65, 66, 67 y 68, no hay notas de CD

(15) Parroquia de Temperley, Balance de la deuda de las obras del Templo parroquial, Julio 1935-Diciembre 1938; Parroquia de Temperley, Donación de la vara cuadrada, Talonario nº 188 a nombre de Sra. Elena P. de Duchini, 26-VIII-1941; Programa del Homenaje al Señor Cura Párrrco de Temperley, Pbro. Ruben Martín, 8-VIII-1954. Todo ello en Archivo OADM, Caja Temperley, nº 1.

(16) Acta de inauguración oficial de la Asociación Juventud Católica de Temperley, 27-XI-1921. Original en mi archivo por cesión de don Carlos E. Duchini. La entidad no había obtenido la licencia de la Curia Eclesiástica de La Plata, hasta la llegada a Temperley del P. Antonio Garre.

(17) Noticias de Temperley, Marzo 1996, p. 13, nota de Carlos Mujico, antes citada.

(18) La Unión, 16-II-1983, Cumple ochenta años el señor Carlos Duchini.

(19) "Amanecer de Temperley", Nº 54, Abril 1983, pp. 3-4, La Sociedad de San Vicente de Paul celebra su sesquicentenario.

(20) La Unión, 16-II-1983, Cumple ochenta años el señor Carlos Duchini.

(21) Fue distinto el caso de otro católico de la misma diócesis, arquitecto Mario J. Buschiazzo, en Adrogué: ante la impiadosa demolición del viejo templo de San Gabriel Arcángel, su disgusto lo llevó a dejar de frecuentar aquella parroquia.

(22) CARBIA, Rómulo: Historia crítica de la historiografía argentina (desde sus orígenes en el siglo XVI). Imprenta y Casa editora Coní, Buenos Aires, 1940, pp. 86 a 92.

(22 Bis) Me cupo el honor de ocupar el sitial que recibió su nombre, durante mi paso por aquella corporación, entre 1991 y 2017. Para los antecedentes de creación del Instituto Histórico Municipal, ver PESADO PALMIERI, Carlos: Cuatro décadas del IHMLZ, memoria identitaria lomense. En  AA.VV, Lomas de Zamora (estancia, aldea, municipio, ciudad). Antología histórica lugareña. Buenos Aires, Banco de la Provincia de Buenos Aires, CITAB, IHMLZ, 2011, pp. 210-219. El citado historiador, testigo directo de aquellos eventos, me ha expresado que Duchini fue el principal animador de la Comisión de Estudios Históricos y el promotor de su transformación en Instituto municipal, dispuesta por el Intendente Roig.

(23) Otra función que lo apasiona a Carlos Duchini tiene que ver con las anécdotas de hechos ocurridos en distintos momentos de estos pueblos de la zona sur. Y a continuación comenta lo que le pasó a un fotógrafo de La Unión en oportunidad en que el entonces presidente Carlos María de Alvear vino especialmente a Temperley para acercarse a la casa de los padres del mayor Olivero para ponerlos al tanto que su hijo había sido salvado por un pescador en el Brasil luego de varios días de haber permanecido enredado en un árbol, al accidentarse el aeroplano en que viajaba. Y dice Duchini: el fotógrafo estaba muy nervioso, sobre todo porque Alvear no quería fotos y porque me había costado convencerlo de eso. Entonces el pobre hombre se abatató y disparó con tanta mala puntería que el magnesio que en esa época se usaba para las cámaras nos salpicó a todos, inclusive al Presidente. Menos mal que no lo tomó a mal… y que había con qué limpiarlo…
En "La Unión", 22-V-1994, p.12.
Para el homenaje al Dr. Basco, ver De Paula, Alberto S.J. y Gualco, Jorge Nelson, Temperley, su historia y su gente. Buenos Aires, Pleamar, 1982, p.159.

