La mirada y la interpretación de Oscar Andrés De Masi, arqueógrafo

jueves, 18 de mayo de 2023

EL RETIRO DEL ADOQUINADO FRENTE A LA ESTACIÓN DE BANFIELD Y LA DESTRUCCIÓN DEL PAISAJE URBANO HISTÓRICO

Por Oscar Andrés De Masi



 Estación Banfield 1936. Colección oadm.


Hace unos días hice llegar a la Comisión Nacional de Monumentos, Lugares y Bienes Históricos un informe organoléptico acerca del caso que motiva el título.

 

¿Hace falta reiterar que mi preocupación por los empedrados históricos no es nueva y la hice pública en más de una ocasión? Quienes conocen mi prédica docente (en el aula o fuera de ella) lo saben de sobra. Ya en 2019 publiqué en este blog y en la revista Habitat unas reflexiones acerca de este tema bajo el título de Elogio del empedrado.

 

Allí sostuve, entre otras cosas, los siguientes conceptos (que reitero aquí, para quienes no quieran tomarse la molestia de leer el artículo completo):

 

El adoquinado como factor de calidad del habitar urbano:

He aquí entonces otro elemento a ponderar: ¿El adoquinado aporta calidad? La respuesta es evidente por las ventajas que conlleva:

 

-Impone límites a la densidad y velocidad de circulación de vehículos;

-Con ello, favorece el control de la contaminación sonora de los barrios y

-Mejora las condiciones de seguridad vial;

-Favorece la retención y el drenaje de las aguas pluviales;

-Alivia el agobio de las altas temperaturas veraniegas.

 

Pero, a estos elementos "funcionales", deben añadirse los elementos de estética urbana: las calles adoquinadas son, definitivamente, bellas, y la nobleza de la piedra se amiga sin esfuerzo con el entorno y el arbolado.

 

Nótese que el adoquín de granito va adquiriendo una cierta pátina que, junto a los elementos térreos de las juntas, termina configurando un tapiz horizontal texturado. ¿Alguna vez contemplaron el brillo tenue de los adoquines, los tonos grises o los rojizos, al contraluz de la tarde, especialmente en otoño? Los invito a que hagan la prueba. Se van a maravillar.

 

He allí el factor de percepción visual que devuelve al observador una imagen gratificante, homogénea pero no plana (¿Alguien ha analizado las variantes en la colocación de loa adoquines, desde la hilera lineal, las formas curvas, el opus cementicium o el opus reticulatum romanos llevados al plano, las intersecciones, los contornos etc.?), texturada pero no abrupta, quieta pero no inmóvil…Yo diría, casi metafóricamente, como quien contempla el reflujo del mar. Todos hemos experimentado esa sensación indescriptible.

 

Adoquinado e identidad barrial:

(…) Las calles adoquinadas son parte de la identidad de los barrios tradicionales del suburbio. No se trata de una cuestión de riqueza o de clase: se trata de una cuestión de identidad, que cruza en diagonal todos los segmentos sociales, desde los barrios de alta gama residencial hasta los más modestos, populares e industriales. Si todos ellos han tenido adoquines en sus calles desde hace décadas y décadas, sin queja de los vecinos, entonces ese componente de su imagen será identitario, vale decir, derivado de una forma tradicional de la vialidad urbana (…)  Los viejos adoquinados del partido de Lomas de Zamora son parte de esa epopeya por la cual el distrito fue dejando atrás la precariedad de sus perfiles rurales, para convertirse en una gran ciudad, dotada de los indicadores de modernidad epocales, que reconocían como modelo a la Capital. Los pueblos de la comarca copiaban a Buenos Aires, en su afán de convertirse en ciudades. (…) el adoquinado que permanece en los barrios (cualquiera sea su gama socio-económica) no es un elemento accesorio y descartable de ese paisaje, sino un elemento configurador de identidad, evocador de memoria e indicador de calidad suburbana. Por eso debe ser preservado”.

 


Colección oadm.

Pude verificar en persona la situación de retiro de los adoquines de granito que pavimentaban la calle que corre frente a esa estación en el lado Oeste de la vía. Y con esas comprobaciones, elaboré la nota dirigida a las autoridades nacionales. En aquel preciso momento, las obras se hallaban en plena ejecución, con operarios y maquinaria, y el sector ostentaba un vallado plástico que permitía apreciar la situación y obtener fotografías.

