El día 27 de junio, la Academia Nacional
de Agronomía y Veterinaria honró la memoria de don Tomás Grigera (en el
bicentenario de la publicación de su famoso "Manual de Agricultura")
mediante una sesión pública en la cual fue invitado a disertar el editor de
nuestro blog.
Un sorpresivo corte de luz en el segundo
piso obligó a la concurrencia a trasladarse al tercer piso, donde la Academia
Nacional de Ciencias tuvo la cortesía de facilitar su auditorio.
Tras las palabras de presentación del
presidente de la Academia, Dr. Carlos Scoppa (quien puso de relieve los valores
morales y de argentinidad de Grigera), el Dr. De Masi se formuló la pregunta: ¿Quién
fue Tomás Grigera?. Y para responderla, propuso resignificar su figura a
través de cinco aspectos de su despliegue existencial: el patriota, el
magistrado, el labrador, el fundador y el pedagogo. La personalidad de Grigera
fue perfilándose de este modo hasta alcanzar la imagen plena de un prohombre de
nuestra historia con un mensaje que trasciende a su tiempo.
Un público numeroso, atento y culto,
acompañó el desarrollo del tema, destacándose la presencia de dos descendientes
de Tomás Grigera (el Ing. Agr. Juan José Grigera Naón y el médico veterinario
José Eugenio Grigera) y una descendiente de los linajes fundadores lomenses, la
señora Susana Oliver; los representantes del Instituto Histórico Municipal de
Lomas de Zamora (su presidenta Sra. María Cristina Echezarreta y su miembro
correspondiente en Buenos Aires Prof. Roberto Elissalde). También se hallaban
presentes el Ing. Frank y otros académicos de la ANAyV, el Arq. Julio Cacciatore,
el escritor Enrique Espina Rawson, el Dr. Enrique Bonomi (h), el Sr. Peter
Becker de la CEABA, la señora Susana Gesualdi del Cementerio de la Recoleta y
la guía María Fernanda Gómez; la arquitecta Mónica D´Ámico; el arquitecto Bruno
Cariglino y la Lic. Cristina Gonzalez Bordón de la Comisión Nacional de
Monumentos (ambos lomenses también); el profesor Gustavo Trinchero; el Dr.
Alejandro Cordini del Museo del Estudio Jurídico de San Isidro; el chairman
del ABCC Jimmy Bindon y otros amigos y amigas, todos interesados en conocer la
figura de Grigera.
El orador destacó, además, la
colaboración del equipo de la Academia Nacional de Agronomía y Veterinaria en
la organización del evento.
Para el cierre, el Dr. Scoppa dio lectura
a algunos párrafos del "Manual" y, luego, se obsequió a los
asistentes un ejemplar del texto, en su edición facsimilar reeditado en 2011
por iniciativa de De Masi.
Ofrecemos a continuación el texto de la disertación pronunciada por el Dr. Oscar
Andrés De Masi en sesión pública de la Academia Nacional de Agronomía y
Veterinaria el 27 de junio de 2019, presidida por el Dr. Carlos Scoppa:
EVOCACIÓN DE DON TOMÁS GRIGERA EN EL BICENTENARIO DE SU "MANUAL DE AGRICULTURA".
Palabras introductorias
Nos hemos dado cita esta tarde para
rendir un justiciero homenaje a don Tomás Grigera, en un ámbito por demás
apropiado, como es la Academia Nacional de Agronomía y Veterinaria. La
efemérides dos veces centenaria del "Manual de Agricultura" de su
autoría nos presta la ocasión para resignificar su figura que, como líder
social, supo asumir lo que alguien llamó "la mirada de los hombres de estado",
que ven claro, que ven lejos y que ven pronto. Así vio don Tomás Grigera el
futuro promisorio del país.
Pese a que asociamos con facilidad su
nombre al ya clásico "Manual" que escribió, su figura se sigue
presentando ante nosotros como envuelta en la bruma: ¿Quién fue Tomás Grigera?
¿Qué cosas hizo Tomás Grigera?
De él se han emitido juicios tales como:
-Primer labrador argentino (Alejandro
Grigera).
-Primer granjero criollo y prócer del
trabajo de campo en las provincias del Río de la Plata (Clemente Onelli).
-Primer maestro agrícola argentino (Ruben
Corbacho).
-Que ejercía en todo el rústico
vecindario una especie de patriarcado (Vicente Fidel López).
