Por Oscar
Andrés De Masi
Introducción I
La palabra
"arquetipo" siempre suena ambiciosa y, de hecho, lo es. En las dos
acepciones que de ella trae el Diccionario de la Real Academia Española de la
Lengua, remite a un "modelo", vale decir -según el mismo
Diccionario-, un "punto de referencia para imitar o reproducir".
También disponemos de la palabra "paradigma" que, en su primera
acepción viene a significar "ejemplo o ejemplar".
Pasando del
griego al latín, otra palabra que se nos antoja idónea es
"espécimen", la cual, aún teñida de su semántica biológica, alude a
una "muestra, modelo, ejemplar, normalmente con las características de su
especie bien definidas".
En fin,
cualquiera sea el vocablo empleado, el lector sabrá que aludimos a personas de
otro tiempo que, en algún sentido (o más de un sentido) han actuado como
auténticos modelos en el medio social e institucional de esa geografía concreta
que es el partido de Lomas de Zamora.
A muchos de
ellos los hemos conocido, hemos sido testigos de su ejemplaridad. Por esa
razón, permanecen enaltecidos en nuestra memoria individual. Y, por lo mismo,
merecen ser recordados por la comunidad de los lomenses contemporáneos, cuya
identidad histórica y moral requiere, hoy más que nunca, el despertar de
aquellos arquetipos, que, como decía Carl Jung, son como el cauce seco de un
río antiguo que vuelve a fluir…
Introducción
II
Una
caracterización preliminar de don Carlos E. Duchini: la contradicción en los
términos de un coleccionista…generoso…
No hacia falta
que viniera Victor Galvez (o sea, Quesada) a contarnos, en Memorias de un
viejo, que, por regla general, los coleccionistas eran seres de la más
probada mezquindad, capaces hasta de cualquier género de rapiña, con tal de
obtener una pieza apetecida.
En don Carlos
Elías Duchini, la regla encontró su excepción más palmaria. Y quien escribe
estas lineas puede afirmarlo por una doble vertiente: la experiencia personal
de haber sido destinatario de su generosidad; y el juicio de Alberto de Paula:
volvíamos con mi auto a Banfield desde la casa de don Carlos, un sábado a la
tarde (cargados de objetos y de papeles que nos había regalado), y me dijo, con
la certeza de la evidencia: -Duchini es una de las personas más generosas
que te vas a encontrar en la vida, quizá la más generosa… está en la línea de
la santidad- Me impactó lo categórico de aquella afirmación moral y, más
todavía, su referencia teologal. Visto a la distancia de los años, Alberto
tenía razón.
De don Carlos
Elías lo primero que suele evocarse es su relación familiar con la antigua
farmacia ubicada frente a la estación de Temperley, que llevaba su apellido
como cartel. En aquel mismo pueblo, también se recuerda su casa de la calle
Isidoro Suarez n.º 1050, abarrotada, literalmente, de las miles de piezas de su
museo privado. Pero, junto a ese afán casi compulsivo de coleccionar objetos
añejados por el tiempo y trasegados por relatos y genealogías locales, había en
él un impulso igualmente irrefrenable por las obras de caridad, canalizando esa
vocación cristiana a través de la Sociedad San Vicente de Paul.
Y es que,
ingeniosamente, Duchini había logrado un punto de ventajosa confluencia de sus
periplos recolectores: aquello que carecía de valor coleccionable, fuera papel,
vidrio o textil, seguramente era útil para monetizarse y asistir a los más
necesitados. Y, entonces, mientras el interior de la casa se atiborraba de
objetos-con-historia, en los fondos (patio o galpones) se depositaban montañas
de diarios; o, un tanque cilíndrico de chapa iba recibiendo las botellas sin
valor de colección, que se hacían trizas para su venta al peso, como molienda
de vidrio. Recuerdo verlo a don Carlos, martillo en mano, explicando y, a la
vez, ejecutando la operación reductora. El producido en dinero (que pagaba
algún "botellero" de ésos que abundaban entonces) iba, directo y
completo, a las obras de caridad parroquiales y vicentinas.
Tan lejos
llevó su generosidad, que la extendió a los mismos objetos inanimados de su
museo, los cuales no sólo fueron prestados (sin más condición que un -Cuídemelo
bien, eh…-) para el montaje de exposiciones, sino que, poco a poco, fueron
aquerenciándose ellos mismos en las habitaciones del chalet, y disfrutando de
iguales o mayores comodidades que sus dueños. Nunca voy a olvidar lo que
ocurrió una tarde, cuando nos ofreció prepararnos un café: abrió la alacena de
la cocina para buscar el tarro y… ¡ahí adentro estaba la colección encuadernada
de la revista Caras y Caretas! Duchini se apuró a cerrar las puertas de
la alacena, como disculpándose, y Alberto de Paula y yo no podíamos contener la
risa y el asombro.
La anécdota
ratifica la pasión dominante de aquel hombre sencillo y bondadoso: coleccionar.
Duchini nos enseñó, a los lomenses, la práctica de un coleccionismo empírico,
cuya principal lección fue la necesidad de preservación de objetos y papeles de
memoria localista, que se encaminaban a su inexorable pérdida o destrucción.
Quizá el episodio más dramático haya sido el desguace del frontal del altar y
de otros muebles litúrgicos de la iglesia de Nuestra Señora de la Piedad, en
Temperley. Si el arranque iconoclasta del párroco había condenado esas piezas a
la basura, allí estuvo Duchini para rescatarlas y preservarlas. De otro modo,
se habrían perdido para siempre.
El dibujante
Dobal (vecino de Temperley) le dedicó una simpática caricatura para la revista La
Piedad, donde se lo ve munido de una lupa en una mano, y de una lámpara en
la otra, escudriñando en la vereda y provocando la huida de los peatones. Los
versos aclaran el sentido del dibujo: Si a Duchini , investigando/ lo
encontrás, hacé un rodeo;/ porque anda siempre buscando/ rarezas para el museo…
Era, pues, un
"tipo-pintoresco" en el paisaje del barrio.
Don Carlos no
esperó a morir para la disposición póstuma de sus colecciones. En el último
tramo de su existencia (y, quizá, sintiéndose cercano al final), fracasados sus
intentos de retenerlas en Temperley, les asignó varios destinos y nos impuso (a
su hijo Ruben, a De Paula y a mi) la carga de velar por esos destinos. Las
donó, lisa y llanamente (a excepción de alguna mínima parte, que legó a su hijo
Ruben, querido amigo ya fallecido; y una pintura de Buitrago, Procesión
quebradeña o algo por el estilo, cuya venta le encomendó a Juan
Manuel Melaza).
Donó el grueso
de sus objetos y piezas arqueológicas con la misma generosidad con que los
reunió, salvándolos del fuego, del basural o de la piqueta, en muchos casos. O,
mejor dicho, salvándolos del olvido que todo destruye, como dijeron
Gardel y Lepera.
Este trabajo,
con pretensiones preliminares, se propone aportar algunos datos biográficos,
ensayar una valoración y, a la vez, rendir un homenaje; para salvar del olvido
a ese caballero ejemplar que fue don Carlos Elías Duchini, y cuya amistad tuve
el privilegio de frecuentar durante varios e inolvidables años.
Los lectores
sabrán disimular que el tono del texto transite, por momentos, los senderos
anecdóticos y evocativos. La frialdad de un escrito estrictamente académico no
hubiera reflejado, ni el carácter de
Duchini, ni el pathos del tributo a su memoria.
Genealogía
familiar
Carlos Elías
Duchini Pujol (tales eran sus dos nombres y los apellidos paterno y materno)
nació en Temperley el 16 de febrero de 1903, bajo el signo zodiacal de Acuario,
y era hijo de don Carlos María Duchini y de doña Elena Pujol (1). De ambos
progenitores conservó un recuerdo muy afectuoso y agradecido. En una entrevista
publicada por el diario lomense "La Unión" en 1994, decía que,
de concretarse la instalación de sus colecciones en un museo adecuado fuera de
su casa, en Temperley (una intención que finalmente se frustró, como veremos
más adelante), debía llevar "el nombre Duchini en homenaje a mis padres
por todo lo que significaron para Temperley y para mi" (2).
De alguna manera,
la pasión por conservar objetos añejados pudo provenir de aquellos, según lo
insinuaba el propio don Carlos en aquella entrevista: su padre había guardado
armas, uniforme y fotografías de la Guardia Nacional de Lomas de Zamora; su
madre, a su vez, conservó un abanico materno, además de su propio vestido de
novia y un par de zapatos del bebé Carlos Elías. Aquellas reliquias familiares
estaban expuestas en una vitrina en el espacio del comedor, como viniendo a
postular que el buen coleccionismo comienza por los objetos familiares.
Su padre había
nacido en Almirante Brown el 22 de octubre de 1875, hijo de Domingo Duchini y
Rosalía Bengolea. Conocemos aspectos de su vida a través de un texto que don
Carlos Elías publicó en el diario "La Unión" y en el periódico
"Renovación" (3). A los once años se desempeñaba como mensajero en el
Telégrafo de la Provincia e ingresó, pronto, al Ferrocarril del Sud, donde
trabajó como carpintero y pintor en los talleres de Burzaco. Se dice que en
aquellos dos oficios llegó a destacarse. Y también en su juventud se empleó
como dependiente en la farmacia que su hermanastro, Marcos L. Grigera, poseía
en Lomas de Zamora. He aquí el germen de su profesión definitiva.
La carrera
militar ocupó también algunos de sus años mozos: en mayo de 1895, ante la
posibilidad de una contienda con Chile derivada del conflicto de límites,
ingresó en la Guardia Nacional y en 1896 tomó parte en la célebre Campaña de
Cura Malal, que fue la primera conscripción argentina. Actuó, allí, como Subteniente
abanderado del 2º Batallón del Regimiento 2 de Infantería, de la Primera
Brigada de la División Buenos Aires. Compartió aquellas jornadas con otros
jóvenes enrolados de Lomas de Zamora, entre ellos el más tarde celebrado
escultor Arturo Dresco, que vivía en Temperley (4).
Concluida
aquella inolvidable campaña, ocupó el rango de Teniente Primero de la Guardia
Nacional de Lomas de Zamora, alcanzando el grado de Capitán, y sirviendo a las
órdenes de los oficiales Manuel Castro, Manuel Portela y Federico Champalanne,
todos ellos de arraigo familiar lomense. Su destino final en el Ejército fue el
área de Sanidad, siendo trasladado a Charata, en el territorio del Chaco. Se
acercaba, de este modo, al mundo farmacéutico.
Pero la
milicia no iba a ser su profesión permanente y más prolongada, aunque
seguramente le proveyó, junto con la instrucción militar, las bases de una
disciplina, una agenda metódica y los rudimentos de la farmacología que pudo
conocer en la sanidad militar. Tuvo su primera farmacia en Glew, junto a una
vieja cancha de pelota. En octubre de 1899, ya estaba munido del título de
"Idóneo en Farmacia" y se estableció en un local en la avenida Meeks
n.º 1277 de Temperley. Su propia farmacia (que llevaba su apellido como nombre
comercial) la inauguró el 16 de enero del año 1900.
La tradición
cuenta que no era únicamente una farmacia, ni él era un simple boticario: allí
había tertulia, se contaban historias, se escuchaba música y hasta se pintaba.
Y esa misma tradición ubica entre los contertulios y clientes, a los vecinos
Teniente General Pablo Riccheri, Dr. Pastor Obligado, Dr. Juan Antonio
Argerich, Dres. Dodds, Bellocq, Basco, Esteves, Balado, Barros y Beranger, y
los señores Pereuilh, Bertoldi, Labourdette, Rossi, Roncoroni, Raggio, Serra,
Camarlinghi, Rolandi, Bazzano, Mazzanti, Bottini y otros. No es exagerado decir
que todo el vecindario de Temperley, enfermo o sano, se daba cita en la
Farmacia Duchini.
Pero tuvo don
Carlos María, además de su perfil de comerciante farmacéutico, un costado fuertemente
inclinado a colaborar con los intereses de la comunidad (un rasgo que también
poseyó Carlos Elías). De este modo, integró las Comisiones de Higiene de
Temperley, fue Jurado de Honor de la Sociedad Italiana Nueva Roma,
vicepresidente del Comité Marcos Grigera de la Unión Cívica Radical (partido en
el cual militaba), presidente de la Convención Radical, corresponsal local del
diario "La Prensa" (otra labor que desempeñó su hijo), miembro de las
sociedades de Socorros Mutuos Española, Francesa y Alta Italia, miembro
fundador de la Droguería Americana de la Capital y de Co.Fa.Lo.Za de Lomas de
Zamora, socio del Rotary Club y de la Sociedad San Vicente de Paul de
Temperley, socio de los Círculos Católicos de Obreros de Temperley y de Turdera
y de otras entidades de la zona. No es difícil identificar este rasgo de la
herencia moral paterna en la vocación comunitaria y de beneficencia de don Carlos Elías, y en su fervor
patriótico, que hasta lo llevó a fundar, junto a Juan Carlos Moreno y Rafael
Jijena Sanchez, un Instituto para la Recuperación de las Islas Malvinas.
