La mirada y la interpretación de Oscar Andrés De Masi, arqueógrafo

miércoles, 24 de abril de 2019

CARTAS DE GARDEL

Prosa editores/ Mecenazgo Cultural, Buenos Aires, 2019. 
60 pp. y un DVD.UN NUEVO LIBRO DE ENRIQUE ESPINA RAWSON (ACERCA DE UN TEMA QUE NADIE CONOCE MEJOR QUE ÉL)

Por Oscar Andrés De Masi para Viaje a las Estatuas 

He aquí un nuevo libro de Enrique Espina Rawson, acerca del tema que quizá mejor conoce y que,   seguramente,   conoce   mejor que el resto   de   los historiadores del tango: Carlos Gardel. Un libro que se abre con una foto inédita de Gardel y que se lee "de un solo sorbo" (como decían, en la tertulia erudita porteña, los Trelles, losPeña, los Mitre los Casavalle o los Lamas):  con facilidad, velocidad y gusto, porque es breve,   porque está  escrito   en   un  lenguaje accesible  y  sin   rebuscamientos, y porque en sus páginas hablan, mayormente, los dos autores de la correspondencia, que   son   Gardel   y   Defino,   el   artista   y   su   representante;   o,   mejor   dicho,   dos argentinos unidos por una franca y leal amistad. Precisamente, esta última nota de franqueza y lealtad, revela por simetría inversa, una trama colateral de bajezas y oportunismos que rodeó a Gardel en su momento de mayor triunfo, y que la eficazacción de Defino pudo desbaratar. En este libro, Espina Rawson opta por escribir poco, para conceder la palabra a sus protagonistas. He allí un mérito que concierne a la naturaleza de los documentos epistolares: su elocuente autosuficiencia. Y más aún en este caso, como recalca Enrique,   donde   los   autores   de   la   correspondencia   no   imaginaban   estar construyendo un documento escritural para la posteridad. Enhorabuena, pues, este abordaje de la "etopeya" (esta precisa palabra se escribecon "t" y no con "p"; y si no se entiende, búsquese en el Diccionario de la Lengua) gardeliana;   máxime,   cuando   el   género   epistolar   es   objeto,   hoy,   de   una   nueva valoración historiográfica, museológica y literaria, con análisis interdisciplinarios que se   enriquecen   con   aportes   hermenéutico histórico-sociales,   antropológicos, psicológicos y caligráficos, que van más allá de la lingüística y la crítica textual. Son cartas de circunstancia, escritas y remitidas por "vía aérea", con la premura volante de los asuntos que en ellas se plantean (rupturas de vínculos remanentes con   Razzano   o   con   Isabel   del   Valle,   administración   financiera,   contratación   de músicos y actores para los rodajes en Nueva York, avances en la construcción de una   casa   en   Carrasco   etcétera).   Y   sin   embargo,   en   la   prieta   concisión   de   su escritura, contienen un mundo de sentidos gardelianos y epocales: la hombría de bien del artista, el amor por su madre y sus padrinos, el recuerdo de los amigos, la capacidad de olvidar enojos, la lucidez de su mirada acerca del giro de su propia carrera artística, la visión empresarial  con   ansias de autonomía, el potencial del desarrollo de la industria fílmica en el país, el apego al turf, el conocimiento del medio   artístico   nacional   y   la   experiencia   de   las   limitaciones   del   medio norteamericano   de   entonces…Aspectos   todos   ellos   que   Espina   Rawson   ha remarcado preliminarmente.
Las cartas revelan a un Gardel íntimo, descontracturado, entusiasta y multifocal, pletórico de iniciativas, dotado de inteligencia práctica, apostando por un futuro que vislumbra como  próximo, emprendedor y  exitoso, en la  tierra de su pertenencia: Buenos   Aires.   El   artista   se   retrae,   para   dar   sitio   preferente   al   empresario sudamericano,   que   comienza   a   perfilarse   en   una   escala   capaz   de   negociar   y competir con la industria del Norte. En ese sentido, las cartas no se detienen en lirismos y reflejan los impulsos de materialismo que son parte de la cultura argentina de la época  y, tal vez, de todas nuestras épocas. También allí, inevitablemente, Gardel recapitula nuestra idiosincracia.  