La mirada y la interpretación de Oscar Andrés De Masi, arqueógrafo

domingo, 14 de julio de 2019

RECIENTES ACTIVIDADES PATRIMONIALES DEL EDITOR DE NUESTRO BLOG



A) COMENZÓ EL CICLO V.I.P (= VISITAS INTERPRETATIVAS PATRIMONIALES) A LOS CEMENTERIOS ALEMÁN Y BRITÁNICO DE BUENOS AIRES


Foto CA 2019

El día sábado 1.º de junio se realizó la primera visita interpretativa patrimonial OFICIAL, conducida por el Prof. Oscar De Masi, a los Cementerios Alemán y Británico de Buenos Aires. El buen clima acompañó la actividad, que convocó a un grupo muy atento y culto. De este modo, las gerencias de ambos cementerios (que, recordemos, son propiedad privada de la CEABA-Congregación Evangélica Alemana de Buenos Aires y de la Corporación del Cementerio Británico) ofrecen al público esta oportunidad única de tomar contacto con la historia y el arte funerario de ambos sitios patrimoniales.


Foto CA 2019

En el receso, los participantes compartieron un café en la capilla de responso del Cementerio Alemán; y en la despedida, fue inaugurado un "picture point" que ofrece un marco ideal para obtener una fotografía delante de la capilla de responso del Cementerio Británico.


Foto CA 2019


El paso de un cementerio al otro fue cumplido atravesando el "portón ceremonial" inaugurado el 11-XI-2018. Fue un momento muy emocionante.

¡Estén atentos a la próxima visita en el mes de julio!



B) CONFERENCIA SOBRE "MONUMENTOS PARALELOS" DEL DR. OSCAR DE MASI JUNTO AL ARQ. JULIO CACCIATORE EN LA MUTUAL ARGENTINA DE HIPOACUSIA

Como en años anteriores, el 13 de junio, el Dr. De Masi volvió disertar en el pequeño y hermoso auditorio de la Mutual Argentina de Hipoacusia, donde ya es un invitado habitual. Pero, en esta ocasión, tuvo la correncia de convocar a su amigo y colega historiador, el prestigioso Arq. Julio Cacciatore. Juntos, reeditaron una experiencia que ya habían ensayado el año pasado en el Museo "Dr. Horacio Beccar Varela" de San Isidro: "Monumentos Paralelos".

Foto MAH 2019

Fue una especie de conferencia lúdica, donde a dúo, De Masi y Cacciatore ofrecieron diversos ejemplos de monumentos escultóricos y de arquitecturas monumentales de Buenos Aires que tienen su correlato o su modelo inspirador en otros ejemplos en el exterior. Fue un tema divertido y original.

Foto MAH 2019

Como siempre, el público fue muy atento y culto. Quedaron varios ejemplos sin abordar por falta de tiempo. Por lo cual el así llamado "dúo jurásico" (= este tipo de conferencistas ya es… prehistórico! prometió regresar el año próximo.


Foto MAH 2019












jueves, 20 de junio de 2019

IN MEMORIAM ARQ. JORGE DANIEL TARTARINI (1954-2019). LOS SONIDOS DEL SILENCIO…

Jorge Tartarini (izquierda) junto a Oscar Andrés De Masi, 
en una pausa del rodaje de RecorreMonumentos (episodio "El tren de la Historia").


Por Oscar Andrés De Masi
Para http://viajealasestatuas.blogspot.com.ar
Junio 2019


Frente a la partida prematura y definitiva de un amigo, la palabra -maguer su pretensión definidora- se muestra indigente… Y es casi una ironía, ahora, cuando se trata de evocar a quien hizo de la economía de palabras, un perímetro demarcador de su propia discreción y un hábito de equidistancia entre su cosmos interior y la alteridad constante que impone la cotidianidad y el desempeño profesional.