-Hombre probo, enmarcado en la
inquebrantable lealtad a sus amigos (Carlos Pesado Palmieri).
-Seguro de si, instruido y dotado del
talento natural para el mando, no menos que de la moral y virtud habituales en
los hombres de pueblo de entonces (…) primer teórico de la agricultura
argentina (Alberto S. J. de Paula).
Y dijo de si mismo, en el pórtico de su
"Manual", que era el americano Tomás Grigera, labrador en los
suburbios de la capital de las Provincias Unidas de Sud América.
De este modo, sin vergüenzas, declaraba
su triple identidad de americano, de labrador y de porteño de los suburbios.
Y sin embargo, nos seguimos preguntando:
¿Quién fue Tomás Grigera? Porque no conocemos su rostro ya que no hay retrato
(suele confundirse con él, un difundido retrato de su hijo Victorio Grigera, a
quien se tenía por parecido al padre); no conocemos su tumba (aunque Carlos
Pesado Palmieri halló en el Archivo General de la Nación su testamento, fechado
en 1829), si bien su deceso fue asentado en la parroquia de San José de Flores.
Fue una figura "fundante" de
nuestra nacionalidad, que vivió a horcajadas de dos tiempos y de dos mundos: el
mundo tardo-virreinal que colapsaba, y el tiempo de la independencia. Era,
pues, un hombre de esos dos mundos, y sería imposible establecer para su vida
un corte tajante entre uno y otro.
Fue célebre alguna vez, en el siglo XIX,
aunque luego pasó a un segundo renglón de nuestro relato histórico, como tantos
otros que ya ni se recuerdan.
Vicente Fidel López trazó de él un
retrato físico, que es también retrato moral:
[Tenía] la figura característica de
los hombres de las orillas: alto y delgado, de cabellos y barbas negros, de
ojos benignos pero retraídos entre dos cejas bastante pobladas. Sus modos de
hablar y sus conceptos, siempre graves y sentenciosos, revelaban el hábito que
había contraído de resolver las contiendas de sus convecinos con máximas de
moral y buena ley, según las entendía.
Vamos a caracterizarlo a través de cinco
dimensiones de esa aventura de su existencia, que los griegos llamaron etopeya:
1.El Patriota
2.El Magistrado
3.El Labrador
4.El Fundador
5. El Pedagogo de la Agricultura
El Patriota Grigera
La patria de Tomás Grigera fue la ciudad
de Buenos Aires. Aquí nació. Hubiera podido decir, con Guido Spano, lo mismo
que muchos de nosotros aquí presentes: He nacido en Buenos Aires/ no me
importan los desaires con que me trate la suerte/ argentino hasta la muerte!/
He nacido en Buenos Aires… Fue, sin duda, argentino hasta la muerte.
Nació en 1755, antes de que hubiera
Virreinato en el Río de la Plata. Y se discute la fecha exacta que, según la
tradición familiar, se ha fijado el 19 de noviembre, vale decir, bajo el signo
zodiacal de Escorpio.
En Tomás se abrazan dos linajes que se
remontan a la misma estirpe hispana: padre español, oriundo de Aguilar de
Campos, dueño de una peluquería y de un esclavo negro en el barrio del sur;
madre criolla, Clara Romero de Velasco, de viejo abolengo, hija del juez José
Romero.
Sus nombres conocidos fueron dos: Tomás y
José (a veces, escritos con la grafía latina antigua, Thomas y Ioseph). Debió
poseer más nombres, según era costumbre bautismal y así lo supone su biógrafo
principal, el Prof. Carlos Pesado Palmieri.
Contrajo enlace sacramental en 1777, en
la parroquia de Montserrat (creada en 1769, al desmembrarse por primera vez la
jurisdicción parroquial de la iglesia matriz) con Beatriz Margarita Casavalle,
con quien establece domicilio conyugal en una quinta al Oeste de la ciudad. El
matrimonio Grigera-Casavalle tuvo 12 vástagos, siete varones y cinco mujeres:
Manuel Antonio, Manuel José, José Mariano, Hipólito, Evaristo, Mariano,
Vistorio, Basilia, Rufa, Celestina o Cipriana, Paula y María Inocencia.
Los varones alternaron servicios como
militares y hacendados, y alguno de ellos (Victorio) se destacó como magistrado
local en el naciente poblado de Lomas de Zamora. Todos ellos abrazaron la causa
federal, según era habitual en la campaña.Y fueron, luego, simpatizantes
mitristas.