 

Pero, para el patrimonialista que es, además, historiador, no bastan las comprobaciones perceptuales: el caso pide una referencia histórica que, hasta ahora, pareciera que no se ha pronunciado. Veamos.

 

En efecto, la historia del lugar, en su configuración como estación ferroviaria plus paseo público, se remonta a 1925, cuando, en el marco de la visita del Príncipe de Gales, el entonces Ferrocarril del Sud encaró la modernización de varias de sus estaciones y se aprovechó la ocasión para mejorar sus adyacencias. De este modo, en Banfield Oeste, en el terreno lindero a la estación delimitado por la avenida Alem, se construyó una pequeña plaza sobre la mencionada avenida, entre las calles French y Berutti.

 

En el año 1966 fue ubicado en esa plazuela el busto de fray Justo Santa María de Oro (inaugurado en 1916 en la avenida Alsina, lado Este de la misma localidad), que permanece hasta ahora en dicho lugar (me he ocupado de este tema en este mismo blog, hace unos años).

 

Según la información publicada por el diario local La Unión con fecha 4-X-2022 (Avanza la construcción del centro de transbordo en Banfield Oeste), se trata de una “remodelación y puesta en valor de la estación de Banfield, en el lado Oeste. El sector se convertirá en un Centro de Transbordo” (sic). Vale decir que esta obra obedecería a criterios de renovación de la vialidad y el transporte de pasajeros, y no a situaciones de deterioro del afirmado existente, hasta donde puede colegirse de la noticia citada.

 

Otra nota del mismo medio periodístico, del 15-III-2023, con igual título, menciona tareas en la plazoleta Estados Unidos de Brasil y la puesta en valor de “la fachada y los accesos a la estación” (sic).

 

Poco antes, el 3-II-2023, en nota titulada Por obras en la estación de Banfield, cambian varias paradas de colectivos, se citaban, con fuente en la Secretaría de Obras Públicas local, los “trabajos más destacados” (sic):

 

-    Mejora en las condiciones de seguridad y confort de los usuarios del sistema, mediante la incorporación de espacios protegidos accesibles e iluminados;

-    Renovación y expansión de los espacios verdes parquizados, introduciendo nuevos espacios para el desarrollo de actividades comerciales y recreativas;

-    Revalorización y jerarquización de la Ermita religiosa asi como de los monumentos y placas de conmemoración y homenaje existentes;

-    Revalorización del edificio de Estación mediante la reformulación de los espacios circundantes y puesta en valor de su fachada y accesos.

 

De estas fuentes se desprende que, en efecto, ciertos componentes patrimoniales y ambientales, ya sea de carácter general (el paisaje del sitio), ya sea particular (edificio, monumentos, placas etc.), o ya relativos a los espacios verdes (los existentes y los que se pretende crear), estarían siendo o serán objeto de intervención, aunque se ignoran los términos proyectuales de dicha intervención, así como los resguardos previstos para los valores patrimoniales y ambientales implicados. Las notas periodísticas no lo aclaran.

 

 

Aspectos patrimoniales y de tutela

 

La cuestión es que estación Banfield del Ferrocarril Roca configura un bien arquitectónico y un hito identitario de alto valor representativo local, testimonio, tanto de la tradición constructiva ferroviaria en nuestro medio, como de la huella que la empresa Ferrocarril del Sud dejó marcada en el territorio bonaerense, en sus múltiples aspectos: paisajístico, social, económico, tecnológico-industrial etcétera. Además, en este caso y el de otras estaciones del mismo ramal, fue objeto de reformas modernizadoras en 1925 (abandono de la impronta tardo victoriana y asunción de estilemas “eduardianos”), a cargo del arquitecto James Smith, residente en Temperley.

 

En este punto es menester puntualizar que el edificio de la estación, la calle vehicular antes empedrada que le hace frente Oeste y la plazoleta “Estados Unidos del Brasil”, configuran una “unidad de paisaje” histórico, que ha llegado a nuestros días en condiciones de integridad morfológica material. No todas las unidades de paisaje (y en especial, del paisaje ferroviario, con harto frecuencia emplazadas en áreas urbanas degradadas) ubicadas en el distrito han logrado semejante supervivencia de su autenticidad formal. Se trata, pues, de un caso singular.