(23 Bis) Archivo OADM, Grabación realizada el 5-XII-1972 con la participación de Carlos E. Duchini, Juan José Iturrioz, Guillermo Magrassi, Dalila Llorente de Grigera, René Lena Nuñez y Alberto de Paula.

(24) La Nación, 6-III-1979, sección El mundo del gran Buenos Aires, p. 12, Una máquina del tiempo en el sereno corazón de Temperley.

(25) La Nación, 6-III-1979, Ibíd.

(26) La Nación, 6-III-1979, Ibíd. Una afirmación semejante hizo hace unos años la Lic. Susana Speroni, decana de los museólogos argentinos contemporáneos, durante un coloquio que mantuvimos en el año 2013, en el marco del ciclo "Forjadores de la Museología argentina" auspiciado por la Escuela Nacional de Museología.

(27) La Unión, 24-VI-1983, p.14, Carlos Duchini y su santuario del ayer; La Unión, 23-X-1988, p.3, Carlos Duchini, una vida que es historia y pasión ciudadana. Mientras la primera nota indica que comenzó a coleccionar a los ocho años, la segunda dice que a los siete años.

(28) Con respecto a los libros que integraban su biblioteca, y que no hubieran sido donados por vecinos, sino adquiridos por compra de don Carlos, tras su fallecimiento, su hijo Ruben, con delicado pudor, los ofreció en venta privada a diversos allegados a su padre.

(29) Hace unos años quise conocer el paradero de aquel venero del periodismo lomense, y conté con la colaboración, para la búsqueda, de mi querido amigo el historiador Guillermo Gasió. Fue un intento vano: las colecciones no pudieron ser identificadas…Triste corolario para el esfuerzo hemerográfico de Duchini y para el empeño cultural de quienes, entonces, gestionaron la donación.

(30) La Nación, 6-III- 1979, Ibíd,

(31) La Unión, 22-V-1994, p.13.

(32) La Unión, 22-V-1994. Ibíd.

(33) La Unión, 22-V-1994. Ibíd.

(34) La Unión, 22-V-1994. Ibíd.

(35) La Unión, 24-VI-1983, p.14,  Carlos Duchini y su santuario del ayer.

(36) Recuerdo un día en que lo visitábamos junto con mi hermano Marcelo y con Alberto de Paula y, estando en el patio, don Carlos acude al llamado del timbre y regresa…¡con dos canastos vetustos y mugrientos de vendedor de claveles que acababan de traerle! A todo esto, el perrito de la casa, que se llamaba Manu, no dejaba de ladrar.

(37) La Unión, 22-V-1994. Ibíd.

(38) La Unión, 24-VI-1983. Ibid.

(39) La Unión, 24-VI-1983. Ibíd.

(40) La Unión, 10-IX-1986, suplemento especial, Carlos Duchini: una vida cargada de historia. Donó todo su Museo privado para dar nacimiento a la Fundación Temperley.

(41) La Unión, 22-V-1994, p.13.

(42) La Unión, 22-V-1994, Ibíd.

(43) Si bien se pensó, también, en el Museo de Armas de la Nación, concluimos que éste ya estaba suficientemente consolidado y dotado de piezas y que, en cambio, el museo de la Gendarnería, por ser más nuevo, sería un destino de mejor lucimiento. Con este comentario corrijo un error de Carlos Mujico, al atribuir a los hijos de don Carlos la decisión póstuma de entregar las armas a la Gendarmería (Noticias de Lomas de Zamora, Marzo de 1996, p.13): fue una propuesta y una decisión que acordamos Carlos Duchini, Ruben Duchini, Alberto de Paula y yo aquella tarde. Por su parte, la aceptación de la Gendarmería fue inmediata y la armería salió de la casa de la calle Suarez en vida de Duchini.

(44) Se trataba de objetos y documentos relacionados con el Banco de la Provincia o con los temas bancarios en general, pero no exclusivamente: mediante la Resolución nº 4864/71 del 6-VII-1971 se aceptó la donación de dos baldosas cerámicas que provenían de la demolición de la Casa Buenos Aires del Banco; mediante la Resolución nº 193/84 del 19 de enero de 1984 se aceptaron cuatro impresos y una medalla de la Oficina de Giros de la entidad; mediante la Resolución nº 2009/84 del 1º de agosto de 1984 se aceptaron dos libros de tema monetario y bancario.