En 1806 y 1807, Tomás (que no era ya un
jovencito) se enrola en milicias voluntarias para la reconquista y defensa de
Buenos Aires. Se destacó, según se dijo, por su valor, el cual ya había probado
antes en un episodio que solían relatar en sus tertulias los memorialistas de
la Gran Aldea: durante una corrida de toros, ante las vacilaciones del torero y
del picador, y ante la impaciencia del público por ver finiquitada la matanza,
Tomás salta del tablado al ruedo y da muerte al toro con su cuchillo. Fue
ovacionado. Sin duda que era bravo.
El 5 y 6 de abril de 1811 son las
jornadas que marcan el hito culminante de su actuación política: siendo
"alcalde de quintas", y junto al fiscal Campana (oriental, de la
cercanía de Artigas), lidera a los sectores populares y a los paisanos de las
orillas de la ciudad, en abierto apoyo a Cornelio Saavedra. El ya citado Pesado
Pamieri gusta de llamar a este episodio "la grigerada". Un episodio
curioso, por cierto, que está surcado por una grieta historiográfica, ya que
admite valoraciones diametralmente opuestas, según sea el cristal de quien lo
mire. Así, para la historiografía liberal, con Mitre a la cabeza, fue una
"asonada" u "alzamiento de los orillemos", dando a todas
las palabras, pero especialmente a la última, un sentido marcadamente
peyorativo; mientras tanto, para los revisionistas, fue una reacción popular
cívico-militar que evitó un golpe de estado en ciernes, urdido por los
ideólogos jacobinos alineados detrás de Moreno (la Sociedad Patriótica y el
Café de Marcos), quienes no deseaban la incorporación de los diputados del
interior a la Junta y pretendían derrocar a Saavedra. Grigera cerró filas con
el presidente de la Junta y los sectores moderados o conservadores, frente a
los porteñistas más radicales.
Tras la revolución de setiembre de 1812,
operada por la Logia Lautaro en solidaridad con la Sociedad Patriótica, Grigera
fue detenido y amenazado con el destierro. Quizá, en este forzado retiro,
comenzó a fermentar en su cabeza la idea de escribir un manual que reflejara
esas prácticas agrícolas a las que dedicaba, ahora, todas sus horas.
El Magistrado Grigera
Pero Tomás Grigera no actuó solamente en
los fragores de la guerra o en los clamores del alzamiento. También ocupó
magistraturas en tiempos de paz y de quietud cívica. ¿Estaba dotado para ello?
Responde Vicente Fidel López:
Grigera era un vecino afincado, y aunque
campesino inocente y refractario, ejercía en todo el rústico vecindario de su
pago una especie de patriarcado bondadoso y respetable. Sus aptitudes poco
desenvueltas y la moderación de su
carácter, lo libraban de aspiraciones propias; pero la posición autoritaria de
que gozaba entre el paisanaje, y la consideración que, por lo mismo, le daba el
gobierno revolucionario, le habían inspirado el sentimiento de su propio mérito
con aires de petulancia pueril, que no ofendían por lo sincero y lo natural del
modo que los mostraba…
Se lo suele designar como "alcalde
de barrio" o, también "alcalde de quintas". ¿En qué consistían
estas magistraturas de origen colonial y cuyas atribuciones serían, luego,
asumidas en parte por los jueces de paz y las corporaciones municipales? El
alcalde barrio protegía intereses de los vecinos y, actuando junto a los
tenientes de manzana, ejercía funciones de tipo estadísticas (censos barriales)
o de seguridad (organización de las rondas nocturnas). En abril de 1811 (el mes
del alzamiento en favor de Saavedra) se lo nombró "alcalde principal de
los cuarteles de las quintas", vale decir, de esas famosas
"orillas", que comenzaban aquí, muy cerca del centro de la ciudad.
Sus atribuciones fueron así aumentadas,
ya que en este rango aumentado podía crear nuevos cuarteles, nombrar alcaldes
de barrio, y ejercer una función que lo comprometía como depositario de dineros
de la comunidad: recaudar fondos para la celebración de fiestas cívicas o
religiosas, que tan lucidas solían ser.
Todo el cúmulo de sus funciones revela
que era condición sine qua non para ejercer estas magistraturas
vecinales, una reconocida probidad. Grigera la poseyó en alto grado.
En octubre de 1815 el Cabildo lo designó
"Tasador público de quintas y chacras"; años después, Martín
Rodriguez y su ministro Rivadavia lo incluyeron en una "comisión de
fomento de la industria" (ya había publicado su "Manual" para
entonces). Fue, además, Piloto Mayor de Mensura y Alcalde Hermandad en Barracas
al Sur.