 

En cuanto al estado de conservación del empedrado, más allá de los desajustes mecánicos o los desniveles que el tráfico sostenido de colectivos pudiera hipotéticamente haber ocasionado, una impresión a simple vista, hasta donde mi memoria alcanza, no revelaba que los adoquines estuvieran en malas condiciones, sino más bien lo contrario. Si debían ser reajustados en su plano de apoyo o re-apisonados, se imponía en tal caso una operación de recolocación in situ, según las técnicas propias de estos pavimentos y con criterio de preservación, en lugar de su remoción, que ha venido a alterar los valores de la unidad de paisaje histórico.

 

En suma, la intervención de marras en esa calle, no parece haber asegurado una adecuada y máxima preservación, ni haber observado un protocolo de buenas prácticas patrimoniales ante una potencial situación de deterioro. Se trataría, lisa y llanamente, hasta donde puede observarse, de una remoción del empedrado histórico, para proceder a su reemplazo por un pavimento moderno, en el contexto de otras acciones de renovación y modernización del área, sin criterio de respeto historicista.

 

Por otra parte, ¿cuál será el destino ulterior de los adoquines históricos retirados? ¿Han sido debidamente numerados e inventariados? ¿En qué condiciones de conservación se encuentran ahora mismo?

 

Tengo conocimiento fehaciente de que el Instituto Histórico Municipal de Lomas de Zamora ha dirigido una nota a esa instancia local. Ignoro si ha tenido respuesta.

 

De momento, esperemos el resultado de las acciones que la Comisión Nacional haya resuelto emprender.

 

Lo cierto es que el daño a la unidad de paisaje patrimonial está a la vista.



Foto oadm, mayo 2023.








lunes, 15 de mayo de 2023

JULIO VILLALONGA. IN MEMORIAM

Por Oscar Andrés De Masi

 

A Julio Villalonga lo conocí en setiembre de 2020, cuando nos presentó en La Biela el común y querido amigo Ignacio Bracht. Desde aquel día, el celebérrimo bar recoletano sería punto de encuentro habitual para los tres. Allí tomamos el último café, el 7 de febrero, en el tórrido verano de este año.

 

Recuerdo que esa tarde hablamos de política, que era el tema recurrente, pero también de historia, de libros y del uso del lenguaje, que eran temas igualmente recurrentes. Y recuerdo, además, ese momento inesperadamente más intimista de la conversación, cuando al pasar comenté lo afectado que me sentía por la muerte reciente de Simón (un gatito persa muy bondadoso, a quien yo quería como a un hijo). La reacción de Julio y de Ignacio fue de una inmediata empatía: ambos evocaron con visible emoción la pérdida de sus mascotas (perritos enfermos que debieron ser sometidos a eutanasia, en los dos casos) con el paroxismo coral de una cicatriz abierta, de la cual aún manaba la sangre de la pérdida.

 

En ese instante, fugaz como un parpadeo pero profundo como un océano, comprendí que, en el fondo, lo que cimentaba nuestro vínculo no eran los tópicos que desgranábamos en cada reunión, sino aquel “sentido de la humanidad” (Gefühl für Humanitat), que siguió enarbolando un agonizante y tembloroso Immanuel Kant como soporte moral de su existencia.

 

Ahora, en una mesa de La Biela, venía yo a descubrir que en la capacidad de compasión y de amor hacia los animales también fincaba un núcleo de afinidad que ya antes sabía compartido con Ignacio, pero que ignoraba que, además, podía compartir con Julio. Fue una epifanía que, en este momento de miradas retrospectivas, provee una clave más para interpretar la figura humana íntegra de Julio Villalonga.

 

Forzosamente -porque en menos de tres años nadie consume una talega de sal, medida que Aristóteles estipulaba como el mínimum para cimentar una amistad-, nuestro vínculo fue fronterizo: cercano a la amistad pero a la vez incompleto, porque donde sobró la empatía faltó el tiempo. Y por ello debo excusarme, en este memorial que me dicta el afecto y la gratitud, de evocar otros aspectos de la personalidad de Julio que, aunque pude intuir, no alcancé a frecuentar.

 

Sin perjuicio de ello, me permito espigar en mi memoria un par de notas profesionales ostensibles en él, que advienen, a la vez, al modo de cualidades éticas, advirtiendo, con Aristóteles nuevamente, que la “cualidad” viene a ser el accidente más estable del sujeto, y que le pertenece como rasgo distintivo de su carácter.