Carlos María
Duchini, que además fue pintor, músico, melómano (poseía una nutrida discoteca),
ávido y culto lector, y patriota fervoroso, falleció el 8 de julio de 1965.
Los primeros
años
Don Carlos
María y doña Elena tuvieron otros dos hijos, además de Carlos Elías. Sabemos
que cursó sus estudios primarios en la Escuela N.º 3 de Temperley (en sus
anteriores sedes de Guido n.º 780 y de 25 de Mayo entre Suárez y Brandsen),
cuya asociación de Ex Alumnos propició que fuera creada en 1952 y cuya primera
comisión directiva presidió. Años más tarde evocaría su paso por aquella
escuela, de fundación sarmientina, en una disertación pronunciada en el Rotary
Club de Temperley. Pero, también cursó estudios iniciales en el Colegio San
Luis y en la Academia Gandulfo de Tito Arlas (5).
De sus
primeros años, lo poco que ha quedado documentado fue registrado, mayormente,
en entrevistas periodísticas que concediera al diario "La Unión" y en
su legajo de personal del Banco de la Provincia de Buenos Aires. En este último
consta que vivía con sus padres en la avenida Meeks n.º 1277 de Temperley, que
había sido exceptuado del servicio militar por inaptitud física y que obtuvo el
título de bachiller, tras su paso por el Colegio Nacional de Buenos Aires y el
Instituto Eureka de Lomas de Zamora.
Al parecer,
pensó en seguir los pasos de su padre en la carrera de farmacéutico, pero
desistió luego de dos años en la Escuela de Farmacia, para ingresar en el Banco
de la Provincia de Buenos Aires (6).
Contrajo
matrimonio con la joven uruguaya Carmen Carratú el 6 de agosto de 1927, es
decir, seis meses después de su ingreso al Banco (7). Probablemente en 1928
establecieran su domicilio en la calle Moreno, hasta 1929. A esta compañera
permaneció unido por el vínculo conyugal y por los lazos del afecto hasta la
muerte de ella. Y debió ser una compañera tolerante, así como asistía, día a
día, a la invasión de su casa por los objetos, que llegaron a desbordarse hasta
en el dormitorio. Pude conocería y conversar con ella en algunas pocas
ocasiones: la recuerdo como una señora de nariz respingada y cabello corto, de
apariencia frágil, de pocas palabras, dichas con tono delicado y sumamente
amable. Su fallecimiento fue un golpe duro para Carlos Elías, quien,
invariablemente, ponderaba la paciencia que ella le dispensaba a los desbordes
invasores de su afán de coleccionismo
Pero volvamos
atrás en nuestro relato: allí está este joven bachiller oriundo de Temperley,
que ha desistido de ser farmacéutico, a punto de cumplir 24 años, dispuesto a
ingresar a la entidad bancaria fundadora del crédito y la moneda del país.
Bancario del
Provincia
El ingreso al
Banco de la Provincia de Buenos Aires requería recomendaciones y referencias de
personas que fueran confiables para la entidad. En el caso de Duchini, fue
recomendado por el Dr. Francisco Ratto al Dr. Julio Moreno, y referenciado por
Esteban Pereuilh. Su ingreso se verificó con fecha 3 de enero de 1927 en la
función de "cobrador", con un sueldo de $120.- (8). Un puesto en
aquel Banco era, por entonces, un empleo apetecible que no muchos lograban
obtener y que garantizaba un ingreso suficiente, una carrera con estabilidad y
una jubilación a edad temprana.
Desde aquella
fecha, su carrera bancaria registró numerosos ascensos, hasta su jubilación
como 2º Jefe División 2º (Control General de la Casa Central), el 30 de abril
de 1953, a los 49 años, conforme al régimen especial de retiro de que aún gozan
los empleados del Banco. Fue gratificado con seis meses de sueldo.
Debe anotarse
que se destacó por su buen desempeño, en todos los puestos que ocupó,
mereciendo un concepto de Sobresaliente con un puntaje perfecto de 1010.
En su impecable foja de servicios se resaltó como "condición excepcional
que lo destaca con relieves propios (…) su meticulosidad". Este rasgo es
consistente con su perfil de pesquisador en lecturas históricas y observador de
objetos de colección. También se calificaba como "muy buena" su
presentación personal y como "correcta" su conducta pública y
privada.
El 14 de
octubre de 1943 se vio obligado a exponer ante sus superiores una situación
privada (que arrastraba desde el momento de su casamiento), en procura de
acogerse a un "plan de ayuda familiar". Si bien no quedaba
comprendido en los términos del plan, planteaba una excepcionalidad manifiesta:
Desde hace seis años tengo a mi cargo 4 primos de mi esposa, todos, menores
de edad, cuya madre falleció tuberculosa en el Sanatorio de Llanura de
Pergamino, el 3 de febrero de 1940. El padre de dichos menores, peón albañil,
apenas gana para su sustento (para que venga a ver a sus hijos debo girarle lo
necesario para el pasaje; vive en Ensenada (…) Dejo constancia que desde hace
14 años tengo también a mi cargo a mi madre política, viuda, de 54 años de edad
(9).
El Banco no
hizo lugar a su pedido. Ciertamente, esa figura adoptiva de los cuatro primos
menores de su mujer (Ruben, Blanca,
Héctor y José) fue un hecho del tal singularidad en Temperley, que, aún con los
pudores que estas situaciones merecían en aquella época, el vecindario no
desconocía. En cualquier caso, los cuatro menores fueron considerados siempre
como hijos adoptivos de Duchini. Una dedicatoria que Ruben escribió en un
regalo (quizá un libro sobre museos) que le hizo en junio de 1967, con motivo
del Día del Padre, es reveladora de lo entrañable de aquel vínculo: Para que
uno de los cariños de tu vida, los museos, se confunda con el que te profesa tu
hijo Ruben, te dedico este presente en tu día.
En enero de 1947
se decía en su Legajo: Con preferencia se dedica a revisar los asientos
diarios y demás comprobantes producidos por las oficinas del Banco. Cuando las
necesidades de la Oficina lo requieren, ocupa, una vez cumplida su labor, el
puesto que sea necesario…
En mayo de
1948 se lo conceptuaba de este modo: Dados sus amplios conocimientos y dominio
de las tareas de la sección [era Jefe de Sección en Control General] y
en general del movimiento del Banco (…) De excelente criterio, cumple con suma
eficiencia su labor. Reúne condiciones de laboriosidad, iniciativa y conciencia
de sus deberes, que lo distinguen, resultando un elemento de valor en la
sección y, a la vez, un eficaz colaborador.
El Legajo de
personal nos provee otro dato de interés: mientras se desempeñaba en el Banco,
y hasta noviembre de 1942, tuvo participación en una fiambrería en la Avenida
Meeks n.º 1267, explotada en sociedad con José M. Garbi (quien atendía el
negocio) y Humberto G. Bottini. La razón social del establecimiento era
"Garbi & Cía".
Periodista
Era frecuente
hasta hace unas décadas, que los diarios de la Capital tuvieran
"corresponsales" en diversas localidades, que actuaban como
proveedores de noticias locales, muy a menudo teñidas del color de la anécdota
lugareña. En San Isidro, por ejemplo, actuó durante años José Santos Paván, con
perfiles de cronista y tradicionalista lugareño muy similares a los de Duchini.
Este último actuó como corresponsal de los diarios "Crisol" (10) y
"La Prensa", ambos de Buenos Aires. Pero fue, también, corresponsal
en Temperley del diario lomense "La Unión". Disponemos de su propio
relato para conocer el origen de aquella tarea, en la sección de notas sociales
en los años 20s:
A mi siempre
me gustó eso del periodismo, de investigar, de archivar cosas, y un día, cuando
viajaba en tren para el lado de Constitución, sobre las calles Juncal y
Lavalle, sentí un olor a podrido y a ácido bárbaro. Toda la gente se bajó y yo
me fui caminando por el medio de Juncal, hasta que llegué al Instituto Eureka
en Lomas, donde estudiaba, y le comenté eso a Vallejo y a Ricardo Echagüe, que
eran los directores. Al día siguiente, La Unión publicó un artículo en el que
se denunciaba lo que pasaba y a la mañana ya no había nada, porque lo habían
sacado de las vías. Desde ese momento me di cuenta de la importancia que tiene
el periodismo y empecé a trabajar como corresponsal en Temperley, por la
amistad que tenía con Vallejo, que me dio como tarea redactar para el diario la
información sobre casamientos, compromisos y misas, en una columna que se llamó
El negro de espíritu, orientada sobre la base de un libro extraordinario, el
Kempis…(11).
Pero pronto
extendió sus crónicas fuera de la sección de sociales: como era amante del
automovilismo, le pidió a Vallejo y a Luis Siciliano (un decano de la prensa
lomense que era ya propietario del diario) que le permitieran colaborar en una
sección sobre autos y motociclismo (12).
Aquel cronista
principiante se convirtió en un periodista maduro, orientando sus escritos a la
historia argentina, la historia lugareña, el folklore y la etnografía. Continuó
escribiendo esporádicamente para "La Unión" y, ya a edad avanzada,
comenzó a publicar artículos breves en el periódico "Amanecer de
Tenperley" publicado por el Centro Comercial de Temperley (luego, Cámara
de Comercio, Industria y Profesionales de Temperley), en "Ecos" de
Temperley, como así también una serie de notas históricas en "Noticias de
Lomas de Zamora", en el "Boletín" del Rotary Club de Temperley y
en el periódico "Renovación", entre otros (13).
Para las
páginas de "Amanecer", Duchini escribió y firmó con su nombre, notas
mensuales acerca de tres temas: la historia de las calles de Temperley,
anécdotas vinculadas a figuras lugareñas (entiéndese de Temperley, con alguna
excepción relativa a Banfield en mayo de 1980) y nueve breves textos sobre
folklore. Ocasionalmente, comentó alguna efemérides religiosa vicentina.
El estudio de
las calles de la localidad merece una especial atención por lo minucioso de su
abordaje: no se trataba, únicamente, de explicar el origen del nombre de cada
calle o avenida, sino de identificar a los vecinos moradores y a las
instituciones o establecimientos comerciales afincados en cada parcela,
siguiendo el orden de la numeración domiciliaria. Un trabajo de precisión
entomológica que sólo podía acometer don Carlos, con el herramental de sus
recuerdos como antiguo vecino y munido de sus anotaciones de memorialista (de
ello hablaremos más adelante).
El resultado,
así de modesto como luce en la nada pretenciosa impresión del periódico, es de
proyecciones identitarias enormes y nunca, ni antes ni después, ha vuelto a
intentarse un relevamiento similar: como dije antes, la memoria de Duchini y
sus apuntes, reunidos durante décadas, fueron el vehículo indispensable para un
"mapeo" tan preciso (14).
Su militancia
social católica
En un primer
momento, al subtitular este párrafo, pensé en calificarlo como
"filántropo". Pero pronto advertí que la palabra no era adecuada a su
carisma. Un filántropo podía ser cualquier ciudadano benefactor, un ricachón
pródigo, incluso alguien que viera en la filantropía un medio de estima social…
o hasta, de alivio de impuestos. Un filántropo no precisaba de ninguna fe
religiosa para satisfacer su impulso asistencial. No era, ciertamente, el
perfil de Duchini. Porque la raíz de su inquietud social provenía del mensaje
evangélico y su resonancia en el moderno magisterio pontificio. Aquello que los
protocolos laicistas y liberales hubieran llamado "filantropía", el
lo llamaría "caridad".
¿Qué fue,
sino, la adopción como hijos, de los cuatro pequeños primos de su mujer,
huérfanos de madre y escasos de padre, a quienes tuvo a cargo desde 1937? ¿Qué
fue, sino, la asistencia, desde 1928, a su suegra que era viuda? Estas acciones
tempranas de caridad marcarían el rumbo de su conducta futura en el campo de la
ayuda al prójimo. Sin ser un ciudadano rico, no retaceó su auxilio material en
favor del prójimo en necesidad. Y hasta podríamos trasladarle el epitafio
esculpido sobre la lápida de Mariquita Sanchez en su sepulcro de la Recoleta: Caritatem
Dilexit.