El Labrador Grigera
Se repite y con acierto que labrador
desde sus mocedades. No abrazó la carrera militar, ni frecuentó estudios
clericales, ni fue letrado, ni puso proa hacia los mares. Su arraigo estaba en
la tierra, literalmente. Reafirmando esta inclinación, dijo Pesado Palmieri que
fue, por sobre todo, labrador de manos rugosas y de fatigas diarias,
arquetipo de una cultura del trabajo.
Constantemente requirió tierras al
Gobierno. ¿Para qué? Para labrarlas y hacerlas productivas.
Al casarse, ya lo dijimos, se instaló en
una quinta en Flores. En 1807 (quizá recompensado por su actuación ante el
invasor inglés) se le conceden 2 leguas de frente por 3 leguas de fondo en el
paraje "Las Cañuelas". En 1811 (o 1814?) compra a Laureano Zorrilla
una fracción en el ejido de Buenos Aires, al oeste. Aquella quinta, muy
mejorada por Grigera (quien hasta edificó una casa), fue adquirida en 1829 por
el Dr. Dalmacio Velez Sársfield, y, años más tarde, junto con sus amanuenses (su
hija Aurelia, Victorino de la Plaza y Eduardo Díaz de Vivar) redactó allí el
Código Civil.
Hacia 1815 o 1816 (o quizá antes, según
Alberto de Paula) obtiene en forma precaria, las tierras al sur del Riachuelo
de los Navíos que antes fueron la Estancia de Zamora. También, en el mismo
paraje, adquiere fracciones que le ceden sus amigos los generales Viamonte y
Rondeau. Poseyó solares, además, en la Magdalena y, quizá, en San Isidro.
Y en estas tierras ¿qué sembraba Grigera?
Sembraba de todo. Su modelo de explotación agraria era el policultivo.
Repasando las páginas del "Manual", aparecen estas especies**: maíz,
cebada, trigo, alfalfa, azafrán, remolacha, alpiste, cebolla, papa, batata,
maní, zapallos, calabazas, pepinos, tomates, arvejas, habas, coles, rábanos,
nabos, frutillas, alcauciles, tabaco colorado del Paraguay, montes de olivares,
de leña, pinos, cipreses, y nogales (aquellos nogales que habían llegado en les
iglú XVIII desde la Casa de Contratación de Sevilla); también la más variada
gama de frutales: vides, naranjos, limones, manzanos y los célebres duraznos…
los duraznos "ñatos de Grigera", que eran dulces, jugosos y
además…"chatos como boina de vasco". Fueron, sin duda, su marca
registrada.
También se animó Grigera a criar aves de
corral y hasta ¡gusanos de seda!
Y no le fue ajena la poética de las
flores. Dice así: Aunque el manual no es obra de un jardinero instruido, no
está fuera de su espíritu el que apunte que por Abril se plantan rosas de todas
clases, mosquetas, flor de cuenta, marimoñas, azucenas, lirios, amapolas,
siempre vivas, alucema, flor de San Vicente, claveles, clavelinas, junquillos;
y se siembran alelíes, espuelas de caballero, mirasol, tulipán, y generalmente
toda flor de planta que no se hiele…
Grigera intervino en el diseño de la
chacra del "Bosque Alegre", en el Pago de la Costa, adquirida por don
Juan Martín de Pueyrredon por via dotal, al casarse con la joven Calixta
Telechea. Decía Antonio Zinny que la chacra llamaba la atención de todos los
que la visitaban.
¿Quizá Grigera y Pueyrredon se conocieron
en las jornadas heroicas de la Reconquista de Buenos Aires? ¿Quizá se
conocieron en virtud de las funciones del primero, como tasador de quintas y
chacras? No lo sabemos. En cualquier caso, en aquella Buenos Aires casi aldeana,
todos se conocían.
Por último, se le atribuye verosímilmente
la plantación del primer rosedal de la Argentina.
¡Vaya si fue labrador!
El Fundador Grigera
Las "comarcas" eran los
territorios reconocidos y "mapeados" de más vieja data, que se delimitaban
por los accidentes geográficos, principalmente los hidrográficos. Fueron la
base para las estructuras territoriales que los españoles denominaron
"pagos" y, a su vez, éstos dieron lugar, luego, a los
"partidos".