 

El análisis periodístico era en Villalonga, a mi juicio, una constante. Quiero decir con ello que cualquier aspecto de la actualidad (ya que de eso se trata el objeto formal del periodismo en el sentido más clásico y decente) era para él susceptible de ser analizado. Su argumentación quedaba atada, pues, a las formas de una dialéctica rapidizada por un pensamiento fluyente y siempre fundamentado en hechos de la realidad y en lecturas maduradas, de tal guisa que lo ideológico nunca era una interferencia en su conversación.

 

Si su pensamiento acerca de la degradación política y social argentina era seriamente crítico, tenía la lucidez suficiente para identificar las raíces culturales de esa vertiginosa decadencia. Sabía de sobra que, en este plano, la Argentina conoció tiempos mejores y logros más airosos. Por eso indagaba, afanoso, en la factualidad de una historia no tan distante de nuestros días. Su entrenamiento como polemista y su capacidad como lector le facilitaba esa operación interpretativa que, a diferencia de muchos de sus colegas de oficio, lo alejaba de cualquier cliché prefabricado. Por eso daba gusto escucharlo, aun cuando la coincidencia con su enfoque no fuera del 100%.

 

En cualquier caso, sus afirmaciones se basaban, invariablemente, en un cúmulo de decantada información y se orientaban (también invariablemente) en el sentido de un genuino patriotismo. Pensar y repensar la Argentina, en el marco de una batalla cultural actual y no en potencia, era un ejercicio intelectual que para Julio valía la pena sostener, sin caer ni en la ingenuidad naive ni el cinismo de la corrección política agendista.

 

La preservación del portal Gaceta Mercantil como un medio independiente, en el marasmo babélico de plataformas digitales o periódicos impresos, sesgados y direccionados  de acuerdo a intereses extrínsecos al hecho noticioso en si mismo, fue poco menos que una epopeya. Sabemos de sus desvelos por obtener auspiciantes, sin renunciar un ápice a la imparcialidad como editorialista y al pluralismo de ideas como consigna de contenidos. En este último aspecto, supo dar cabida a las posiciones más variadas y jamás impuso a quienes colaboramos en Gaceta Mercantil censuras previas ni otro tipo de condicionamiento a la libertad de expresión. En mi caso, publicó todos los artículos de tema histórico o artístico que le envié, sin cambiarles una coma, reservándose la única y legítima atribución de poner él los títulos, por obvias razones de mejor edición.

 

Pero no se crea que su generosidad para con los autores hacía del portal una suerte de colectora universal y sin criba de toda cosa escrita que le fuera remitida. En absoluto: era en sumamente estricto en cuanto al rigor de los contenidos (cualquiera fuera su vertiente de ideas) y, muy especialmente, en lo tocante al correcto uso del idioma español. Por otra parte, esa agilidad de lectura que poseía lo convertía en un editor vertiginoso. Recuerdo haberle enviado alguna nota y verla retitulada, subtitulada, ilustrada y publicada, en cuestión de minutos. Hasta el día de hoy no logro explicarme semejante velocidad de edición.

 

De la trayectoria profesional de Julio Villalonga y de sus libros no hablaré, porque de seguro otros lo harán mejor que yo. Pero no quiero omitir la mención de un proyecto que venía fermentando en su pensamiento desde hacía tiempo, que compartió en más de una ocasión conmigo y con Ignacio, y que tiene que ver con la acertada elección del nombre Gaceta Mercantil y su genealogía como órgano de prensa: el homenaje a la pionera Gaceta Mercantil que comenzó a aparecer en Buenos Aires en 1823, y cuyo bicentenario se cumple este año. Un libro ilustrado, con su historia, se perfilaba como un tributo apropiado.

 

En aquel encuentro del pasado 7 de febrero, el asunto regresó a la mesa y volvió a concitar entusiasmo unánime. Acordamos comenzar a sistematizar los antecedentes de archivo, para vernos nuevamente en un par de semanas o poco más, según el tratamiento médico se lo permitiera a Julio. Y al despedirnos en la vereda con un acostumbrado abrazo, y verlo partir con paso tranquilo (porque quiso regresar a su casa caminando), atesoramos la frágil esperanza del reencuentro.

 

Para quienes creen en la promesa religiosa de una vida futura, ese convivio pendiente podrá ocurrir un día, en la inmensa eternidad empírea que vence al tiempo. Para los más escépticos, queda la verdad, no menos inmensa, que se reitera ante cada amigo que emprende la partida irrevocable, y que el poeta español cinceló en palabras lapidarias: nos dejó harto consuelo su memoria.