También en
este aspecto aparece la huella familiar: don Carlos Elías Duchini fue un
creyente católico convencido y un laico comprometido en iniciativas de caridad,
en el ámbito jurisdiccional de la parroquia Nuestra Señora de la Piedad de
Temperley. Su madre, su esposa y él mismo aparecen como contribuyentes en la
terminación de la obra del templo parroquial; su madre, además, contribuyó con
$5.- en la campaña de "donación de una vara cuadrada de terreno, para sede
de la Acción Católica y Salón Parroquial", y aparece también como
adherente en el homenaje ofrecido al cura párroco en agosto de 1954 en el Salón
Roma (15). Entre los organizadores de este último evento se contaban las
Conferencias Vicentinas de Nuestra Señora de La Piedad y del Huerto, donde
Duchini participaba activamente.
Varios años
antes, el 27 de noviembre de 1921, en el salón de actos del Colegio Belgrano,
había participado en el acto inaugural de la "Juventud Católica de
Temperley", una insttitución fundada en 1918 por el P. Juan Chimento. En
aquel acto formal, Duchini se halló en compañía del P. A. Garre y de sus
cofrades C. y L. Andreis, E. y H. Bottini, A. Díaz, C. Eckell, N.Lucke, E.
Rosasco, L. Ricci, R.Jijena, J. Duchini, H. Vela, E. Symms, A. López, R.
Pujalte, J. Rossetti y M. Numes. El acto contó con la presencia del Obispo de
La Plata, Monseñor Alberti, y de numerosas familias de la localidad, como así
también de una delegación de la similar
Asociación radicada en Banfield (16).
La ceremonia,
que comenzó a las dos de la tarde, debió tener su registro de emoción: tras las
palabras del P. Garre, habló el asociado Carlos Eckell, quien invitó a sus
compañeros a pronunciar un enfático -"Os lo prometemos"-, como
compromiso apostólico ante el prelado platense y en consonancia con el lema "Dios
y Patria". Luego, el asociado y vecino Rafael Jijena (quien se
consagraría años más tarde como un finísimo poeta) recitó unos versos de su
autoría. El Obispo, por su parte, impartió la bendición. Entre los discursos y
las bendiciones, Juanita Ricagno ejecutó piezas en el piano, y hubo también
guitarra y declamación. De todo ello fue testigo y partícipe comprometido aquel joven Carlos Elías, quien
todavía no cumplía los veinte años.
Aún cuando su
frecuentación de la parroquia fuera de vieja data, es probable que, tras su
jubilación bancaria, en 1953, haya dispuesto de tiempo para colaborar más
activamente. Él mismo había relatado que en aquella época adquirió con unos
ahorros, una furgoneta con la cual salía a recolectar envases vacíos, diarios y
revistas, cuya venta generaba recursos para el Secretariado de la Caridad. En
aquellos recorridos Duchini hallaba, incidentalmente, objetos y periódicos que
tuvieron mejor destino en su museo (17). Y así como en aquella etapa los
objetos coleccionables podían aparecer entre los desperdicios de papel y
vidrio, en los años de su vejez ocurrió a la inversa: los vecinos le acercaban,
muchas veces, trastos, diarios y botellas, cuya venta destinaba a la
beneficencia.
Duchini
integró las filas de la Juventud de Acción Católica, fue fundador de la
Conferencia Vicentina de Temperley (ya desde su instalación en el Colegio
Nuestra Señora del Huerto) y del Círculo Católico de Obreros (18). A su
iniciativa se debió la recuperación de las celebraciones patronales de la
iglesia de La Piedad y su marco festivo, que fue la la llamada "Semana de
Temperley", en el año 1951, y su reiteración en 1971.
Su vocación de
caridad, actualizada en el carisma vicentino, fue una constante. Conocía en
detalle la historia de San Vicente de Paul y de Federico Ozanam, y simpatizaba
con los postulados del llamado "Catolicismo social" que, tras el
impulso inicial derivado de la Encíclica "Rerum Novarum", tuvo, entre
nosotros, a un activo promotor en la persona de Mons. Miguel de Andrea. En
1983, al cumplirse el sesquicentenario de la Sociedad de San Vicente de Paul,
publicó en "Amanecer de Temperley" (19) una nota evocativa e
histórica, que recorre los anales de la asociación en Europa y en Buenos Aires,
hasta llegar a Temperley, en setiembre de 1920. Él había sido miembro de
aquella comisión fundadora, entre cuyos integrantes se hallaba José María
Garbi, su socio en el negocio de fiambrería. Garbi había fallecido en 1980 y
Duchini aprovechó la nota para recordarlo como un gran promotor de las obras
vicentinas en Temperley.
En 1983, al
cumplir 80 años, Duchini, su familia y muchos de sus amigos participaron de una
misa de acción de gracias, celebrada en horas de la tarde en la Parroquia de
Nuestra Señora de La Piedad, en Temperley , de la cual informó el diario "La
Unión" (20). Es interesante apuntar que, pese al disgusto que le
había causado, años antes, el desmantelamiento de altares, retablos,
imaginería, y el desdén por los antiguos ornamentos de la liturgia preconciliar
(todo ello dispuesto por un párroco con su salud mental, acaso, afectada), don
Carlos Elías no dejó de frecuentar la parroquia: aquellas piezas desguazadas él
las pudo recoger de su descarte como desperdicios y se hallaban a resguardo en
su casa-museo (21).
Como señalamos
antes, fue un creyente convencido y un laico comprometido en la labor social de
la parroquia, alejado de cualquier expresión de fanatismo proselitista o de
dogmatismos ideológicos. Predominaba en su carácter una bondad de tipo moral,
que se manifestaba sin afectación piadosa ni propaganda clerical. Su norte era
la ayuda al prójimo necesitado, canalizada a través de las instituciones
parroquiales específicas que él mismo había fundado en Temperley, y en comunión
de tareas con el párroco de turno y con sus colegas laicos.
Memorialista y
coleccionista
La definición
de la palabra "memorialista" que ofrece el Diccionario de la Real Academia
de la Lengua Española ("persona que escribe memoriales u otros documentos
que se le pidan") no coincide con los alcances que la ciencia histórica ha
dado a esta modalidad de relato del pasado.
Si nos
atenemos a la caracterización que realizó Rómulo Carbia en Historia critica
de la historiografía argentina, el memorialista escribe sus memorias para
justificar una conducta pasada; en tal sentido, dentro de la taxonomía de
Carbia, más le cabría a Duchini el rótulo de "datista": (recolector
de datos y pesquisador de detalles), en su doble vertiente de
datista-bibliógrafo y datista-papelista (22). Pero se me antoja que la
clasificación de Carbia, con su frialdad quirúrgica, no refleja adecuadamente
el perfil de Duchini y hasta podría menoscabar su aporte a la historia local.
Fue Duchini
quien, en 1965, propuso al Intendente Bustos la creación de la Comisión de
Estudios Históricos, transformada, en 1971, en el Instituto Histórico
Municipal, que también integró, correspondiéndole el sillón nº 7 (22 Bis).
Ciertamente,
don Carlos no fue un frecuentador de archivos y, más bien, se conformaba con la
lectura de fuentes secundarias, bibliográficas y hemerográficas, y con los
relatos orales. Quizá su temprano desempeño como cronista de prensa local, su
conocimiento personal de figuras señeras del periodismo lomense, y su sostenido
hábito de lector de diarios, le haya inspirado un fuerte aprecio por las
publicaciones periódicas. Marcaba con papelillos las páginas de los libros y
apuntaba datos en esos mismos papeles, en libretas y cuadernos. Y guardaba
recortes periodísticos, en especial de La Unión, La Nación, La Prensa y La
Razón, en los que ponía su rúbrica en señal de propiedad.
Naturalmente
que, si alguna vez, llegaba a sus manos un documento escrito original (y cada
tanto ocurría), no iba a desdeñarlo. Pero no iba tras el documento. Tampoco se
planteó la necesidad de poner en crisis la inerrancia de aquellas fuentes que
lo informaban, ni de postular hipótesis previas.
Cuando
escribía acerca de la historia lugareña, se basaba en su memoria: la memoria de
cuanto había oído relatar por los mayores y por los vecinos (no olvidemos la
tertulia en la farmacia de su padre y los vecinos que la frecuentaban), la
memoria de cuanto había visto, la memoria de cuanto había leído. De ahí que,
aún en la relativa imprecisión del título, prefiero llamarlo
"memorialista". Porque no sólo utilizó la memoria como fuente y
vehículo de sus crónicas, sino porque, además, los registros que publicó
(piénsese en los artículos acerca de las calles de Temperley y los moradores de
cada domicilio) son, acaso, el último resguardo de una memoria pueblerina que
no ha dejado excesivas huellas y que se esfuma día a día.
Como antes
señalé, en Duchini se verifica la práctica del "apunte" o la
"anotación" en libretas y cuadernos, aunque también en papeles
sueltos. Lo hacía frecuentemente con birome y también con lápiz. Si el dato
provenía de un libro o de un periódico, solía citarlo. Pero, otras veces, el
dato no levaba cita y podía provenir de una conversación con un viejo vecino.
En el diálogo personal, era común que don Carlos hiciera referencia a tal o
cual dato concreto y agregara: -Me lo mencionó Fulano o Mengano…- o
también: -Como le oí decir a mi padre…- En general, aquellos informantes
habían fallecido, aunque no todos. En suma, la historia oral fue una fuente
principal de consulta y Duchini fue uno de los precursores lomenses en su
registro y manejo.
Este
"memorialismo" de Duchini era, de algún modo (y junto a su afán de
coleccionista), su sello identitario. Daba gusto escuchar sus historias, que
eran mucho más vívidas cuando las relataba oralmente, que cuando las escribía.
Y aunque retenía con mucha precisión las fechas y otros pormenores, su tono dominante
era el anecdótico, no desprovisto de toques de humor. Ello facilitaba y
gratificaba, también, la tarea de hacerle reportajes, como ocurrió tan a
menudo, en los cuales repasaba un anecdotario "de oídas" o donde se
incluía a si mismo como testigo. Porque, evidentemente, fue testigo de
prácticamente un siglo en la historia local y pudo conocer a los principales
protagonistas de la vida cívica, periodística, comercial, cultural, educativa,
deportiva y religiosa del Temperley de antaño, pero también del viejo núcleo
principal de Lomas. Eventos tan significativos como el homenaje al Dr. Juan
Melitón Basco, al cumplir, en 1959, sus "bodas de oro" con la
profesión de médico, lo contaron entre los presentes, junto a su padre y a
decenas de vecinos de nota (23).
Durante una
mesa de díálogo histórico que convocó Alberto de Paula en diciembre de 1972,
pudo explayarse acerca de la Convención Radical de 1918 y la escisión
partidaria que hubo en Lomas de Zamora, que derivó en el desplazamiento de
Felipe Castro de la intendencia (reemplazado por R. Acosta), un episodio de
gran interés para la política local. La versión desgrabada de su testimonio
oral (que aquí se ofrece a los lectores por primera vez) permite apreciar la
frescura anecdótica y el tono memorioso de su relato:
-Es
interesante. Era comisionado Federico Champalanne. Mi tío, Marcos Grigera, que
era el jefe radical, había muerto; y entonces se eligió presidente del comité
de Lomas al Dr. Garona. Y vino una orden del comité nacional, que ningún
comisionado podía ser candidato a intendente. Entonces Champalanne no podía
serlo. Mi padre era el caudillo de Temperley, el presiente del comité de
Temperley. Un día viene mi padre viene a verlo a Garona, y lo hacen pasar a una
sala, y mientras esperaba, arriba de una mesita que había en el medio de la
sala, ve una pila de listas, donde aparecía, como candidato, primero, Federico
Champalanne, porque lo elegía el Concejo Deliberante. Cuando vino Garona, entonces tuvieron un altercado con mi
padre. Mi padre se fue, reunió al grupo de Temperley, y se separaron del
comité de Lomas, y formó la "convención" radical. Viene la elección
de municipales: los radicales y los conservadores ¡sacan igual número de
concejales! Entonces ninguno podía elegir intendente y presidente del
Concejo. Y la convención radical sacó dos. Ahora el problema era: los radicales
del comité "Marcos Grigera" no iban a votar a los de la convención,
que se habían separado de ellos, los radicales no iban a votar por los
conservadores, ni los conservadores iban a votar por los radicales. ¿Y entonces
quien era el intendente? Entonces llegan a un acuerdo entre Felipe Castro y la
convención, y nombran intendente al primero de la lista de la convención
radical, y presidente del Concejo al segundo…La convención después se disolvió:
Garona dejó la presidencia del comité de Lomas y se disolvió. No recuerdo quien
fue el presidente… (23 Bis).
En la misma
ocasión, relató otro episodio que versaba acerca del carácter del Dr. Basco.