(45) Hubo algunos problemas logísticos derivados, tanto de la disponibilidad de los camiones asignados por el Banco, como de los horarios en que don Carlos y su hijo Ruben podían atender el requerimiento de la tarea de listado y traslado.

(46) La Unión, 22-V-1994, p. 13.

(47) La Unión, Ibidem.

(48) M. Tulio Cicerón, De Senectute o Acerca de la vejez. Bosch, Barcelona, 1947, XI, 37, p. 78.

(49) Intendencia Municipal de Lomas de Zamora, Museo Americanista: IIº Exposición de libros de autores lomenses, Catálogo, 1972.

(50) Municipalidad de Lomas de Zamora, Dirección de Cultura, Museo Americanista, IIº Exposición Periodismo de Lomas de Zamora, Catálogo, Noviembre 1973. Entre las rarezas periodísticas locales que expuso Duchini pueden enumerarse números sueltos de: El Imparcial; El Criterio; La Lealtad; La Voz de Temperley; El Municipio; El Heraldo; La Comuna; La Palanca; Confederación; El Social; La Tribuna; La Verdad; El Comercial; Alerta; Juventud; Prédica; El Tiempo; La Provincia; Actualidad; El Tribuno; Vida de Banfield; Síntesis; El Triunfo; El Fortín; El Yunque; Mi Periódico; Vertical; Ciudad de la Paz; Ecos; Criterio de San José; Resumen; Nuestra Voz; Nuestro Pueblo; M.U.V;  El Reportero; América; La República; La Reacción; La Verdad de la U.C.R; La Obra; La Tormenta; La Reacción; 5 de Abril; Orientación; Atención; Democracia; Poncho Colorado y Poncho Colorao,(sic) luego llamado Milicia; En Marcha; Unidad; F.A.R.O; Síntesis del pensamiento nacionalista; La Montonera; Idea Libre; Nuevos Tiempos; 16 de Diciembre; Lucha; Tribuna Laborista; El Sur; Voluntad Radical; Renovación; Lomas; Juventud Radical; acción Municipal; Nubes Rosadas; La Revista; Crónica; Juvencia; Prisma; Arte, Ciencia y Letras; ION; Siluetas; Figuras; CINEMOP; Americanista; Nuestro Pueblo de Turdera; Hogareña de Mármol; Fijas y Batacazos; Los Andes; Empuje; Aconcagua; El Tablero; Sur Moto Club; Temperley;  Gol de Banfield; La Edificación; Boletín de la Asociación Pro-Temperley; El Gas de Adrogué; CELZ; Orientación; Firestone; Boletín Municipal; Boletín del Centro de Investigaciones Históricas Ministro Arana; El Timón; Diafragma; Autonomía; La Piedad; El Noticiero Evangélico; San Pablo; Juventud Católica; Juniors; La Sagrada Familia; Hacia Dios; Luces; The Philomathian; Chispitas; Marcando Rumbos etcétera. También expuso periódicos raros y agotados de la región, como El Negro Morondanga de San Vicente, y de la Capital: Don Quijote; Don Basilio; La Nueva Escuela; El Sordo-Mudo Argentino; Papel y Tinta; y las ya clásicas Caras y Caretas; PBT y Fray Mocho.



FUENTES CONSULTADAS

Archivos

-Archivo particular Oscar Andrés De Masi (Caja Temperley Nª 1; y Caja Biografías-Necrológicas, Legajo Carlos E. Duchini)

-Museo y Archivo Históricos del Banco de la Provincia de Buenos Aires, Legajo de personal
  2519, Carlos E. Duchini.