En la comarca sur del Riachuelo de los
Navíos o Río de la Matanza, se ubicó una de las mayores estancias coloniales:
la Estancia de Zamora (por su propietario don Juan de Zamora, piloto mayor del
puerto de Buenos Aires), luego Estancia del Rey, y, tras la Revolución de Mayo,
rotulada como Estancia del Estado. Allí pastó la caballada que iría a dar
monturas a los ejércitos de nuestra emancipación.
¿Cuándo comenzó Tomás Grigera a ocupar,
por el título que fuere, estas tierras, que antes fueron de Zamora? Como ya
dijimos, según Alberto de Paula, quizá entre 1815 y 1816, o tal vez antes.
Estas extensiones comprendían dos sectores bien diferenciados: las llamadas
"lomas" (el sector alto, menos inundable y más feraz) y el sector de
los "bañados", tierras bajas cercanas al Riachuelo.
Grigera reparó en la riqueza de las
tierras altas y, allí, comenzó a formarse un incipiente caserío de agricultores
que eran mayormente de su familia, aunque había, también, otros escasos
pobladores, alguna posta y alguna pulpería.
En 1821 encabeza un petitorio para que el
gobierno conceda una suerte de chacra a cada poblador de su núcleo familiar.
Decía que por tener muchos de nosotros plantíos puestos y no perderlos, para
que amojonándolos y deslindando nuestras pertenencias, no haya confusión de
derechos, no resulten las discordias consiguientes a la indistinción de
límites, y pueda cada uno con perfecto conocimiento de lo que es suyo,
limpiarlo, labrarlo, sembrarlo, plantarlo de montes y utilizarlo finalmente en
provecho propio, de la Sociedad y del Estado…
El gobierno de Martin Rodriguez se
expidió con inusitada rapidez y el 14 de mayo de 1821 concedió aquellas 30
suertes de chacras a sus ocupantes: nacía, de este modo, la aldea agrícola de
las Lomas de Zamora, la primera del país.
Es oportuno mencionar que muy cerca de
allí, con rumbo al Monte Grande, en 1825 nació otra aldea de agricultores: la
Colonia Escocesa de Santa Catalina, condenada al fracaso y a la diáspora. ¿Por
qué la suerte de ambas aldeas fue tan diferente? ¿Acaso los agricultores de las
Lomas eran más laboriosos que los escoceses? Sin duda que no. ¿Acaso las
tierras de Santa Catalina eran peores que las de las Lomas? No lo eran.
Entonces, ¿por qué los escoceses finalmente fracasaron y se dispersaron, a tan
poca distancia del lugar donde Grigera fundó una aldea tan pujante, que llegó a
ser la hoy populosa ciudad de Lomas de Zamora?
Sin duda que el hecho de haber obtenido
la propiedad de la tierra por parte de los labradores grigerianos, marcó una
ventaja: los colonos escoceses nunca obtuvieron títulos de dominio, en tierras
que arrendaban pagando un canon altísimo y afrontando promesas incumplidas del
gobierno de Buenos Aires. Pero, además, Alberto de Paula ofrece una explicación
adicional, relacionada con la configuración física de ambas aldeas: en el caso
de las Lomas, cada familia recibió una suerte de chacra de cuatro cuadras por
lado, de modo que el repartimiento del suelo fue uniforme y ello derivó en una
trama regular del tipo cuadrícula, que favoreció su posterior desarrollo
urbano.
El pedagogo Grigera y su "Manual de
Agricultura"
Detrás del "Manual" subyace una
ideología, de nombre griego y formulación teórica francesa, receptada en España
y, luego, en el Río de la Plata, a comienzos del siglo XIX: la
"fisiocracia", el gobierno de la tierra, la riqueza de los estados
basada en la agricultura.
¿Cuando comienza el ideario fisiocrático
en la Argentina? Su inspiración se sitúa en las vísperas del movimiento de Mayo
de 1810, como resonancia ideológica, entre nosotros, de la Revolución Francesa
y su revival neoclásico, exhumando la tratadística agrícola de los
clásicos romanos, como Varrón o Columela. Es oportuno señalar, como lo hace
Alejandro Korn, que el Río de la Plata se sitúa rezagado en un cuarto de siglo
o más, respecto de las novedades europeas; de modo que adoptamos el ideario
neoclásico en vísperas de 1810, cuando en Europa ya comenzaba la reacción
romántica.
