Prosa editores/ Mecenazgo Cultural, Buenos Aires, 2019.
60 pp. y un DVD.UN NUEVO LIBRO DE ENRIQUE ESPINA RAWSON (ACERCA DE UN TEMA QUE NADIE CONOCE MEJOR QUE ÉL)
Por Oscar Andrés De Masi para Viaje a las Estatuas
He aquí un nuevo libro de Enrique Espina Rawson, acerca del tema que quizá mejor conoce y que, seguramente, conoce mejor que el resto de los historiadores del tango: Carlos Gardel. Un libro que se abre con una foto inédita de Gardel y que se lee "de un solo sorbo" (como decían, en la tertulia erudita porteña, los Trelles, losPeña, los Mitre los Casavalle o los Lamas): con facilidad, velocidad y gusto, porque es breve, porque está escrito en un lenguaje accesible y sin rebuscamientos, y porque en sus páginas hablan, mayormente, los dos autores de la correspondencia, que son Gardel y Defino, el artista y su representante; o, mejor dicho, dos argentinos unidos por una franca y leal amistad. Precisamente, esta última nota de franqueza y lealtad, revela por simetría inversa, una trama colateral de bajezas y oportunismos que rodeó a Gardel en su momento de mayor triunfo, y que la eficazacción de Defino pudo desbaratar. En este libro, Espina Rawson opta por escribir poco, para conceder la palabra a sus protagonistas. He allí un mérito que concierne a la naturaleza de los documentos epistolares: su elocuente autosuficiencia. Y más aún en este caso, como recalca Enrique, donde los autores de la correspondencia no imaginaban estar construyendo un documento escritural para la posteridad. Enhorabuena, pues, este abordaje de la "etopeya" (esta precisa palabra se escribecon "t" y no con "p"; y si no se entiende, búsquese en el Diccionario de la Lengua) gardeliana; máxime, cuando el género epistolar es objeto, hoy, de una nueva valoración historiográfica, museológica y literaria, con análisis interdisciplinarios que se enriquecen con aportes hermenéutico histórico-sociales, antropológicos, psicológicos y caligráficos, que van más allá de la lingüística y la crítica textual. Son cartas de circunstancia, escritas y remitidas por "vía aérea", con la premura volante de los asuntos que en ellas se plantean (rupturas de vínculos remanentes con Razzano o con Isabel del Valle, administración financiera, contratación de músicos y actores para los rodajes en Nueva York, avances en la construcción de una casa en Carrasco etcétera). Y sin embargo, en la prieta concisión de su escritura, contienen un mundo de sentidos gardelianos y epocales: la hombría de bien del artista, el amor por su madre y sus padrinos, el recuerdo de los amigos, la capacidad de olvidar enojos, la lucidez de su mirada acerca del giro de su propia carrera artística, la visión empresarial con ansias de autonomía, el potencial del desarrollo de la industria fílmica en el país, el apego al turf, el conocimiento del medio artístico nacional y la experiencia de las limitaciones del medio norteamericano de entonces…Aspectos todos ellos que Espina Rawson ha remarcado preliminarmente.
Las cartas revelan a un Gardel íntimo, descontracturado, entusiasta y multifocal, pletórico de iniciativas, dotado de inteligencia práctica, apostando por un futuro que vislumbra como próximo, emprendedor y exitoso, en la tierra de su pertenencia: Buenos Aires. El artista se retrae, para dar sitio preferente al empresario sudamericano, que comienza a perfilarse en una escala capaz de negociar y competir con la industria del Norte. En ese sentido, las cartas no se detienen en lirismos y reflejan los impulsos de materialismo que son parte de la cultura argentina de la época y, tal vez, de todas nuestras épocas. También allí, inevitablemente, Gardel recapitula nuestra idiosincracia. En su caso, la intencionalidad crematística del Gardel-empresario ofrece al público consumidor la contraprestación de un producto cuya calidad superlativa garantizaba el Gardel-artista. Armando Defino no le va en zaga: es ejecutivo, es laborioso, es criterioso, es metódico, es categórico, es cumplidor. Y hasta suple de algún modo al hijo ausente, en la cercanía doméstica de doña Berta Gardes. Ya son un núcleo inextricable: Carlos, Armando, Berta. Quizá, también, Le Pera. Lo demás es la periferia afectiva, hecha de anillos concéntricos de proximidad. Y por fuera del círculo, las rémoras de afectos que ya no lo son. ¿Despiertan, éstos últimos, resentimientos en Gardel? En absoluto: como él mismo escribió a modo de imperativo ético: se devolverán gentilezas por sinvergüenzadas. He allí a Gardel en la plenitud de una grandeza humana que la correspondencia pone de relieve. Su grandeza artística no requiere epigrafía. La suma de ambas excelencias, como si allí resonara el eco de la areté de los griegos, hacen de Carlos Gardel un arquetipo porteño. Es, a su modo, nuestra versión épica y vernácula del héroe trágico. Por otra parte, las frases seleccionadas por Espina Rawson permiten apreciar, en el modo de la escritura coloquial de ambos remitentes (¿podríamos llamarlo el "estilo"?) una ostensible naturalidad, que se complace en la ironía, el sarcasmo y la paradoja (con efectos casi literarios, muy bien logrados), pero que no transgrede el umbral de un tono respetuoso, comedido y culto, como lo califica el autor. Aún en lo prosaico de sus temas dominantes, y apelando, en el fragor litigioso de ciertos asuntos, a algún que otro ex abrupto, no hay concesión a la vulgaridad. Tal era la educación de matriz escolar y la impronta de los modales familiares de aquellos porteños de antaño. La correspondencia en que ha espigado con buen ojo Espina Rawson contiene, como he señalado antes, otros registros semánticos, que exceden a la figura de Gardel. Son registros de época. O, quizá, son registros del final de una época, dorada e irrepetible en la historia de Buenos Aires. Las cartas nos hablan de una sociedad en transición, y de los gustos y costumbres de esos estamentos medios, vástagos de la inmigración aluvional de fin de siècle. Nos hablan de menús habituales en mesas copiosamente servidas, que quizá Marcela Fugardo y PaulaCaldo, desde su expertise alusivo a los recetarios rioplatenses, nos puedan explicar con más detalle. Nos hablan de la praxis de una sociabilidad construida a partir, precisamente, del encuentro en torno de una mesa dispuesta en una casa de barrio. Nos hablan de los éxitos y los fracasos de las producciones teatrales locales. Nos hablan de la popularidad creciente de tal o cual actriz argentina. Nos hablan de la penetración sistemática de la industria cinematográfica norteamericana en los mercados sudamericanos, no siempre de la mano de la calidad de sus productos, como solemos suponer. Nos hablan de los costos y las ganancias derivadas de aquella incipiente industria audiovisual. Cada capítulo, postulado en base a estas fuentes primarias, podría operar como el punto de partida de un ulterior estudio pormenorizado, que eche mano a otras fuentes. Tal es la riqueza heurística de estas sesenta páginas que condensan un corpus documental auténtico. Y para aquellos que prefieran la lectura directa de las cartas, el autor (que quizá ha evitado profundizar en la transcripción de detalles que su respeto a la privacidad prefiere omitir) ha tenido la deferencia de acompañar el texto impreso con una compilación facsimilar digital (en la que, además, puede apreciarse esa caligrafía varonil y pulquérrima de Gardel). ¿Qué más se puede pedir de una obra que pretende ser honesta con los lectores, justiciera con los protagonistas y coherente con las ya conocidas convicciones gardelianas de Enrique Espina Rawson?
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