Nuevamente luce su chispa anecdótica y su memoria: Yo era corresponsal de
"La Prensa" y vivía a treinta metros de la casa de él, en la calle
Moreno. Un día, iba para el Banco, y me veo a él con los dos hijos, frente a la
casa de él: tenía una bolsa de un lado, un hijo del otro lado, y otro de los
hijos, con una pala, estaba cargando ¡bosta! Los basureros, con los carritos,
le echaban la basura frente mismo a la puerta de la casa. Estaba ahí y quedaba
una semana. No podía aguantar. Estaba ese día cargando en bolsas. Al pasar yo,
me llama: -¿Usted es corresponsal de "La Prensa" siempre?- . -Si
Doctor-, le contesto. -Cuéntele a "La Prensa" que el Dr. Basco va a
echar estas dos bolsas de bosta dentro de la Municipalidad-. Bueno, terminaron
de cargar las bolsas y las cargó arriba de los guardabarros del Studebaker que
tenía, se vino a la Municipalidad con los dos hijos, bajaron las bolsas, las
desataron ¡y se las vaciaron adentro del hall!… Y tengo entendido que de ahí en
adelante, nunca más sacó patente en Lomas para el auto, se iba a Florencio
Varela…
En el año
1979, un periodista de "La Nación" le preguntó: -¿Cómo era aquel
Temperley de comienzos del siglo XX?-. Y Duchini respondió sin vacilar: Un
Temperley de calles de tierra y quintas… Un Temperley de tranvía a caballo, de
rayuelas dibujadas con restos de carbones usados en las farolas de alumbrado.
Un Temperley de carruajes, de estación de carga en lo que hoy es la plaza. Así
era… (24). Su respuesta fue netamente evocativa: él había sido testigo de
aquel "momento" de Temperley,
que ahora, como "memento", parecía una viñeta pintada en tonos de
sepia.
Para él, la
historia ofrecía el mismo magisterio que le reconocía Cicerón: maestra de la
vida. Por eso recordaba en su padre una especie de búsqueda de la razón de
ciertas cosas: El nos llevaba a todos los museos y a todas las exposiciones.
Parecía buscar allí la razón de algo. Y esa ratio recóndita la
encontró don Carlos en la historia: -En la historia están todas las razones,
dice lentamente, y podemos conocerlas a través de aquello que ha quedado-… (25).
De esta
manera, el memorialista y bibliógrafo, tendía el puente vinculante con el
coleccionista de objetos históricos. Porque "aquello que ha quedado",
como dijo, eran, precisamente, los objetos, el vestigio material de la
historia.
¿Cómo y cuándo
comenzó a coleccionar? Ya advertimos la influencia paterna y materna que pudo
haber generado un interés por la conservación de objetos de familia. Cuando en
1995 se formalizó la cesión de sus colecciones al Banco de la Provincia de
Buenos Aires, la respectiva resolución consignó que ellas provenían, en parte,
de los padres del cedente, a modo de núcleo inicial, que luego él acrecentó con
adquisiciones propias.
Duchini fue
preciso en atribuir al influjo cultural de su padre aquella inclinación, y
relató que, siendo joven, había reunido algunas piezas y apilé todos los
periódicos editados en la zona. Pero ahora pienso que la idea fue un regalo de
mi padre, uno de sus tantos regalos. El nos llevaba a todos los museos y a
todas las exposiciones… (26). He allí una costumbre inspiradora, que bien
pudo marcarlo de niño a él, como a otros coleccionistas e, incluso, a
museólogos argentinos: la visita a los museos (28). Lo cierto es que Duchini
solía repetir que coleccionaba "desde que tenía memoria" y hasta
llegó a precisar, alguna vez, desde los siete u ocho años, aunque esta última
aseveración podría, quizá, tener alcances más metafóricos que cronológicos
(27).
En algún
momento temprano de su vida, don Carlos Elías comenzó a coleccionar objetos y
papeles que él juzgaba como "históricos", con un criterio de suma
amplitud y, muchas veces, con la perentoria intención de su rescate ante la
inminencia de la pérdida. De ahí la ostensible heterogeneidad de su colección,
que incluyó: armas de todo tipo y calibre; monedas y medallas; vestimentas de
antaño, alhajas y abanicos; muebles; útiles de trabajo e instrumentos de
labranza; el equipamiento de la farmacia de su padre y, en parte, de la óptica
de Salustiano de Paula; morteros; herrería; ornamentos e imaginería religiosa;
distintivos; sifones, botellas y botellones, así como otros utensilios de
cocina; azulejos y otros elementos de ornamentación; señales urbanas, un brocal
y partes de aljibes; elementos ferroviarios; evidencias arqueológicas de
asentamientos aborígenes; almanaques; diarios y revistas; tarjetas, programas
de actos y otros papeles como proclamas y panfletos; postales y tarjetas; mapas
y planos de loteos, etcétera. Su biblioteca incluía, principalmente, libros de
historia, de geografía (no ha de olvidarse el interés de don Carlos en la
toponimia) y de etnografía (28).
Es correcto
afirmar que Duchini prestaba un servicio gratuito a los investigadores y hasta
a los escolares que acudían en procura de información acerca de temas locales
en clave histórica. Su generosidad se manifestaba en esta predisposición a
aportar datos de su archivo privado para todos aquellos que se interesaran en
la historia y en la toponimia local. Como lo he dicho al comienzo, yo mismo fui
en más de una ocasión beneficiario de aquella accesibilidad casi irrestricta
(ya desde mi primer trabajo de investigación acerca del monumento al General
San Martín en la Plaza Victorio Grigera, allá por comienzos de los años 80s).
Lo mismo cabe afirmar de Jorge Nelson Gualco y de Alberto de Paula, quienes
pudieron escribir su exitoso libro acerca de Temperley (Temperley, su
historia y su gente) abrevando en las cuantiosas aportaciones documentales
y hemerográficas del archivo Duchini. Y María Cristina Echazarreta, decía, en
el final de su excepcional trabajo sobre El cementerio de Lomas de Zamora, que
le agradecía a Duchini, quien me cedió, con gran generosidad, documentos de
su colección. La frase podría reiterarse como una antífona, en boca de
tantísimos investigadores locales y regionales dispuestos a reconocer la deuda
intelectual con aquel proveedor de fuentes documentales.
Un comentario
aparte merece su cuantiosa Hemeroteca, especializada en periódicos locales de
amplia materia: política, sociedad, religión, educación, cultura, deportes,
etcétera. Duchini donó el grueso de la colección (recuerdo que retuvo,
únicamente, números repetidos) a la Facultad Ciencias Sociales de la
Universidad Nacional de Lomas de Zamora, allá por comienzos de los asó 80s,
durante el decanato de Carlos Pesado Palmieri y existiendo el Centro de
Estudios Regionales, bajo la dirección de Alberto de Paula. El traslado del
material, desde la calle Suarez en Temperley, hasta Santa Catalina, lo hicimos
junto a don Carlos y a Alberto (desmontando el asiento trasero de mi Citröen
Ami-8), en dos o tres viajes, durante una mañana de sábado (29).
También merece
un comentario su colección de piezas arqueológicas y paleontológicas, obtenidas
mayormente por él mismo en diversas campañas que Duchini solía mencionar con
frecuencia y con detalle. Fue, pues, también, y siguiendo un modelo epocal, un
arqueólogo amateur con relativa suerte en materia de hallazgos. Dijo en
un reportaje concedido a La Nación en el año 1979: -Yo he hecho
catorce viajes a la Patagonia: conozco ese gigantesco yacimiento arqueológico
más que a Temperley-… (30). En 1994 relató a La Unión sus andanzas
patagónicas (de las cuales conservaba fotografías y diapositivas, en especial
del ventisquero Perito Moreno) y, además, sus incursiones arqueológicas por los
Valles Calchaquíes y la Quebrada de Humahuaca, donde extrajo boleadoras,
cuero para curtir, gran cantidad de arcos y flechas…(31). También recorrió
la zona fronteriza del Uruguay y Brasil, y Colonia del Sacramento.
De sus
hallazgos arqueológicos pudo beneficiarse el "Museo Americanista" de
Lomas de Zamora, al momento de integrar sus primeras colecciones. Solía decir,
sin jactancia, pero con certeza, que: -el museo municipal se creó aquí, en
esta casa-. Pero, al disponer en forma definitiva de sus objetos, y tal vez
ante la suerte errática de ese museo (que llegó a estar cerrado por años y que
hoy, reabierto, ofrece una menguada imagen de su pasada complexión) prefirió no
derivar a él las piezas que todavía poseía en su casa.
Otra vertiente
que convocó su mirada fue el folklore y el criollismo. Probablemente, su
amistad con Rafael Jijena Sanchez, ferviente católico y connotado folclorista,
haya fortalecido este interés. Duchini tenía en su biblioteca los libros de
Jijena Sánchez. Y admiraba, también, la labor erudita de Juan Alfonso Carrizo,
en especial la recopilación de cantares populares del Noroeste argentino.
Duchini era
consciente de la cuantía de su colección y de la necesidad de asignarle una
mejor sistematización. De alguna manera, en sus últimos años lo desvelaba la
cuestión del ordenamiento y destino definitivo de las piezas. En 1994, ante la
posibilidad de obtener un edificio para trasladar el museo, dijo: Es tanto
lo que tengo y lo que acumulé en tanto tiempo que, ahora que soy viejo y que se
dio la posibilidad de contar con un edificio adecuado para guardar todo este
archivo -que para mi realmente también es una forma de hacer periodismo- me
quiero sacar de encima todo esto. Solamente me voy a quedar con algunas cosas
que para mi significan mucho, como algunos libros y esto, una gran costilla de
ballena que sirve como piedra, porque, la verdad, es que me tapan la casa… (32).
Como señalé
antes, los objetos se convirtieron en presencias invasoras de la casa entera,
anulando prácticamente la funcionalidad original de algunas habitaciones, como
la sala de recibo, rebautizada como "Sala de Mayo" (donde tenía su
escritorio), o un galpón en los fondos del jardín, renombrado como "Salón
Mitre". El mismo comedor de la casa, equipado con un bonito juego de muebles
Chipendale, era el espacio para una variada muestra donde se destacaba,
por ejemplo, sobre un bargueño bajo, una imagen del Niño Jesús de Praga dentro
de un fanal. Ni que decir del interior de esos mismos muebles, donde la vajilla
convivía con otras antigüedades ajenas a la función del comedor.
Duchini
insistía en lo apremiante de la situación: -Con todo lo que tengo, realmente
no puedo recibir aquí a la gente que se interesa por conocer estas cosas. ¡Si
tengo de todo menos ropa y cosas para mi!-, comenta risueñamente, mientras
suelta una carcajada (33).
Por otra
parte, la profusión de objetos y su acumulación ya en criticas condiciones de
guarda, dificultaban su certera identificación, incluso para el propio
coleccionista, como lo puso de relieve un cronista de "La Unión" y lo
ratificó Duchini con total franqueza: Hay hasta tres baúles repletos de
ropa, de los que él mismo no recuerda con precisión lo que hay: -de lo único
que me acuerdo bien es de un traje de novia de 1910, de un montón de blusas
negras con botones de azabache, de un vestido de mujer con muchísimos
dobladillos que eran de la abuela de la cuñada de un hermano mío, y de un traje
que fue de mi padre, perteneciente a la Primera Conscripción, pero de nada
más-…- (34).
Para colmo,
como era vox populi en el barrio que don Carlos estaba dispuesto a
recibir cuanto objeto desalojado de casas en venta o en trance de limpieza se
le ofreciera, eran los mismos vecinos quienes le entregaban aquellas piezas que
él jamás rechazaba: Hoy, ya sin lugar para tanta cosa… Duchini nada rechaza…
decía un cronista local (35).
Librados al
criterio del más prosaico descarte, en algunas ocasiones, podían ser de dudoso
valor (36), pero en otras, tomando ventaja de la presencia de familias alemanas
e inglesas en la zona, y cuyos miembros habían tenido parte en las dos guerras
mundiales, la ofrenda era más valiosa:
-Este era
un casco alemán de la segunda guerra mundial que me trajo una familia inglesa
que sabía que yo acaparaba cosas raras, y esto, un machete, también alemán-…(37).
Vale decir que
los objetos se dividían entre aquellos que estaban exhibidos y los que
permanecían guardados por falta de espacio. Algunos objetos de interés rural
(morteros, artesas, ollas, marcas de ganado, arreos, arados, etcétera) quedaban
pulcramente alineados a la intemperie, en la galería exterior de la vivienda,
dando la impresión de un museo de campo, como le hubiera gustado concretar a
don Carlos. Y en este punto, quizá no fue ajeno a la intención el historiador y
criollista don Antonio A. Torassa, aunque no podría precisar hasta dónde
avanzaron las conversaciones entre ambos.
