La mirada y la interpretación de Oscar Andrés De Masi, arqueógrafo

jueves, 31 de agosto de 2023

SANTA CATALINA… OTRA VEZ (SEGUNDA PARTE)

Por Oscar Andrés De Masi

Para Viaje a las Estatuas

Agosto 2023



La estética de la ruina en los vestigios del aparejo ladrillero del muro histórico del conjunto edilicio de Santa Catalina de Siena. Un relicto que debe permanecer en su lugar, como fue dictaminado por la CNMyLH en 2012 (Foto OADM 2017).



¿Qué ocurrió allá por el año 2012?

Que el caso Santa Catalina de Siena no es nuevo lo hemos dicho ya varias veces. Basta con repasar los medios de prensa o navegar por la web para ratificar un hecho tan evidente.

Corsi e ricorsi, como diría Vico, pasan los años y el conflicto por el destino del lote sin construcciones, por detrás de la iglesia y el edificio conventual que forman el conjunto monumental declarado, vuelve a plantearse, como si una maldición cíclica pesara sobre el lugar.

No voy a analizar aquí la cuestión de la torre levantada hace ya décadas, en la misma manzana, sobre la avenida Córdoba y San Martín. Así de lejos quedó en el tiempo aquella primera ruptura de la unidad de paisaje que ofrecía la manzana, como testimonio de la escasa arquitectura antigua de Buenos Aires. 

Pero en el año 2012, quienes ejercíamos funciones en la Comisión Nacional de Monumentos debimos tomar partido ante la llegada del caso Santa Catalina de Siena a la mesa del cuerpo plenario. Todo cuanto voy a mencionar y citar fue socializado en los boletines online mensuales de la Comisión Nacional. Pero, dado que en algún momento, gestiones directivas posteriores decidieron retirar de la web esa información, no está demás reiterarla aquí. Porque el empoderamiento de la ciudadanía  en lo atinente a la preservación del patrimonio monumental depende, en gran medida, del conocimiento de las normas y los procedimientos legales vigentes, y de los antecedentes que ofrece cada caso en particular.

En 2011 el gobierno de la Ciudad había autorizado que se levantara en el predio por detrás del conjunto una torre de aproximadamente 60 metros de altura y un profundo socavón para las cocheras. Y ello disparó el inevitable conflicto.

Pero para hilvanar mejor el relato, focalizándonos ahora en la mesa directiva de la Comisión Nacional de Monumentos, digamos que las novedades comenzaron en 2012 con una sorprendente consulta de la Dirección General de Interpretación Urbanística de la Ciudad de Buenos Aires: ¿podía ser retirado del lugar el relicto del muro histórico, ubicado en el lado de Viamonte casi Reconquista? La Comisión Nacional de Monumentos resolvió (y así lo comunicamos por escrito el 31-V-2012, mediante la Nota n.º 715) “no autorizar dicho traslado, debiendo permanecer tal estructura en su sitio con carácter intangible”. (Valga esta referencia, de paso, para ilustrar a la actual Comisión Nacional en el sentido de sus actos propios, si por caso el tema del muro volviera a plantearse en este nuevo capítulo de la saga).

Aunque no lo dijimos expresamente en la nota, iba de suyo que el principio de inseparabilidad del entorno operaba su fuerza mandatoria, más allá del riesgo que una anastilosis de este tipo podía ocasionar sobre el fragmento arqueológico, sus aparejos y sus morteros. Por otra parte ¿adónde se pensaba trasladar el muro? Como se advierte, la consulta municipal estaba condenada al rechazo de plano, por una cuestión de sentido común.

Aprovechamos la oportunidad de la nota de la Comisión Nacional para reclamar, en el párrafo final (porque in cauda venenum, como decían los romanos…), una respuesta a la anterior nota n.º 660/2012, donde el organismo nacional pedía a la Jefatura de Gobierno local explicaciones acerca del supuesto proyecto de construcción de una torre en aquel lote, que funcionaba como estacionamiento a cielo abierto, tras las demoliciones de los años 80. Ya aparece, entonces, la amenaza de una construcción inadecuada. La actitud de la Comisión fue actuar en forma preventiva, dentro de sus facultades legales, como debe hacerse en estas contingencias. La actitud del gobierno local fue…eludir la respuesta.

