La mirada y la interpretación de Oscar Andrés De Masi, arqueógrafo

sábado, 18 de marzo de 2017

PRO-RETORNO DEL MONUMENTO A CRISTÓBAL COLÓN A SU SITIO: COM´ERA E DOV´ERA


Con el telón de fondo de Puerto Madero, en la bruma de una madrugada in blue
Colón es desalojado de la plaza que lleva su nombre.
Foto gentileza Graciela Fernández


Por Oscar Andrés De Masi
Para http://viajealasestatuas.blogspot.com.ar
Marzo 2017


Episodio 2: EL SOCIO DEL SILENCIO

¿Cómo no recordar aquella inquietante película canadiense del año 1978, protagonizada por Elliott Gould, Christopher Plummer y Susannah York? ¿Se acuerdan? El "socio del silencio" era, precisamente, quien aprovechaba la coyuntura de una acción reprochable, para obtener un provecho de dudosa moralidad.

Y pensando en el Monumento al Gran Almirante Cristóbal Colón, desmontado por decisión oficial sin ninguna justificación técnica ni artística ni urbanística, más de una vez me he preguntado quien pudo, como un "socio del silencio", haber sacado provecho de esta catástrofe patrimonial. Y la respuesta señala, inevitablemente, al escultor que, en reemplazo de la obra magistral de Arnaldo Zocchi, haya aceptado colocar una obra suya en el mismo sitio.

Por supuesto que no estoy atribuyendo al autor del conjunto de Doña Juana Azurduy y su mini-ejército verde... (y me refiero al color y a la dualidad de escalas de las figuras que integran este monumento: colosal para doña Juana y…liliputiense para el resto…) ninguna intención ni acción delictiva ni cosa semejante. Simplemente me pregunto si existe una "ética de los artistas", una "deontología del oficio", o alguna clase de elemental pudor, que suene como una alarma, cuando se trata de ubicar una obra propia, pero a costa del desalojo compulsivo de una obra ajena (hace poco asistimos a un hecho similar en un mural platense, perpetrado por un conocido decorador-de-ambientaciones-infantiles-que-ignora-entre-otras-cosas-la-perspectiva-y-la-proyección-de-sombras-como-recurso-pictórico-expresivo-y-simbolico)… Y si esa advertencia, que podríamos, provisoriamente, llamar "moral", no se hace todavía más intensa, cuando la obra desalojada ostenta una cualidad superior y pertenece a un artista de reconocida maestría… Y si esa misma alarma no debería sonar más fuerte aún, cuando la operación de retiro del monumento expulsado podría poner en peligro a la pieza… Y si, en fin, no debería ya sonar como una fanfarria, cuando todo ello ocurre en medio de un escándalo nacional…

Al parecer, ninguno de estos argumentos fue óbice para que el artista aceptara la encomienda y la ubicación de la obra. ¿Cometió algún delito? Sin duda que no. Pero ¿su conducta nos parece apropiada y ejemplar a la luz de otras perspectivas que no sean estrictamente normativas? Cada cual evaluará su respuesta.

Curiosamente, el autor del monumento de reemplazo ha obtenido una notoriedad bastante extraña: pese a que su obra ha logrado un scenario di potere simbolico, un emplazamiento privilegiado que una miríada de artistas de más renombre jamás consiguieron en nuestra ciudad (pienso, rápidamente, en Rodin, en Bourdelle, en Yrurtia, en Lagos o en Dresco), su nombre difícilmente es retenido. Yo mismo, en este preciso instante, no lo recuerdo. Una especie de amnesia selectiva se reitera como una maldición que, quizás, desde las eternidades de ultratumba, haya lanzado el mismo Colón… (No está demás recordar que, en Génova, es creencia de vieja data que existe un conjuro maldito asociado a Colón).

En cualquier caso, como un "socio del silencio", y seguramente sin proponérselo, el escultor de esta polémica Juana Azurduy y su extraño ejército en miniatura, ha sacado provecho (material e inmaterial) de la reprochable y escandalosa operación que finalizó con el retiro de Colón. Como ocurría con aquel inocente Eliot Gould, en la película que presta su nombre a este post.


Juana Azurduy y su ejército en miniatura aguardan el momento de su inauguración.
Foto gentileza Graciela Fernández


Nota: En el momento en que escribo este post, se hace evidente y va tomando conocimiento público el estado de defectuosa construcción y débil pátina de la estatua de doña Juana Azurduy, que he señalado en más de una ocasión durante mis conferencias. Se han encomendado informes técnicos al respecto, pero basta con observar el monumento para obtener una percepción empírica bastante clara del problema. Y mi reflexión me lleva (por vía de contraste y salvando las diferencias obvias), al mundo griego y a una de las siete maravillas del mundo antiguo que enlistó Filón de Bizancio en De Septem Obis Spectaculis: la estatua de Zeus en su templo de Olimpia. Dado que la pieza (obra de Fidias) estaba hecha de crisoelefantino, (es decir, marfil y láminas de oro), debía asegurarse este revestimiento a un bastidor de madera. Para evitar que la humedad del ambiente (que era alta en ese sitio) provocara alteraciones en el soporte (hinchazón y contracción), la madera se mantenía permanentemente aceitada. Incluso se dijo que esta tarea la realizaron durante mucho tiempo los descendientes de Fidias, para preservar la integridad del prestigio artístico de su ancestro. ¡Qué lejos están los estándares locales de semejante esmero aplicado a la preservación de la excelencia de una obra artística!







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