Queridas ex compañeras y ex compañeros:
Le prometí a Dora que iba a escribir unos
pensamientos acerca del compañero Rolando, porque siento no sólo el deber moral
de hacerlo, sino la necesidad de solidarizarme con la tristeza de Ustedes.
Rolando Alonso partió de esta vida
demasiado temprano y de repente. Con la súbita premura de lo inesperado, como
una ráfaga, así llegó la noticia. Y, por lo mismo, se volvió tanto más
increíble. Aún ahora mismo, las palabras que discurren en el texto se resisten
a nombradlo en pasado.
Rolando, sin ser viejo en absoluto, era
uno de los recursos humanos del Área Técnica de la “vieja guardia”, que va
mermando de a poco. Como aquel álbum de la banda Génesis cuyo título
traducíamos a finales de los 70 como “Entonces quedaron tres…”, su
ausencia deja, hoy, únicamente, a dos en pie. Así se va retirando y perdiendo
una generación de trabajadores valiosos en ese departamento técnico, para un
organismo devaluado, que ni ha sabido ni
ha querido sostener su sede fundacional, en el histórico Cabildo de Buenos
Aires.
Nunca me sentí con la confianza
suficiente como para llamarlo “Rolo”, como lo hacían Ustedes, ni con la
distancia innecesaria de llamarlo “Alonso”. Para mí era sencillamente
“Rolando”, sin posibilidad alguna de confusión, porque no había otro Rolando en
la oficina. Y aunque lo hubiera habido, sus notas de carácter personal
acentuaban esa fuerte identidad consigo mismo.
Ah, ese carácter!…Porque no faltó, alguna
vez, entre nosotros, la tirantez de una discusión que, por la aspereza
levantisca de sus reflejos, parecía más ríspida de lo que era en verdad. La
cosa pasaba rápido y sin rencores. Porque, en el fondo, las discrepancias no
fueron ni tan graves ni tan insalvables, y creo que el respeto mutuo fue una
constante. Al menos así debía ser, con más razón, entre jugadores de tenis,
aunque no llegamos nunca a medir la eficacia de nuestro slice o nuestro top-spin
en el court. Fue un desafío amistoso pendiente.
¿Cuánto y de qué calibre fue su aporte a
la gestión de la Comisión Nacional de Monumentos? Yo no podría medirlo, pues la
inerrancia de la respuesta a esa pregunta reclamaría alguna suerte de
inventario de cada expediente o cada actuación en que le cupo intervenir como
informante técnico. Su carrera fue larga y la experiencia que acumuló fue
mucha. Me animo a decir, por pura percepción mía sin pretensiones de
hipótesis científica, que llegó a desarrollar un cierto “olfato” empírico para
abordar tal o cual caso concreto. Y aunque unas pocas materias nunca rendidas
(nunca supe ni pregunté el por qué) lo separaron del título de arquitecto, sus
propuestas fueron, en muchos casos, de un indudable e incluso inspirado criterio
arquitectónico.
Rolando fue uno de los más activos
opositores a esa mudanza inconcebible del organismo. Defendió el arraigo al
lugar elegido por los “padres fundadores” con entereza y constancia. Aún en mi
última conversación por Wapp, hace ya tres meses, me ratificó que él seguía
convencido del error que implicaba el haber abandonado aquel edificio. Y que
seguiría bregando desde las redes sociales, que son canales legítimos y
democráticos para alzar la voz ante la fuerza bruta de las decisiones arbitrarias
y los hechos consumados. Rolando no guardó silencio frente al desprecio simbólico
de la memoria institucional.
Acaso fue su última lucha en favor de una
causa que concierne, precisamente, a la materia prima intangible con la cual
opera toda gestión honesta del patrimonio monumental: la memoria, el arraigo
identitario y el sentir de los trabajadores y trabajadoras del organismo. Y
así ocurrió que aquella causa (que era justa) y aquella convicción (que
compartíamos sin retacos) nos terminó hermanando, más todavía que los once años
de trabajo en común.
Si tuviera que espigar en mis recuerdos
de esos tiempos idos, para elegir, según mi prisma personal (asaz falible por
cierto), el “momento” de Rolando, el “kairós” de su mejor lucimiento
técnico, me quedaría con aquel “paquete” de declaratorias de clubes deportivos
que preparó y justificó ante el directorio, con éxito, según fui testigo. Su
tarea redundó en un decreto del PEN que abrió el surco a un sistema novedoso de
bienes patrimoniales que gozan del afecto popular, en la agenda de la Comisión
Nacional. Sin proponérselo, allí dejó la huella de un legado.
Más recientemente, supe de su
intervención en el informe requerido por la Cámara de Diputados respecto de la
casa natal de W. H. Hudson y su predio rural, en Florencio Varela. Tanto el
director del Museo Hudson como su museólogo (un tanto escépticos a esa altura,
a causa del extravío de un anterior expediente de declaratoria, entregado en
mano a un vocal…) me trasmitieron la amistosa visita que Rolando hizo al lugar
y las inmediatas concordancias de sus puntos de vista. Días más tarde, el
propio Rolando me expresó telefónicamente sus impresiones y su valoración del
sitio y, en especial, de la vieja casa. Su ponderación de esta última resultaba
más justa y generosa (él proponía asignarle categoría de monumento histórico
nacional, en un todo de acuerdo con el proyecto de ley remitido por la
Cámara de Diputados y en cuya redacción yo mismo intervine) que la decisión
última del cuerpo colegiado.
¿Qué más podría agregar? Ustedes son, sin
duda, como camaradas en la labor cotidiana, los mejores intérpretes del impulso
que animó la vida, las acciones y los anhelos de Rolando Alonso. Por lo demás,
la tristeza suele ser más indigente en palabras que el gozo.
Y ahora que la morada definitiva de
Rolando es el infinito, y ahora que sólo nos queda la empatía del recuerdo para
intentar suplir su ausencia, que será permanente, me animo a despedirme de
aquel compañero pronunciando por vez primera el apócope de “Rolo”. Y no lo hago
por impostar el gesto demagogo del amiguismo póstumo, sino porque encuentro en
el memento que habita ese apodo cariñoso de dos sílabas que reiteran la
misma vocal, la más solidaria cercanía con Ustedes, que así lo nombraban todos
los días pasados y que así lo recordarán todos los días venideros.
Reciban la expresión de mi inalterable y
sincero afecto.
Oscar Andrés De Masi
14-IV-2022
gracias por semejante homenaje. Soy la esposa de Rolando y agradezco, junto con mi hijo sus palabras tan sentidas. Fue y sera quien nos guie en nuestas vidas
ResponderBorrar