La mirada y la interpretación de Oscar Andrés De Masi, arqueógrafo

lunes, 25 de abril de 2022

CUESTIONES DE LÉXICO EN ARQUITECTURA PATRIMONIAL: UNA ACLARACIÓN DEL EDITOR DE NUESTRO BLOG

Señores diario "La Nación"

En el interesante artículo publicado el 16 de abril bajo el título de "Una fachada con 680 ojos que miran a los transeúntes" se utilizan algunas palabras que valdría la pena calibrar en homenaje a la riqueza de vocablos que nos provee la lengua española para designar con cabal precisión a los miembros arquitectónicos de un edificio.

Se dice en la nota que los "atlantes" del edificio Otto Wulff "cumplen el rol de columnas" (sic). En rigor, aquellas ocho figuras (que también podrían denominarse "telamones" o "agobiados") lucen como gigantescas ménsulas o impostas o repisas esculturales en el tramo superior del basamento. Careciendo de basa, fuste y capitel sería harto dudoso llamarlas "columnas".

Además se mencionan "dos torres cupuladas" (sic) que culminan en "dos altas agujas" (sic), cuando en rigor debería decirse que se trata de dos mansardas acupuladas yuxtapuestas, que rematan en sendos "chapiteles", toda vez que para ser agujas su clivaje debería adoptar una silueta "aciculada", en lugar de la morfología más bien campaniforme de sus cubiertas, sostenidas por los edículos del remate.

Saludos cordiales

Dr. Oscar Andrés De Masi

Ex Vocal Secretario de la Comisión Nacional de Monumentos y Lugares Históricos

Ex Regente de la Escuela Nacional de Museología

Ex profesor de la asignatura Patrimonio Monumental en la misma Escuela Nacional




lunes, 18 de abril de 2022

EN MEMORIA DE ROLANDO ALONSO

Queridas ex compañeras y ex compañeros:

 

Le prometí a Dora que iba a escribir unos pensamientos acerca del compañero Rolando, porque siento no sólo el deber moral de hacerlo, sino la necesidad de solidarizarme con la tristeza de Ustedes.

 

Rolando Alonso partió de esta vida demasiado temprano y de repente. Con la súbita premura de lo inesperado, como una ráfaga, así llegó la noticia. Y, por lo mismo, se volvió tanto más increíble. Aún ahora mismo, las palabras que discurren en el texto se resisten a nombradlo en pasado.

 

Rolando, sin ser viejo en absoluto, era uno de los recursos humanos del Área Técnica de la “vieja guardia”, que va mermando de a poco. Como aquel álbum de la banda Génesis cuyo título traducíamos a finales de los 70 como “Entonces quedaron tres…”, su ausencia deja, hoy, únicamente, a dos en pie. Así se va retirando y perdiendo una generación de trabajadores valiosos en ese departamento técnico, para un organismo  devaluado, que ni ha sabido ni ha querido sostener su sede fundacional, en el histórico Cabildo de Buenos Aires.

 

Nunca me sentí con la confianza suficiente como para llamarlo “Rolo”, como lo hacían Ustedes, ni con la distancia innecesaria de llamarlo “Alonso”. Para mí era sencillamente “Rolando”, sin posibilidad alguna de confusión, porque no había otro Rolando en la oficina. Y aunque lo hubiera habido, sus notas de carácter personal acentuaban esa fuerte identidad consigo mismo.

 

Ah, ese carácter!…Porque no faltó, alguna vez, entre nosotros, la tirantez de una discusión que, por la aspereza levantisca de sus reflejos, parecía más ríspida de lo que era en verdad. La cosa pasaba rápido y sin rencores. Porque, en el fondo, las discrepancias no fueron ni tan graves ni tan insalvables, y creo que el respeto mutuo fue una constante. Al menos así debía ser, con más razón, entre jugadores de tenis, aunque no llegamos nunca a medir la eficacia de nuestro slice o nuestro top-spin en el court. Fue un desafío amistoso pendiente.