Como la información solicitada no llegó, debió reiterarse el pedido el 4-VII-2012, por mandato del plenario reunido el 28 de junio. 

Reiterábamos allí “nuestra más seria preocupación ante las obras de construcción de un edificio, que se ejecutarán aledañas a la iglesia y convento de Santa Catalina (monumento histórico nacional) y que han tomado estado público”. Lo del “estado público” era rigurosamente cierto.

A continuación venía el meollo problemático del asunto, resumido básicamente en tres puntos. Decíamos que “La edificación en altura contigua y el trabajo en cimientos podría comprometer seriamente yacimientos arqueológicos y enterratorios de data colonial, y estructuras murarias del histórico edificio, además del grave impacto perceptivo que el volumen emergente causará en la debida amortiguación del monumento”.

Me parece importante recalcar que, como dije, el nudo del problema estaba virtualmente contenido en estos tres puntos, a saber:

1-La potencial destrucción de un yacimiento arqueológico de tipo funerario que exista por debajo de la playa de estacionamiento. Básicamente pensábamos en el enterratorio conventual y en sepulcros con restos humanos pertenecientes al camposanto colonial.

2-El potencial compromiso de la estructura muraria del edificio histórico (no olvidar los asientos en barro de estas fábricas antiguas), por cambios del tenor de humedad de los cimientos y otras modificaciones materiales en los niveles subterráneos lindantes (se hablaba de entre tres y seis niveles para cocheras).

3-La desamortiguación visual que el volumen nuevo, de enorme altura y otras novedosas condiciones materiales y perceptuales, causaría inevitablemente sobre el recorte del perfil de la iglesia, que iba a quedar reducido a la escala risible de maquete (como ya ocurrió con otros templos, tanto en Buenos Aires como en provincias).

La Comisión pedía, una vez más, y esta vez “con urgencia”, “el envío de los detalles del proyecto, y, eventualmente, los estudios que se hubieren realizado, relativos al impacto en el inmueble histórico”.

Además, se hacía “expresa recomendación de que no deberá iniciarse trabajo ninguno hasta tanto se remita a esta Comisión Nacional el respectivo proyecto, a efectos de ejercer la superintendencia que la Ley 12665 asigna a este organismo, bajo apercibimiento de disponer, en su caso, la suspensión de eventuales obras. Al mismo tiempo, y en caso de iniciarse las referidas obras, le hacemos presente [al Jefe de Gobierno] las responsabilidades que recaerán en cabeza de esa Jefatura de Gobierno, en caso de producirse daños en el valioso conjunto histórico”.

Como puede leerse, los términos de la Comisión Nacional eran claros y categóricos. Con el correr de los últimos años y las gestiones sucesivas al frente del organismo nacional, hemos echado de menos semejante precisión conceptual y firmeza en la defensa de los valores del bien protegido por una norma nacional. En otras palabras, la Comisión Nacional no temía actuar en el marco de sus facultades.

Volviendo al caso, todavía el 5-VII-2012 hubo de responderse a un cuestionario de la Defensoría del Pueblo de la Nación relativo a Santa Catalina. El conflicto seguía escalando.

De los cuatro puntos respondidos me interesa citar dos de ellos. En el punto 2) decíamos que, respecto del proyecto de la torre, “se ha tomado conocimiento a través de versiones de prensa, toda vez que el gobierno local no ha remitido documentación oficial a este sede”. Es decir, que desde mayo (cuando se envió la primera nota) hasta el comienzo de julio, la Ciudad de Buenos Aires no había informado a la Comisión cuanto se le pidió, en ejercicio de las facultades de superintendencia concurrente sobre el bien protegido. 