¿Qué era, en el fondo, aquel silencio reconcentrado y circular como un caulícolo, de un hombre que, puesto en posesión de las palabras cuando la circunstancia lo requería, podía articularlas en discursos precisos y dotados de sentido? ¿Qué era aquel silencio sino el resguardo de un yo-en-acto-reflexivo, que no desea invadir ni ser invadido, que no desea interrogar ni ser interrogado?

Porque Jorge Tartarini no era el sujeto-mudo que Max Piccard (el autor de El mundo del silencio)  advertía en la estatua egipcia, sino más bien el sujeto-silente que el mismo autor descubría en la estatua griega. Del mutismo al silencio media, precisamente, una distancia que va del vacío a la plenitud del ser. Se trata de una distancia ontológica. Porque sabía callar, hablaba con sentido y, sólo, de aquellas cosas que abarcaba su campo del conocimiento.

De eso se trataba, quizá, la tensión de su ethos melancólico. Del conflicto platónico de un espíritu ilimitado en sus apetencias de saber, pero constreñido a la finitud de un tiempo humano, de suyo escaso. Ephémerói, decían los griegos: lo que dura un día…

Jorge era, a su modo un romántico en constante búsqueda de puentes conciliadores entre un clasicismo canónico y una modernidad omnipresente. Lo cual explica, con suficiente lógica, su vocación por el patrimonio industrial, ferroviario y del saneamiento, y su admiración, por momentos nostálgica, por los logros industriales de los países del Norte, pero también de una Argentina pretérita que, alguna vez, se lanzó sin complejos a la épica del progreso. Esa Argentina proteica se tensaba, en su mirada, como un arco epocal que ponía en sus extremos y sin exclusiones, a la generación liberal del 80 y a los logros justicialistas. Todo es historia. Y ese todo, ya es patrimonio.

La modernidad de Jorge Tartarini era, precisamente, aquella que no reniega de un pasado, sino que lo ubica en su dimensión fundante, que es la dimensión de una memoria social respetuosa, plural e identitaria. El Patrimonio Ferroviario (en su conjunto de inmuebles, de mobiliario y de locomóviles) era el episodio plástico que reflejaba aquella particular "maniera" de una belleza al servicio de una función. Era la belleza silenciosa, discreta y austera de los pintoresquismos neo-medievalistas, victorianos y eduardianos, puestos al servicio de una medio de traslación maquinista, capaz de abarcar todos los paisajes.

Y esta vertiente configura, indudablemente, un desarrollo personal de Jorge. Recuerdo con mucha nitidez sus primeros pasos en aquel tema, cuando nos conocimos en el Centro de Estudios Regionales de la Universidad Nacional de Lomas de Zamora, bajo la guía de Alberto de Paula (fue De Paula quien me presentó, en 1981, a Jorge y a Gladys Pérez Ferrando). Aquella impronta inicial "depauliana" se refería más bien a la problemáticas territorial e histórica de las redes ferroviarias pampeanas, y a los subsiguientes impactos en las economías regionales y en la configuración urbana de los pueblos surcados por el camino de hierro. Así fue al comienzo. Pero, a mi juicio, Jorge fue todavía más lejos y logró colocar al Patrimonio Ferroviario en un lugar eminentemente identitario. A partir de sus aportes, la arquitectura ferroviaria, el paisaje y la transformación de los hábitos sociales adquirieron una nueva valoración. Así, al rigor del enfoque científico y al tambor batiente de la épica ferrocarrilera, le sumó una sensibilidad nueva, cuya resultante fue una "poética" del patrimonio industrial y ferroviario.

El todo-patrimonial-ferroviario resultó, entonces, de la mano de Jorge Tartarini, mucho más que la suma de las partes, tangibles e intangibles. Y el hilo conductor de aquella nueva construcción de lecturas y de sentidos, el meollo de aquella operación de "semioforización" de los bienes ferroviarios, fue, sin dudas, su mirada personal. No sería en absoluto exagerado afirmar (como lo hago y con convicción) que la re-significación del Patrimonio Ferroviario Bonaerense, en clave identitaria tiene dos efectores principales: los Ferroclubes (mayormente en cuanto al patrimonio móvil y a la memoria del oficio) y Jorge Tartarini.