El criterio de
exposición de las piezas era empírico y, básicamente, temático cuando el
espacio disponible lo permitía, y no exento de un acotado
"decorativismo" doméstico. Los objetos podían estacionarse sobre los
muebles de la casa, tapizar las paredes (como ocurría con las espadas y
sables), o, en menor medida, gozar del resguardo de vitrinas, que nunca eran
suficientes.
Las medallas
eran de algún modo piezas privilegiadas, porque se guardaban prolijamente en
muebles-medalleros con bandejas a modo de cajoneras, especialmente destinados a
esa colección. La operación de apertura, que Duchini ejecutaba en cada visita,
deslizando suavemente las bandejas, era
un prólogo casi ritual, para la explicación subsiguiente. Conocía sus medallas
a la perfección y podía identificar su proveniencia sin dudar.
En algunos
casos, pequeñas tarjetas manuscritas por el propio Duchini obraban como
descriptores. En otros casos, cuando los
objetos habían sido prestados para alguna exposición temporaria en otro
espacio, se mantenían los carteles mecanografiados con que habían sido
expuestos. Pero no había mejor descripción de cada objeto que aquella que
Duchini mismo ofrecía a los visitantes y que podía prolongarse por horas. Era
una experiencia única, que, en su medida, replicaba la costumbre de aquel
coleccionista y escritor inglés, Horace Walpole, que se complacía en asignar a
cada objeto de su castillo "Strawberry Hills" una historia
para disfrute de sus visitantes, por más bizarra que fuera.
La cuestión
del espacio, como digo, era ya acuciante. Merece recalcarse la estoica actitud
de su esposa, doña Carmen Carratú, quien aceptaba la situación y asumía un rol
de eficiente colaboradora de su esposo en la conservación de las colecciones
que adornan la casa de la calle Suarez 1050, en palabras de un periodista
(38).
En algún
momento (y no sin formar consenso con su esposa y con su hijo Ruben), decidió
desprenderse de su museo e intentar el traslado de las colecciones a otro
lugar, designado a ese efecto, en Temperley. Y vino a alentar aquella esperanza
un grupo de vecinos y allegados que simpatizaban con la idea y comenzaron a
diseñar un vehículo jurídico idóneo para llevarla a cabo.
Aparece en
escena la "Fundación Temperley"
En junio de
1983 tomó estado público a través del diario "La Unión" que la
colección Duchini iba a ser donada a una
fundación creada a ese efecto, denominada "Fundación Jorge
Temperley"; y que también se mantenían conversaciones con el Centro de
Estudios Regionales de la Universidad Nacional de Lomas de Zamora (que dirigía
De Paula) orientadas a conseguir un inmueble apto para albergar el museo, pero
dándole carácter público (39). Curiosamente, Duchini aceptaba desprenderse del
grueso de su museo, pero seguía concibiendo proyectos que implicaban continuar
la recolección de objetos: un Museo de la Herrería Artística y un Museo de la
Lechería. Además, concebía el proyecto de compilar una suerte de diccionario
biográfico de vecinos de Temperley, y una efemérides de los sucesos temperlinos
memorables, para lo cual se contraía a la tarea de separar, de su colección de
recortes de prensa, las notas necrológicas y evocativas: -Yo no soy jubilado que voy a sentarme a la plaza-, había
dicho en un reportaje, años antes.
La Fundación
logró conformarse en noviembre de 1985 con el nombre de "Fundación
Temperley y Museo Duchini" y estableció su sede provisoria en la calle 25
de Mayo nº 102 de Temperley. Los promotores iniciales fueron Sergio Colombara,
Eduardo Tagliani, Carlos Robbiano y Raúl Fuentes. También la integraba el
experimentado periodista Eliseo Uris Carbonell. El propio Duchini la presidía.
La misma
entidad definía, a través de un informe de sus autoridades que se difundió por
la prensa, su razón de ser: La Fundación Temperley nace como respuesta al
expreso deseo de nuestro querido convecino don Carlos Duchini, de donar su
museo privado a la comunidad temperlina… Su objetivo inmediato es la concreción
y puesta en funcionamiento del Museo Duchini en un lugar adecuado, razonable y
seguro, que pueda albergar más de doce mil piezas de inapreciable valor…(40).
Duchini había
impuesto dos condiciones para despojarse de sus colecciones: que el museo a
crearse con carácter público llevara el nombre de "Duchini" en
homenaje a sus padres, y que estuviera ubicado en Temperley: -les impuse a
los responsables [de la Fundación] que no saliera de Temperley y que
llevara el nombre Duchini en homenaje a mis padres-…(41). También era deseo
del donante que el museo se dividiera en varias salas, entre ellas las que
traen a la memoria los nombres de Nicolás Avellaneda y del general Pablo
Riccheri, quienes vivieron en esta localidad. También habrá un sector que se denominará Sala de la Moda, y otro que
se conocerá como Sala de la Historia (42).
Como puede
apreciarse, las expectativas de Duchini eran altas y optimistas, y su entusiasmo
era intenso: creía haber logrado un principio de solución sustentable para su
museo, asegurando su permanencia en la localidad. Del otro lado, los promotores
de la Fundación se mostraban colaborativos y comprometidos con la empresa
cultural, ya que, por sobre todo, sentían verdadero afecto por el "querido
convecino".
Algunos
objetos fueron trasladados a un inmueble conocido como "Casa de la
Cultura", en el barrio inglés de Temperley, para comenzar a ser exhibidos.
Pero por alguna razón, el proyecto fue perdiendo fortaleza y viabilidad y, al
parecer, no faltaron algunos escollos operativos que fueron desanimando a don
Carlos. Tal vez el plan había sido demasiado ambicioso en su origen, o, tal vez
la cantidad de objetos excedía una razonable capacidad de gestión y seguridad.
O, quizá, la disponibilidad de un inmueble permanente no era un asunto de tan
fácil resolución, teniendo en cuenta que el sector público no aparecía como un
actor en el proyecto. Lo cierto es que, un buen día, movido por razones que desconocemos,
Duchini modificó su decisión.
A la búsqueda
de nuevos destinos para los objetos
No podría
precisar la fecha exacta, pero recuerdo que fue en el otoño de 1995, un sábado
al mediodía, en que recibí el llamado de Duchini. No se trataba de las habituales
invitaciones a charlar de cualquier tema de historia, de revisar alguna caja
con material repetido y de compartir una bebida espirituosa (de preferencia,
whisky escocés). Esa vez el tono era diferente: me pedía que lo visitara esa
misma tarde, de ser posible, y que convocara también a Alberto de Paula. Tenía
que hablar con nosotros -de un tema
urgente y cuanto antes se pueda-, me dijo.
Allí estuvimos
alrededor de las cuatro de la tarde. Se lo notaba agobiado. Ya en anteriores
ocasiones nos había trasladado su escepticismo respecto de que la Fundación
Temperley pudiera concretar el proyecto de instalación del museo, aunque no
abundó en detalles, ni se los pedimos. Pero, hasta ese momento, había
conservado una tenue esperanza. Ahora, nos comunicaba que de común acuerdo con
su hijo Ruben, había decidido poner a consideración nuestra un nuevo destino de
las colecciones, fragmentándolas de ser necesario, a causa de su volumen, como
alguna vez se había analizado. Únicamente planteaba dos óbices para esta nueva
asignación de destinatarios: el primero, que no deseaba que los objetos
arqueológicos fueran a dar al Museo Americanista, al cual ya había donado en
otro tiempo; el segundo, que su hijo no deseaba que los objetos religiosos
fueran a manos del Obispado, como se insinuó en la conversación. La razón de
esta última restricción era bien simple e irrebatible, y no suponía ningún tipo
de prejuicio anticlerical: si antes la propia Iglesia los había desechado como
trastos inservibles ¿por qué iba a custodiarlos ahora con más respeto? Al menos
mientras no existiera un museo eclesiástico con las debidas garantías de
preservación, la Iglesia no era un destino apetecible. En este punto, don
Carlos cedía la directiva a su hijo.
Con estas
premisas, comenzamos a esbozar un plan de derivación. Nos comprometimos a
llevar la propuesta definitiva en una semana (Duchini lo consideraba urgente)
y, de paso, invitar a participar de la siguiente reunión a Ruben, el hijo,
quien vivía en la planta alta de la casa.
Una semana
después acordábamos, los cuatro, que era conveniente dividir las colecciones en
tres grupos de objetos: 1) el grueso iría al Museo Jauretche del Banco de la
Provincia de Buenos Aires; 2) las armas irían al Museo de la Gendarmería
Nacional, ubicado en Retiro (43); 3) los trajes y sus accesorios, irían al
Museo Nacional de la Historia del Traje. Algunos objetos (principalmente
medallas y algo más que no recuerdo con exactitud) iban a quedar en poder de
Ruben Duchini.
El acuerdo se
cumplió cabalmente, respetando de este modo la voluntad de don Carlos Elías.
Por supuesto, aquella solución no era el reflejo exacto del deseo original de
Duchini, quien había bregado hasta último momento por la permanencia de las
colecciones en Temperley. Pero era la única solución viable y rápida, ante la
frustrante comprobación de que no existía en Lomas de Zamora un espacio
institucional (ni público ni privado) que facilitara un inmueble y otros
recursos inherentes a la gestión del museo, ni existían las fuerzas ejecutivas
suficientes para lograrlo. La Universidad Nacional de Lomas de Zamora se mostró
impotente y el Municipio fue indiferente.
La
"Fundación Temperley" fue, acaso, una promisoria suma de buenas
intenciones y movilización de contados vecinos, y allí radica su mérito: en el
intento sincero de retener el museo en Temperley. Pero, la realidad era que los
miles de objetos seguían acumulados en la casa de la calle Suarez, que Duchini
había ya enviudado un par de años atrás, y que, de común acuerdo con su hijo
Ruben, habían decidido finiquitar la cuestión del modo más rápido. No era ajena
a esa urgencia, quizá, la percepción de don Carlos, acerca de la inminencia del
final de su vida, como lo manifestó en más de una ocasión, ante De Paula y ante
mi: -Tengo que resolver la cuestión del museo, porque en cualquier momento
me llaman "de arriba"…-, nos decía, y señalaba al cielo con una
sonrisa que venía a desdramatizar lo perentorio y crucial de su aseveración.
La operación
Banco Provincia
Como quedó
dicho anteriormente, hubo, ahora, tres destinos para las colecciones. La
Gendarmería Nacional recogió prestamente las armas para su museo en Retiro. El
Museo Nacional de la Historia del Traje, con sede en San Telmo, recibió las
vestimentas. Eran maniobras relativamente fáciles de ejecutar. La mayor
dificultad concernía al grueso de la colección, que en muchos casos debía
desmontarse de paredes, vitrinas y soportes, limpiarse mínimamente y
registrarse en un listado preliminar, ya que Duchini venía confeccionando
listados fragmentarios y a mano, pero no existía un inventario ordenado,
seriado y completo. Se hablaba, vagamente, de "doce mil piezas", ya
desde 1985, cuando se hizo presente la "Fundación Temperley". ¿Quién
las había contabilizado? Seguramente era un número estimado por el mismo
Duchini, pero que, al no reflejarse en un inventario, no podía tenerse por
exacto.
Por supuesto
que el Banco de la Provincia de Buenos Aires no era un ámbito novedoso: ya en
anteriores ocasiones, desde 1971, Duchini había hecho donaciones parciales en
favor de una institución a la cual se sentía ligado afectivamente, tras su
prolongada carrera bancaria (44) La presencia del Arq. Alberto de Paula como
director del Archivo y Museo Históricos "Dr. Arturo Jauretche" ponía
una nota fiduciaria adicional. Era cuestión, ahora, de organizar los aspectos
logísticos del traslado de las miles de piezas, garantizar su seguridad y, pari
passu, de formalizar los instrumentos jurídicos para su incorporación al
patrimonio del Banco.
Los detalles
de las maniobras físicas del listado de las piezas, su embalaje y su traslado
no podría precisarlos con exactitud, pero fueron coordinadas por el Ingeniero
Agustín San Martin. Recuerdo la eficaz participación del Profesor Rafael
Cipollini, comisionado por el Banco para acometer la tarea de enlistar los
objetos y proceder a su mudanza en camiones especialmente despachados, en
varios viajes, no sin algunas dificultades de agendas (45).
La
incorporación formal de las piezas al Banco se instrumentó mediante la
Resolución del Directorio nº 2396/ 95 del 26 de octubre de 1995. Allí, se
consignaba que la colección de elementos museológicos, bibliográficos y
archivisticos que Duchini ofrecía en donación, los había "heredado en
parte de sus padres, y aumentada por sus propias adquisiciones y donaciones de
múltiples benefactores".