Bibliografía

-CARBIA, Rómulo: Historia crítica de la historiografía argentina (desde sus orígenes en el siglo XVI). Imprenta y Casa editora Coní, Buenos Aires, 1940.

-Centro de Estudios Regionales (Universidad Nacional de Lomas de Zamora), Terceras Jornadas de Estudios Regionales, Avellaneda, 2,3 y 4 de Junio de 1983. Programación y otros documentos.

-DE PAULA, Alberto S.J. y GUALCO, Jorge Nestor: Temperley, su historia y su gente. Buenos Aires, Pleamar, 1982 (tercera edición).

-Intendencia Municipal de Lomas de Zamora, Museo Americanista: IIº Exposición de libros de autores lomenses, Catálogo, 1972.

-Municipalidad de Lomas de Zamora, Dirección de Cultura, Museo Americanista, IIº Exposición Periodismo de Lomas de Zamora, Catálogo, Noviembre 1973




Publicaciones periódicas

-Diario La Unión de Lomas de Zamora: 15-V-1971; 22-X-1975; 18-IX-1977; 16-II-1983; 24-VI-1983; 10-IX-1986; 23-X-1988; 22-V-1994; 14-II-1996.

-Diario La Nación, 6-III-1979.

-Revista Renovación (Parroquia del Sagrado Corazón de Jesús, Temperley): nº 5, 4-1975: nº 6, 5-1975; nº 10, XI-1975; nº 11, XII-1975.

-Amanecer de Temperley: Nº 8, Junio 1979; Nº 9, Julio 1979; Nº 10, Agosto 1979; Nº 11, Setiembre 1979; Nº 13, Noviembre 1979; Nº 15, Enero 1980 ; Nº 16, Febrero 1980; Nº 17, Marzo 1980; Nº 18, Abril 1980; Nº 19, Mayo 1980; Nº 22, Agosto 1980; Nº 23, Setiembre 1980; Nº 24, Octubre 1980; Nº 26, Diciembre 1980; Nº 27, Enero 1981; Nº 29, Marzo 1981: Nº 30, Abril 1981; Nº 32, Junio 1981; Nº 33, Julio 1981; Nº 36, Octubre 1981, ; Nº 37, Noviembre 1981; Nº 38, Diciembre 1981; Nº 39, 40 y 41; Nº 42, Abril 1982; Nº 43, Mayo 1982; Nº 44, Junio 1982, ; Nº 45, Julio 1982;; Nº 46, Agosto 1982; Nº 47, Setiembre 1982; Nº 48, Octubre 1982; Nº 49, Noviembre 1982, ; Nº 50, Diciembre 1982; Nº 51, Enero 1983,; Nº 52, Febrero 1983, Nº 53, Marzo 1983,; Nº 54, Abril 1983,; Nº 55, Mayo 1983; Nº 56, Junio 1983; Nº 57, Julio 1983; Nº 58, Agosto 1983; Nº 59, Setiembre 1983; Nº 60, Octubre 1983.

-Boletín del Rotary Club de Temperley: Noviembre-Diciembre 1982; Enero-Febreo 1983.

-Noticias de Lomas de Zamora. En varios números, notas históricas de CED. Especialmente, Marzo 1996 (Nota necrológica).

-Revista parroquial La Piedad, s/f.


AGRADECIMIENTOS

A la Lic. Marina Zurro, al Ing. Agustín San Martín y al Lic. José Grassi, directivos y profesionales del Museo y Archivo Históricos del Banco de la Provincia de Buenos Aires, quienes me facilitaron el acceso al Legajo de personal de don Carlos E. Duchini, donde se registra su intachable carrera bancaria. Curiosamente, y apartándose de la regla que manda adosar una fotografía del tipo carnet, en el Legajo existen dos fotografías que nos muestran a un joven Duchini, una imagen a la cual no estábamos acostumbrados.

A Marcelo Enrique De Masi y Pablo Willemsem, quienes me ayudaron a refrescar anécdotas de aquellos años dorados en que visitábamos a Duchini.