 

A Julio Villalonga lo vamos recordar, sin duda. Porque ya comenzamos a extrañarlo.




lunes, 30 de enero de 2023

DIBUJANDO EL PATRIMONIO ARQUITECTÓNICO DE LOMAS DE ZAMORA. MI EXPERIENCIA JUNTO A ALBERTO DE PAULA EN LOS AÑOS 80 **

**Versión original publicada el 27 junio, 2017 por la Junta de estudios históricos de Lomas de Zamora en su blog Juntaestudioshistpricoslz.wordpress.com/2017/06/27

Por Oscar Andrés De Masi

(Junio de 2017 - Diciembre 2022)


Ya desde comienzos de los años 80´s, poco después de mi ingreso en la Universidad, comencé con la práctica sistemática del dibujo de edificios y de monumentos escultóricos. Me animó a ello mi amigo y maestro Alberto S. J. de Paula y el hecho de integrar, desde entonces, su círculo más cercano de jóvenes investigadores que, en algunos casos, como el mío, ni siquiera estábamos graduados.

 

La inmensa generosidad de Alberto nos permitió, tan tempranamente, acompañar sus proyectos de investigación e ingresar en ese universo del patrimonio arquitectónico que, para entonces, muy pocos (o más bien casi nadie) abordaba en Lomas de Zamora. El «Centro de Estudios Regionales» fue una plataforma idónea para ello y permitió a un núcleo de investigadores con diversos niveles de madurez intelectual, participar de una nueva manera de abordar la historia identitaria de la zona, en sus diversas vertientes: territorio, urbanismo, transporte, poblamiento, sociedad, periodismo, arte, religión, etcétera.

 

Los nombres de Néstor Onsari, Carlos Pesado Palmieri, Beatriz Portas, Haydeé Epifanio y Eduardo Marcet, Jorge Tartarini y Gladys Pérez Ferrando, Luis Buján, Fernando Solanes y tantos otros que se me olvidan en este instante, jalonan aquel eón dorado, aquellos Goldene Zeitung de los estudios históricos en Lomas de Zamora, que tenía por escenario de reuniones, el edificio señorial de Santa Catalina. La figura patriarcal de don Carlos Duchini, aunque no asistiera a las sesiones, también era parte de aquel momentum irrepetible. Cuando donó su hemeroteca a la UNLZ, recuerdo que me tocó a mi, junto a Alberto, trasladarla en el baúl y en el asiento trasero de mi auto.

 

En mi caso, la cuestión del patrimonio arquitectónico y del patrimonio artístico (esculturas monumentales e imaginería) fueron los focos temáticos principales (aunque no los únicos), compartiendo una línea de investigación (inconclusa) con Alberto de Paula, quien ejercía el rol directivo.

 

Comenzamos una tarea de relevamiento «de campo» que consistía en identificar edificios de valor patrimonial durante una jornada completa, fotografiarlos y dibujar algunos de ellos, según sus directivas o según mi propio interés estético. Debo añadir que, como Alberto no conducía autos para entonces, mi tarea incluía, inexorablemente, el manejo de mi Ami-8 Citröen blanco que, años más tarde, ¡me fue robado una noche de invierno de la puerta de la casa de don Carlos Duchini, en Temperley!

 

Los territorios que relevamos más frecuentemente fueron Banfield, Lomas de Zamora, Temperley y Adrogué. También Turdera y Llavallol, y más raramente el barrio San José, Villa Albertina, Fiorito e Ingeniero Budge. En el caso de estas tres últimas localidades, recuerdo que, movido por la estulticia de los prejuicios burgueses a mis escasos veinte años, intenté cuestionar la necesidad de ir hasta allí, como si se tratara de Finisterra; a lo cual Alberto me respondió, lacónicamente, con el título de una revista. Me dijo: –Todo es historia…–

 

Es obvio decir que, para mí, algunos de esos lugares eran, hasta entonces, uncharted section of the galaxy, como hubiera dicho el Señor Spok,… o Terra incógnita según los romanos…

 

Durante dos jornadas recorrimos también Lanús, Remedios de Escalada, Villa Obrera, Monte Chingolo, Villa Industriales, Villa Caraza, Villa Diamante, y cruzamos el Riachuelo para visitar Pompeya. Zonas que hoy serían, quizá, difíciles de fotografiar sin la presencia de «guías locales». Recuerdo que aquel primer día, apurados por la lluvia (y el apetito de Alberto…), almorzamos en «La Blanqueada» de la avenida Sáenz. Aún conservo en mi poder las numerosas diapositivas que obtuvimos.