 

¿Cuánto y de qué calibre fue su aporte a la gestión de la Comisión Nacional de Monumentos? Yo no podría medirlo, pues la inerrancia de la respuesta a esa pregunta reclamaría alguna suerte de inventario de cada expediente o cada actuación en que le cupo intervenir como informante técnico. Su carrera fue larga y la experiencia que acumuló fue mucha. Me animo a decir, por pura percepción mía sin pretensiones de hipótesis científica, que llegó a desarrollar un cierto “olfato” empírico para abordar tal o cual caso concreto. Y aunque unas pocas materias nunca rendidas (nunca supe ni pregunté el por qué) lo separaron del título de arquitecto, sus propuestas fueron, en muchos casos, de un indudable e incluso inspirado criterio arquitectónico.

 

Rolando fue uno de los más activos opositores a esa mudanza inconcebible del organismo. Defendió el arraigo al lugar elegido por los “padres fundadores” con entereza y constancia. Aún en mi última conversación por Wapp, hace ya tres meses, me ratificó que él seguía convencido del error que implicaba el haber abandonado aquel edificio. Y que seguiría bregando desde las redes sociales, que son canales legítimos y democráticos para alzar la voz ante la fuerza bruta de las decisiones arbitrarias y los hechos consumados. Rolando no guardó silencio frente al desprecio simbólico de la memoria institucional.

 

Acaso fue su última lucha en favor de una causa que concierne, precisamente, a la materia prima intangible con la cual opera toda gestión honesta del patrimonio monumental: la memoria, el arraigo identitario y el sentir de los trabajadores y trabajadoras del organismo. Y así ocurrió que aquella causa (que era justa) y aquella convicción (que compartíamos sin retacos) nos terminó hermanando, más todavía que los once años de trabajo en común.

 

Si tuviera que espigar en mis recuerdos de esos tiempos idos, para elegir, según mi prisma personal (asaz falible por cierto), el “momento” de Rolando, el “kairós” de su mejor lucimiento técnico, me quedaría con aquel “paquete” de declaratorias de clubes deportivos que preparó y justificó ante el directorio, con éxito, según fui testigo. Su tarea redundó en un decreto del PEN que abrió el surco a un sistema novedoso de bienes patrimoniales que gozan del afecto popular, en la agenda de la Comisión Nacional. Sin proponérselo, allí dejó la huella de un legado.

 

Más recientemente, supe de su intervención en el informe requerido por la Cámara de Diputados respecto de la casa natal de W. H. Hudson y su predio rural, en Florencio Varela. Tanto el director del Museo Hudson como su museólogo (un tanto escépticos a esa altura, a causa del extravío de un anterior expediente de declaratoria, entregado en mano a un vocal…) me trasmitieron la amistosa visita que Rolando hizo al lugar y las inmediatas concordancias de sus puntos de vista. Días más tarde, el propio Rolando me expresó telefónicamente sus impresiones y su valoración del sitio y, en especial, de la vieja casa. Su ponderación de esta última resultaba más justa y generosa (él proponía asignarle categoría de monumento histórico nacional, en un todo de acuerdo con el proyecto de ley remitido por la Cámara de Diputados y en cuya redacción yo mismo intervine) que la decisión última del cuerpo colegiado.

 

¿Qué más podría agregar? Ustedes son, sin duda, como camaradas en la labor cotidiana, los mejores intérpretes del impulso que animó la vida, las acciones y los anhelos de Rolando Alonso. Por lo demás, la tristeza suele ser más indigente en palabras que el gozo.

 

Y ahora que la morada definitiva de Rolando es el infinito, y ahora que sólo nos queda la empatía del recuerdo para intentar suplir su ausencia, que será permanente, me animo a despedirme de aquel compañero pronunciando por vez primera el apócope de “Rolo”. Y no lo hago por impostar el gesto demagogo del amiguismo póstumo, sino porque encuentro en el memento que habita ese apodo cariñoso de dos sílabas que reiteran la misma vocal, la más solidaria cercanía con Ustedes, que así lo nombraban todos los días pasados y que así lo recordarán todos los días venideros.

 

Reciban la expresión de mi inalterable y sincero afecto.

 

Oscar Andrés De Masi

14-IV-2022

 



 

miércoles, 6 de abril de 2022