La variedad de
las piezas ofrecidas (muchas de ellas relacionadas con la actividad bancaria)
posibilitaba al Museo del Banco "incrementar el acervo con bienes de su
propia incumbencia y también con una amplia serie de objetos de gran valor para
el patrimonio cultural de la localidad de Temperley, los cuales han sido
cuidadosamente atesorados por la familia Duchini".
Seguía, luego,
una especial mención de la edad de don Carlos, de 92 años y sus anteriores
servicios en el Banco, y una expresa delegación en cabeza del Museo del Banco,
en el sentido de "discriminar que bienes se destinan a otras entidades
museológicas y cuáles se reserva el Banco para incorporar a su propio patrimonio".
De esta facultad delegada, el Museo no hizo ejercicio, hasta la fecha.
Con estos
fundamentos, el artículo 1º de la Resolución autorizaba a la Dirección del
Archivo y Museo del Banco a tramitar con el donante los respectivos documentos
que formalizaran la cesión, reservando, para esa misma Dirección, la decisión
de retener objetos y destinar, otros, a terceras entidades especializadas. La
idea era, de identificarse objetos ligados al pasado de Almirante Brown o de
Monte Grande, por ejemplo, remitirlos a los museos de esas localidades.
Pero la
decisión del Banco (cuyo último texto borrador Alberto de Paula me pidió que
revisara) iba más allá, y plasmaba la intención de recuperar, en la medida de
lo posible, aquel propósito de destinación local de las colecciones que tantas
veces recalcara Duchini: el artículo 2º creaba un Centro de Exposiciones en la sucursal
Temperley (Avenida Almirante Brown 3142) que debía equiparse con vitrinas y
otros elementos auxiliares. Naturalmente, la sagacidad de De Paula y el deseo
general de mantener algún punto de arraigo territorial temperlino para la
colección, subyacía en esta cláusula.
En ese espacio
y paulatinamente, la colección iría regresando en forma periódica al lugar de
su origen. De hecho, el Centro llegó a inaugurarse con bastante fanfarria
(literalmente, la banda de la Gendarmería Nacional ejecutó el Himno Nacional) y
bendición de las instalaciones y de placas, en presencia de representantes
comunales, de autoridades del Banco y de la Casa de la Cultura de Temperley y
de vecinos.
La resolución,
finalmente, autorizaba los traslados y disponía que los objetos fueran alojados
en un sector de depósito en el edificio de la calle Guanahani, en la ciudad de
Buenos Aires, para su guarda y clasificación, lo cual también fue concretado,
aunque no sin dificultades. Una vez alojadas allí las colecciones, se
sumaría a la tarea previa de Cipollini,
la participación de Francisco De Nicora y, finalmente, Damián Yapichino, con la
supervisión museológica de la Lic. Marina Zurro.
Quedaba de
este modo cumplido el anhelo de Duchini en cuanto a dar salida perentoria a las
piezas y procurar su resguardo en una
institución confiable. Sin saberlo (o, acaso, intuyéndolo) se jugaba una
carrera contra el reloj: a los pocos meses, don Carlos falleció.
El final de
una vida, el comienzo de un legado
La muerte de
don Carlos Elías Duchini se produjo el 12 de febrero de 1996 en la Clínica
"Paso" de Temperley (es curioso este nombre, ya que una de las piezas
que él más apreciaba de su colección era una reja de la casa de los
descendientes de Juan José Paso).
Nació, vivió y
murió en la misma ciudad, cuyas calles transitó mil veces, cuyas memorias
plurales recopiló y a la que tantos desvelos dedicó durante 92 años (faltaban
apenas cuatro días para su cumpleaños número 93). Ya desde tiempo atrás, y más
todavía desde su viudez, venía sufriendo falencias cardíacas.
Sus restos
fueron inhumados en el Cementerio de Llavallol, conocido antes como Cementerio
Inglés o "de Disidentes", y abierto ahora a todos los ritos
religiosos. Doce años más tarde, en ese mismo enterratorio, una mañana de
domingo de mayo, dábamos sepultura a Alberto de Paula, quien tan cercano
estuviera siempre a don Carlos. No puedo evitar pensar en el vínculo espiritual
que me unió a ambos: aunque yo sabía desde muy joven quien era Duchini (¿quien
podía ignorarlo?), y aunque ya Carlos Pesado Palmieri me había recomendado que
lo conociera en persona, fue Alberto quien me acercó al círculo de su
confianza, a comienzos de los años 80s. Desde entonces, nunca interrumpimos esa
amistad triangular, que se convertía en tertulia los sábados a la tarde, cada
quince días más o menos. ¿Cuánto aprendí de la historia lugareña escuchando a
Duchini? No podría responder a esa pregunta. Sus discusiones con Alberto eran
proverbiales. En algún punto, ambos habían sido empleados del Banco Provincia,
ambos habían militado en las filas de la Acción Católica, y habían conocido a
las mismas figuras de un antaño de Lomas que los dos recordaban con nostalgia.
Hablaban un lenguaje común. Se empeñaban en establecer datos de microscopio, en
precisar nombres, en corregir fechas. No siempre coincidían; pero el respeto
intelectual y el afecto que se dispensaban el uno al otro fue, a mis veinte
años, una epifanía. Creo que no he vuelto a transitar por una experiencia de
semejante convivio.
Aquel hombre
menudo, de cejas pobladas y de ojos clarísimos, aquel anciano de voz extraña y
de decir campechano, ocurrente y risueño, alejado de toda solemnidad
innecesaria, despojado de cualquier género de infatuación o de jactancia o de
erudición pomposa…aquel lacio inclinado sin medida a la ayuda social en el
marco de las instituciones parroquiales… aquel jubilado intachable del Banco de
la Provincia de Buenos Aires, que supo ser también cronista para la prensa local…
aquel vecino aquerenciado en Temperley desde el instante mismo de su llegada al
mundo, hizo de los confines de esa localidad , un mundo más allá de la estrecha
geografía pueblerina: lo hizo tan vasto como alcanza la memoria humana. Ya de
por si, es una hazaña cultural suficiente.
Pero el
balance de su larga vida nos impone un interrogante, antes de bajar el telón:
¿Cuál fue su lección ¿Qué nos enseñó don Carlos Elías Duchini?
Desde ese alto
magisterio moral que fue su ejemplo, nos enseñó que, frente a la conciencia
trágica de la pérdida de historia, sólo cabe el recurso, casi desesperado, a
cualquier fragmento de la memoria.
En más de una
ocasión se refirió a -la falta de conciencia de los argentinos y de los
lomenses en particular por mantener aquello que forma parte de la historia de
este pueblo- (46). Ese colectivo que llamamos Lomas de Zamora no fue capaz
de retener las colecciones de su museo en los confines del distrito. Nostra
culpa diremos hoy, golpeándonos el pecho.
Y nos enseñó
que en la escala de la historia local, la modestia del objeto o lo minúsculo
del dato, (maguer su condición prosaica, pequeña o fragmentaria), no son óbices
vergonzantes para reconstruir, con ellos, como eslabones, esa cadena de
memorias plurales que nos hermanan en la vecindad común de un mismo pago, de
una misma comuna, de un mismo pueblo. Las memorias reconstruyen, una y otra
vez, la trama identitaria de cada comunidad.
Para Duchini
no importaba el tamaño del objeto: al recordar con tristeza la demolición de la
vieja posta "Santa Rosa", en Molina Arrotea y Frías, decía: -Por
suerte, logré sacar un ladrillo-… (47). Un magro ladrillo rescatado de la
ruina, se transformaba, en la dimensión-Duchini, en un "semióforo",
un objeto portador de sentidos, en ese magma de licuefacción de identidades
locales que es el llamado "conurbano bonaerense".
Y de ahí
viene, entonces, el afán irrenunciable de coleccionar: no como el vicio
mezquino y roedor de quien colecciona por la jactancia del poseer y atesorar la
rareza que otros desean (aquella conducta que deploraba Quesada en Memorias
de un viejo), sino como un gesto tendido hacia las generaciones futuras. Lo
que se colecciona, se preserva. Y se preserva para los otros: para ese prójimo
tangible del presente que acudía a él en consulta, y para el prójimo
desconocido del mañana, que acudiría a sus colecciones y a sus papeles en busca
de razones y de respuestas. He ahí la lección de la generosidad.
Omnia
monumenta antiquitatis colligo, le hace decir
Cicerón a Catón en De Senectute (Acerca de la vejez) (48): colecciono
todos los recuerdos de la antigüedad, colecciono todas las memorias de mis
mayores.
Aquí está,
cifrada en cuatro palabras, desde el podio augusto de la lengua latina, la
misión que Duchini se propuso cumplir y cumplió con creces, durante nueve
décadas.
APÉNDICE 1: La
participación de Duchini en cuatro exposiciones memorables
Como ya
señalamos antes, Duchini no tenía reparos en ceder en préstamo algunas piezas
de sus colecciones, para exposiciones temporarias y con cargo de oportuna
devolución. Lo hizo varias veces. Pero hubo cuatro oportunidades (tres en el
ámbito de Lomas de Zamora y una en Avellaneda), en que sus préstamos fueron de
sustancial importancia para nutrir la exhibición.
En los
primeros dos casos, se trató de libros y periódicos antiguos. En tanto en los
otros dos, se trató de objetos religiosos e imaginería de iglesia.
Con motivo de
la "IIº Exposición de libros de autores lomenses", realizada en el
Salón Mitre de la Municipalidad de Lomas de Zamora, desde el 15 al 30 de
diciembre de 1972, de las 589 obras catalogadas, Duchini facilitó en préstamo
87 títulos, de materias bien diversas (49). Pero no sólo prestó libros, sino
que formó parte de la comisión especial organizadora (que encabezaba Alberto de
Paula), colaboró en la elaboración de las listas y en la planificación (junto a
De Paula, Juan José Iturrioz y Guillermo E. Magrassi), facilitó mapas y planos
del distrito, y también vitrinas.
En la
"IIº Exposición Periodismo de Lomas de Zamora", realizada en el Museo
Americanista de Lomas de Zamora, en noviembre de 1973, de los 311 títulos
expuestos, Duchini facilitó 175, vale decir, más de la mitad del catálogo. De
ahí que las palabras iniciales de Guillermo Magrassi (director del Museo)
consignaran expresamente: la valiosa colaboración prestada por e
coleccionista de Temperley, partido de Lomas de Zamora, y vicerrector a nombre
de la Asociación Amigos de este repositorio, don Carlos Elías Duchini, sin cuya
previsión, cooperación y préstamo, no hubiéramos podido concretar esta muestra…
(50).
Las diferentes
revistas, periódicos y diarios que aportó Duchini conformaban su vasta
hemeroteca, enfocada principalmente en la prensa política, religiosa y social
del distrito (una colección sin parangón en la zona, que incluía ejemplares
raros, agotados e inhallables) pero también de Buenos Aires y de partidos
vecinos. Como informamos páginas atrás, esta colección de publicaciones
periódicas fue donada, en vida, por don Carlos Elías, a la Universidad Nacional
de Lomas de Zamora, para provecho de los estudiantes de periodismo, y el hecho
de su actual dispersión o perdida, constituye, no sólo un acto de ingratitud y desdén
hacia su generoso donante, sino una verdadera tragedia para el patrimonio
documental local, para la reconstrucción histórica del periodismo lomense y
para la conservación y el acceso a tan importantes fuentes de época (ver nota
29).
Entre el 17 y
el 21 de agosto de 1982 se realizó una exposición relativa al Patrimonio
cultural de la diócesis de Lomas de Zamora, organizada por el Centro de
Estudios Regionales de la Universidad Nacional de Lomas de Zamora, con auspicio
del Obispado local. Fue aquel un momento de intensa revitalización de los
estudios eclesiásticos en la zona, aprovechando las sinergías conjuntas del
Centro de Estudios Regionales y el Instituto Histórico Diocesano, creado por
Mons. Desiderio Collino. Para la exhibición, que causó un gran impacto (hasta
se pidió su prórroga), Duchini prestó diversos objetos, ornamentos y libros
litúrgicos, documentos relativos a Monseñor Juan Chimento y alguna imaginería.
Al año
siguiente, entre los días 2,3 y 4 de Junio de 1983, con ocasión de realizarse las
Terceras Jornadas de Estudios Regionales, organizadas también por el
Centro de Estudios Regionales, se aprovechó el montaje preexistente y los
nomencladores de la exhibición anterior, y se la trasladó a la ciudad de
Avellaneda, sede del encuentro. Nuevamente, junto a Alberto de Paula y a don
Carlos, acondicionamos mi Citröen Ami-8 para acomodar la carga, y allí fueron,
con sumo cuidado, entre otras, diversas piezas que, años antes, habían sido
desechadas de la iglesia de La Piedad de Temperley, entre ellas, el fanal con
el Niño Jesús de Praga que presidía el comedor de la calle Suarez, y el pesado
relieve de bronce (representando la Última Cena del Señor) removido del frontal
del altar. Pero la muestra no se limitó a objetos religiosos, aunque no puedo precisar
ahora cuáles fueron los otros que se exhibieron en la sede de la Sociedad
Popular de Educación de Avellaneda, ubicada en la calle Berruti al 200. Quizá
era la primera vez que las piezas de la colección Duchini trasponían los
límites de Lomas de Zamora. También en esta ocasión concitaron el interés de
los visitantes.