En el punto 3) se abordaba el tema de fondo, relativo a por qué el proyecto suponía una amenaza para los valores patrimoniales del monumento. Decíamos que “A la espera de información oficial, se han efectuado las advertencias de índole general contenidas en las notas antes mencionadas. Para un pronunciamiento específico debería tenerse a la vista el referido proyecto. Sin perjuicio de ello, y aún cuando se garantizaran los aspectos arqueológicos y estructurales, persistiría el problema del impacto volumétrico sobre la amortiguación visual del conjunto protegido”. 

A esa altura de los acontecimientos, ya había comenzado a movilizarse con suma diligencia la ONG “Basta de Demoler”, junto a particulares y con el consenso del Arzobispado de Buenos Aires, concentrando el procedimiento idóneamente en una acción de amparo contra el Gobierno de la CABA y otros, sustanciado en el Juzgado de 1ª Instancia en lo Contencioso Administrativo y Tributario n.º 10, secretaria n.º 19. La Comisión Nacional de Monumentos fue citada al juicio en agosto de ese año y se respondió con los argumentos sabidos. Más aún, en el Boletín online del organismo, en el número de noviembre de 2012 se volvió sobre el tema, publicando un meduloso artículo del experto y asesor emérito, arquitecto Ramón Gutiérrez.

En 2013, la asociación civil “Basta de Demoler” obtuvo el amparo pretendido, cuando la Justicia determinó “ordenar la prohibición del inicio de cualquier tipo de obra en el predio ubicado en la Av. Córdoba 402/444, calle Reconquista 710/790 y calle Viamonte 409 a 4445 (Nomenclatura catastral: Circ. 14, Sección 01, Manzana 40, Parcela 1 c) de esta ciudad, hasta tanto se dicte sentencia definitiva…”

Aquella resolución judicial advertía que no se habían puesto aún a disposición de la Comisión Nacional de Monumentos los detalles del proyecto (para poder evaluar el potencial impacto sobre el monumento, como se había pedido dos veces por los menos) y que la Ciudad no había respondido el oficio remitido ya dos veces, pidiendo informe del registro de bienes patrimoniales en el terreno en cuestión.

En cuanto al estudio arqueológico, por lo visto fue presentado ante el mismo Juzgado el 26 de marzo de 2013, razón por la cual no pudimos, ni Repetto ni yo, analizarlo mientras duró nuestra gestión en la Comisión Nacional, ya que nos renunciamos a nuestros cargos en esas semanas o poco después.

En cualquier caso, como puede leerse en las crónicas del momento, hubo dos medidas judiciales que tutelaron el conjunto histórico al impedir la construcción de la torre: el amparo de 2013 y un fallo del Superior Tribunal de 2016. Aquellas medidas, cuyo logro fue mérito principalmente de la ONG mencionada y los particulares que efectuaron la denuncia, cayeron al fin y apareció en escena la figura de los “convenios urbanísticos” (de la cual hablaré en otra ocasión). Aunque en este caso, tampoco prosperó entonces esa vía en la Legislatura.

Quiero anotar una última reflexión, que suelo reiterar en mis clases: lo interesante del amparo (y muy plausiblemente del fallo posterior, que no tengo a la mano) es que admitió, de alguna manera, el valor reglamentario de la resolución o acuerdo de la Comisión Nacional en lo tocante al problema de la amortiguación visual (que era el punto argumental de mejor asidero, teniendo en cuenta la poca o nula información que se poseía del proyecto), aún cuando todavía no estaba tipificada esa “clase” de tutela (el “área de amortiguación visual”) en la normativa nacional de la ley 12665, ya que fue incorporada luego, mediante la ley 27103, cuyo primer borrador esbozamos en un café de la calle Sarmiento (el Brockers, ya cerrado), Alberto de Paula, Martín Repetto y yo, allá por el año 2006 o 2007 si no me equivoco.