La memoria del agua y del saneamiento en la Capital fue otro de sus temas, derivado de su desempeño como director del Museo de AySA, alojado en el Palacio de las Aguas. También en este campo, la lectura tradicional del contenedor material monumental y de la épica de las grandes obras de saneamiento, se entrelaza, en el discurso de Tartarini, sin complejos, con las historias mínimas, con el detalle art & draft, con el funcionamiento de una válvula o con el diseño de un artefacto sanitario. No en vano sus visitas guiadas al edificio eran tan didácticas.

Con la diáspora del Centro de Estudios Regionales dejé de ver a Jorge durante casi dos décadas. Y lo reencontré en la Comisión Nacional de Monumentos en el año 2002 ( nuevamente de la mano de De Paula), ya en plena madurez intelectual (la suya, no tanto la mía). Su desempeño en ese organismo no se apartaba de aquel paradigma doble: de un silencio que escuchaba y ponderaba, y de unas intervenciones verbales acotadas, que asumían un tono equilibrado y una precisión derivada del expertise. Era metódico y cumplidor con los las carpetas que se sometían a su dictamen (en mi función de Vocal Secretario, jamás tuve que reclamarle, por morosa, la entrega de un Informe). Pero, paralelamente, y dado que en la mesa directiva de la Comisión nos sentábamos uno al lado del otro, era frecuente que me hiciera comentarios en voz baja, off the récord (que no voy a revelar ni aquí ni ahora). Su humor transitaba la ironía y les aseguro que, por momentos, me costaba contener la risa.

Recuerdo especialmente algunos temas que, por manda del Cuerpo Colegiado, trabajamos en conjunto y plasmamos en documentos de redacción compartida: la interpretación del concepto de "área de amortiguación" en Lomas de Zamora, la toma de posesión de la Casa Leguizamón en Salta, la normativa sobre pautas de valoración, la contención de las degradaciones en el casco urbano de San Miguel de Tucumán, el lanzamiento del Programa Nacional de Patrimonio Industrial, las declaratorias en la Isla Martín García, el "Puente negro" de Ensenada y otros tantos. Fueron 11 años de tarea común y consensuada, formando equipo con él y con Alberto de Paula y Juan Martín Repetto, y sumando luego a Pablo Willemsen para los temas industriales. ¿Tuvimos diferencias de criterio? Muy pocas. Y nunca llegaron a la instancia explícita de la mesa directiva: Jorge se consideraba parte de un equipo y sabía alinearse en los consensos previos. No podría decirse lo mismo de otros compañeros de ruta de aquella gestión). Sólo en una ocasión discrepamos en público, a la hora de votar un tema (la declaratoria, frustrada, de la tumba de Graciano Mendilaharzu). Se quedó pensativo el resto de la reunión. Y al final, antes de emprender su habitualmente presurosa partida a La Plata, se acercó a Repetto y a mi, y nos dijo: -Discúlpenme che, que en esta vuelta no pude acompañarlos…-  No hacía falta, pero fue una cortesía que, ante todo, resguardaba la amistad.

Cuando Martín Repetto y yo nos desvinculamos anticipadamente de la Comisión Nacional, en marzo de 2013, Jorge prefirió quedarse hasta concluir su mandato, con la creencia naive de poder continuar (maguer los heteróclitos elencos directivos que vinieron luego…) el mismo rumbo que nuestra gestión le había impreso al Patrimonio Monumental. Años después, tomando un café en Córdoba y Riobamba (ese espantoso Punta Cuore donde solíamos vernos por cercanía con su oficina) me dijo, en tono de confesionario -Y… Ahora la mirada de los temas es tan distinta..la forma de tratarlos es tan distinta… Se perdió esa mirada social del patrimonio que teníamos nosotros…- Aquel "nosotros" era, una vez más, la conciencia de pertenencia residual a un equipo, ya disgregado. Hizo una pausa. Y volvió a sumergirse en el silencio. Todo estaba dicho y no volvimos a tocar el tema. Al poco tiempo, lo invité a participar, como entrevistado, en mi serie documental RecorreMonumentos, para TVP. Conversamos, durante una hora, acerca del Patrimonio Ferroviario. Pueden ver aquel testimonio en el episodio El tren de la historia, disponible en YouTube. Les garantizo que vale la pena.