APÉNDICE 2: La
cuestión de las firmas y el sello
Una cuestión
que merece señalarse es la utilización de una secuencia de dos firmas
diferentes por parte de Duchini, estampadas, tanto en documentos, como en las
portadas o portadillas de sus libros y periódicos, y en otros papeles, como
señal de pertenencia.
La primera de
ellas, más antigua y trazada, en general, con pluma fuente, permite visualizar
con claridad las iniciales C (por Carlos), E (por Elías) y el apellido Duchini,
todo ello subrayado con tres trazos elípticos. Es una firma muy transparente y
caligráfica.
La firma que
utilizó posteriormente es un garabato que ya no permite leer sus iniciales y su
apellido, aunque insinúa la letra D de Duchini. Es una firma de ejecución más
rápida y que, acorde con la época en que comenzó a utilizarla, prefiere el
empleo del bolígrafo de tinta azul. Por lo general es de gran tamaño
(aproximadamente 9 cm.). En algunos casos la abrevió en forma de inicial.
Duchini no
poseyó un Ex Libris propio, de modo que, además de su firma, otra
señal regular de pertenencia de sus impresos fue un pequeño sello colorado,
compuesto de dos óvalos: en la bordura puede leerse, arriba, "Museo y
Biblioteca particular",y, abajo, entre dos estrellas pentagonales,
"Temperley". En el óvalo central, entre dos líneas horizontales
cortadas, se lee "Carlos E. Duchini".
Solía sellar y
firmar los libros en la portada y en la portadilla, o en la portada y el
prólogo, o en la portadilla y el prólogo. Los periódicos y recortes de
periódicos los firmaba, sin sellar, en el ángulo superior izquierdo.
Notas
(1) BPBA,
Legajo de personal nº 2519 (en adelante se cita BPBA, Legajo…)
(2) La
Unión, 22-V-1994, pp.12-13, Libros, armas, cascos y hasta parte de [una]
ballena en Temperley. Entrevista realizada por Carlos Berta.
(3) Centenario
del natalicio del señor Carlos María Duchini, publicado en La Unión el
22-X-1975; y Apuntes para la historia de Temperley: Carlos María Duchini,
centenario de su nacimiento, en Renovación, Temperley, año I, nº 10,
nº 75.
(4) La
Unión, 15-IV-1971, p. 10, Ciudadanos enrolados de Lomas de Zamora. Duchini
padre aparece junto a otros tres camaradas, en una foto tomada muchos años
después de la conscripción.
(5) La
Unión, 19-IX-1977, El señor Carlos Duchini disertó en el Rotary Club de
Temperley; también, La Unión, 30-XII-1977; para los datos de sus
estudios primarios, La Unión, 23-X-1988, p.3, Carlos Duchini: una
vida que es historia y pasión ciudadana.
(6) Noticias
de Lomas de Zamora, Marzo de 1996, p. 13, A los 92 años nos dejó Carlos
Duchini por Carlos Mujico.
(7) BPBA,
Legajo...
(8) BPBA,
Legajo…(los datos del desempeño en el Banco los extraemos de su Legajo de
personal).
(9) BPBA,
Legajo…Nota original del agente Carlos E. Duchini de fecha 14-X-1943.
(10) BPBA,
Legajo…
(11) La
Unión, 22-V-1994, Entrevista citada, p.12.
(12) La
Unión, 22-V-1994. Ibídem. ¿Fue Duchini quien escribió las crónicas del
excepcional "Desfile de rodados" organizado en Lomas de Zamora por el
Touring Club Argentino, como parte de los festejos del 9 de julio de 1925? Es
probable. Acerca del desfile, ver La Prensa y La Razón, 5-VII-1925;
La Unión, 6-VII-1925, 8-VII-1925, 9-VII-1925 y 10-VII-1925; La
Prensa, 9-VII-1925: La Nación, 10-VII-1925.
(13) En la
revista mensual "Renovación" (de la parroquia Sagrado Corazón de
Jesús, Temperley) publicó notas en la sección "Haciendo historia: apuntes para
la historia de Temperley". Entre ellas,
El origen del nombre de nuestra ciudad (nº 5, abril 1975), Los
transportes en nuestra ciudad (nº 6, mayo 1975), Carlos María Duchini,
centenario de su nacimiento (nº 10, noviembre 1975), Breve noticia del
periodismo en Temperley (nº 11, diciembre 1975). En el "Boletín"
del Rotary Club de Temperley publicó una serie titulada "Apuntes para la
historia de Temperley" entre 1982-1983.
(14) Dispongo
en mi archivo de una colección incompleta de aquel periódico, que me obsequió
don Carlos por tenerlo él repetido. Y, en base a su cotejo, pueden enlistarse,
provisoriamente, las siguientes colaboraciones:
-Nº 8, Junio
1979, p.8 calle 25 de Mayo
-Nº 9, Julio
1979, p.7 calle 9 de Julio
-Nº 10, Agosto
1979, p. 4, calle Liniers
-Nº 11,
Setiembre 1979, p. 8, calle Tomás Guido
-Nº 13,
Noviembre 1979, p.4, calle 24 de Noviembre
-Nº 15, Enero
1980, p.6, calle Perito Francisco P. Moreno; y p. 15 "El presidente
cepillado"
-Nº 16,
Febrero 1980, p.6, calle Juncal; y p. 16 "El negro que se volvió
blanco"
-Nº 17, Marzo
1980, p. 4 "Un ministro embarrado"; y p.8 calle Mariano Moreno
-Nº 18, Abril
1980, p. 4 "Un hombre de acción; y p.15 calle Riobamba
-Nº 19, Mayo
1980, p.10 "Un poeta, un pintor, un perro…"; y p.14 calle Bernardino
Rivadavia
-Nº 20, Junio
1980, p. 14, calle Manuel Dorrego
-Nº 21, Julio
1980, p. 14, calle 14 de Julio
-Nº 22, Agosto
1980, p. 13, calle Amancio Alcorta
-Nº 23,
Setiembre 1980, p. 14, calle Gral. Paz
-Nº 24,
Octubre 1980, p. 4, calle Juan Lavalle
-Nº 25,
Noviembre 1980, p.4, calle Angel Gallardo
-Nº 26,
Diciembre 1980, p. 10, calle José Antonio Alvarez de Condarco
-Nº 27, Enero
1981, p. 10, calle Coronel Manuel Isidoro Suárez
-Nº 28,
Febrero 1981, p. calle Ituzaingo
-Nº 29, Marzo
1981, p. 14, Avenida Almirante Brown
-Nº 30, Abril
1981, p. 14, calle Tomás Manuel de Anchorena
-Nº 31, Mayo
1981, p. 14, calle Juan Pascual Pringles
-Nº 32, Junio
1981, p.14 "Nieve, cenizas, sapitos"
-Nº 33, Julio
1981, p. 10, calle 9 de Julio (reiteración)
-Nº 34, Agosto
1981, p. 10 "Temperley y la revolución de 1983"
-Nº 35,
Setiembre 1981, p. 12 calle Tomás Espora
-Nº 36,
Octubre 1981, p. 11, calle N. Avellaneda
-Nº 37,
Noviembre 1981, p.12, calle Avellaneda (continuación)
-Nº 38,
Diciembre 1981, p. 11 "Anecdotario: los hermanos Baco y el tranvía"
-Nº 39, 40 y
41 no hay notas de CD
-Nº 42, Abril
1982, p.3 "El pozo delator"
-Nº 43, Mayo
1982, p. 12 "Anecdotario" (varia)
-Nº 44, Junio
1982, p. 4, aporte documental acerca de las Islas Malvinas
-Nº 45, no hay
nota de CD
-Nº 46, Agosto
1982, p. 13 "Un señor comisario"
-Nº 47,
Setiembre 1982, p. 7 "El tuerto don Casimiro"
-Nº 48, no hay
nota de CD
-Nº 49,
Noviembre 1982, p. 7 "Salvemos nuestro folklore"
-Nº 50,
Diciembre 1982, p. 5 "Salvemos nuestro folklore" (II)
-Nº 51, Enero
1983, p. 5 "Salvemos nuestro folklore" (III)
.Nº 52,
Febrero 1983, p. 9 "Salvemos nuestro folklore" (IV)
-Nº 53, Marzo
1983, p. 8 "Salvemos nuestro folklore" (V)
-Nº 54, Abril
1983, p. 3 "La Sociedad de San Vicente de Paul celebra su
sesquicentenario"
-Nº 55, no hay
nota de CD
-Nº 56, Junio
1983, p. 2 "Salvemos nuestro folklore" (VI)
-Nº 57, Julio
1983, p. 7 "Salvemos nuestro folklore" (VII)
-Nº 58, Agosto
1983, p. 10 "Savemos nuestro folklore" (VIII)
-Nº 59,
Setiembre 1983, p. 5 "Salvemos nuestro folklore" (IX)
-Nº 60,
Octubre 1983, p. 11 "Temperley, 1870-16 de octubre-1983"
-Nº 61, 62 ,
63, 64, 65, 66, 67 y 68, no hay notas de CD
(15) Parroquia
de Temperley, Balance de la deuda de las obras del Templo parroquial, Julio
1935-Diciembre 1938; Parroquia de Temperley, Donación de la vara cuadrada, Talonario
nº 188 a nombre de Sra. Elena P. de Duchini, 26-VIII-1941; Programa del
Homenaje al Señor Cura Párrrco de Temperley, Pbro. Ruben Martín, 8-VIII-1954.
Todo ello en Archivo OADM, Caja Temperley, nº 1.
(16) Acta de
inauguración oficial de la Asociación Juventud Católica de Temperley,
27-XI-1921. Original en mi archivo por cesión de don Carlos E. Duchini. La entidad
no había obtenido la licencia de la Curia Eclesiástica de La Plata, hasta la
llegada a Temperley del P. Antonio Garre.
(17) Noticias
de Temperley, Marzo 1996, p. 13, nota de Carlos Mujico, antes citada.
(18) La
Unión, 16-II-1983, Cumple ochenta años el señor Carlos Duchini.
(19)
"Amanecer de Temperley", Nº 54, Abril 1983, pp. 3-4, La Sociedad
de San Vicente de Paul celebra su sesquicentenario.
(20) La
Unión, 16-II-1983, Cumple ochenta años el señor Carlos Duchini.
(21) Fue
distinto el caso de otro católico de la misma diócesis, arquitecto Mario J.
Buschiazzo, en Adrogué: ante la impiadosa demolición del viejo templo de San
Gabriel Arcángel, su disgusto lo llevó a dejar de frecuentar aquella parroquia.
(22) CARBIA,
Rómulo: Historia crítica de la historiografía argentina (desde sus orígenes
en el siglo XVI). Imprenta y Casa editora Coní, Buenos Aires, 1940, pp. 86
a 92.
(22 Bis) Me
cupo el honor de ocupar el sitial que recibió su nombre, durante mi paso por
aquella corporación, entre 1991 y 2017. Para los antecedentes de creación del
Instituto Histórico Municipal, ver PESADO PALMIERI, Carlos: Cuatro décadas
del IHMLZ, memoria identitaria lomense. En
AA.VV, Lomas de Zamora (estancia, aldea, municipio, ciudad).
Antología histórica lugareña. Buenos Aires, Banco de la Provincia de Buenos
Aires, CITAB, IHMLZ, 2011, pp. 210-219. El citado historiador, testigo directo
de aquellos eventos, me ha expresado que Duchini fue el principal animador de
la Comisión de Estudios Históricos y el promotor de su transformación en
Instituto municipal, dispuesta por el Intendente Roig.
(23) Otra
función que lo apasiona a Carlos Duchini tiene que ver con las anécdotas de
hechos ocurridos en distintos momentos de estos pueblos de la zona sur. Y a
continuación comenta lo que le pasó a un fotógrafo de La Unión en oportunidad
en que el entonces presidente Carlos María de Alvear vino especialmente a
Temperley para acercarse a la casa de los padres del mayor Olivero para
ponerlos al tanto que su hijo había sido salvado por un pescador en el Brasil
luego de varios días de haber permanecido enredado en un árbol, al accidentarse
el aeroplano en que viajaba. Y dice Duchini: el fotógrafo estaba muy
nervioso, sobre todo porque Alvear no quería fotos y porque me había costado
convencerlo de eso. Entonces el pobre hombre se abatató y disparó con tanta
mala puntería que el magnesio que en esa época se usaba para las cámaras nos
salpicó a todos, inclusive al Presidente. Menos mal que no lo tomó a mal… y que
había con qué limpiarlo…
En "La Unión",
22-V-1994, p.12.