Antes de la Revolución de 1810, sin
embargo, don Martín José de Altolaguirre ensayaba cultivos exóticos y
variados en su quinta de la Recoleta.
Fue, sin duda, un precursor entre nosotros. Pero el antecedente porteño de un
"propagandista del cultivo de la tierra", como lo tildó Adolfo P.
Carranza, ha de señalarse en don Juan Hipólito Vieytes, fundador, en 1802, del Semanario
de Literatura, Industria y Comercio, desde cuyas páginas proclamó el
potencial estratégico del suelo argentino. El doctor Manuel Belgrano fue otro
conspicuo fisiócrata, como lo evidenció en sus escritos económicos y en su
desempeño en el Consulado.
Pero será Bernardino Rivadavia quien
llevará los ideales fisiocráticos a programas de gobierno orientados al fomento
de la agricultura y al arraigo de labradores y colonos: Escuela de Agricultura,
Jardín de Aclimatación en la Recoleta, plantíos en Santa Catalina, aumento de capacidad
de las chacras alrededor de los pueblos de la campaña bonaerense, permiso de la
tropa para emplearse en el levantamiento de cosechas, exención fiscal a favor
de utensilios de labranza, canon aliviado a las tierras cultivables, auxilio a
los damnificados por la langosta etcétera. Los gobiernos subsiguientes,
apoyados en el poder de los hacendados, revirtieron esta tendencia.
Pero, situemos el "Manual" un
poco antes de Rivadavia, en 1819. ¿Había en nuestro medio un texto semejante al
alcance de los labradores? Claramente no lo había. Ni en ésta ni en la otra
orilla del Plata, ni en las provincias y probablemente tampoco en Sudamérica.
Grigera escribió su "Manual"
por pedido del Director Supremo, don Juan Martín de Pueyrredon, a quien se lo
dedica como "corta ofrenda", y cuyo gobierno apoyó la publicación,
adquiriendo ejemplares.
El libro consta de 57 páginas y se
autodefine como un resumen práctico para dada uno de los doce meses del año,
útil para labradores principiantes… En ello se revela su intención
pedagógica, consistente con el discurso didáctico de su texto. Su género
editorial lo aproxima, a su vez, a los almanaques, tan difundidos años más
tarde, y orientados a las materias prácticas como la agricultura, la cocina, la
medicina casera, los oficios manuales, la mecánica etcétera.
El autor se muestra humilde, ya que sus
conocimientos son empíricos antes que científicos. Y pone sus saberes al
servicio de sus compatriotas:
No se crea que escribo para enseñar: sé
que e tengo que escuchar para aprender. Mucho hay escrito en la materia por
plumas cortadas con finura, y llevadas por principios que no podré explicar.
Comunico solamente a mis conciudadanos (…) lo que en el constante trabajo de
esa madre común de los vivientes [la tierra] he aprendido…
Y para que no queden dudas, lo reitera en
los tres renglones de cierre del libro: …repito que no he escrito para
enseñar, sino para comunicar a los principiantes agricultores lo que he
aprendido en el trabajo material de cuarenta años de labrador.
Pese a que el autor se confiesa inhábil
para las letras, su estilo lo desmiente, porque es pulcro, de una meridiana
claridad, y, por momentos, poético y conmovedor. Su texto sale de las manos
de un labrador sin principios, ni otros estudios que los de la práctica
adquirida por un trabajo material desde la infancia.
Los saberes se presentan en forma
organizada, al modo de lo que hoy llamaríamos un "andamiaje pedagógico",
donde los conocimientos se postulan en una tal secuencia que cada escalón
cognitivo-práctico depende del peldaño anterior.
Así, lo primero que deben verificar los
labradores es la cualidad del suelo,
donde ha de arraigar cada cultivo. Es de notar un recurso expresivo cercano a
la prosopopeya, para dar mayor énfasis a la vida vegetal:
La vida de las plantas, la abundancia de
frutos, su sanidad y hermosura dependerá de la preparación de las tierras, de
los beneficios que recibieren, de las estaciones en que se dieren, del
conocimiento de los terrenos, de los temperamentos de esta, así como de las
plantas, y de la naturaleza concordante que sabe formar la industria. La tierra
es madre universal: si el labrador la prepare como debe respectivamente, las
producciones corresponderán el trabajo con ventajas. Si no las dispusiese, ni
hubiese elección, entonces, sino de la falta de industria, de nada más tiene
que quejarse. La observación ha de ser constante compañera del labrador; porque
así como la salud, robustez y conservación de los seres animados encuentran
climas y alimentos que abrevian sus días, debilitan sus fuerzas, la inutilizan;
así los vegetales quieren tierras que los nutran, robustezcan y dilaten la
vida, preparación y vigilancia que los abrigue y defienda de los vientos,
tiempos e insectos que los destruyen.