Un último aspecto, quizá menos conocido, que permite una ponderación más íntegra de la subjetividad de Jorge, es su afición por las películas y mini-series de producción inglesa o norteamericana, en géneros diversos, pero muy preferentemente las tramas de terror o las "distopías" futuristas. Desde que siento una inclinación similar por ese tipo de cine y por los mismos géneros, no fue difícil que también ese tópico creara entre Jorge y yo un vínculo dialogal muy sostenido (y un intercambio, también sostenido, de DVDs… todavía guardo el paq que me regaló, con la primera temporada de "Fringe") principalmente durante los casi cuatro años en que compartimos una tarea técnica en la provincia de Buenos Aires. Un conocido café de La Plata nos prestaba, al final de cada jornada, su espacio para aquellas charlas que, invariablemente, duraban una hora y cuarto, y que nos permitían deambular por las cassueries más variadas y bizarras.

En aquella esquina platense, junto a una ventana, con el último sol de la tarde, mi amigo Jorge Tartarini, utilizaba al cine como excusa y se concedía licencia y nihil obstat para verbalizar una parte de la complejidad de su mundo interior.

Y, entonces, resonaban en el aire los sonidos del silencio.




viernes, 10 de mayo de 2019

ELOGIO DEL EMPEDRADO... LAS CALLES ADOQUINADAS Y EL PAISAJE URBANO DE ALGUNOS BARRIOS

Foto oadm 2019


Por Oscar Andrés De Masi
Para Viaje a las Estatuas
Mayo 2019

Varios amigos y amigas de la zona de Banfield, Lomas y Temperley me han pedido algunas reflexiones acerca del tema que da título a este post. Ciertamente, su preocupación es comprensible, frente a la potencial pérdida de estos adoquinados tradicionales. Ya la ONG FuenteOvejuna ha expresado su alerta. El tema me convoca doblemente, por su actualidad, y porque me permite reencontrarme con apuntes que comencé a preparar hace ya tres décadas, bajo la guía de Alberto de Paula.

¿Cómo hemos de valorar los viejos adoquinados viales?
¿Deben preservarse o son piezas descartables en la dinámica de la transformación urbana? ¿Pueden implicarse en una mirada que asuma el punto de vista del patrimonio materia e inmaterial?

Intentemos dar respuesta a estos interrogantes.


Elementos del patrimonio urbano:

Comenzaré por la última. A mi juicio, no cabe duda de la implicancia patrimonial que, hoy más que antes, asumen los adoquinados de vieja data. ¿Por qué? Pues porque forman parte del "paisaje urbano". No es un juicio aislado el mío, sin duda. Hace tiempo le escuché postular al Arq. Ramón Gutiérrez esta definición: que el patrimonio arquitectónico y urbano de una ciudad se define por tres elementos que, confrontados con el modo de vida de sus habitantes, adquieren su naturaleza patrimonial:

-La vigencia de la traza
-Las características del tejido urbano
-La configuración de su paisaje

Naturalmente, el paisaje es el elemento dinámico y cambiante: las nuevas escenografías reemplazan a las viejas. Pero los elementos históricos más permanentes y más identitarios pueden y deben coexistir con el nuevo escenario. Y máxime cuando  gozan del aprecio de los vecinos.

Entonces, señalamos que el paisaje es la "tercera pata", por así decirlo, del patrimonio urbano de las ciudades.

Ahora bien, ¿Cómo definir al paisaje? Me place la definición del Grupo Aduar, que discutimos infinidad de veces con Alberto de Paula: Aspecto o forma del territorio tal como es visualmente percibido y estéticamente valorado, en conjunto, y a una distancia que permita, simultáneamente la apreciación panorámica y la percepción de detalles que componen la estructura de la imagen, la cual varía según su complejidad y textura.