En la próxima entrega (la tercera y última) compartiré con ustedes mi ponderación del caso en el presente estado del arte: la posible construcción de un templo de los mormones.










miércoles, 23 de agosto de 2023

SANTA CATALINA, OTRA VEZ… (PRIMERA PARTE)



Por Oscar Andrés De Masi

Para Viaje a las Estatuas, agosto de 2023


En estos días se ha renovado la polémica en torno de la iglesia y convento de Santa Catalina de Siena y sus parcelas adyacentes con rumbo S-E, a causa de la eventual construcción de un templo mormón. A las voces de protesta y advertencia se ha sumado una carta del nuevo arzobispo de Buenos Aires, lamentando que la decisión no haya sido informada en el marco del diálogo ecuménico, y pidiendo a las autoridades locales que se evalúe debidamente el potencial impacto negativo del proyecto. No está en tela de juicio la libertad religiosa que protege nuestra Constitución Nacional, sino los valores patrimoniales del conjunto conventual histórico y su entorno, y la integridad de su potencia simbólica.


Como varios amigos y amigas me han consultado acerca de este tema, me ha parecido oportuno empezar por publicar, nuevamente, un texto que escribí allá por el año 2012 y que apareció en la sección “Escriben los Vocales” del Boletín on-line de la entonces Comisión Nacional de Monumentos y Lugares Históricos, en la cual me desempeñaba como Vocal Secretario. El artículo pretendía rescatar la obra redactada por el arquitecto Andrés Millé y que, todavía hoy, suele aparecer en las librerías anticuarias.


En aquel momento de tensión, la Comisión produjo un acuerdo plenario y cursó diversas actuaciones (administrativas y judiciales), en defensa de los valores patrimoniales del monumento, amenazados por la intención de edificar una altísima torre en el predio por detrás de la iglesia.


Veamos qué dije entonces y, en una próxima entrega, profundizaré el caso a la luz de su actual estado de situación.


Una foto del conjunto a comienzos del siglo XX, cuando el lado norte de la fachada se hallaba perfectamente amortiguado (Col. OADM).


TIEMPO DE RELECTURA PARA LOS DOS TOMOS DE ANDRÉS MILLÉ ACERCA DEL CONVENTO DE SANTA CATALINA DE SIENA


Casi por azar, encuentro en un estante de mi biblioteca los dos tomos que, bajo el título de “El monasterio de Santa Catalina de Siena en Buenos Aires”, publicó en 1955 el arquitecto Andrés Millé. Un azar sospechoso y más bien sincrónico (dirían los seguidores del método junguiano), a causa de este preciso y sensible momento en que el conjunto monumental de Las Catalinas se ve amenazado en sus valores patrimoniales por un proyecto de edificación contigua, que, por lo menos,  impactará dramáticamente en la percepción visual y el entorno de los últimos perfiles tardo-coloniales que quedan en aquel barrio. No voy a ocuparme aquí de los aspectos críticos de la propuesta urbana, tema que el lector encontrará en la Carta editorial y otras secciones de este Boletín. Quiero, si, rescatar, en una coyuntura tan oportuna, estos dos volúmenes de Millé, que ya son un clásico de ese capítulo de la historiografía de Buenos Aires que solemos llamar las antigüedades porteñas, y que tuvo cultores curiosos y eruditos como Vicente Fidel López, Pillado, Peña, Quesada, Biedma, Wilde, Udaondo,  Lafuente Machain, Torre Revello etcétera.


Mientras aquellos nombres se enlistaban en el repertorio de los historiadores (ya fueran salidos de la tertulia erudita, ya de las nuevas maneras heurísticas de abordar el pasado en los archivos), hubo algunos casos notables de profesionales ajenos a la tarea historiográfica que recayeron exitosamente en ella, llevados por encomiendas técnicas  puntuales, a las cuales quisieron dar soporte histórico documentado. El resultado de tal contingencia fueron algunas obras cuya lectura sigue siendo casi obligatoria en la materia. La “Historia del puerto de Buenos Aires” de Eduardo Madero es una de ellas y bien ejemplar. Los dos tomos de Millé sobre Santa Catalina (sumados a su anterior monografía acerca de la Recoleta) también lo son.