Una vez comprobada la calidad del suelo,
se demarcarán los canteros o tablones. Y a esta operación la llama con el verbo
arcaico "melguear", porque, precisamente, la "melga" es
sinónimo castizo del cantero. Hecho lo cual, ya aparece en escena la fuerza
motriz del animal, al cual el labrador debe imponer su soberanía. Siempre me ha
llamado la atención la "plasticidad" de este párrafo que voy a citar:
Melgueado el terreno de esta forma, se uncen
los bueyes, colocándose a la izquierda del arado el buey maestro con un látigo
afianzado al yugo, que dé una o dos vueltas en la oreja del propio lado; toma
el labrador su puesto, que es al remate del arado, gobernando el timón con la
mano derecha, y a los bueyes con el látigo, la orejera y la picanilla en la
izquierda, comienza a hacer surcar el arado por lo largo de la melga…
¡He allí al labrador, en plena posesión
de su señorío sobre la tierra, sobre las bestias y sobre la herramienta!
Comienza de este modo la epopeya cotidiana del labrador, que, además, habrá de
ser previsor con el stock de semillas: Uno de los cuidados
principales del hortelano debe ser el tener constantemente el necesario
surtimiento de semillas refinadas.
Todas las operaciones mecánicas propias
de la labranza son descriptas en detalle y según el mes del año. Así, se
explica el carpido, la siembra (ya "mateada", ya "a
chorros"), el emparejado, la espiga, el resguardo de los almácigos (con
cueros, a falta de vidrios en épocas de frío), el riego, el plantado, el
replante, el trasplante, los injertos, las podas etcétera.
Todas estas operaciones requieren, desde
luego, que el labrador sea metódico y laborioso y que se observen
escrupulosamente las estaciones del año.
Excedería en mucho los límites de esta
exposición, un comentario y un análisis de cada una de estas operaciones. Pero,
permítanme solamente leer las prescripciones que el "Manual"
establece para los montes de durazno, que evidencian y compendian el enorme
saber forestal de Grigera y su sentido de respeto al árbol como ser viviente:
Los montes de durazneros para la leña se
forman puestos a cordel los árboles, de tres en tres varas a todas distancias;
porque así colocados serán buenos montes, no sólo para dar postería, sino
también para el fruto. Los que se forman para frutales, han de guardar, unos
con otros los árboles, tanta distancia por todos lados, cuanta ocupen según su
natural corpulencia y frondosidad en su estado perfecto: de modo que cada árbol
tenga si n tropiezo de otro su propio terreno. Los frutales deben despuntarse
para que no se eleven demasiado, se reparta con igualdad la nutrición, sea
fácil tomar el fruto, y tenga en sus tiempos algún abrigo la flor…
En suma, los saberes prácticos de Grigera
son, por momentos, abrumadores.
Por supuesto, ante el "Manual de
Agricultura" aún persisten interrogantes: ¿Dónde escribía don Tomás sus
fojas? ¿En Buenos Aires, en Lomas de Zamora, en San José de Flores, durante sus
visitas a San Isidro? No lo sabemos. ¿Cuándo escribía sus notas? ¿Lo hacía al
alborear la madrugada, al ritmo del canto del gallo? ¿o lo hacía a la caída de
las primeras sombras de la noche, a la luz de los candiles? No lo sabemos.
¿Escribió sólo o dispuso de asistentes o amanuenses? Tampoco lo sabemos. He
aquí la frontera infranqueable que se deriva de la ausencia de su archivo
privado, que se ha dispersado por completo, hasta donde tenemos noticia.
¿Cuál fue la suerte del
"Manual"? Digamos que tuvo un enorme éxito, como indicio de que vino
a llenar un vacío. A la edición primera de 1819 siguieron la de 1831 (vale
decir, en época de Rosas), 1854, 1856… Según Juan Luis Stoppini, hasta 1874, el
"Manual" estuvo presente en forma de fascículos en almanaques
especializados en temas rurales. En 1859, la revista El Labrador Argentino lo
transcribió íntegramente. Lo mismo en 1862.
El gobernador Alsina dispuso por decreto
que el "Manual" estuviera disponible para su lectura en los curatos
de la campaña y en las escuelas rurales. No sería extraño encontrarlo también
en las pulperías.