Sin duda, el paisaje se explica y se comprende por la suma de los procesos naturales y antrópicos que lo han generado en el curso del tiempo. Claramente, el empedrado de las calles es un proceso antrópico: no está dado por la naturaleza, sino que adviene por decisión del planificador, como un aporte para el mejoramiento de la calidad del habitar y del circular urbano.


El adoquinado como factor de calidad del habitar urbano:

He aquí entonces otro elemento a ponderar: ¿El adoquinado aporta calidad? La respuesta es evidente por las ventajas que conlleva:

-Impone límites a la densidad y velocidad de circulación de vehículos;
-Con ello, favorece el control de la contaminación sonora de los barrios y
-Mejora las condiciones de seguridad vial;
-Favorece la retención y el drenaje de las aguas pluviales;
-Alivia el agobio de las altas temperaturas veraniegas.

Pero, a estos elementos "funcionales", deben añadirse los elementos de estética urbana: las calles adoquinadas son, definitivamente, bellas, y la nobleza de la piedra se amiga sin esfuerzo con el entorno y el arbolado.

Nótese que el adoquín de granito va adquiriendo una cierta pátina que, junto a los elementos térreos de las juntas, termina configurando un tapiz horizontal texturado. ¿Alguna vez contemplaron el brillo tenue de los adoquines, los tonos grises o los rojizos, al contraluz de la tarde, especialmente en otoño? Los invito a que hagan la prueba. Se van a maravillar.

He allí el factor de percepción visual que devuelve al observador una imagen gratificante, homogénea pero no plana (¿Alguien ha analizado las variantes en la colocación de loa adoquines, desde la hilera lineal, las formas curvas, el opus cementicium o el opus reticulatum romanos llevados al plano, las intersecciones, los contornos etc.?), texturada pero no abrupta, quieta pero no inmóvil… Yo diría, casi metafóricamente, como quien contempla el reflujo del mar. Todos hemos experimentado esa sensación indescriptible.


Adoquinado e identidad barrial:

Pero a estos argumentos hemos de sumar uno más: las calles adoquinadas son parte de la identidad de los barrios tradicionales del suburbio. Y cuando digo "tradicionales" no quiero decir, exclusivamente, los barrios de segmento socio-económico principal, o como hubiéramos dicho en nuestra mocedad, los "barrios chetos". No se trata de una cuestión de riqueza o de clase: se trata de una cuestión de identidad, que cruza en diagonal todos los segmentos sociales, desde los barrios de alta gama residencial hasta los más modestos, populares e industriales. Si todos ellos han tenido adoquines en sus calles desde hace décadas y décadas, sin queja de los vecinos, entonces ese componente de su imagen será identitario, vale decir, derivado de una forma tradicional de la vialidad urbana. Es bastante simple.

Ahora bien, esto que parece tan accesible a cualquier inteligencia dotada de una dosis mínima de sentido común, de sensibilidad ante el paisaje y de aprecio por la historia y la memoria de los lugares donde hemos nacido o crecido, parece incomprensible para los funcionarios municipales y sus asesores.

Ya lo hemos dicho antes: Lomas de Zamora carece de una agenda patrimonial seria y sustentable, cuyo colofón sean protocolos tuitivos de lo poco que va quedando en pie. Por más que se haya creado un programa dotado del rumboso nombre de "Patrimonio Lomas", su tarea parece haberse limitado a relevamientos que ¡ya hemos hecho docenas de veces, llevados de la mano de De Paula y otras figuras, hace más de veinte años! Tarea redundante que, como digo, ya está hecha.