 

A otro relevamiento memorable (que abarcó únicamente Lomas, Temperley y Banfield) se agregó Jorge Cohen, quien trajo desde La Plata a un fotógrafo profesional. En una próxima ocasión les relataré aquella jornada, cuando Alberto nos decía casi como una arenga: –Aprovechen a fotografiar, porque en diez años no quedará nada en pie… “time will tell”, pensaba yo. Una vez más, él tenía razón y el tiempo se la concedió, aunque tristemente.


Si bien Alberto se abocaba a las fotografías (y como digo, conservo aquellas miles de diapositivas o de fotos impresas en papel, tomadas con su cámara Pentax), él insistía en que yo debía dibujar. Y así lo hice, sin demasiada convicción.

 

Su insistencia tenía un propósito que al comienzo no alcanzaba a advertir: muy poco después, me ofreció comenzar a ilustrar sus libros. Recuerdo que fue una tarde, luego de compartir un café, en Lomas (en la esquina de Alem y Rivera, y si no me equivoco, ese café ya no existe) junto a Federico Ortiz y a Raúl Gómez, ambos ya fallecidos, que estaban de visita en Lomas a causa de unas jornadas de Patrimonio. Hablábamos de la fachada de tal o cual edificio demolido y, para ubicarlo, lo dibujé de memoria en una servilleta de papel. Ortiz se sorprendió y le insistió categóricamente a Alberto para que me convenciera de abandonar la carrera de abogacía, e ingresara en la de arquitectura… Alberto le respondió que me había «contratado» como dibujante, para la reconstrucción de edificios demolidos. Ahí supe de mi nuevo oficio.

 

Años más tarde, encontré una convincente justificación de los deberes gráficos que me imponía Alberto, en un texto del arquitecto inglés Quinlan Terry, Architects anonymous (London, 1994), que dice así, a propósito de la práctica de dibujar o de esbozar edificios:

 

The practice of drawing and sketching [buildings] gives a proper perspective to the continuity of history. Its demonstrates how the timeless principles of architecture have been applied at different times, and therefore, how to apply them in our time (…) It may be a whole facade if I can find a building with scaffolding; or it may be simply a baluster, or a staircase, it may be a door surround or a window, or a monument in a church (…) Architecture have become something to be written about (not be locked at) the written word counts for more than the visual image…



Cuando se lo leí a Alberto, muchos años después de nuestros relevamientos «de campo», un domingo a media mañana en el viejo bar «Suárez» de Corrientes y Maipú, se encogió de hombros y se limitó a decirme, con esa ironía humorística tan suya: –No hacía falta ir a buscar un ignoto arquitecto inglés para darse cuenta… pero tiene razón

 

De los cientos de dibujos del vero en tinta negra o excepcionalmente azul (tinta china o marcador de trazo fino tipo Rotring) que produje en aquella época, pocos fueron publicados. Pero la gran mayoría los conservó mi querido amigo Alberto y por esas circularidades del destino, volvieron a mis manos luego de su muerte, cuando debí ejecutar mi deber de albaceas.

 

Si me decido a socializarlos parcialmente, ahora, no ha de interpretarse como un acto de narcisismo, porque, en verdad, y a diferencia de lo que pensaba de ellos mi generoso amigo, yo juzgo severamente su escaso valor estético. Creo que al darlos a conocer, junto a las circunstancias de su elaboración, vuelvo a tributar un homenaje a Alberto de Paula y a resignificar su figura pionera en la apreciación del patrimonio lomense, y en la necesidad perentoria de preservar un registro ante la inminencia de la pérdida.

 

Más aún, en esta hora en que en Lomas de Zamora han proliferado, como hongos tras la lluvia, los sedicentes «especialistas» en patrimonio arquitectónico y urbano, a quienes nunca los he visto recorrer y relevar el territorio y ordenar el resultado mediante imágenes y fichas, del modo tan intenso y artesanal cómo lo hicimos en aquellos años con Alberto: en la soledad de los precursores… (1).

(1) Para el último relevamiento del año 2000, se sumó mi querido amigo y colega patrimonialista, el arquitecto Pablo Willemsen.