Consternado aún por la noticia del fallecimiento del Dr. Jorge Berardi, poco podría expresar, puesto que toda palabra se exhibe indigente ante la medida del dolor, y todo comentario sería, por mucho, inferior en hondura al motivo que lo provoca. Cuesta aceptar que Jorge sea, desde ahora, un habitante del territorio del recuerdo.
Pero aún en la tristeza de este momento, la figura humana de nuestro común amigo (sin entrar a evocar aquí la largueza de sus logros profesionales) se impone con una extraña marca vital, como si aún pudiera ocurrir ese reiterado encuentro, asaz casual, en alguna vereda o en algún café de la Recoleta. Encuentros proclives a la brevedad, pero nutridos de conceptos ponderados. Y hago notar que, consistente con la raíz latina de la palabra "ponderar", su primera acepción en español significa "pesar". Porque así era el modo discursivo de Jorge, que pesaba muy bien cada palabra, con un particular ritmo y el dejo de una entonación sentenciosa. Sus frases eran, ciertamente, "ponderadas", en el platillo de la balanza de su vasta experiencia, de su rigurosa inteligencia y su don de gentes.
Era, sin duda, un caballero cabal que convocaba una inmediata simpatía y que despertaba en sus interlocutores una escucha atenta, basada en ese respeto intelectual que las personas honestas tributan con naturalidad a quienes se han ganado, por la fuerza moral de su conducta y por la fuerza lógica de sus ideas, un sitio de autoridad ante sus semejantes. Una autoridad, en su caso, alejada de solemnidades rígidas, e interlineada con el tono constante de se carácter afable y sus formas cumplidas y ceremonieras.
Jorge Berardi era una de esas figuras de referencia, y su voz atenuada, equilibrada y amable, contrastaba con perfiles nítidos y propios, en el contexto de una sociedad argentina que parece autocomplacida en la construcción de una nueva subjetividad poblada de frivolidades, de enunciados casquivanos y de griteríos sin sustancia.
Era, a su modo, el arquetipo de esa especie virtualmente en vías de extinción, que es el porteño de vieja cepa y buenos modales. Y es una coincidencia notable, que haya partido de este mundo justo un 12 de octubre, que antes se llamaba "día de la raza"; justamente él, que supo sintetizar los valores de una "raza espiritual" antes que etnográfica, cifrada en la cultura y la civilización que nos legó Europa y hundió sus raíces en nuestra tierra durante décadas.
Para Jorge, como amigo, como docente y como líder de equipos profesionales, valen las palabras que Dante Alighieri sintetizó el ethos de Virgilio, su mentor espiritual: Tu duda, tu signore, tu maestro...
Decir que lo vamos a extrañar, como si el verbo conjugado en tiempo futuro fuera a distanciar el instante de la pena, sería una obviedad imperdonable. Porque desde ahora mismo que su patria es el infinito reino de la memoria, comenzamos a extrañarlo.
Oscar Andrés De Masi
12-X-2021
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