Lomas de Zamora necesita programas operativos y participativos-vecinales, que se reflejen en normativas y contralores dotados de sentido patrimonial: reglamentación de zonas de amortiguación, límites de alturas, respeto al arbolado (¿Quien es el genio de la botánica forestal que dispone podas en pleno verano?), protección de edificios de valor histórico, recuperación de fachadas, limpieza de la contaminación visual debida a cartelerías espantosamente mersas, limpieza y restauración de sus monumentos escultóricos, incentivos fiscales para los frentistas… Y, por supuesto, preservación del adoquinado donde existe. Bastante caro ha sido el precio pagado, hace ya muchos años, cuando se levantó el adoquinado de la calle Acevedo (y eran entonces tiempos de un gobierno de facto contra el cual no había modo de protesta vecinal...).

Los viejos adoquinados del partido de Lomas de Zamora son parte de esa epopeya por la cual el distrito fue dejando atrás la precariedad de sus perfiles rurales, para convertirse en una gran ciudad, dotada de los indicadores de modernidad epocales, que reconocían como modelo a la Capital. Los pueblos de la comarca copiaban a Buenos Aires, en su afán de convertirse en ciudades.

Foto oadm 2019


Remontando los siglos:

Antes de entrar en la historia de los adoquinados lomenses, permítanme referirme a las fuentes remotas de origen de estos pavimentos, para ponderar aún más su riqueza como legado constructivo de nuestras raíces europeas.

Acabo de emplear la palabra "pavimentos". De eso se trata, precisamente. El adoquinado pertenece al conjunto genérico de los pavimentos con que se cubrían los caminos. Y en este  punto, como reza el dicho, "todos los caminos conducen a Roma"… Los romanos fueron los primeros y grandes "pavimentadores" de la antigüedad, empedrando y embaldosando las "viae" (=vías) con losas de piedra, de lava, de basalto o de asperón, siempre sobre capas de mortero. Eran pavimentos resistentes que soportaban el paso de grandes carros (=carrucae) o de legiones enteras, y lucían prolijos y elegantes.

Permítanme citar un viejo texto de la Revue Génerale de l'Architecture et des Travaux Publics (Paris, 1840), tan conciso como iluminador:

Il est évident que les Romains avaient eu pou but surtout la consolidation du sol; qu´ils avaient observé que, plus une chaussée était unie et résistante, plus le parcours en était facile, et tous leur travaux tendirent á obtenir ce double résultat  (…) un sol factice, résistant, et qui devait rendre tout tassement, tout enfoncement impossible. Ils le composaient de couches d´empierrement battues fortement, et superposées de massifs en béton qui en formaient un corps solide et compacte.
C´était sur une semblable fondation qu´ils établissaient le pavage forme de gros blocs de granit ou de lave irrégulières, mais parfaitement joints (…) Les Romains sont encore notre maîtres...

El sistema debió ser muy bueno, porque prevaleció en Europa por varios siglos, hasta la época carolingia. Su desaparición coincide con el quebranto de la infraestructura imperial de servicios: las losas rotas dejaron de reemplazarse o de repararse y así llegamos al siglo XI con un panorama de colapso de estos sistemas. Años más tarde, el rey Luis Felipe pavimentó algunas calles de Paris con algunas grandes losas de asperón, cuadradas y gruesas. Pero lo curioso es que en excavaciones posteriores no se hallaron aquellas grandes losas, sino otras más pequeñas, de unos 40 cm. x 40 cm y 20 cm de grosor, que examinó Viollet-le-Duc y cuya dotación estimó en tiempos de la construcción del Chatelet. Mis alumnos del Seminario de Patrimonio recordarán este episodio. Debieron ser adoquines muy usados, por el desgaste en su cara externa. En los siglos XV y XVI se hizo frecuente el empleo de cantos rodados sobre un lecho de arena.

En cuanto a España, siguió la tradición romana y continuó empleando todo tipo de piedras para pavimentar: granitos, asperones, pedernal, y otras piedras silíceas, y hasta las calizas duras, los cantos rodados, el basalto, el pórfido, las lavas, el gneis y los esquistos pizarrosos. Todo lo que fuera duro y disponible en las cercanías, era utilizable.

Si me he detenido en esta enumeración no es por pura erudición, sino para mostrar claramente que el empedrado de las calles asume para nosotros el valor de una tradición constructiva, de un paisaje urbano y de un legado de saberes prácticos, que nos viene de nuestras lejanas raíces europeas.