Los estudios históricos de Andrés Millé habían sido motivados por su participación en la restauración de la antigua iglesia de los Recoletos. Se trataba, como él mismo lo confesó, de un encargo inesperado, que lo indujo a una inmediata búsqueda de antecedentes en archivos. La obra que logró compilar bajo el título de “La Recoleta de Buenos Aires: una visión del siglo XVIII” obtuvo en 1952 el premio de Historia de la Ciudad de Buenos Aires, otorgado por el Instituto Bonaerense de Numismática y Antigüedades. El hallazgo de tantísima información relativa a don Juan de Narbona impactó fuertemente al autor, quien siguió a su personaje más allá de la Recoleta, para reencontrarlo en 1737 ofertando la única propuesta de ejecución de obras para el monasterio de Santa Catalina de Siena.


Fue Narbona, precisamente, quien propuso llevar el edificio a un terreno más amplio que el solar de la calle México y Defensa, en Catedral al Sur, y más alejado del centro de la ciudad.


Si bien el gobernador don Miguel de Salcedo apoyó el cambio de emplazamiento, por diversas razones ello no fue del agrado del Cabildo, originándose un pleito que, entre oficios, vistas, réplicas y demás diligencias procesales duró 37 años.


Millé escribió en el Prólogo que “el desarrollo de esa larga lucha, unas veces sorda, y a las claras otras, es el motivo principal de este trabajo”. El resultado de sus indagaciones es no sólo un completo dossier del incidente judicial, sino también un cuadro evocativo de Buenos Aires en el siglo XVIII, como lo indica el subtítulo.


A Millé le cabe el mérito -que él mismo no sospechó entonces- de haber podido acceder en consulta a la cuantiosa documentación de los archivos de la Curia de Buenos Aires, que fueron incendiados apenas meses después de concluida la investigación. Su reproducción textual es hoy la única salvaguarda filológica de muchos de aquellos folios reducidos a cenizas que habrá esparcido el viento.


Encuentro una rara paradoja en el caso de Santa Catalina: ya desde el origen, su definitiva ubicación fue motivo de una controversia. Pero, a pesar de que el pleito colonial se zanjó a favor de una mayor superficie para el convento y su templo, hoy el conflicto reaparece, mutatis mutandi, disparado por un paradigma opuesto: el avance los emprendimientos inmobiliarios a expensas de las menguadas áreas históricas y las últimas reservas de amortiguación visual de los pocos monumentos de memoria hispánica –maguer sus interferencias estéticas posteriores-  que quedan en pie en Buenos Aires.


Como sea, si el emplazamiento del convento de Santa Catalina propuesto por Narbona hace casi tres siglos dio pábulo a semejante debate (y con semejantes litigantes: Cabildo, Gobernador, Obispo, monjas catalinas, viudas y herederos…), he allí un motivo adicional y novedoso de respeto a sus fábricas supérstites. Y es mérito de los dos tomos escritos por Millé el traernos, desde el fondo de los siglos, como una vertiente renacida en un cauce antiguo, esta resemantización histórica no sólo del edificio o los edificios, sino también de su ubi, de su lugar, conjugado a la par del  monumento.


Casi trescientos años después de los episodios leguleyos desempolvados por Millé, la manzana de Santa Catalina vuelve al centro de la discusión porteña. Pero, a diferencia del litigio colonial, no hay ahora una autoridad local que quiera asumir la defensa acérrima de lo que subsiste del conjunto conventual. Por fortuna, hay vecinos y hay párroco, hay ONGs y medios de prensa sensibles, que suman coralmente sus voces junto a la diligente actuación de la Comisión Nacional de Monumentos.


Como en el pleito del siglo XVIII, la historia juzgará también a estos actores contemporáneos…







Dos vistas de la Iglesia Santa Catalina de Siena tomadas por Alberto de Paula circa 1985 

(Col. OADM).