La mirada y la interpretación de Oscar Andrés De Masi, arqueógrafo

lunes, 15 de noviembre de 2021

LA VIDA, LAS OBRAS Y EL EJEMPLO DE UN GRAN ARTISTA ITALIANO RADICADO EN LA ARGENTINA

 Por Oscar Andrés De Masi



La figura del escultor italiano radicado en la Argentina, Luigi Trinchero, ofrece el contraste de una carrera brillante y de una producción artística tan excelente como abrumadora, versus una fama actual muy inferior a sus méritos. No es extraño ni es el único caso en nuestro medio. De ahí que este libro que comentamos (Luigi Trinchero, el escultor del Teatro Colón, Maizal ediciones, 2021), cuyos autores son María del Carmen y Gustavo Trinchero, nietos del escultor, viene a llenar un vacío en la bibliografía y a reparar un hueco en la memoria histórica de las artes plásticas en nuestro país. Era, pues, un libro necesario.

 

Trinchero había nacido en el Piamonte en 1862, y tras haber fraguado su vocación y acrisolado su idoneidad en la Academia Albertina de Turín (cuyo plan de estudios había sido reajustado por el maestro Odoardo Tabacchi), y luego de sus primeras experiencias creativas en Niza, en Faenza y en Florencia, llegó a Buenos Aires el 29 de octubre de 1888, con la cabal maestría del oficio. Por entonces, las obras públicas y privadas, tanto en la Capital como en La Plata, demandaban arquitectos, ingenieros, artistas plásticos, técnicos y operarios, mayormente italianos, que concurrieron al embellecimiento de la edilicia en ambas ciudades.

 

Vinculado desde el comienzo a colegas establecidos entre nosotros (como Victor de Pol) y a otros “oriundi” que ya no retornarían a su patria, su inserción laboral fue rápida (pese a la crisis de 1890 que dió término a la presidencia de Miguel Juárez Celman) y su arraigo fue definitivo. Aquí formó una familia, aquí trabajó y aquí murió en 1944. Como tantos compatriotas, se había asociado al Círculo Italiano en 1908.

 

De sus obras llama la atención no sólo la ostensible calidad (aquella matriz académica italiana no hubiera fallado en materia de escultura), sino también la inspiración por momentos fantasiosa de sus temas, la riqueza expresiva y el pathos de su modelado y el volumen cuantitativo de su producción. Tal vez las esculturas más conocidas (aunque para el observador no resulte tan reconocible su autor), o al menos las más visibles (aunque pocos reparen en ellas), sean aquellas que decoran el Teatro Colón (la totalidad del programa estatuario y decorativo le pertenece), el relieve en el tímpano de la basílica de La Piedad, la puerta de bronce en el edificio del Centro Naval, el relieve en el mausoleo de Roverano y las esculturas en la bóveda Bettinelli en el cementerio de la Chacarita, los bustos en la fachada de Unione e Benevolenza, las decoraciones en el Salón Dorado del diario La Prensa, el monumento a Martín Rodriguez o la imagen de Stella Maris en Mar del Plata.

 

Es digno de anotarse que apenas quince años de arraigo en un país lanzado al anchuroso horizonte de la grandeza (y capaz de asimilar a los extranjeros dispuestos a cimentar con su trabajo esa grandeza) le permitieron artista italiano que llegó al Río de la Plata sin hablar nuestro idioma, obtener la encomienda más relevante de su larga carrera: ornamentar con una miríada de esculturas y relieves el teatro lírico par excelente de la República Argentina. Un logro que tantísimos otros escultores hubieran deseado concretar.

 

Pero la vastedad de su catálogo excede en mucho a una prieta enumeración y se extiende a los grupos de figuras en el coronamiento de numerosos edificios, estatuas en residencias particulares (como en el “castillo” de Naveira), bustos de próceres y de celebridades y alegorías ornamentales. De no menor cuantía y valía es su obra perdida, ya sea en edificios demolidos o a causa de la imposibilidad de establecer el paradero actual de tal o cual pieza. Asimismo, entre una variedad de proyectos no ejecutados, se destacan, entre otros, los monumentos a Leandro N. Alem o a Garibaldi, y unas fuentes ornamentales que propuso para la ciudad de Buenos Aires, sin éxito.

 

Ciertamente no fueron los grandes monumentos, sino otros trabajos de indudable calidad los que, en su momento, le dieron dieron fama y posición, aunque paradójicamente, tal vez el carácter "decorativo" de aquellas obras, iba a advenir como la coartada de una miope y reductiva mirada crítica que, décadas después, dejaría rezagado injustamente su nombre (casi hasta el olvido) en el elenco de los grandes escultores del país. En cualquier caso, la mengua de sus encomiendas artísticas, que no disminuyó su prestigio en vida, debe relacionarse con la moda de esa vanguardia racionalista que comenzó a despojar a las fachadas, los remates, los cielorrasos, las cornisas y las enjutas, de adornos escultóricos. El cierre de su taller en la calle Sarandí fue no sólo el final de un ciclo para él, sino la metáfora del ocaso de una época dorada del decorativismo en la arquitectura porteña. Lamentablemente no formó escuela ni prolongó su magisterio en ningún discípulo, aunque un nieto suyo que lleva su mismo nombre de pila se ha destacado como ceramista. Pero él no alcanzó a saberlo.

 

La vida de Luigi Trinchero, aún con las notas singulares e intransferibles de su biografía personal, calca la aventura de tantísimos inmigrantes italianos que arribaron a estas tierras, y que fueron portadores no sólo de sueños de éxito y progreso material, sino también, tanto de las finezas espirituales de esa gran nación que era su patria de origen, como de las destrezas técnicas y el empeño laborioso para concretar a destajo sus utopías.

 

En ese sentido, y aunque parezca un cliché (que no por muy repetido deja de ser verdadero), los hombres y mujeres como Trinchero siguen siendo un ejemplo iluminador para esta neo Argentina desconcertante, que se muestra pródiga en el dispendio de subsidios a favor de quienes no trabajan, a contrapelo de aquellos valores que debió enarbolar como una oriflama existencial el escultor piamontés: que el salario se gana con el sudor del propio esfuerzo. Y, de paso, que la belleza se conquista con el largo estudio y la disciplina del oficio.

 

 

 

 


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