Lo que vino luego fueron complejizaciones técnicas sobre los mismos principios empíricos: piedras naturales sin labra (como los cantos rodados, morrillo, etc.), o desbastadas como las "cuñas", o labradas como los adoquines y pizarras; o partidas, como el MacAdam (de ahí la palabra "macadamización" como equivalente a pavimentación); o incluso balastos con morteros de cemento, huesos de animales, escorias de antiguas minas de hierro o adoquines de madera. En nuestro caso, los primeros sistemas aplicados para la vialidad urbana oscilaron entre el adoquinado (principalmente traído desde la cantera de Martín García) y el MacAdam.


La memoria del oficio

Enfocando el tema desde el punto de vista del patrimonio inmaterial implicado en los sistemas constructivos del adoquinado urbano, no podemos menos que lamentar la paulatina pérdida de aquellos saberes de artesanos y operarios. ¿Cuántos "adoquinadores" competentes quedan de las camadas más veteranas? No lo sabemos. Los pocos que sobreviven deben ser personas de muy avanzada edad. ¿Algún municipio ha encarado un empadronamiento de adoquinadores experimentados?

La pérdida de la memoria del oficio es, sin duda, otro déficit que empobrece la memoria común. Revisando papeles de mi archivo, encuentro una Ordenanza del año 1857, relativa a los "empedradores" en la ciudad de Buenos Aires. Se los denominaba "maestros empedradores", como correspondía a la jerarquía del oficio. Se les exigía el compromiso de "empedrar bien todas las cuadras que se les encarguen", haciéndose responsables del trabajo por dos años. La Municipalidad entregaba a cada maestro empedrador la cantidad de piedras necesarias, y éste asumía el costo de trasladarla al lugar de aplicación, debiendo devolver las piedras y la tierra sobrante por cuadra.

No muy diferentes debían ser, más tarde, las condiciones de contratación en los poblados suburbanos.

Un aviso aparecido en "Don Basilio" el 19 de abril de 1886 convoca a los oferentes de ¡cien mil adoquines!, en entregas de a 25.000, que fueren de buenos cortes, de 15 cm de altura. La entrega debía hacerse en la Plaza Constitución.

Para quienes se interesen en la historia del empedrado porteño, me permito recomendarles los artículos que publicó "La Revista de Buenos Aires" en 1867-1868-1869.


Un poco de historia lomense:

Pero volvamos a nuestro pasado inmediato y hagamos un poco de historia lomense: en 1886 don Francisco J. Meeks dona una fracción de su chacra para la apertura de una calle que sería la primera adoquinada, desde Laprida hasta Garibaldi y de allí hasta la estación de Temperley. Pero no bastaba para mejorar las comunicaciones viales. Debía encararse un plan de pavimentación integral. Fue en 1901, durante la intendencia de Manuel Castro, que se licitó la pavimentación de 125 cuadras en Lomas-Banfield-Temperley, de las cuales 25 eran de adoquinado de primera calidad (comprendiendo la avenida Gazcón, hoy Alem, desde Laprida hasta Banfield; y la calle Maipú, desde la estación hasta la iglesia) y las otras 100 de "empedrado común".

Ganó la licitación la empresa de Juan A. Gregorini & Cía. Fue un esfuerzo épico para un presupuesto municipal exiguo, que implicó el arreglo de un plan de pago en cuotas al contratista…¡por trece años! Todavía hoy sobreviven muchos de aquellos empedrados, que tanto costaron. ¿Tenemos derecho a desandar aquel camino que recorrieron nuestros mayores y que nos llega como un legado gratuito? Cada cual sabrá responder.


Conclusión:

Digámoslo una vez más, loud & clear: el adoquinado que permanece en los barrios (cualquiera sea su gama socio-económica) no es un elemento accesorio y descartable de ese paisaje, sino un elemento configurador de identidad, evocador de memoria e indicador de calidad suburbana. Por eso debe ser preservado.

Foto oadm 2019