Para el
homenaje al Dr. Basco, ver De Paula, Alberto S.J. y Gualco, Jorge Nelson, Temperley,
su historia y su gente. Buenos Aires, Pleamar, 1982, p.159.
(23 Bis)
Archivo OADM, Grabación realizada el 5-XII-1972 con la participación de Carlos
E. Duchini, Juan José Iturrioz, Guillermo Magrassi, Dalila Llorente de Grigera,
René Lena Nuñez y Alberto de Paula.
(24) La
Nación, 6-III-1979, sección El mundo del gran Buenos Aires, p. 12, Una
máquina del tiempo en el sereno corazón de Temperley.
(25) La
Nación, 6-III-1979, Ibíd.
(26) La
Nación, 6-III-1979, Ibíd. Una afirmación semejante hizo hace unos años la
Lic. Susana Speroni, decana de los museólogos argentinos contemporáneos,
durante un coloquio que mantuvimos en el año 2013, en el marco del ciclo
"Forjadores de la Museología argentina" auspiciado por la Escuela
Nacional de Museología.
(27) La
Unión, 24-VI-1983, p.14, Carlos Duchini y su santuario del ayer; La
Unión, 23-X-1988, p.3, Carlos Duchini, una vida que es historia y pasión
ciudadana. Mientras la primera nota indica que comenzó a coleccionar a los
ocho años, la segunda dice que a los siete años.
(28) Con
respecto a los libros que integraban su biblioteca, y que no hubieran sido
donados por vecinos, sino adquiridos por compra de don Carlos, tras su
fallecimiento, su hijo Ruben, con delicado pudor, los ofreció en venta privada
a diversos allegados a su padre.
(29) Hace unos
años quise conocer el paradero de aquel venero del periodismo lomense, y conté
con la colaboración, para la búsqueda, de mi querido amigo el historiador
Guillermo Gasió. Fue un intento vano: las colecciones no pudieron ser
identificadas…Triste corolario para el esfuerzo hemerográfico de Duchini y para
el empeño cultural de quienes, entonces, gestionaron la donación.
(30) La
Nación, 6-III- 1979, Ibíd,
(31) La
Unión, 22-V-1994, p.13.
(32) La
Unión, 22-V-1994. Ibíd.
(33) La
Unión, 22-V-1994. Ibíd.
(34) La
Unión, 22-V-1994. Ibíd.
(35) La
Unión, 24-VI-1983, p.14, Carlos
Duchini y su santuario del ayer.
(36) Recuerdo
un día en que lo visitábamos junto con mi hermano Marcelo y con Alberto de
Paula y, estando en el patio, don Carlos acude al llamado del timbre y
regresa…¡con dos canastos vetustos y mugrientos de vendedor de claveles que
acababan de traerle! A todo esto, el perrito de la casa, que se llamaba Manu,
no dejaba de ladrar.
(37) La
Unión, 22-V-1994. Ibíd.
(38) La
Unión, 24-VI-1983. Ibid.
(39) La
Unión, 24-VI-1983. Ibíd.
(40) La
Unión, 10-IX-1986, suplemento especial, Carlos Duchini: una vida cargada
de historia. Donó todo su Museo privado para dar nacimiento a la Fundación
Temperley.
(41) La
Unión, 22-V-1994, p.13.
(42) La
Unión, 22-V-1994, Ibíd.
(43) Si bien
se pensó, también, en el Museo de Armas de la Nación, concluimos que éste ya
estaba suficientemente consolidado y dotado de piezas y que, en cambio, el
museo de la Gendarnería, por ser más nuevo, sería un destino de mejor
lucimiento. Con este comentario corrijo un error de Carlos Mujico, al atribuir
a los hijos de don Carlos la decisión póstuma de entregar las armas a la
Gendarmería (Noticias de Lomas de Zamora, Marzo de 1996, p.13): fue una
propuesta y una decisión que acordamos Carlos Duchini, Ruben Duchini, Alberto
de Paula y yo aquella tarde. Por su parte, la aceptación de la Gendarmería fue
inmediata y la armería salió de la casa de la calle Suarez en vida de Duchini.
(44) Se
trataba de objetos y documentos relacionados con el Banco de la Provincia o con
los temas bancarios en general, pero no exclusivamente: mediante la Resolución
nº 4864/71 del 6-VII-1971 se aceptó la donación de dos baldosas cerámicas que
provenían de la demolición de la Casa Buenos Aires del Banco; mediante la
Resolución nº 193/84 del 19 de enero de 1984 se aceptaron cuatro impresos y una
medalla de la Oficina de Giros de la entidad; mediante la Resolución nº 2009/84
del 1º de agosto de 1984 se aceptaron dos libros de tema monetario y bancario.
(45) Hubo
algunos problemas logísticos derivados, tanto de la disponibilidad de los
camiones asignados por el Banco, como de los horarios en que don Carlos y su
hijo Ruben podían atender el requerimiento de la tarea de listado y traslado.
(46) La
Unión, 22-V-1994, p. 13.
(47) La
Unión, Ibidem.
(48) M. Tulio
Cicerón, De Senectute o Acerca de la vejez. Bosch, Barcelona,
1947, XI, 37, p. 78.
(49)
Intendencia Municipal de Lomas de Zamora, Museo Americanista: IIº Exposición
de libros de autores lomenses, Catálogo, 1972.
(50)
Municipalidad de Lomas de Zamora, Dirección de Cultura, Museo Americanista, IIº
Exposición Periodismo de Lomas de Zamora, Catálogo, Noviembre 1973. Entre
las rarezas periodísticas locales que expuso Duchini pueden enumerarse números
sueltos de: El Imparcial; El Criterio; La Lealtad; La Voz de Temperley; El
Municipio; El Heraldo; La Comuna; La Palanca; Confederación; El Social; La
Tribuna; La Verdad; El Comercial; Alerta; Juventud; Prédica; El Tiempo; La
Provincia; Actualidad; El Tribuno; Vida de Banfield; Síntesis; El Triunfo; El
Fortín; El Yunque; Mi Periódico; Vertical; Ciudad de la Paz; Ecos; Criterio de
San José; Resumen; Nuestra Voz; Nuestro Pueblo; M.U.V; El Reportero; América; La República; La
Reacción; La Verdad de la U.C.R; La Obra; La Tormenta; La Reacción; 5 de
Abril; Orientación; Atención; Democracia; Poncho Colorado y Poncho
Colorao,(sic) luego llamado Milicia; En Marcha; Unidad; F.A.R.O;
Síntesis del pensamiento nacionalista; La Montonera; Idea Libre; Nuevos
Tiempos; 16 de Diciembre; Lucha; Tribuna Laborista; El Sur; Voluntad Radical;
Renovación; Lomas; Juventud Radical; acción Municipal; Nubes Rosadas; La
Revista; Crónica; Juvencia; Prisma; Arte, Ciencia y Letras; ION; Siluetas;
Figuras; CINEMOP; Americanista; Nuestro Pueblo de Turdera; Hogareña de
Mármol; Fijas y Batacazos; Los Andes; Empuje; Aconcagua; El Tablero; Sur
Moto Club; Temperley; Gol de Banfield;
La Edificación; Boletín de la Asociación Pro-Temperley; El Gas de
Adrogué; CELZ; Orientación; Firestone; Boletín Municipal; Boletín del
Centro de Investigaciones Históricas Ministro Arana; El Timón; Diafragma;
Autonomía; La Piedad; El Noticiero Evangélico; San Pablo; Juventud Católica;
Juniors; La Sagrada Familia; Hacia Dios; Luces; The Philomathian; Chispitas;
Marcando Rumbos etcétera. También expuso periódicos raros y agotados de la
región, como El Negro Morondanga de San Vicente, y de la Capital: Don
Quijote; Don Basilio; La Nueva Escuela; El Sordo-Mudo Argentino; Papel y Tinta;
y las ya clásicas Caras y Caretas; PBT y Fray Mocho.
FUENTES
CONSULTADAS
Archivos
-Archivo particular
Oscar Andrés De Masi (Caja Temperley Nª 1; y Caja Biografías-Necrológicas,
Legajo Carlos E. Duchini)
-Museo y
Archivo Históricos del Banco de la Provincia de Buenos Aires, Legajo de
personal
nº 2519, Carlos E. Duchini.
Bibliografía
-CARBIA,
Rómulo: Historia crítica de la historiografía argentina (desde sus orígenes
en el siglo XVI). Imprenta y Casa editora Coní, Buenos Aires, 1940.
-Centro de
Estudios Regionales (Universidad Nacional de Lomas de Zamora), Terceras
Jornadas de Estudios Regionales, Avellaneda, 2,3 y 4 de Junio de 1983. Programación
y otros documentos.
-DE PAULA,
Alberto S.J. y GUALCO, Jorge Nestor: Temperley, su historia y su gente. Buenos
Aires, Pleamar, 1982 (tercera edición).
-Intendencia
Municipal de Lomas de Zamora, Museo Americanista: IIº Exposición de libros
de autores lomenses, Catálogo, 1972.
-Municipalidad
de Lomas de Zamora, Dirección de Cultura, Museo Americanista, IIº Exposición
Periodismo de Lomas de Zamora, Catálogo, Noviembre 1973
Publicaciones
periódicas
-Diario La
Unión de Lomas de Zamora: 15-V-1971; 22-X-1975; 18-IX-1977; 16-II-1983;
24-VI-1983; 10-IX-1986; 23-X-1988; 22-V-1994; 14-II-1996.
-Diario La Nación,
6-III-1979.
-Revista Renovación
(Parroquia del Sagrado Corazón de Jesús, Temperley): nº 5, 4-1975: nº 6,
5-1975; nº 10, XI-1975; nº 11, XII-1975.
-Amanecer de
Temperley: Nº 8, Junio 1979; Nº 9, Julio 1979; Nº 10, Agosto 1979; Nº 11,
Setiembre 1979; Nº 13, Noviembre 1979; Nº 15, Enero 1980 ; Nº 16, Febrero 1980;
Nº 17, Marzo 1980; Nº 18, Abril 1980; Nº 19, Mayo 1980; Nº 22, Agosto 1980; Nº
23, Setiembre 1980; Nº 24, Octubre 1980; Nº 26, Diciembre 1980; Nº 27, Enero
1981; Nº 29, Marzo 1981: Nº 30, Abril 1981; Nº 32, Junio 1981; Nº 33, Julio 1981;
Nº 36, Octubre 1981, ; Nº 37, Noviembre 1981; Nº 38, Diciembre 1981; Nº 39, 40
y 41; Nº 42, Abril 1982; Nº 43, Mayo 1982; Nº 44, Junio 1982, ; Nº 45, Julio
1982;; Nº 46, Agosto 1982; Nº 47, Setiembre 1982; Nº 48, Octubre 1982; Nº 49,
Noviembre 1982, ; Nº 50, Diciembre 1982; Nº 51, Enero 1983,; Nº 52, Febrero
1983, Nº 53, Marzo 1983,; Nº 54, Abril 1983,; Nº 55, Mayo 1983; Nº 56, Junio
1983; Nº 57, Julio 1983; Nº 58, Agosto 1983; Nº 59, Setiembre 1983; Nº 60,
Octubre 1983.
-Boletín
del Rotary Club de Temperley: Noviembre-Diciembre 1982; Enero-Febreo 1983.
-Noticias de
Lomas de Zamora. En varios números, notas históricas de CED. Especialmente,
Marzo 1996 (Nota necrológica).
-Revista
parroquial La Piedad, s/f.
AGRADECIMIENTOS
A la Lic.
Marina Zurro, al Ing. Agustín San Martín y al Lic. José Grassi, directivos y
profesionales del Museo y Archivo Históricos del Banco de la Provincia de
Buenos Aires, quienes me facilitaron el acceso al Legajo de personal de don
Carlos E. Duchini, donde se registra su intachable carrera bancaria.
Curiosamente, y apartándose de la regla que manda adosar una fotografía del
tipo carnet, en el Legajo existen dos fotografías que nos muestran a un joven
Duchini, una imagen a la cual no estábamos acostumbrados.
A Marcelo
Enrique De Masi y Pablo Willemsem, quienes me ayudaron a refrescar anécdotas de
aquellos años dorados en que visitábamos a Duchini.
Hola.
ResponderBorrarSoy Marisol de Villa Mercedes, San Luis.
Soy coleccionista, entre mis cosa tengo una pequeña biblioteca con libros relacionados al folklore y uno de los libros que tengo, creo que perteneció a Don Carlos Duchini.