Tuvo, como digo, un enorme éxito. Y, tras
el éxito, le llegó el olvido, lo mismo que a su preclaro autor ***
Epílogo
Este año se cumplen dos siglos de la
aparición de aquel "monumento" de la literatura argentina. Ciertamente,
no muchos libros argentinos son tan añejos. Dos siglos son más que suficientes
para hacer el balance de sus méritos y de los méritos de su autor. Y, sin
embargo, tenemos la sensación de que, con Tomás Grigera, como con otras figuras
próceres de "segunda fila" historiográfica, los argentinos seguimos
en deuda.
En una conferencia pronunciada en Lomas
de Zamora en el año 1943, organizada por la agrupación de descendientes de
Tomás Grigera, decía, o más bien clamaba, el periodista Rubén Ángel Corbacho:
Señores: un aula de la Facultad de
Agronomía, la mejor aula, debía llamarse Tomás Grigera en homenaje al primer
maestro agrícola argentino. Una calle de Quilmes, la mejor calle, debía
llamarse Tomás Grigera, tal como lo piedra Clemente Onelli, recordando la
memoria del más notable agricultor de la zona. El Rosedal de Palermo debía
llamarse Tomás Grigera según lo propugnara alguna vez un intendente porteño,
rindiendo así tributo a quien le dio valiosa y duradera vida. El Ministerio de
Agricultura de la Nación debió encargarse de la reedición del
"Manual" de Grigera como el más grande reconocimiento a su patriótica
labor. Y Lomas de Zamora, la preferida de su destino, debería mostrar con
jactancia la situación especial que le deparó la Providencia, al haber sido
fundada, digo mejor, "creada", por un argentino como Tomás Grigera.
Debería haber honrado su memoria como honró la de tantos otros con méritos muy
inferiores a los suyos.
Ciertamente, en Lomas de Zamora no existe
ni un monumento, ni una placa en el espacio urbano, ni una calle principal, ni
siquiera una plaza (porque la Plaza Grigera debe su nombre a Victorio, no a don
Tomás…) que lleve su nombre.
Homenajearlo a don Tomás Grigera, como lo
hizo el Instituto Histórico de Lomas hace pocas semanas; y como lo está haciendo
esta tarde la Academia Nacional de Agronomía y Veterinaria, junto a nosotros,
son actos justicieros. Pero, ningún homenaje es más apropiado, quizá, que
volver a leer las páginas del "Manual de Agricultura". Por eso se lo
llevan Ustedes de regalo, esta tarde.
Releer el "Manual" con la
mirada re-semantizadora del presente, es un modo de salvarlo del olvido, de ese
"olvido que todo destruye", como dijeron Gardel y Lepera. Es, en
suma, la tarea de toda memoria que se precie de su sentido histórico e identitario.
Como escribió Lugones, a propósito de la memoria de su propia estirpe: Que
la Patria quiera salvarnos del olvido/ por estos cuatro siglos/ que en Ella
hemos servido…
Para concluir: cincuenta y dos años
después de la aparición del "Manual", persistían en la Argentina las
tensiones entre agricultores, ganaderos y especuladores de la tierra. Y decía
Nicasio Oroño (otro argentino olvidado) en 1871, en La verdadera
organización del país:
El pueblo que no saca de la tierra su
principal riqueza, removiéndola con el arado y fecundándola con el sudor de su
frente, no es nada o poca cosa. El lazo embrutece y el arado civiliza…
El arado civiliza… He allí la persistente
lección magistral que nos enseñó don Tomás Grigera desde las páginas de este
breve libro, hace ya doscientos años.
Muchas gracias.
Nota ** Finalizada esta conferencia, me
he noticiado que el Ing. Frank, secretario de la Academia Nacional de Agronomía
y Veterinaria, ha realizado la catalogación científica de todas estas especies,
comprobando que superan el centenar.
Nota *** En el año 2011, quien escribe
estas evocaciones tuvo el honor de reeditarlo facsimilarmente, a partir de un
ejemplar de 1819, hallado en la Biblioteca Nacional (y que se suma a los otros
ejemplares de la edición original que se hallan en el Museo Mitre y en la
Sociedad Rural Argentina). Se le agregaron tres prólogos a modo de introducción
y contexto. La reedición, de distribución gratuita, financiada por el Banco de
la Provincia de Buenos Aires, ya quedó agotada.
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