En su caso, la intencionalidad crematística del   Gardel-empresario   ofrece   al   público   consumidor   la   contraprestación   de   un producto cuya calidad superlativa garantizaba el Gardel-artista. Armando   Defino   no  le   va  en  zaga:   es  ejecutivo,  es   laborioso,   es   criterioso,   es metódico, es categórico, es cumplidor. Y hasta suple de algún modo al hijo ausente, en la cercanía  doméstica de  doña Berta Gardes. Ya son un núcleo inextricable: Carlos, Armando, Berta. Quizá, también, Le Pera. Lo demás es la periferia afectiva, hecha de anillos concéntricos de proximidad. Y por fuera del círculo, las rémoras de afectos que ya no lo son. ¿Despiertan, éstos últimos, resentimientos en Gardel? En absoluto:   como   él   mismo   escribió   a   modo   de   imperativo   ético:   se   devolverán gentilezas por sinvergüenzadas. He allí a Gardel en la plenitud de una grandeza humana que la correspondencia pone de relieve. Su  grandeza artística no requiere epigrafía. La suma de ambas excelencias, como si allí resonara el eco de la areté de los griegos, hacen de Carlos Gardel un arquetipo porteño. Es, a su modo, nuestra versión épica y vernácula del héroe trágico. Por otra parte, las frases seleccionadas por Espina Rawson permiten apreciar, en el modo   de   la     escritura   coloquial   de   ambos   remitentes   (¿podríamos   llamarlo   el "estilo"?) una ostensible naturalidad, que se complace en la ironía, el sarcasmo y la paradoja (con efectos casi literarios, muy bien logrados), pero que no transgrede el umbral de un tono respetuoso, comedido y culto, como lo califica el autor. Aún en lo prosaico  de  sus   temas   dominantes,   y   apelando,   en   el   fragor   litigioso   de   ciertos asuntos, a algún que otro ex abrupto, no hay concesión a la vulgaridad. Tal era la educación de matriz escolar y la impronta de los modales familiares de aquellos porteños de antaño. La correspondencia en que ha espigado con buen  ojo Espina Rawson contiene, como he señalado antes, otros registros semánticos, que exceden a la figura de Gardel.  Son registros  de  época.  O,   quizá,  son  registros  del  final de  una  época, dorada e irrepetible en la historia de Buenos Aires.  Las cartas nos hablan de una sociedad en transición, y de los gustos y costumbres de esos estamentos medios, vástagos   de   la   inmigración   aluvional   de  fin   de   siècle.    Nos   hablan   de   menús habituales en mesas copiosamente servidas, que quizá Marcela Fugardo y PaulaCaldo, desde su expertise alusivo a los recetarios rioplatenses, nos puedan explicar con más detalle. Nos hablan de la praxis de una sociabilidad construida a partir, precisamente, del encuentro en torno de una mesa dispuesta en una casa de barrio. Nos hablan de los éxitos y los fracasos de las producciones teatrales locales. Nos hablan de la popularidad creciente de tal o cual actriz argentina. Nos hablan de la penetración   sistemática   de   la   industria   cinematográfica   norteamericana   en   los mercados sudamericanos, no siempre de la mano de la calidad de sus productos, como solemos suponer. Nos hablan de los costos y las ganancias derivadas de aquella incipiente industria audiovisual. Cada capítulo, postulado en base a estas fuentes primarias, podría operar como el punto   de   partida   de   un  ulterior   estudio   pormenorizado,  que   eche   mano  a   otras fuentes. Tal es la riqueza heurística de estas sesenta páginas que condensan un corpus documental auténtico. Y para aquellos que prefieran la lectura directa de las cartas, el autor (que quizá ha evitado profundizar en la transcripción de detalles que su respeto a la privacidad prefiere omitir) ha tenido la deferencia de acompañar el texto  impreso  con   una   compilación   facsimilar   digital   (en   la   que,   además,   puede apreciarse esa caligrafía varonil y pulquérrima de Gardel). ¿Qué más se puede pedir de una obra que pretende ser honesta con los lectores, justiciera   con   los   protagonistas   y   coherente   con   las   ya   conocidas   convicciones gardelianas de Enrique Espina Rawson?


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